Natalia vació la cuarta copa en su boca. —Estuve tan cerca —dijo frente al cantinero que la miraba fijo—. Excavé con mis propias manos, capa por capa de tierra, hasta que di con él. El mito es real. El perro blanco me llevó hasta el tesoro, y pude verlo con mis propios ojos. —¿Por qué no lo tomaste? —preguntó el hombre. —Porque algo más que simple tierra lo cubría... Algo con lo que no estoy dispuesta a manchar mis manos: La sangre de mis hermanos caídos —respondió mientras pedía otro trago.

—¡Llévame, Señor! —grité mientras mi cuerpo se elevaba hacia la gigantesca luz blanca que lo atraía— ¡He sido un buen hombre y lo merezco! Cuando por fin pude alcanzarla, y vi a las criaturas del otro lado, comprendí que no era Dios quien me había hecho abandonar la tierra. -¿Decepcionado? —preguntó uno de ellos—. Solo te elevaste unos metros sin encontrar lo que buscabas. Imagínate entonces cómo nos sentimos nosotros, que tras cruzar mil galaxias buscando vida inteligente, dimos con tu especie.

Una bomba, un líder cae. Una bomba, un niño pierde a su padre. Una bomba, una mujer llora a sus hijos. Una bomba, un edificio en ruinas. Una bomba, un empresario sonríe. Una bomba, un niño recibe un regalo nuevo. Una bomba, una mujer festeja su nueva casa. Una bomba, un edificio se tiñe de fiesta.

De sangre tiñen el suelo, de plomo llenan el alma, con fuego matan la calma, y alas cortan en vuelo. Castigan con su flagelo, al que no se arrodilla, y en ellos se semilla, temor por ese nuevo dios. Mas bajo su sombra atroz, solo buscan metal que brilla.

El rey miró desde la colina. Lo que alguna vez fue la tierra prometida, era ahora un paraíso para los impostores, los estafadores y los fraudes. Aquellos que le fueron fieles agonizaban en el olvido, mientras los nuevos habitantes se regocijaban en las más atroces perversiones que la mente humana podía maquinar. El reino era ahora una mala imitación del decadente, pero popular, reino vecino. Había abandonado a su pueblo, pero ya no vivía con la envidia de gobernar al reino más pequeño.

Ella olía a jazmín, él solo quería olvidarla. Cincuenta años, y toda su fortuna, gastó en hacerlo. Conoció el mundo y convivió con culturas de las que jamás había oído, hasta que finalmente lo logró. El tres de marzo (irónicamente el mismo día en que la conoció) arrancó el último jazmín de la tierra. Ahora podía vivir su vida sin que el olor a ella del mundo lo obligara a recordarla. La muerte lo encontró viejo, pobre, y lejos de casa. La muerte lo encontró feliz.

—¿Qué quieres de mí? —le preguntó a la luna, mientras sus colmillos crecían más allá de su boca. —Quiero que dejes de esconderte. Que dejes de fingir, y que te aceptes tal como eres. —No soy yo quien no se acepta, es la sociedad quien no acepta al que es diferente —dijo él, mientras un oscuro vello comenzaba a cubrir todo su cuerpo. —Entonces, tu destino es transformar a esa sociedad intolerante, y librarla de prejuicios. —¿Librarla con la palabra? —Librarla... con tus garras y tus dientes.

De haber sido capaz de estirar mis brazos hacia los costados, hubiese notado lo delgadas que eran las paredes de cristal frente a mí. De haber podido estirarlos hacia arriba, hubiese entendido que la caja no tenía techo. Pero no pude... Quien me encerró sabía que no importaba lo fácil que fuese salir; mientras la luz estuviese apagada, mis brazos no abandonarían mi pecho, y mi cuerpo no se movería.

Andrés llegó a su casa cansado. La pandemia y el confinamiento pasaron, pero las marcas que dejaron en las personas no... La era dorada de los psicólogos había llegado, y él supo canalizarlo mejor que nadie. Pero algo hoy le preocupaba: Había atendido a diez pacientes hoy, cientos en el último mes, y miles a lo largo del año. Escuchó cada uno de sus problemas, los ayudó y los aconsejó; y aun así, ninguno fue capaz de tomarse un segundo para preguntarle a Andrés cómo se sentía él hoy.

Despertó con el sol, intentando llenar sus pulmones con el más puro alimento: El aire fresco de la mañana. Tomó una bocanada, y sintió que la muerte oprimía su pecho. Lo intentó de nuevo, y sintió que un látigo golpeaba su espalda. Hoy el aire no era puro... El viento del este traía consigo olor a hierba pisoteada, a uñas arrancadas, a sueños destruidos.

La escritora tomó su bolígrafo; ya era hora de acabar con su última víctima: El propio asesino. Pensó en mil y una muertes, pero ninguna le gustó... ¿Cómo podría hacerlo? ¿Cómo matar a su mejor creación? Sin él los sobrevivientes tendrían una vida larga y feliz, y la felicidad no iba con ella. «Tal vez tu destino no sea morir. Después de todo, ninguna muerte sería digna de ti», pensó mientras secaba sus lágrimas, bajaba su bolígrafo, y pensaba en el retorcido rostro de su asesino una vez más.

Abrí los ojos y vi luces blancas y un techo que jamás había visto. Mi cabeza daba vueltas, y el cuerpo no me respondía. En ese momento, comprendí que ese estado era el resultado de los antipsicóticos que me habían inyectado el día anterior... Ese día en que abrí los ojos y vi las mismas luces y el mismo techo que siempre veía, pero desperté decidido a cambiarlo todo para siempre. No sé cómo, pero parece que esos doctores lograron detenerme antes de que pudiera hacerlo.

Despiertas con la luna en su apogeo, repasando lo vivido en los últimos meses. Tus letras se han secado, y no recuerdas cuándo fue la última vez que algo salió de tu tintero. Tomas tu libreta, decidido a crear un nuevo verso oscuro, de esos que tanta fama te han dado. Pero tu mano se mueve sola, y solo escribe “Soy feliz” en ella. Miras a la mujer que duerme tranquila a tu lado, sabiendo que ella es la culpable. «¿Por qué has matado a mi soledad?», piensas antes de abrazarla nuevamente.

«Cinco vidas valen más que una», pensó el soldado recordando el ejemplo del tranvía. «Cinco vidas valen más que una», y apuntó su arma a un niño de diez años. «Cinco vidas valen más que una», y su dedo apretó el gatillo. El niño murió, su mensaje nunca llegó a los generales del bando enemigo, y la guerra acabó ese día. «Cinco vidas valen más que una», continuó repitiéndose aun cuando sabía que había arruinado la vida de la madre, el padre, y los cuatro hermanos de ese niño.

Sentada en una silla, miró el cielo soñando con alcanzarlo. Estiró sus brazos tanto como pudo, hasta que logró sujetarse de una nube. Con la ayuda de esta, sus pies se elevaron de la tierra hasta alcanzar el firmamento. Desde ahí miró hacia abajo, y pudo ver su cuerpo sin vida sentado en una silla, mirando el cielo con los brazos estirados, y una sonrisa en sus labios.

—Juego mi primera carta —dijo arrojando la carta de la serpiente sobre la mesa. «La serpiente es una de las cartas más poderosas... ¿Por qué usarla en la primera mano?», se preguntaron todos los espectadores en el salón. —Eso fue estúpido —dijo su rival, mientras con la carta del viento hacía volar a su serpiente más allá del universo. Él no respondió al insulto, y miró en sus manos la carta del reloj, sabiendo que sin importar lo que haga ganaría. Nada en este mundo puede derrotar al tiempo.

¿Dios y el cielo te decepcionaron? ¿El diablo y el infierno también? Es hora de conocer al hombre y la tierra. Porque solo el hombre y la tierra te darán maldad, bondad, placeres y sufrimientos en un mismo paquete. Prueba hoy al hombre y la tierra. ¡Satisfacción y dolor garantizados!

Cada vez menos humanos... Eso éramos. Seguimos las directrices de los dioses al pie de la letra, y ya no teníamos instintos, ni deseos. Ya no soñábamos. Ya no amábamos. Ya no gozábamos. De habernos dado cuenta a tiempo de que esas directrices solo fueron dictadas por un grupo de simples mortales, con el fin de controlarnos y acaparar para ellos cada cosa placentera de este mundo, hubiésemos hecho algo. Pero cuando lo descubrimos ya era muy tarde, porque éramos cada vez menos humanos.

Winka, el dragón pálido, llegó con la noche y el sol no volvió a mostrar su rostro. Quemó tierras, y arrasó pueblos y aldeas. Secó ríos, y los tiñó de sangre y peste. Cazó a la fauna, y destruyó los bosques. Perforó la tierra, e hizo desaparecer montañas. Y luego, en su acto más macabro, Winka el dragón pálido durmió por años... Haciendo creer al pueblo que su propia codicia lo había matado. Hasta ese onceavo día del mes de la primavera, en el que Winka volvió a mostrar sus alas.

La miré por un instante, intentando comprender su mensaje: —Ya no queda nada... Ya no queda nada... —repetía constantemente. Y seguí caminando, dejándola atrás, como siempre hice con los locos que dicen cosas sin sentido en la calle. Pero no pude olvidar esas palabras... Y sin darme cuenta, comencé a repetirlas frente a la mirada extrañada de cientos de personas que luego continuaron caminando. Dejándome atrás, como siempre lo habían hecho con los locos que dicen cosas sin sentido en la calle.

Sus labios se separaron de los míos, y una lágrima brotó de mis ojos. La oí decir “Adiós”, y comencé a rezar por un milagro. Fue entonces cuando vi que la manecilla del segundero de mi reloj comenzaba a caminar hacia atrás. Sentí la lágrima subir por mi mejilla, hasta ingresar nuevamente en mi ojo. La oí decir “sóidA”, y volví a sentir sus labios apretando los míos. Nunca entenderé qué pasó ese día, pero ella nunca se fue. Desde entonces, cada segundo de nuestras vidas rejuvenecemos juntos.

—¿Qué apuestas? —preguntó Dios sonriendo. —Mi alma —respondió Fred— Si pierdo, será tuya para siempre. —¡No lo hagas! —intentó advertir el diablo— Dios nunca pierde en su propio juego. Pero Fred no lo escuchó... Y Dios no perdió... —¿Ahora que mi alma te pertenece, conoceré la luz eterna? —preguntó Fred. —Te has burlado de mí toda tu vida... —respondió Dios con la risa más siniestra que jamás se haya oído. —Pero… Dios es amor… ¿Verdad? —Vaya niño más idiota… ¿Acaso nunca leíste la biblia?

—Cría cuervos y te sacarán los ojos —dijo la madre. —No es “qué” críes... Es "cómo" lo críes —respondió la niña acariciando el negro plumaje de su nueva mascota. —¿Y cómo piensas criarlo? —Del mismo modo en que tú me criaste a mí —añadió, mientras soñaba con hundir un cuchillo en los ojos de su madre.

—Soy yo quien la ama, pero es tu piel quien la siente cerca... ¡Hazlo ya, presiona ese maldito gatillo, y líbrame del sufrimiento de estar oculto detrás de tus huesos... Detrás de tus músculos... Detrás de tu piel —gritó el corazón, pero los oídos del hombre lo ignoraron, sus músculos se relajaron, y sus manos bajaron el arma. El hombre volvió a acariciar a la mujer a su lado. Una vez más su piel se deleitó con su calor, mientras su corazón aceleraba su ritmo, intentando en vano llegar a ella.

Toda mi vida sentí un vacío... Una falta de propósito. Los humanos me recolectaron, me modificaron, y me envasaron. Los poetas escribieron sobre mi aroma, los historiadores sobre mi rol social, y los científicos sobre mis propiedades curativas. Nunca supe por qué lo hacían... Nunca comprendí al humano. Pero ese día en que sus labios me tocaron por primera vez, y sus lágrimas fueron reemplazadas por una cálida sonrisa, eso dejó de importarme… Ahora solo me importa despertar ese gesto en ellos.

El juego fue divertido por un tiempo. Mamá me jalaba de un brazo, y papá del otro... Hasta que comencé a marearme, y mis brazos empezaron a doler. Mamá dijo algo, pero no entendí qué significaba... Papá le respondió con un grito. En ese momento, cuando el juego dejó de parecerme divertido, papá soltó mi brazo. Supongo que mamá ganó... Desde entonces creo que está triste por perder, ya que no volví a verlo. Ahora tengo un papá nuevo, pero no me gusta como él juega conmigo...

Podrías mirar hacia adelante y dejar que el mar calme tu alma, o voltear y sentir que esta se encoge ante la majestuosidad de las montañas. Pero no lo haces... Nadie puede hacerlo. Solo miras hacia tus costados, hipnotizado por algo más calmo que el mar, y más majestuoso que las montañas. Porque cuando esta ciudad despierta, lo único que puedes ver son los colores de sus paredes... Y lo único que puedes oír es el sonido de su gente.

El bosque, aquella criatura que me perseguía, y yo... Todos arderíamos en el fuego. —Al menos te llevaré conmigo —le dije mirando a sus ojos. Pero la criatura no parecía temerle al fuego, ni mucho menos a la muerte. Y antes de que las sombras me cubran, alcancé a ver una lágrima rodar por su rostro. Desde entonces, cada vez que cuento cómo sobreviví al fuego y a esa criatura, no puedo dejar de pensar en esa lágrima... No puedo dejar de llorar su muerte.

Tus días de arrastrarte han acabado. El camino fue largo y lleno de dolor, pero después de todo... ¿Renacer no es siempre un camino largo y lleno de dolor? Mueves tus alas e intentas acostumbrarte a ellas. «Son hermosas», piensas sabiendo que te llevarán a tu destino. Ya es hora. Comienzas a volar... Comienzas a vivir. Pero será mejor que te apures. Después de todo, solo tienes siete días para vivir tu nueva vida.

Estás perdido, tu mundo da vueltas, los medios hablan de ti, y tu brújula gira en círculos. Ya no sabes quién eres, hacia dónde debes caminar, ni cuál es tu mundo. Esa anciana te persigue, y solo quieres librarte de ella. —¡Vete! —le dices, pero no lo hace. Continúa caminando, hasta que te alcanza y sus brazos te capturan en ese abrazo que ella tanto esperó. Y en el instante en que su pañuelo blanco roza tu mejilla, tu brújula deja de girar... En ese momento, todo en tu vida cobra sentido.

Él lo inventó, fue su creador, y se sintió su Dios... Un personaje único, en una historia única. Pero al igual que a Dios, su creación terminó enterrándolo.

—Si su cuerpo está en el bosque, no podrás encontrarlo. El suelo es muy ácido y nada se conserva. —¿Cómo puedes pensar eso? Tú la conociste mejor que yo —me respondió antes de perderse entre los árboles. Regresó tiempo después, con una simple roca en sus manos, afirmando que había encontrado su corazón. —Pero solo los huesos se transforman en roca —intenté explicarle, sin notar mi error... Yo la conocí mejor que nadie, y debí saber que su corazón no necesitó transformarse. Siempre fue de piedra.

Su vida fue una penumbra... Sin tener dinero, no llegó a ser realmente pobre. Sin ser feliz, no llegó a estar realmente deprimido. Sin que nadie lo ame, nunca sintió el desamor. Porque se amaba tanto a si mismo, que no dejó que nadie más lo haga por él. Y así vivió hasta el momento en que su mundo se convirtió en penumbra. Y la muerte lo encontró sin ser realmente pobre, sin estar realmente deprimido, y sobre todo, sin nadie que sujete su mano para ayudarlo a partir.

—¿Qué corre por tus venas? —preguntó el primer hombre. —Sangre... Igual que en las tuyas —respondió él. —¿Qué llevas en tu estómago? —preguntó el segundo. —Los mismos alimentos que tú ingeriste —respondió él. —¿Y qué hay en tu mente? —preguntó un tercero. —Solo ideas sueltas, y los mismos conflictos que en cualquier otro hombre. —¿Entonces qué es lo que te diferencia de nosotros? —preguntó un cuarto hombre. —Es mi alma... —respondió él— A diferencia tuya, yo solo la alimento con libertad.

—Te llamaré Luz, hija mía. Y ya que nuestro nombre revela nuestro destino, el tuyo será brillar —dijo Soledad mientras arropaba una muñeca de porcelana en una enorme casa vacía.

—¡Es hermoso! —dijo ella mirando el río color rojo azulado frente a ellos. —Dicen que el cerro en el que nace este río, fue alguna vez la casa de los dioses. Este color, es el color de sus almas... Almas tan puras como el agua —respondió él. En el cerro, la presa de una antigua mina abandonada miles de años atrás aún contaminaba con cianuro las aguas del río. Una sustancia de color rojo azulado, idéntica al color del alma de los nuevos dioses.

En lo profundo del bosque, el camino se bifurcaba ante sus ojos. “Sueños”, anunciaba el cartel del sendero que se dirigía hacia la derecha. “Destino”, el que se dirigía hacia la izquierda. «¿Eso significa que debo elegir entre cumplir mis sueños o seguir mi destino?», pensó. Y sin lograr decidirse dio media vuelta y regresó, sin seguir sus sueños y sin cumplir su destino. El camino que se bifurcaba frente a él, volvía a unirse solo unos metros más adelante, pero él nunca lo supo...

—Crees que aquí tienes todo... Pero eso es solo porque no has conocido la comodidad del progreso —le dijo tiempo atrás un forastero. Al escucharlo la ambición por lo que no tenía se apoderó de él, y decidió viajar a esa ciudad que se lo daría. Ahora dormía entre viejos autobuses, con la fría caricia del viento helado como única compañía. Había perdido su hogar, y ya no tenía nada, pero conocía el progreso... Y por alguna razón, estaba feliz de conocerlo.

—¿Dónde te ves dentro de cinco años? —preguntó el hombre de traje. «Detrás de una de esas odiosas registradoras de su empresa. Intentando sobrevivir con un mísero salario, mientras mi espíritu muere lentamente», pensó. Pero su boca repitió la respuesta que había ensayado. —¿Y cómo ves tu futuro? «Yo no veo ningún futuro», volvió a pensar. Pero esta vez su boca lo traicionó. Sabiendo que ya no tendría el empleo añadió: —Yo no veo futuro hacia adelante... Solo más de esta miserable vida.

Parado frente a la tumba de su hija, él contemplaba el cielo. —¿Qué ocurre? —preguntó su mujer— Te conozco, y sé cuando estás por hacer alguna idiotez… —Siempre he pensado que no somos más que la suma de nuestras acciones... Es por eso que si me quedo aquí llorando, sin hacer nada, entonces no seré nada... Tras esas palabras su mujer lo vio alejarse, sabiendo que definitivamente haría alguna idiotez.

Las pupilas dilatadas, el temblor de sus manos controlado, y la realidad completamente disociada. Ese era el único estado en el que ella se atrevería a hacer lo que estaba por hacer... Caminó hasta la sala, donde sus padres veían televisión. Pasó junto a él sin mirarlo... Y una vez que estuvo frente a su madre, se quitó la ropa evidenciando las marcas en su cuerpo. —Hay algo que debo contarte sobre el hombre que amas... -le dijo.

Mi padre solía decir que era un arriero de sueños ajenos. Un simple trabajador, que solo existía para que el sueño de un patrón llegue a su destino. Por eso ese día fue tan importante para él. Su hijo fue el primero de una familia de trabajadores en obtener un título universitario. Ese día miré sus ojos y pude ver sus lágrimas. Yo estaba cumpliendo un sueño... ¿Pero era realmente el mío? En ese momento lo comprendí, yo no era más que un arriero de sueños ajenos también...

Quisieron amansarla, quisieron encerrarla, y quisieron domesticarla… Pero la alondra abrió sus alas, y estas fueron tan grandes que no hubo jaula capaz de contenerla. Rompió barrotes y mordazas, destrozó jaulas e hizo añicos los sueños opresores. Y volvió a volar libre, tan lejos como sus alas se lo permitieron.

El incesante canto de los grillos comenzaba a molestarle, y las estrellas en el cielo no se parecían en nada a las brillantes luces que habían rodeado su vida hasta entonces. Huir después de su delito le pareció una buena opción, así evitaría el castigo. Pero el canto incesante de los grillos y el brillo de las estrellas le recordaban lo que había dejado atrás. Haber huido no fue respuesta, porque ahora su castigo era la soledad.

Gota tras gota caían sobre su rostro, empapándolo en su propia miseria. Las bacterias se acumulaban en cada en cada rincón de su cama, impregnando todo el cuarto con su inmundicia. Confinado en esa cama, sus piernas ya no le respondían y en sus puños no había fuerza para enfrentar el “afuera”. Este era su destino; el que había elegido para sí mismo. El miedo a la muerte lo encerró para siempre, y ahora su propia vida estaba muerta...

Mañana las plazas estarán vacías, pero seguirán siendo nuestras. Porque nunca pudieron hacer que olvidemos a los que se han ido. Porque nunca pudieron callar nuestros gritos. ¡Nunca Más!

El otoño murió, y con él murió mi alma. Solo mi cuerpo quedó en este mundo, vagando sin rumbo y sin propósito. ¿Qué sentido tiene mi vida ahora que mi espíritu cayó con las hojas? Miro a mi alrededor y puedo ver que no soy el único. Miles de cuerpos vacíos deambulan por estas calles. ¿Por qué ellos pueden hacerlo sin cuestionar su existencia? ¿Por qué soy el único que lo nota? Pienso que tal vez estaba equivocado. Que nunca tuve un alma, y solamente me enamoré de este otoño.

-¡Este es el bonsái más grande que he visto en mi vida! –dijo el niño sorprendido. -Es un árbol –le respondió su padre –Antes, solían estar por todo el mundo, al igual que nosotros. -¿Y qué pasó con ellos? -Cuando comenzamos a pensar que éramos los únicos en este mundo, ellos simplemente se fueron… 

-¡Así que ustedes son los enemigos! - dijo el hombre del uniforme. -Eso depende de la perspectiva -respondió él- Para nosotros, usted es el enemigo. -Entonces lo diré de otro modo -insistió el hombre del uniforme -¡Así que ustedes son los enemigos de la nación!. -¡Así que usted es el enemigo del pueblo! -dijo ella.

Las raíces eran firmes, y eso le permitió seguir de pie. -No es sencillo acabar con una vida tan aferrada a la tierra –dije mientras la máquina continuaba jalando de él. -Tal vez los humanos somos tan efímeros por eso, y nuestro desprecio por nuestro suelo es lo que nos llevará a vivir tan poco en este mundo –me respondió

—¿Dices que con solo tomar esta pastilla, me convertiré en una persona normal? —Así es. Una persona tan normal como yo. —¿Tú la tomas? -Por supuesto. Por eso soy normal. —Debo aceptar que me agrada la idea de ser normal. Pero si tú eres el modelo de esa persona normal, prefiero seguir siendo lo que soy. 

Oyó el trueno y luego vio el rayo. Ya estaba empapado cuando sintió que la lluvia comenzaba a caer sobre él.   Vio como las flores se cerraban, hasta convertirse en capullos. Sintió la bala salir de su pecho, directamente hacia la boca del arma. Observó  la sangre subir por su camisa hasta la herida. Sintió cómo la herida se cerraba. Y en ese momento comprendió que estaba abandonando el mundo de los muertos, para llegar al de los vivos.

Elegí a la derecha, y esta me oprimió. Elegí a la izquierda, y esta me traicionó. Elegí a los "neutrales", y estos fueron tibios. Finalmente elegí ser libre, y ya nadie más gobernó mi destino.

El chillido de la silla meciéndose comenzaba a molestarle. —¿Puedes dejar de hacer eso? –le dijo elevando la voz. —Por supuesto –respondió él y dejó de mecerse. En ese momento, bajo el nuevo silencio, comenzó a oír una voz en su cabeza. «¡Abandónalo! ¡Él no te conviene! », repetía sin parar. —¿Podrías volver a mecerte? –le pidió ahora con un tono calmado. En ese momento comprendió una cosa: Mientras él esté a su lado, meciéndose en esa silla, podría escuchar a su corazón e ignorar a su cabeza.

Ya había bebido la mitad del licor de la botella frente a él.   «Ahora la botella no está llena pero tampoco totalmente vacía. Así es como se siente mi alma en este momento. Y al igual que esta botella, su destino es vaciarse completamente. Hasta que no quede ni una gota de ella», pensó mientras volvía a llenar su copa.

—¿Irene? ¿Eres tú? ¿Cómo es posible? —Ya te he dicho Luna que prefiero que me llames mamá. —Eso lo haré cuando comiences a comportarte como tal. —Entonces seré yo quien te llame hija. —Preferiría que me llames Luna. —Eso lo haré cuando comiences a comportarte como tal. —¿Qué significa eso Irene? —Significa que no te devolveré tu nombre, a menos que comiences a brillar. «¿Que comience a brillar? Incluso estando muerta sus palabras no tienen sentido», pensó Luna.

—¿Está confirmado? ¿El objetivo ha muerto? –preguntó el General. —Yo no diría que está muerto –le respondió. —¿Está vivo? —Tampoco diría eso. —¿Entonces qué es lo que diría Capitán? —Diría que está caminando hacia el otro mundo. Pero el camino va a ser muy largo, y con mucho sufrimiento. —¡Buen trabajo Capitán! –exclamó el General sonriendo.

—Créame que lamento su pérdida –dijo el oficial. «¿Lamentar mi pérdida? Solo alguien que no la conoció podría suponer que hay algo que lamentar», pensó ella. —Tal vez le sirva de consuelo saber que fue una muerte rápida, sin sufrimiento y sin dolor. —Si alguien que tuvo una vida de sufrimiento y dolor encuentra una muerte en paz, es poco consuelo que esa muerte haya sido rápida. Creo que me sentiría mejor sabiendo que ese momento de paz duró más que lo que duró su miserable vida.

Su dedo índice movía la llave de luz de forma compulsiva, iluminando y oscureciendo la habitación. —Te he dicho Irene que ese es un mal hábito. —Se lo que me ha dicho Doctor, pero hace tiempo que lo que usted dice no me importa. Una vez oí que Dios es luz, y la muerte oscuridad... ¿Entiende lo que eso significa? Significa que incluso aquí, encerrada en este psiquiátrico y confinada a esta pequeña habitación, soy capaz de manipular a Dios y a la muerte con solo mover mi dedo índice.

Luna miró al cielo y vio una estrella fugaz. «¿Se supone que debo pedirte un deseo? Solo quisiera no volver a verla. Pero no creo que puedas cumplir eso», pensó. La estrella fugaz comenzó a crecer y a hacerse cada vez más visible. —¡Tú no eres una estrella fugaz! —dijo Luna sorprendida. El misil que cruzaba el cielo nocturno comenzó a descender, hasta impactar en el edificio hacia el cual ella se dirigía. El mismo en el que la esperaba la persona a la que Luna había deseado no ver nunca más

¿Han notado que hay días en que todo parece ser gis? Para él esa era su vida. Una extraña afección no le permitía ver ningún color, y todo en su mundo era gris. -No es tan grave. Puedo ver las cosas de todas formas– le dijo a ella una vez. -Eso lo dices porque nunca has visto el naranja de un amanecer –le respondió. -El color no es más que una percepción de la luz ¿Acaso crees que no es posible una vida sin colores? -Creo que no podría vivir sin ver el color de tus ojos –respondió ella. 

-¿Por qué me odias? -le preguntó a la vida. Pero esta incapaz de esgrimir una respuesta solo se quedó en silencio. -¿Por qué me odias? -le preguntó a Dios. Pero este cansado de escuchar los reclamos de la gente lo ignoró.  -¿Por qué me odias? -le preguntó al humano. Pero este ocupado con sus propios asuntos no fue capaz de escuchar la pregunta. -¿Por qué me odias? -le preguntó a su propio reflejo en el espejo. -Porque permitiste que la vida, Dios y el humano me convirtieran en esto -le respondió

Me he puesto a pensar que el mundo es como un Cubo Rubik. Yo estoy en el centro de la cara blanca y ella en el centro de la cara amarilla, mientras unas manos gigantes revuelven ese cubo al azar.   Y aun cuando esas manos logren formar las más de 43 trillones de combinaciones posibles de ese cubo; ella y yo nunca podremos estar uno al lado del otro. 

-¿Por qué estoy aquí? –preguntó. -Porque has caído –le respondieron. -Pero no puedo estar aquí. Aún tengo cosas que resolver en mi vida. Y tras esas palabras el mundo en el que estaba desapareció completamente. Ahora estaba sólo, en medio de la oscuridad. -¿Y dónde estoy ahora? –gritó. -Este es el lugar al que llegan las almas caídas que han dejado asuntos pendientes –le respondieron. -¡Pero pensé que regresaría a mi mundo! -¿No lo entiendes? La muerte es lo único de lo que no hay regreso.

Estamos acostumbrados a pensar que nuestra vida es una rutina. Nos despertamos, caminamos a nuestros trabajos y retornamos a casa. ¿Pero qué hay de rutinario en eso? ¿Acaso al salir de nuestra cama las partículas de polvo que levantamos se mueven siempre en la misma dirección? ¿Acaso al caminar a nuestros trabajos cruzamos siempre las mismas miradas? ¿Acaso al regresar el viento sopla siempre en el mismo sentido? Nuestra vida no es una rutina, lo rutinario es nuestra percepción de la misma.

Después de treinta años él volvía a casa. No de la forma que ella hubiese deseado, pero él volvía a casa. Mucho tiempo había llorado al ausente, y ahora le tocaba llorar al muerto. Ambos llantos dolían, ambos llantos quemaban. Pero al menos la llama que dejó encendida para iluminar su regreso a casa había cumplido su trabajo. Él se fue como un desaparecido y volvía como un muerto.  Pero su lucha había servido para que nunca más nadie se vaya del modo en el que él lo hizo.  

-¿Por qué sonríes? -Porque este será el último viaje para alguno de nosotros  y pronto seremos abono. Nuestro cuerpo cederemos para dar paso a la eternidad, en una unión con la tierra de la que tal vez crezca algo que viva más que nosotros. -¿Y por qué crees que eso es motivo para sonreír? -Si conocieras el destino al que nos lleva este viaje, unirte a la tierra te alegraría también.

Miró las nubes: Otra vez tormenta. “Una vez más las noticias volverán a hablar sólo del clima. ¿Acaso es posible que provoquen la lluvia solo para desviar la atención de otros temas más importantes?” pensó. Y mientras pensaba, un helicóptero militar pasó sobre él en dirección al río. Sin duda, de él harán llover. Pero no es agua lo que harán llover sino cuerpos. Y no habrá ninguna noticia sobre ello, porque hoy las noticias hablarán nuevamente sobre el clima. 

El mundo está lleno de cosas sueltas, pero que por algún motivo no se separan. Mi alma está atada a mi cuerpo, así como esta silla está atada al suelo. Llamamos “gravedad” a ese hilo invisible que ata la silla al suelo. Pero; ¿cómo se llama el hilo que ata mi alma a mi cuerpo?  Y aún más importante: ¿Cómo puedo hacer para cortarlo? ¿Cómo puedo liberar mi alma?  Sé que la muerte corta ese hilo, pero no tengo ninguna intención de morir.  Entonces, ¿Hay otro camino para hacerlo?

Todos sus pensamientos habían sido embargados por una idea: Éste sería su último abril, y no llegaría a mayo. Para la línea de llegada quedaban sólo unos metros. Pero en su estado, esos metros parecerían kilómetros. Hubiese corrido de ser posible, pero su vida no estaba en sus manos. Cables y tubos lo mantenían en este mundo. Sus gritos desesperados, pidiendo libertad, no eran oídos por los hombres de blanco que comentaban a su propia familia lo bien que él estaba evolucionando.

¿Has visto la noche? Es más clara que de costumbre. Y por más que busco, no encuentro ninguna prosa para noches como esta. ¿Dónde hay letras que no hablen sobre oscuridad? ¿Por qué nadie se ha querido manchar hablando de una noche clara? ¿Por qué no somos más que una parva de enamorados de lo oscuro? Tal vez, y sólo tal vez, nos guste la oscuridad porque en ella podemos esconder la propia oscuridad de nuestros corazones.

¿Cuántas palabras se pueden gastar en no decir nada? ¿Cuántos silencios se necesitan para decirlo todo? ¿Qué tan rápido puede pasar una eternidad? ¿Qué tan largo puede ser un instante? ¿Qué tan libres podemos sentirlos enjaulados? ¿Qué tan prisioneros somos cuando creemos ser libres? Toda percepción es relativa, pero lo que percibo en tus ojos es único y absoluto. 

La libreta estaba casi llena, y sólo quedaba espacio para un último poema. Él sabía que tras terminar de llenarla la quemaría, como lo había hecho siempre. -“¿Por qué lo haces? ¿Por qué destruyes tus creaciones?” le preguntaron. -“Porque al hacerlo sólo destruyo el papel. Los poemas vivirán siempre en mi memoria. Pero si dejo que ellos lo encuentren, no sólo destruirán las palabras. También lo harán con todos aquellos que se atrevan a recordarlas” dijo mientras tomaba los fósforos.

“Los muertos no vuelven. No caminan entre nosotros” dijo el soldado, cansado de esa charla basada en creencias y no en la razón. El prisionero reía. Le divertía asustarlo con historias de fantasmas que torturan las almas de sus asesinos. Finalmente el vuelo llegó a su fin. El soldado arrojó al prisionero del avión, anclando su cuerpo en el río. Pero ese cuerpo fue lo único que quedó en el agua, porque su alma siguió otro rumbo. Y desde ese día, el soldado no volvió a descansar jamás.

Sobre una reposera, una anciana se amachaba. Sus expresiones rancias, cargadas de arrugas, simulaban oír a un joven cura que le transmitía la palabra de Dios.   Su mirada estaba puesta en él, pero el resto de ella no estaba en esa habitación. Huía por sus flancos hacia un mundo distinto; un mundo de recuerdos. En él, ella y su amado eran felices y libres. Porque ese fu su mundo, hasta que el tiempo se la arrebató. Ahora era una anciana confinada a una reposera, y a oír la palabra de Dios. 

Una bandera gastada flameaba en su escuela. “El mundo es como es  y siempre será así. Aquellos que quieren cambiarlo sólo son perros ladrando sin sentido”  fueron las últimas palabras de su profesor en la clase. “¿Qué son entonces aquellos que sólo repinten discursos sin cuestionarlos?” pensó. En ese momento, un loro se posó frente a él: “¡Loros! Eso son”. De la nada, un perro saltó sobre el loro capturándolo con sus dientes. Fue entonces cuando entendió que los perros no sólo ladran. 

Un viento cálido y húmedo recorría un gigante campo cubierto por cenizas. Sobre él, crecían las rosas más rojas que jamás se hubiesen visto. “Ese rojo, es el mismo rojo de la sangre” pensó mientras caminaba. -“¿Dónde estoy?” preguntó. -“¿No lo reconoces? Es tu pueblo” le respondieron. -“No es posible ¿Dónde están las casas?”. -“Aquí están” le respondieron señalando las cenizas. -“¿Y dónde está la gente?”. -“Bajo suelo y cenizas, regando con su sangre cada rosa”.

La fotografía sobre la mesa le devolvió una sonrisa. Pero no alcanzó para llenar su alma, como lo hacía esa misma sonrisa  en carne y hueso ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué salió del lugar del cual ellos no tenían permitido salir? Antes de hacerlo dijo que era por una causa, porque era lo justo, porque no tenían por qué esconderse sólo por ser ellos. Pero donde vivían no había causa que no sea perseguida, ni justicia que no sea callada, ni lugar para quienes eran diferentes. 

Pasó su vista de las paredes húmedas al escritorio gastado. Y del escritorio a los ojos que lo miraban. Detrás de ellos, un rostro marcado por el tiempo no le devolvió ninguna expresión. No había en él alegría ni tristeza, tampoco enojo ni calma. Sólo estaban sus ojos, posados firmes en los suyos. Había pensado en qué le preguntarían, y en qué respondería para salvar su vida. Pero no hubo preguntas ni respuestas. Esos ojos ya habían decidido su destino. 

“¡Yo no soy el enemigo! ¡Yo odio al enemigo!” dijo mientras la subían al auto, pero no les importó. Durante el camino temió por su cuerpo, por su alma y por su vida. Ella había odio lo que le ocurría a los enemigos una vez que subían a esos autos, pero siempre pensó que ellos lo  merecían. Fue entonces cuando compendió algo: Su destino ahora estaba en sus manos. Y mientras eso suceda, alguien en algún lugar estará pensando que ella lo merece. 

Dicen que una fruta no cae lejos del árbol. Dicen que un árbol no crece lejos del suelo. Dicen que no hay suelo que no tenga un muerto enterrado cerca. Pero lo que nunca dicen es cuál es el árbol del que cayó la fruta podrida que nos gobernó enterrando a todos esos muertos en el suelo. 

Hizo germinar la flor, la regó y la cuidó. Pero un día ellos llegaron y la arrancaron. Esperó, pero la flor no volvió. Preguntó por qué se la había llevado, pero no le respondieron. Preguntó a dónde la habían escondido, pero nadie lo sabía. Preguntó quién la había arrancado, pero nadie se hizo cargo. Entonces abandonó las flores y comenzó a cultivar plantas con espinas, convencida de que algún día ellas se clavarían en los ojos de quienes robaban las flores. 

“No volveré. Nunca más me llevarán a esa prisión”  gritó mientras corría, pero el ruido de botas que la perseguían se acercaba cada vez más. Fue entonces cuando sintió que la tomaban por sus hombros, y por más que quiso soltarse pero no pudo. Esos brazos tenían una fuerza mayor a cualquiera que jamás había sentido. No lo supo entonces, pero esa fuerza era amor. Detrás de esos brazos, el rostro de una anciana con un pañuelo en su cabeza le dijo llorando: “Bienvenida a casa”. 

-“¿Cuánto dura un amor eterno?” le preguntó. -“Un amor eterno dura una eternidad” respondió él. -“Pero si todos estamos destinados a morir, ¿Cómo puede el amor durar más que los que aman”? -“¿Me estás diciendo que el “amor eterno” no es más que una falacia?”. -“No. Lo que estoy diciendo es que es el propio amor lo que es una falacia” concluyó mientras se alejaba de su vida para siempre.

No sabía cuánto llevaba cautiva, ni cuál fue su delito. La oscuridad del encierro la había cegado, y su único consuelo era que el Dios de los blancos pregonaba paz y amor. Su destino entonces no podría ser tan terrible. Pero cuando sintió que el fuego quemaba su cuerpo, comprendió que el Dios de los blancos no era su juez. Su juez era el propio hombre blanco, que jamás buscó el amor ni la paz. Rogó a su madre que la ayude. Pero la tierra también había sido capturada y sufría su mismo destino.

Presionó el botón, sabiendo de memoria lo que ocurriría. El ascensor se detendría el en tercer piso y ella subiría. Sus ojos se posarían sobre los suyos, y su perfume llenaría todo. Bajarían juntos sin siquiera saludarse, pero ver esos ojos y sentir ese perfume alcanzaban para que su alma este completa. Pero ese día ella le dijo “Hola”, y su perfume no era el mismo. Ahora era una vecina más que lo saludaba, con el mismo perfume que las otras. Su alma nunca volvería a completarse.

Los muros comenzaban a caerse, uno por uno. Esa fortaleza que lo había protegido toda su vida estaba siendo penetrada. El enemigo al que había combatido durante mucho más que siglos, estaba por primera vez ganando la batalla. Esta vez, sus armas eran muchas, y muy poderosas. Y cada ataque, lo debilitaba más y más, hasta que finalmente se rindió. La fortaleza lo protegía había caído por primera vez. Sólo le quedaba aceptar lo inevitable. Por primera vez en su vida, estaba enamorado. 

Cada día el sol se escondía en el mar, dando paso a la noche. Pero hoy no quiso terminar de hacerlo. Sólo se quedó flotando en el horizonte marino, observando hacia la playa.   La noche, ansiosa por comenzar su reinado, le recriminó. Pero él no quiso seguir su viaje, y el ocaso se prolongó por horas. Preocupada, la luna le preguntó por qué lo hacía, y él le respondió: “Pósate junto a mí y mira hacia el este ¿Has visto alguna vez algo más hermoso que esta ciudad durante el ocaso?”.

La tierra se estremecía, intentando expulsar a todo humano de su superficie. “¿Qué hemos hecho para merecer esto?” preguntó el minero, mientras vaciaba de rocas la montaña. “¿Qué hemos hecho para merecer esto?” preguntó el ingeniero, mientras sus máquinas perforaban la tierra. “¿Qué hemos hecho para merecer esto?” preguntó el cazador, mientras su arma apuntaba al puma muerto. “¿Qué hemos hecho para merecer esto?” preguntó el niño, mientras arrojaba el papel de su caramelo al suelo.

Le dijo que lo hacía por defender a la patria. Le dijo que lo hacía siguiendo órdenes. Le dijo que lo hacía porque no tenía opción. Y cada vez que él llegaba a casa con las bostas manchadas con sangre, su esposa se repetía que él era un buen hombre. Hacía lo que hacía por defender a la patria, porque seguía órdenes o porque no tenía otra opción. Pero lo que él nunca se atrevió a decirle, es cuanto disfrutaba su trabajo.

En lo alto de la montaña, escrito sobre una roca en una lengua antigua e indescifrable, se haya una terrible maldición. El solo hecho de leer esas palabras despertará miles de años de oscuridad y sufrimiento en este mundo. Por suerte, todo el mundo lo sabe, y nadie se atreve a leerla. En lo alto de la montaña, escrito sobre una roca en una lengua antigua e indescifrable, se hayan escritas las palabras: “Hanska Helium Salken”. ¡Dios mío! ¿Qué has hecho?

“He venido a ver al Rey Tirano”. “¿Y cuál es tu asunto niño? “Tengo hambre”. “Si el Rey recibiese a todos los que tienen hambre no tendría tiempo para sus tiranías”. “¿Y acaso eso no sería algo bueno? ¿No le gustaría tener un Rey que no sea un tirano?”. “¡Estos niños y sus mentalidades infantiles!  Siempre queriendo cambiar las cosas. Soy guardia del castillo, es un buen empleo ¿Por qué querría que algo cambie?”. “¡Estos adultos y sus mentalidades envejecidas! Siempre mirando su propio ombligo".

“¿Por qué me miras así?”. “Porque eres un ave”. “¿Y que hay con eso?”. “Que hace años que nadie ha visto un ave por aquí. Todas han huido”. “Las aves jamás huimos de nada”. “¿Y por qué hace años que nadie ve una?”. “Porque hace años que todos caminan mirando el suelo. Ya nadie levanta la cabeza hacia el cielo”.

“La alegría es rebeldía, y será castigada como tal” decía el cartel. “¿Por qué los carteles siempre hablan sobre cosas prohibidas? Prohibido pisar, prohibido pasar, prohibido ser…” pensó. “El cartel da la orden y nosotros la acatamos sin pensarlo. Y sin darse cuenta, mientras pensaba, modificó el cartel que ahora decía: “La alegría es rebeldía, y será premiada como tal”.

El camino era largo, y él tenía piernas cortas. Pensó en ir saltando, pero eso lo habría hecho parecer un niño alegre. Y a donde iba los alegres no eran bienvenidos. Pensó en volar, pero no sabía hacerlo y no había ningún ave que le enseñe. Las aves son animales felices, por eso huyeron. Así que caminó tratando de no mostrarse alegre. Pero para aquellos que marchan sin alegría el camino es eterno. Cuando no tuvo más fuerzas, volteó para ver lo caminado y descubrió que aún podía ver su casa.

Contemplaba las estrellas pensando que tal vez, si lograba bajar una, podría iluminar el mundo oscuro en el que vivía. Lo intentó con sus manos, pero sus brazos eran muy cortos y no llegaban. Intentó saltar, pero sus piernas no tenían la suficiente fuerza para llegar tan alto. Buscó una escalera, pero ninguna era tan larga. Entonces las miró y les preguntó: “¿Cómo puedo alcanzarlas?”. Una le respondió: “Cuando comprendas que tu destino es brillar, seremos nosotras quienes te alcanzaremos”.

“¿Pero entonces no siempre el mundo fue oscuro?” preguntó el niño. “Por supuesto que no” respondió el anciano. “Antes de que ellos lleguen, el mundo era un lugar brillante” “¿Y por qué destruyeron la luz?” “Para poder gobernar sin que veamos sus rostros.” “¿Qué hay de malo con sus rostros?”. “Absolutamente nada. Pero gobiernan diciendo que son superiores. Y piensan que si no los vemos, no notaremos son exactamente iguales a nosotros”.

“Tengo hambre” dijo el niño un día, pero el rey lo ignoró. “Tengo hambre” volvió a decir el segundo día, pero el rey nuevamente lo ignoró. “Tengo hambre” dijo el tercer día pero aún sus palabras no llegaban a los odios de rey. El cuarto día no dijo nada, y robó un saco con semillas para alimentarse. El rey intentó castigarlo, pero era demasiado tarde. Ahora era el pueblo el que lo ignoraba a él. El niño ladrón, comenzó algo que años más tarde llamarían revolución.

Cada noche soñaba con un loco y apostaba al veintidós. Pero nunca ganaba. Del otro lado del sueño, un loco soñaba cada noche con un hombre normal. Pero nunca encontraba un número que lo represente. Cansado de no ganar, el hombre decidió no jugar. Cansado de no encontrar el número, el loco decidió jugar al veintidós. Ese día el número sorteado fue el veintidós. El loco, perdido en sus pensamientos, olvidó que había apostado. El hombre normal, enloquecido por su mala suerte, saltó desde su balcón.

Un anciano de mirada extraviada ingresó en su clase de matemáticas y se paró frente a los estudiantes. “¿Podemos ayudarlo en algo?” le preguntó el docente. “Si” dijo el anciano. “No tengo ninguna manzana, ni nadie a quien dársela ¿Cómo resuelvo esa ecuación?”. “Cero dividido cero es una indeterminación” dijo el docente. Llorando, camino hacia la puerta. “¿Esperaba otra respuesta?”. “No lo sé. Sólo sé que estoy cansado de estar solo y no tener nada que comer” respondió entre lágrimas.

Observaba a las aves en el bosque cuando descubrió una con un ala rota. Él, que llevaba años estudiándolas y afirmaba ser uno de los biólogos que más sabía de ellas, le dijo burlándose: “¿Así que no puedes volar? ¿Pero cómo puedes ser un ave si no vuelas? Eso sólo significa que no eres lo que dices ser. Entonces; ¿qué eres realmente?”. El ave lo miró y respondió: “¿Y qué hay de ti? ¿Realmente eres lo que dices ser? ¿O sólo eres un pobre loco extraviado en el bosque que cree hablar con las aves?

Después de mucho tiempo, volvía a viajar en tren. Estaba feliz por eso, pero algo no estaba bien. El vagón habría estado vacío de no ser por ella y por el hombre que la miraba fijo con una sonrisa macabra. Despertó asustada en el diván del su terapeuta. -“¿Pudiste ver bien su rostro esta vez?” le preguntó éste. -“Sí” respondió llorando. -“¿Y podrías reconocerlo en la corte?”  insistió acercándose a ella con una sonrisa macabra. -“Si ¡Fu usted!” gritó mientras intentaba desesperadamente huir.

Ella no duerme, porque no lo necesita. Sueña despierta, como lo hacen los genios. Como lo hacen los locos. Ella no duerme, porque sabe  que el sueño de los dormidos muere al despertar. Pero los suyos son eternos. Ella no duerme, porque sabe que los sueños de los dormidos no son voluntarios. Pero ella construye sus propios sueños a su antojo. Ella no duerme, porque no lo necesita. Sueña despierta, como lo hacen los genios. Como lo hacen los locos.

La bruja Aífos lideraba el aquelarre. Frente a ella, seis mujeres escogidas por su condición asexual, serían sacrificadas para dar vida a una nueva era de oscuridad. Pero cuando todo estaba listo para iniciar la ceremonia, una voz se elevó desde lo alto interrumpiéndola. “Sofía, es hora de ver a tu terapeuta” dijo su madre. La niña dejó lo que estaba haciendo y caminó feliz hacia la puerta. Su madre, contemplando la escena, pensó: “Estoy segura que ninguna niña juega así con sus Barbies”.

Ella sabía que hay algo que está mal. Donde todos veían negro, ella veía blanco. Donde todos veían blanco, ella veía azul. Donde todos reían, ella se entristecía. A donde todos estaban tristes, ella no iba. Donde todos odiaban, ella amaba. Y nunca conoció un lugar donde todos amen. Donde todos hablaban, ella escuchaba. Pero tampoco conoció algún lugar donde alguien la escuche. Ella sabía que hay algo que está mal, pero sabía que no era ella. Lo que está mal, es esta sociedad.

Hasta su último centavo gastó en obtenerlo, convencido de que lo haría rico. Un majestuoso galgo, de sangre pura. Su postura esbelta era digna de su linaje, que se remontaba muchas generaciones atrás. Pero había algo en ese animal que lo estaba enloqueciendo. Era un perro de raza, y ahora él un hombre pobre.   Incapaz de sostenerle la mirada, y sintiéndose socialmente inferior, colocó un collar sobre su propio cuello y comenzó a dormir a los pies de su nueva mascota. 

Gatea. Y si aún no te sientes libre, aprende a caminar. Camina. Y si aún no te sientes libre, comienza a correr. Corre. Y si aún no te sientes libre, ven a mis brazos. Juntos aprenderemos a volar. 

“Ya no volverás a hacerme daño, porque he encontrado el amor. Y el amor es la mejor cura para cualquier mal” le dijo a su propio reflejo en el espejo del baño, y volteó hacia la puerta. Pero su reflejo no hizo lo mismo. Se quedó inmóvil, mirándolo con su sonrisa macabra dibujada en el rostro. Y antes de que cruzara la puerta, le respondió: “Pronto entenderás, amigo mío, que el amor no cura nada. Tal vez me olvides por unos días. Pero el amor es un placebo, y pronto volveremos a vernos".

Una hoja seca cayó sobre su cabeza y ella comprendió que el otoño había llegado. A su lado un pequeño vástago crecía indefenso. “No soportarás el otoño” pensó; y lo cubrió con su propio cuerpo, esperando que su amor le dé el calor suficiente para resistir hasta la primavera. Pasó a su lado el otoño, y luego el crudo invierno. Hasta que su cuerpo no puedo más, y se desplomó en suelo durante el equinoccio. El vástago sobrevivió y creció. Y desde entonces, cada primavera, florece en su nombre. 

¿A dónde se fue el olor de las flores? ¿A dónde se fue el sabor del café? ¿A dónde se fueron mis pinturas? ¿A dónde se fueron mis libros? ¿A dónde se fue tu rostro? ¿A dónde fue tu voz? ¿Por qué, si fueron ustedes quienes desaparecieron, este desconocido insiste en que soy yo quien no está bien?

El camino es largo si el destino es lejos. Pero para él, que el destino era imaginario, el camino era eterno. Y tanto anhelaba llegar a ese destino imaginario, que cuando su cuerpo se quedó sin aire su alma continuó caminando. Cruzó el purgatorio, el cielo y el infierno sin reparar en los ángeles ni en los demonios que lo veían caminar, y estos no se atrevieron a detenerlo. Continuó más allá del tiempo y del espacio. Y confundido, en la propia nada se detuvo y pensó: “¿Hacia dónde me dirigía?”.

-Esa mujer de la que hablas no es real. Sólo está en tu cabeza. -¿Y quién eres para decidir qué es real y qué no lo es? -Soy un psiquiatra acreditado. Puedes ver mis credenciales colgado en esta pared. -¡Pero si estamos en el parque! ¡No hay ninguna pared realmente! -Ya te he dicho que soy yo quien puede decidir qué es real y qué no lo es.

Miró el reloj y era tarde, ya no podía hacer nada. Decidió mirarlo una hora antes y seguía siendo tarde. Volvió a mirarlo dos horas antes y aun así era tarde. Así que lo miró tres horas antes. Pero era demasiado temprano y decidió seguir durmiendo. 

Vamos a abrazar la locura, aunque sea sólo por un instante. Vamos a caminar por los puentes que cuelgan sobre las cabezas de aquellos que creen estar sanos. Vamos a caminar siempre de la mano. Y tal vez así, ese instante dure para siempre.

Después de años de encierro, por fin era libre. Su nuevo cuarto era tan grande, que hacia donde mirara no veía ninguna pared. De día el techo era azul y luminoso, pero de noche era negro y cientos de luces parpadeantes molestaban su sueño. La primera noche no durmió, la segunda tampoco. La tercera noche no resistió más, y con un disparo en la sien, apagó todas las luces para siempre.

Siempre le habló a las piedras, y ellas a él. Oía sus problemas  y las aconsejaba. La gente se burlaba. El terapeuta de piedras lo llamaron. Y por ello, pensó que algo en él estaba mal. Con la ayuda de un doctor, se convirtió en una persona tan normal como los que se habían burlado de él. Pero ahora, sin nadie con quien hablar, su vida no tenía sentido.   Enfadado, comenzó a arrojar las piedras al río. Y cuando notó que en el mundo había demasiadas y nunca terminaría, arrojó su propio cuerpo.

Miró la iglesia frente a él, y miró su cuadro. Estaba terminado y ambos eran idénticos. “¿Realmente esto es arte?” pensó mientras encendía un cigarrillo, que arrojó una pequeña brasa sobre la pintura. Instantes después, vio el retrato de la iglesia arder frente a sus ojos. Nunca había visto algo más hermoso en su vida. “Eso sí fue arte. Pero duró unos instantes, y sólo yo puede verlo” pensó. Volvió a mirar la iglesia. “¿Acaso no sería hermoso llevar este arte a otra escala?” pensó. 

Era la pelea por el campeonato. La última y más importante de su vida. Frente a él, el único peleador que estaba a su altura: su propio reflejo en el espejo. Golpeó con un Cross de derecha, rompiendo el espejo en miles de fragmentos que se incrustaron en sus ojos. Ciego, ya no podía seguir peleando. Era la pelea por el campeonato. La última y más importante de su vida. Y acababa de perderla contra su propio reflejo. Ya nunca más podría volver a pelear. 

Están quienes caminan por el mundo de los cuerdos. Están quienes caminan por el mundo de los locos. Y también estaba él, que ni curdo ni loco, caminaba por la delgada pared que divide esos dos mundos. Y muy loco para los cuerdos, pero muy cuerdo para los locos, vivió solo por un tiempo. Tal vez, demasiado tiempo para un cuerdo. Tal vez, muy poco tiempo para un loco. Hasta que la conoció a ella. Y como el amor sólo está reservado para los locos, decidió saltar de su muro hacia la locura