Lirey corrió por el pasillo. Su corazón bombeaba la sangre demasiado rápido para una niña de su edad, y aunque el pecho le dolía, no podía detenerse. No ahora. No cuando sus amigos la necesitaban.
Se tomó unos instantes para mirar al otro lado de la ventana y lo que vio, la llenó de miedo y consternación. Los bárbaros se abrían paso a través de la ciudadela, derribando barricadas y peleando contra los soldados de la guardia que trataban de impedir que entraran al recinto de su hermana mayor: la reina Silvana.
Jamás pensó que esos salvajes tuvieran la fuerza para vencer a sus soldados. Peleaban como animales, blandiendo hachas y largas espadas a dos manos. Rebanaban cabezas y partían brazos y mandíbulas sin piedad. Mientras su avance implacable reducía la ciudad a ruinas, entonaban una canción en su idioma primitivo y se burlaban de los muertos que dejaban atrás.
Se limpió el sudor de la frente con la manga de su vestido y siguió corriendo en dirección a los aposentos de su difunto hermano mayor, donde sus amigos se habían encerrado luego de recibir la alarma de la inminente derrota. Decían que aquel cuarto era el más seguro del palacio, pero ella ponía en tela de juicio esa afirmación. Los bárbaros entrarían de un momento a otro, registrarían cada escondrijo y los harían salir como cucarachas.
—¡Abran! ¡Abran! ¡Soy yo!
Golpeó la puerta con los puños hasta que esta se abrió. Dentro había una pareja de niños: Airan y Sarya.
—¡Oh, Lirey! —Exclamó Sarya y abrazó a su amiga con todas sus fuerzas.
—¿Te han seguido? ¿Ya vienen? —Preguntó Airan, armado con una espada de madera.
—Están muy cerca. Tenemos que correr.
—Aquí estaremos a salvo —dijo Sarya—. Tu hermano siempre decía que su dormitorio era una fortaleza. ¡Escondámonos debajo de la cama!
—¡Es que no hay tiempo! ¡Si no escapamos, nos matarán! ¡A eso han venido!
Los ojos de Sarya se llenaron de lágrimas.
—Es que… no me quiero ir. Crecí aquí.
—Tampoco es como si fuéramos muy mayores —replicó Airan—. Soy el más grande de los tres.
—Sólo tienes quince años —dijo Lirey.
—Y voy a defenderlas, señoritas. ¡Andando!
Airan tomó a Sarya de la mano y la arrastró fuera de la habitación. Aunque la niña se resistió al principio, al ver que todos corrían, se rindió y siguió a sus amigos.
—¿A dónde vamos?
—¡Por aquí! —Lirey los guió escaleras abajo. Conocía un buen sitio para esconderse. Había un pasillo, no muy lejos de la cocina, por donde las sirvientas entraban para no llamar la atención. Lirey lo usaba para escabullirse y robar uno que otro pastelito. Esos tiempos habían quedado atrás.
El castillo tembló y se oyó un gran estruendo, como si las paredes fueran a venirse abajo.
—¡Oh, no! —Exclamó Sarya—. ¡Ya entraron! ¡Ya entraron! ¡Los bárbaros vienen!
***
Karlien sacudió la espada y seccionó la cabeza del último defensor. Frente a él, la puerta del castillo centenario se convirtió en un cúmulo de escombros. A sus espaldas, un ejército de crueles guerreros, con lanzas, hachas y espadas, esperaba su orden para entrar y hacerse con el control del lugar. Una vez que Karlien se sentara en el trono, el reino de Treilan sería suyo y nadie podría objetar su poder.
—Escuchen —se giró hacia sus guerreros y les habló con su voz elevada y resonante. Era un hombre joven, de unos veintitantos años, con el cabello largo y pardo. Sus ojos parecían dos pepitas de oro y los inmensos músculos de sus brazos apenas quedaban contenidos dentro de su armadura de piel y metal—. ¡Aquí ya no hay soldados, sino esclavos y mujeres! ¡Al que sorprenda matando sin distinción, se le castrará! ¡¿Lo han comprendido?!
—¡Sí, señor! —fueron más de doscientas voces las que respondieron.
—¡Nuestro objetivo es la reina Silvana y la escasa familia que le queda! ¡Su sangre es muy valiosa, así que procuren no derramarla!
Se giró hacia la entrada, metió su espada en la funda y pasó por encima de los cadáveres y los escombros.
***
Lirey y sus amigos lograron llegar al pasaje de servicio. Sin embargo, estaba cerrado con un candado y la llave no estaba a la vista.
—¡Oh, no! —Lloriqueó Sarya—. ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer? Nos encontrarán y nos encerraran de por vida.
—O algo peor —murmuró Airan.
—¿Qué? ¿Qué puede ser peor que vivir encerrada?
—No vivir —respondió Lirey. Encontró una pequeña hacha que los cocineros usaban para partir huesos y empezó a golpear el candado con todas sus fuerzas.
—No… —los ojitos azules de Sarya se llenaron de lágrimas—. No quiero morir… no. ¿Ellos nos pueden matar? Somos niños… si… si nos ven, seguro que nos perdonan la vida.
Airan ignoró los quejidos de Sarya y le quitó el hacha a Lirey. Golpeó con hasta que saltaron chispas del candado y el metal sufrió algunas abolladuras, pero se negó a ceder. Las ventanas eran pequeñas y estaban muy altas. Tampoco podrían salir por ellas.
De repente oyeron gritos de angustia y desesperación. Eran de la servidumbre, que estaba siendo capturada por los bárbaros. Sarya se puso más nerviosa y cerró la puerta de la cocina. Empujó una mesa para bloquearla y se sentó sobre ella. Juntó las manos a la altura del pecho y empezó a rezar.
Lirey no creía que eso fuera a servir. Dios jamás estaba cuando se le necesitaba. ¿A caso había acudido el día que sus padres murieron? Su hermana siempre le dijo que no había ser superior a los humanos, y que al final de cuentas, estaban solos y que no valía la pena rezar.
Sarya siguió implorando por salvación hasta que alguien empujó la puerta tras ella. La niña saltó de la mesa y retrocedió con sus amigos. Airan siguió golpeando, y el hacha se rompió por el esfuerzo. El candado no se cedió ni un poco. Lo dejó y se giró, poniéndose delante de las chicas.
Los tres temblaban porque sabían que los bárbaros no tendrían misericordia con ellos, los encarcelarían y los someterían a horrendas torturas por ser miembros de la familia real.
Lirey sujetó la mano de Sarya y retrocedieron hasta la pared.
—¿Pelearás? ¡Te van a matar! —Gritó Sarya al ver que su amigo tomaba un cuchillo de cocina—. ¡Es peligroso! ¡Escóndete!
—¡Eso no! ¡Yo los pararé y ustedes escaparán!
—¿A dónde? —Preguntó Lirey—. No hay sitio… no hay…
Se secó las lágrimas con el brazo y apretó los dientes.
La puerta cedió hacia adentro y dos guerreros entraron a la cocina. Airan se armó de valor y gritó mientras se lanzaba hacia ellos con el arma preparada. El bárbaro rió y con un solo movimiento de su espada desarmó al chico, lo sujetó del cabello y lo alzó.
—¡¡Airan!! —Gritó Sarya. Se deshizo de la mano de su amiga y desafió al bárbaro—. ¡Déjelo! ¡Déjelo, por favor!
—¡Vuelve aquí! —Chilló Lirey al ver que uno de los hombres avanzaba hacia ella.
La niña no pudo hacer nada cuando el bruto la tomó de cuello y la alzó también. Sarya intentó liberarse y pataleó, llena de pánico. Sus pulmones empezaron a arder y sintió como si su cabeza fuera a estallar.
Entonces, envalentonada por una fuerza interna, Lirey corrió, agarró una escopa y se la clavó en los testículos al que sostenía a Sarya. El hombre soltó a la pequeña, que cayó medio muerta a sus pies. Lirey intentó levantarla, pero fue inútil.
—¡Eres un imbécil! —Dijo el otro bárbaro y arrojó a Airan al rincón para que se estrellara entre un montón de ollas.
—¡Malditas perras! ¡Voy a… matarlas!
Sacó su sable y lo alzó sobre las niñas. A tiempo, el otro guerrero lo detuvo, lo desarmó y le dio un puñetazo para derribarlo.
—¡No seas ignorante! ¡¿Qué no vez que son niños de la familia real?!
—¡Pero… me ha roto las bolas! ¡Maldita niña!
El hombre se retorcía con las manos en la entrepierna.
—Pues de nada te iban a servir si las lastimabas.
—¡Cállate y atrápalos! ¡Si me levanto, los voy a matar!
Lirey aprovechó esa distracción para correr hacia una mesa y tomar un machete. Pesaba y era difícil de mover. Aún así, logró levantarlo y hacerles frente a los hombres.
—¿Ya viste a esa niña? Piensa que puede hacernos algo.
—¡¿Por qué hacen eso?! ¡¿Por qué han matado a todos?! ¡¿Por qué?!
El bárbaro no contestó, y por el contrario, se acercó a ella.
—Baja eso si no quieres lastimarte, princesa.
—¡No! ¡Regresen a su casa! ¡Se los ordeno!
—Creo que no entiendes tu posición. ¡Este ya no es tu reino!
En un ataque de furia, Lirey le arrojó el machete. El bárbaro lo esquivó, y estaba por atacar a la niña, cuando una corriente de luz entró por la cocina y envolvió a Lirey y sus amigos. Los tres perdieron el conocimiento enseguida y cayeron flácidos sobre el piso de piedra.
Los bárbaros miraron hacia atrás. Un anciano, vestido con pieles y adornos de huesos los observaba con resentimiento.
—Son unos animales que sólo saben mover los brazos.
—Maestro Vasati.
—¡Lleven a la princesa a las celdas subterráneas!
***
Karlien se despojó del yelmo y sonrió al ver los tronos de Treilan frente a él. Eran hermosos, labrados en oro y con incrustaciones de joyas por doquier. También estaban las coronas.
—Al fin —dijo abriendo los brazos—. Tras meses de guerra, al fin estoy aquí.
Se volvió hacia sus bárbaros y los prisioneros que habían capturado. La mayoría de ellos eran sirvientes y esclavos sin más valor que sus servicios. Bien podría disponer de ellos, o matarlos. En realidad podría hacer lo que se le viniera en gana. Al final de cuentas, ellos y todos los habitantes del reino eran de su propiedad.
El maestro Vasati entró renqueando al salón del trono.
—Veo que lo has conseguido, niño. Guiaste a tus tropas hasta aquí y tomaste la ciudad, tal y como le juraste a los dioses.
—Estarán complacidos, anciano.
—¡Ja! No seas tonto. De nada servirá que seas el rey. Necesitas mezclar tu sangre y tener un descendiente que sea capaz de manejar la Espada Fantasma.
—Eso lo sé —murmuró. Sus ojos seguían los movimientos de Vasati, igual que una cobra que observa a un roedor—. Todavía queda tiempo. Hay muchas cosas que quiero hacer antes de casarme. No sólo vine a conquistar y a destruir; también he venido a crear. Con la tecnología de Treilan y la fuerza de Ciniel, crearé un imperio que le hará frente a todo adversario.
—¿Y piensas que los astros y los dioses te esperarán? —Vasati arrojó una carcajada.
—Para los dioses, unos años son un parpadeo.
—No hay tiempo —dijo el anciano y se acercó cojeando hasta el príncipe—. Oye, Karlien, lo he visto en mis sueños: morirás sin cabeza y sin intestinos.
—No me mires con esos ojos blancos y ciegos —gruñó el hombre—. Puede que el culto te haya enviado para guiarme; pero no soy tu esclavo.
—¿Osas desafiarme a pesar de lo que represento? Soy el enviado del dios Cylios. Deberías de arrodillarte ante mí. Todos ustedes —dijo señalando a los bárbaros con su bastón—. Son animales que no saben hacer otra cosa más que pelear. No tienen cerebro.
Karlien vio que sus hombres fruncían las cejas y lo miraban a él, como suplicándole que le cortara la cabeza al maestro. Y Karlien quería hacerlo; pero eso sería desafiar al culto y no deseaba enemistarse con esos adoradores fanáticos.
Vasati era bajo de estatura. Apenas le llegaba al pecho y su fuerza no se podía comparar al gran poder de Karlien. Como parte de la estirpe de los bárbaros, el guerrero tenía poco más de un metro noventa de estatura y su peso era puro musculo.
—¿Vas a jugar al conquistador?
—No cometeré los errores de mi padre —sonrió desafiante—. Y si me disculpa, tengo que sentarme en mi sitio sagrado.
Apenas se dio la vuelta, un rayo perforó el techo y golpeó las escaleras de la plataforma donde estaban los tronos. Los bárbaros se echaron para atrás, asustados. Soltaron a sus prisioneros, pero estos tampoco tuvieron el valor de correr.
—¡Ahh! —Exclamó Vasati al sorprendido Karlien—. ¡Los dioses no están felices contigo, príncipe!
—¿Y qué… qué debo hacer?
—Tú lo sabes ¿verdad?
La cara del bárbaro se oscureció. Había resentimiento en sus ojos y una insondable sensación de fracaso y malestar.
—Entonces… tráela ya.
Dos frailes entraron al salón del trono. Karlien, encogiendo el ceño, apartó la mirada de la mancha que el rayo había dejado y se volvió hacia el frente. Su mirada se suavizó un poco al ver que los encapuchados entraban con una sensual mujer de cabello oscuro y piel de terciopelo. Era voluptuosa y estaba semidesnuda. Se retorcía de rabia y trataba de escapar.
—Con usted, la reina Silvana —dijo Vasati.
Karlien se acercó a la chica.
—¡No des un paso más, sucio mono!
—¿Mono? —Sonrió Karlien—. Pues tengo noticias para ti, querida. Este mono va a ser tu marido.
—¡Prefiero que me saquen la matriz! ¡Aléjate de mí!
Los esfuerzos de los monjes por contenerla no daban mucho resultado. Casi se les estaba escapando. Karlien sacó la espada de su cintura y le puso la punta en la frente. Presionó hasta que un hilito de sangre brotó de la piel de la reina y rodó por su nariz.
—¿Ves? No guardo ninguna clase de respeto por ti, mujer. Puedo matarte si así lo deseas; pero vivirás porque los dioses así lo quieren.
—¡A la mierda con tus dioses!
—No eres más que la semilla maldita de una generación que esclavizó a mi pueblo. Tu reinado de sangre y corrupción ha llegado a su fin. Tu único trabajo, a partir de ahora, será el de ser la madre de mi hijo. Vivirás y morirás por él.
—Oye, asqueroso. Si tengo un hijo tuyo, lo primero que haré cuando nazca, será estrangularlo con mis propias manos.
—Maldita seas… —susurró el príncipe mientras luchaba contra sus deseos de matarla.
—¡Adelante! —Lo desafió ella—. ¡Elimíname si quieres! ¡Te reto!
Karlien se volvió hacia Vasati.
—¿No hay otra mujer calificada? Esta zorra me molesta.
—Es la única superviviente de la familia. Tómala esta misma noche. Podemos adormecerla y…
Un bullicio llamó la atención de los bárbaros y de Karlien. De repente, una niña se abrió paso entre los hombres y se quedó parada en medio de ellos. Estaba cubierta de mugre, sangre, y tenía la ropa rasgada.
—¡Oye, mocosa! —Gritaron dos soldados que entraron para capturarla.
Silvana abrió los ojos de par en par.
—¡Huye de aquí, Lirey!
—¡Hermana! —chilló la niña al verla presa de los enemigos.
—¿Hermana? —Karlien encogió el ceño y se giró hacia Vasati—. Dijiste que era la única.
—Es una equivocación. Ella no es la hermana. ¡Sólo es una esclava! ¡Atrápenla y mátenla!
Lirey intentó huir, pero los bárbaros le cortaron el paso. Aunque la niña se resistió, los guerreros no tardaron en darle un golpe en la cabeza y derribarla contra el frío suelo de piedra. Uno de ellos la alzó por el cabello rubio y le puso un cuchillo en la garganta
—¡Hijos de puta! ¡Dejen a mi hermanita en paz!
—¡Mátala! —Ordenó Vasati
Karlien sacó una daga de su cintura y la lanzó hacia el bárbaro. El filo le traspasó el pecho y el hombre, estupefacto, soltó a la niña y se giró hacia su señor.
—¿Por… qué? —Alcanzó a preguntar antes de desplomarse con el corazón perforado.
Lirey, asustada por lo que acababa de sufrir, se fue corriendo al rincón.
—¡Déjala! ¡Déjala, sucio cerdo! ¡No la lastimes! —Rugió Silvana.
El príncipe la ignoró y se aproximó a Lirey. Contempló sus ojos y vio en ellos el mismo color verde que los de su hermana mayor. La tomó del mentón y estudió de cerca sus facciones, sorprendiéndose por el parecido, y todo para comprobar la verdad: la niña era de familia noble.
Acercó su rostro, examinando el de ella y estudiando cada facción de su cara. Había un parecido innegable con la otra mujer que no paraba de gritar.
La dejó en el suelo y se puso de pie.
—Tiene que morir, príncipe —dijo Vasati.
— ¿Qué edad tienes?
—Once… once años.
—¿Eres la hermana de Silvana?
La niña asintió.
—Entonces tienes sangre real —dejó su espada en el suelo y se posó sobre una rodilla. Sujetó la mano de Lirey y la miró a los ojos—. Le propongo un trato, majestad.
—¡¿Qué crees que haces?! —Gritó Vasati. Karlien lo ignoró.
—Perdonaré la vida de tu hermana, la tuya, y la de todas estas personas, si aceptas convertirte en mi reina.
—¿Tú… reina?
Al escuchar eso, Silvana se sacudió para liberarse.
—¡Apártate de ella, maldito enfermo! ¡No lo escuches, Lirey!
—¿Qué dices? Es un trato justo.
Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas.
—Por favor… por favor… deje ir a mi hermana y a mis amigos. No les haga daño, por favor.
—Traigan a sus amigos —ordenó Karlien.
Dos bárbaros entraron con Airan y Sarya. Los tenían encadenados. Al verles, Lirey quiso correr hacia ellos, pero Karlien la sujetó del hombro.
—¡¿Qué haces?! ¡Suéltame!
—Preparen sus espadas, caballeros.
—¡No! ¡No, por favor, no!
Los bárbaros formaron a los tres, incluida la reina Silvana, y los obligaron a arrodillarse.
—¿Sabías que la decapitación es una forma muy piadosa de morir? —La voz oscura de Karlien irrumpía en la mente de Lirey—. Sólo un movimiento y la muerte viene enseguida.
—¿Muerte?
—Míralos bien —sujetó la quijada de la princesa—. Míralos bien. Sus cabezas caerán y la sangre de sus cuerpos saldrá a chorros. ¿Quieres pararlos?
Al ver que no respondía, Karlien le gritó a su guerrero.
—Primero a la niña, luego al chico y de último a la hermana.
—Sí, señor.
Sarya alzó la vista y vio a su amiga con ojos suplicantes.
—No quiero morir… no… no… todavía tengo… muchas cosas por las que vivir… no…
—¡Eres un tramposo hijo de puta! —Exclamó Silvana—. ¡Lirey! ¡Lirey, escúchame! ¡No hagas caso de lo que te diga él! ¡El tiempo le dará su castigo! ¡Deja que el tiempo se encargue! ¡Nosotros somos los nobles! ¡La gente de este país nos pertenece! ¡Somos sus dueños! ¡No aceptes!
Karlien sonrió y le susurró unas palabras al oído. La niña sintió que los escalofríos bajaban y subían por todo su cuerpo.
—¡Aleja tu hocico de la cara de mi hermana! —Volvió a chillar la reina.
El bárbaro no hizo caso. Sus manos tenían bien agarrada la mandíbula de la pequeña.
Al ver que esta no hablaba, Karlien se puso de pie.
—¡Decapiten a la criatura!
Lirey apretó los puños, recordó la frase que Karlien acababa de decirle, y dando un paso al frente, gritó con todas sus fuerzas:
—¡En nombre de su reina, detengan esta ejecución!
La espada se estancó a una pulgada del cuello de Sarya. El bárbaro, consternado, miró a Karlien y este respondió con voz solemne.
—¡La reina de Ciniel, que también es la reina de Treilan, acaba de dar una orden! ¡Suelten sus espadas! ¡Suelten sus espadas y perdónenle la vida a todos los sobrevivientes del castillo!
—¿Es que se ha vuelto… loco? —Preguntó Vasati, que estaba a punto de reventar por la furia.
Lirey dirigió su atención al que ahora era el rey Karlien. Este asintió satisfecho con la cabeza. Se quitó uno de los tantos collares de hueso y rubí que tenía en la garganta, y con sumo cuidado se lo colocó a la niña. Luego la tomó de la mano y la llevó hasta los tronos.
—Tú en ese. Yo en este.
Sin comprender lo que acababa de pasar, Lirey se sentó en el que había sido el trono de su difunta madre y se colocó la corona. Se le resbaló por lo grande que le quedaba. Karlien rió y se inclinó hacia ella.
—Diles que se arrodillen.
—¿Eh?
—Diles.
Ella así lo hizo.
—De… de rodillas, por favor.
Los bárbaros se miraron sin saber qué hacer. Karlien gritó.
—¡¿Es que no han escuchado, montón de salvajes?! ¡Su reina les ha dicho que se arrodillen!
Todos lo hicieron enseguida. Silvana y los otros niños contemplaron atónitos lo que pasaba. Eran los únicos de pie.
—Diles que se pongan de pie y que bailen.
—De… de pie… y bailen.
—¡Ya la escucharon!
Humillados, los crueles y rudos guerreros, que habían cometido cientos de asesinatos, se pusieron a bailar y a gritar como marionetas con los hilos enredados. El salón del trono se llenó con un coro de voces masculinas que entonaban una canción sobre la cerveza y las mujeres. Algo que una niña como la reina no debía escuchar.
Vasati se acercó a Karlien.
—¿Qué crees que haces, sucio animal?
—Dices que debo casarme y tener un hijo con una de las herederas de la familia real ¿cierto? Bueno, aquí hay una.
—¡No seas ridículo! ¡Tiene once años!
—Eso me da ocho años para que pueda tener un hijo mío, y muchas cosas pueden pasar en ese tiempo. Ahora, lárgate.
—Debes estar loco si crees que…
—¿Querida? —Karlien le tocó la cabeza a Lirey—. Dime ¿te gustaría que colgáramos a este anciano de sus tripas?
—¿De sus… tripas?
—Sólo quiero decirte algo: este hombre fue quien me convenció de venir aquí para matar a tus soldados, conquistar tu palacio y obligar a tu hermana a casarse conmigo. Quería degollarte y enviar a tus amiguitos como esclavos en la cantera.
Lirey observó fijamente a Vasati. Su cara arrugada, sus ojos con cataratas y su maliciosa expresión hicieron que algo dentro de ella se estremeciera. Tenía tanto odio en su interior, tanto dolor y frustración, que no pudo seguir conteniéndolos. Su rostro se convirtió en una mueca salvaje y gruñó entre dientes:
—Quiero que muera.
El maestro se echó para atrás lo más rápido que pudo, pero fue inútil. Karlien se arrojó hacia él, espada en mano, y antes de que el anciano pudiera hacer un hechizo para huir, le clavó la hoja en el corazón. Los ojos de Vasati se quedaron bien abiertos y la sangre brotó de sus labios. Karlien lo pateó en las costillas para separarlo de su espada y el hombre se derrumbó sobre los escalones.
El bárbaro enfundó su espada y se giró hacia Lirey.
—Primera lección, querida: nunca confíes en un fanático religioso.
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Si les ha gustado, no olviden comentar, significaría muchísimo para mí :D
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