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Sir Goi


Año 1213 del Nuevo Amanecer, una amenaza se cierne sobre el reino de Nomansch. Las tribus salvajes otrokni invaden las tierras, saquean y destruyen todo cuanto se encuentra en su paso. El destino del reino se decidirá en una batalla. Vive la historia de Czedomir de Nomansch, primer hijo y heredero al trono y su historia llena de tragedias y traiciones.


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#venganza #nobleza #385 #aventura #medieval #fantasía
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Acto 0: Prólogo

La luz fluía por las ventanas del aposento, una nueva mañana había empezado. Remoloneando en la cama se encontraba Czedomir, primero en la línea de sucesión al trono del reino de Nomansch. El ruido de la puerta lo sacó de su aletargamiento.


— Buenos días, señorito — dijo una voz familiar mientras él se refugiaba de los rayos crepitantes de la mañana.

Su maestro y cuidador, Frodbert. Sólo el Gran Sol sabe la cuenta de los berrinches que ha tenido que aguantar, insolencias corregir y pesares soportar. Todo en pos de convertir al señorito Czedomir en un noble digno de su ascendencia.


— En eso tenemos que disentir — incidió la voz de Czed por debajo de mantas de piel de oso.

— Usted, necesita levantarse — dijo mientras retiraba las mantas dejando a un desprotegido Czedomir en camisón — . Su día no ha hecho nada más que comenzar, hay muchos asuntos que atender, como sus lecciones...

— ¡Al diablo con los estudios! — vociferó mientras intentaba tomar riendas de sus mantas — Soy el Príncipe y te ordeno que pospongas esos asuntos, ¡Es una Orden Real!

— Me temo, joven señor — replicó mientras tomaba el control de la manta — que tendré que sobrepasar ese mandato. Primero, como su tutor, tengo que decirle que usted ya es bastante mayor: tiene catorce años: cuando va madurando sus responsabilidades son más numerosas y pesadas; y segundo, aunque usted sea el Príncipe, yo sirvo a Su Majestad: el Rey y la Reina, los cuales, en su infinita sabiduría, me dieron absoluto poder en su enseñanza.

— ¿Cuándo se hizo ese contrato?¿Y por qué yo no estoy al corriente? — rebufó mientras cruzaba los brazos sobre su pecho desistiendo de la manta.

— Me temo, señorito — respondió mientras doblaba la manta con una mueca retorcida en su boca —. Que usted todavía estaba al cuidado de su matrona, cuando se hizo dicho contrato. Aunque hubiera estado presente no hubiera entendido, al igual que no lo haría ahora. Pero eso es remediable, el conocimiento será la cura de su ignorancia. A través de sus lecciones por supuesto.


El Príncipe no paraba de amohinarse, Frodbert suspiró. Sabía cuál era el incentivo que sacaría al príncipe de la cama.


— Después de sus lecciones — continuó — , podemos ir a ver a Gundbil para que reciba su entrenamiento en esgrima.

— ¿De verdad? — se propulsó de la cama.

— Solo si no causa más escenas y es diligente en sus estudios, ¿puede cumplir con eso?

Czedomir asintió enérgicamente.


Mientras paseaban por los pasillos Czedomir se peleaba con su jubón, Frodbert lo aprehendía pero este no desistía. Cruzando uno de los innumerables patios del palacio se encontraron con la Reina, Zinerva y sus dos hijos: Theowulf y Heidelind.


— ¡Theo! — gritó Czedomir extendiendo los brazos.

— ¡Czed! — reía su hermano mientras corría hacia él.


Cuando se encontraron se abrazaron el uno al otro mientras reían y daban vueltas, la reina los contemplaba mientras tenía en brazos a Heidelind con una expresión cándida que enmascaraba un mohín que solo Frodbert podía discernir. La relación entre los dos hermanos, al pesar de la reina, era insuperable: aún siendo distanciados por años de diferencia y su parentesco se remitía a solo paternal, Czedomir cuidaba de su hermano pequeño y le enseñaba cosas, Theowulf lo admiraba y lo tenía en un pedestal. Los dos tenía un vínculo muy fuerte.


— Buenos días, Majestad — se reverenció Frodbert.

— Frodbert, de camino a las lecciones del joven príncipe. ¿Qué le tienes preparado? — preguntó.

— Astronomía y retórica, Su Majestad — le respondió.

— ¿Retórica? — se quejó Czedomir —. Si es un rollo, ¿por qué no damos geometría?


Frodbert lo miró con aprensión levantando un dedo ordenando que guardase silencio, era una de las normas que no debía incumplir: interrumpir a los adultos. La reina se giró y le miró a los ojos por primera vez, Czedomir notaba un fuego gélido en ellos, o eso creía.

— Czedomir, debes aprender esos conocimientos, absorberlos. Si quieres ser un rey que inspire a su pueblo en el campo de batalla deberás poder tocar sus corazones y librarlos de todo miedo. Además, a la hora de llegar a acuerdos con los nobles la retórica te servirá para hacer que tus demandas sean mejor recibidas. ¿No es así, Frodbert?


— En efecto, Mi Reina — se inclinó ligeramente.

— Está bien — concedía Czedomir —. Luego te enseñaré las estrellas que he aprendido. ¿Vale, Theo?


Decía el príncipe mientras sostenía las manos de su hermano mientras este agitaba la cabeza enérgicamente. La Reina fruncía los labios con una casi imperceptible irritación. Frodbert la observaba disimuladamente mientras instaba al príncipe a reanudar su marcha. Se despidieron y fueron a la Biblioteca Real.


La Biblioteca Real era un ala del Palacio, se dividía en 5 partes sobre un eje desde la entrada hasta la sala más alejada que lograba que cuatro de ellas fueran perfectamente simétricas. La primera sala a la izquierda se encontraba la sala de la Administración Real, todos los tributos, acuerdos, tratados y actas se almacenaban en ese sitio; a la derecha, todos lo manuscritos relacionados con las humanidades y la lengua: gramática, retórica y dialéctica entre textos filosóficos; en la izquierda más alejada estaban los textos relacionados con las ciencias y matemáticas, contenía también un mirador desde el que se podían observar los astros en el anochecer y un reloj solar que funcionaba en todas las estaciones; y a la derecha se encontraba la sala donde Czedomir estudiaba con su maestro.


Mientras entraba su aula siempre miraba a la habitación del fondo: los aposentos del mago de la Corte, Gannahost. Dentro de los aposentos solo entraba el propio Gannahost y su aprendiz, cualquier otra persona tenía el paso restringido. Había muchas historias sobre lo que podía haber dentro; algunos decían que estaba lleno de tarros con partes humanas en tarros en salmuera, otros hablaban de runas colgadas con cabellos humanos y hechas de huesos de animal, pero la opinión general era de cosas relacionadas con las artes arcanas. Era un tema que estaba tremendamente vetado entre las gentes de las Cortes.


Frodbert le había contado en alguna que otra lección sobre el pasado pagano del reino de Nomansch. Antes de que la religión del Gran Sol estuviese evangelizada en todo el reino. La gente creía en los Antiguos Dioses, dioses paganos que compartían con los skändi, y los Duressi, pueblos que se situan al norte del Reino. El único rastro que no pudo borrar la luz del Gran Sol fueron los practicantes de magias paganas. Chamanes, brujos, hechicero, magos: gente que usaban designios de la naturaleza y componentes mágicos para obtener conocimientos o realizar rituales. Aunque la Iglesia los tiene penalizados con la máxima pena posible, la flagelación, el caso de Gannahost es una excepción: Dicen que gracias a él, el Rey pudo conseguir la victoria sobre el Imperio Binkumano, que le puso en favor de los nobles que le coronaron rey. El mago es todo un enigma para muchos y entre ellos el propio Czed. Nadie sabe su edad, ni de donde viene. Solo se sabe por los cantares de los bardos que apareció en el momento apropiado para ayudar al rey y conseguir la victoria contra los binkumanos.


Después de lo que para Czedomir fue la hora más larga de su vida tuvo tiempo para entrenar con Gundbil, el comandante de la Guardia Real. Frodbert siempre le decía que un Rey debía tener en una mano el libro y en la otra la espada. Al principio no lo entendía: ¿no sería incómodo ir todo el rato por el palacio con una espada? ¿Y no sería una tontería ir al campo de batalla con un libro en vez de un escudo?


Semejantes preguntas no pasaron por alto al sagaz tutor que le explicó que eran símbolos de las virtudes más importantes de un monarca: la sabiduría para tomar las mejores decisiones para su pueblo y la fuerza para castigar a los enemigos de su reino. Un monarca sabio pero débil sería reducido por sus enemigos en el campo de batalla; un monarca fuerte pero necio tendría a sus enemigos entre sus propias líneas y corte. Con muchos pesares Czedomir aceptó esta máxima, quería ser un heredero digno de su padre.


La madera resonaba con cada choque, el polvo del patio inundaba el aire; bloqueo, ataque, contraatque estos eran los puntos de esta lección. El entrenamiento de Gundbil, según el príncipe, hasta ahora había sido bastante tedioso. Cuando Czedomir quiso coger una espada de verdad, este le golpeó con una vara y luego se la dio para que lo intentase cuando vio el gesto iracundo del joven. Su entrenamiento había sido centrado en la postura y los desplazamientos. Un soldado que se cae de culo después de zarandear la espada no vale ni para piquero, decía el comandante. Después de muchas clases de la base de la esgrima, atizarle a un monigote y músculos doloridos de la intensidad, tenía la oportunidad de batirse en duelo con el tirano que tenía como instructor.


Un golpe siguió a una parada, un ataque que no llegó a ningún sitio, una vara aulló en el aire golpeando las posaderas del joven príncipe. Este lleno de furia cargó, descuidando la postura, y lanzó un golpe con todas sus fuerzas. Gunbild esquivó con una media vuelta apartándose de la línea del ataque, con una finta y una patada, Czedomir cayó de espaldas sobre el patio de la Guardia Real.


— Cuidado, Gundbil — advirtió Frodbert que se encontraba leyendo un libro a la sombra —. Esas ropas son de las pocas que le quedan limpias al príncipe.

— Mis disculpas — dijo inclinándose hacia Frodbert.


En un principio el instructor del príncipe no iba a ser Gundbil, la reina insistió en que fuese un espadachín diestro del sur. Sin embargo el Rey se opuso a la idea, encomendó a Gundbil su instrucción tanto en el esgrima, como la equitación, el tiro con arco y la estrategia. A esto no tuvo manera de oponerse la reina, Gundbil era el campeón de la Guardia Real. Muchas historias había escuchado el joven príncipe sobre sus batallas, él había sido el mayor responsable de la expulsión de las tribus salvajes del este, los otrokni.


— ¡Deberías estar disculpándote conmigo! ¡Soy el príncipe! — chillaba el enojado príncipe.

— Calla — dijo con voz sonora y pétrea —. Ahora eres un soldado y mientras estés bajo mi instrucción no eres ni príncipe, ni heredero, ni noble. Eres un gusano y me obedecerás como buen gusano que eres. Levanta, hemos terminado.

— ¿Ya? — dijo Czedomir mientras se levantaba dolorido.

— Tengo temas de los que hablar con Su Majestad, es por eso que te has librado de todo el entrenamiento de hoy.

— ¡Yo también quiero ver a padre! — gritaba entusiasmado —. ¿Podemos ir, Frodbert?

— Como te ha dicho Gunbild, tiene temas importantes de los que hablar — le aprehendió —. Además, estás cubierto de polvo y tierra. ¿Crees que es esa la mejor manera de ver a tu padre y rey? Te asearás y vestirás apropiadamente, entonces veremos a Su Majestad.


Czedomir asintió a desganas, pero lo entendía. Se dirigieron a los baños, Frodbert le dijo que mientras se preparaba el baño tenía tiempo libre para hacer lo que quisiese. Se dirigió a los jardines, si se iba tener que lavar no le preocupaba mancharse más. Tenía como pasatiempo preferido subirse a los arboles y tejados de los alrededores donde ningún sirviente le podía seguir la pista, pero este día tenía una meta exacta. Cuando Gunbild tenía que hablar con el rey lo hacía en la Sala del Consejo. Una habitación a medio camino entre el Cuartel y la parte central del palacio, que convenientemente estaba al lado de los jardines. Czedomir quería saber de lo que tenían que hablar, era el príncipe y ya era mayor para estar al corriente de asuntos de Estado. Trepó por el árbol con gran destreza hasta llegar al marco de la ventana que daba a la sala, guardaba silencio mientras escuchaba atentamente.


— Es peor de lo que temíamos, Majestad — decía Gunbild al rey —, varios centinelas han detectado movimiento en las fronteras del este. Varias partidas de guerra otrokni se acercan mientras venimos.

— ¿Y el acuerdo? ¡Ya nadie se acuerda del maldito acuerdo! — temblaba de rabia el rey, Czedomir nunca había visto así a su padre.

— Me temo que desde la muerte de la reina de las tribus otrokni otros líderes se han hecho con el poder, o eso es lo que aseguran mis espías — le informaba —. Líderes con ansías de poder y riquezas están reuniendo el mayor ejército de bárbaros que hemos visto en años. Podría decirse que se parece como al de hace quince años.

— No quiero otra guerra como esa — decía el rey mientras se sentaba —. El acuerdo de paz era muy claro, para evitar más derramamiento de sangre entre nuestro reino y sus tribus se arregló un matrimonio. Un matrimonio del cuál habría un hijo que sería la unión entre nuestros pueblos.


Hace quince años — pensaba Czedomir —, hace quince años nací yo. A Czedomir le dijeron que su madre sucumbió a una enfermedad cuando era un niño. Poco después se casó con Zinerva, duquesa de Marin, y tuvo otros dos hijos: sus hermanos. No obstante nadie le había dicho que su madre era otrokni. ¿Por qué se lo habían ocultado durante tanto tiempo?


— Me temo que no va a ser posible evitar la guerra — decía serio, más serio de lo que nunca lo había visto, Gunbild —, los otrokni avanzan. Se hacen cada vez más fuerte y numerosos saqueando pueblos y quemando haciendas. Tenemos que enfrentarlos en el campo, mi Señor, en una gran batalla. Toda la fuerza de los señores nomanschenos contra la de los saqueadores otrokni, una batalla decisiva y final.

— Para eso necesitaríamos el acuerdo de todos los señores — pensaba el rey —. Pero qué otra opción tienen, ¿la paz? Por favor, esos salvajes no respetarán ningún tratado ni acuerdo. Saquearán lo que les plazca y destruirán lo que hemos construido durante tanto tiempo. Nuestro pueblo se encuentra en una situación extrema, tengo que contactar con todos los señores. Esta reunión se ha acabado, Gunbild.


El comandante se inclinó y marchó de la sala. Al poco el rey hizo llamar a los pajes y copistas para que se pusieran manos a la obra. Czedomir se quedó un inmóvil durante un rato, ¿guerra? Él no estaba preparado para una guerra, las piernas le templaban con solo ver a Gunbild con una palo de madera apunto de atizarle. Pero esta era la situación en la que estaba, guerra, contra el enemigo de su reino. Tenía que estar a la altura, por Padre y por Theo.

Nov. 16, 2020, 10:38 a.m. 0 Report Embed Follow story
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