¿Alguna vez has vivido la calma abismal de encontrarte completamente sola a la mitad de la calle? ¿Qué nada más importe más que el sonido de tu alrededor?
A mí en dos ocasiones.
La primera vez me encontraba en mi dormitorio con diecisiete años a punto de comenzar una nueva etapa en mi vida. Mis padres poseían una casa en un acantilado en el condado de Sunderland, apenas de dos pisos, tres habitaciones y un solo baño para cuatro personas. Una lluvia torrencial arrasaba en la costa unos días antes de mi despedida, las olas golpeaban con brusquedad las rocas del acantilado y a unos cuantos kilómetros hacia arriba me encontraba yo, escuchando el choque específico que producían, recuerdo haber cerrado los ojos para concentrarme en el armonioso, pero devastador ruido que la naturaleza realizaba aquella noche. No desperté hasta la mañana siguiente con una calma interior extraordinaria tanta que el simple latir de mi corazón era diferente, yo era diferente.
La segunda vez siete años después.
Me encontraba boca arriba con la oscuridad y los rayos de la tormenta iluminando el cielo. Pedazos de vidrio reposaban en mi cabello, los sentía claramente cada pequeña fibra. El agua de la tormenta caía con furia sobre mi cuerpo inmóvil empapando mis ojos, esta me impedía abrirlos por completo. Deseaba poder moverme, quería tan siquiera poder abrir los ojos, pero me era imposible. Decidí mejor dejarme llevar por el ruido de la naturaleza, el viento y el agua alzando hermosas melodías, me quedé dormida.
No se cuánto tiempo permanecí así hasta que el frio en mis huesos me despertó.
La lluvia había cesado, pero el desastre seguía a mi alrededor. Nadie nos había encontrado. Aun.
Logre abrir los ojos sin pensar en levantarme aun, primero tenía que asegurarme de que estuviera bien físicamente. Trate de alzar la cabeza, pero una pulsación involuntaria en mi abdomen me obligo a colocarla de nuevo sobre el césped. Espere a que el dolor cesara y opte por voltear la cabeza a la derecha. A un par de metros yacía un enorme pedazo de metal, del tamaño de la puerta del auto, aunque exactamente no sé qué parte se trataba, pudo haber sido el techo fácilmente. La simplemente imagen del auto desecho hizo que el pánico se apoderada de mí.
Deseaba por un momento regresar unos minutos, unas horas, unos días, unos años.
Mi corazón palpitaba, cada vez más lento, si este era el fin temía mucho marcharme en silencio y sin ser encontrada.
"Quiero verlo" - me decía volteando la cabeza para intentar ver algo más allá que el pasto y cientos de trozos de metal a mi alrededor.
Entonces comenzó la etapa de desesperación.
Grite, y enseguida las lágrimas aparecieron mojando aún más mi rostro empapado por la lluvia.
- ¡Ayuda! - logre decir sintiendo pulsadas en la cabeza, dolor en los brazos y piernas, incapaz de reunir mis fuerzas para intentar incorporarme. - ¡AYUDENME POR FAVOR!
Definitivamente mi momento de marcharme de este mundo aun no llegaba. Aun tenia algo por lo que pelear, algo por lo que seguir luchando día a día. Levantar a mi nación.
Con mi país en mente reuní las fuerzas, aparte el dolor soltando gritos y lágrimas, mientras me sostenía el abdomen por el dolor. Pronto lo palpé y sentí un pedazo de metal incrustado en mi derecha, pronto comencé a temblar del impacto de sentir y ver mi cuerpo destrozado.
Me encontraba sentada sobre el pasto ahora, tratando de dar credibilidad de lo que mis ojos capturaban para el recuerdo. Del auto no quedaba nada, todo estaba destrozado, pedazos por todos lados, sobre mí, el pasto, el pedazo de asfalto negro que lograba ver y algunos pedazos más en el árbol.
Ni siquiera sé cómo terminé en el pasto, hubiera sido peor si hubiera aterrizado en el asfalto, pensé.
- ¡ALAN! - grite esperando que me escuchara - ¡ALAN!
Gritaba su nombre esperando respuesta y sollozando con cada segundo de silencio.
Después de un par de intentos me di por vencida. La desesperación y tristeza de todas mis acciones me consumieron que fui indiferente de mi alrededor, me rodee el abdomen magullado con los brazos y me encerré en mi mundo llorando cada decisión que había tomado y me había llevado a ese momento de quiebre.
¿Acaso lo había perdido?
No sé cuánto tiempo paso cuando el paramédico me toco el hombro para sacarme de mi quiebre.
- ¡Encontré otro herido! – grito el paramédico pelirrojo.
- Alan - logre murmurar mientras comenzara a ver mis heridas.
- Descuide señorita - me dijo el hombre con una voz dulce como si se trata de un infante al que estuviera atendiendo - Todo estará bien, la ayuda llegó.
- Alan - continue a murmurando mientras el hombre colocaba una luz cegadora en mis ojos comprobando la dilatación de mis pupilas.
Murmuro algo que no comprendí a un segundo paramédico que llegaba con una camilla en las manos, la coloco en paralelo unos centímetros a la derecha donde me encontraba sentada, mientras el primer paramédico examinaba el pedazo de metal que tenía incrustado en el abdomen, con su ayuda fui capaz de acostarme en la camilla y me llevaron directo al ruido.
Era un pandemonio la escena que escuchaba.
Sirenas de ambulancias, combinadas con las de los policías resonaban en mi cráneo, sin contar toda la cantidad de luces, entre ellas unos que otros flashes.
No muy lejos de donde me habían ayudado los paramédicos se encontraba un segundo el auto volteado rodeado de socorristas y paramédicos intentando sacar a otro herido o partes de él. Del otro lado un tercer vehículo, una camioneta familiar destrozada en el pavimento con otro montón de gente ayudando y auxiliando a quien lo necesitaba, no muy lejos de aquella escena varios autos se habían detenido, simplemente porque el accidente ocupada ambos carriles y el movimiento se había detenido por completo.
- Señorita - me hizo salir del trance la voz del primer paramédico una vez ya acomodados y con la ambulancia en movimiento.
Volteé a verlo y en sus ojos vi esperanza, de que por un milagro estaba con vida.
- Puede decirme su nombre - continúo observando que mi atención era de él y que por alguna extraña razón que aun desconocemos yo seguía consciente.
- Allison - conteste casi en un suspiro.
- Su apellido señorita - continuó hablando para distraerme de lo que el segundo paramédico me inyectaba en mi brazo.
Tomé aire y por primera vez acepté mi apellido.
- Tudor - conteste en un tono más alto asegurándome de que todos en la ambulancia me escucharan - Allison Rose Tudor.
Ambos hombres suspendieron por un instante sus actividades solo para mirarse asustados y sorprendidos, de que ante ellos, tuvieran en sus manos salvar mi vida e integridad, la vida de la última integrante de la antigua dinastía Tudor.
Termino de anotar el primer paramédico sin pedir más datos.
El sonido de la ambulancia empezó a ensordecerme junto con la morfina que me aplicaron y antes de volver a sumirme en un profundo sueño, solo pude decir una última palabra.
- Alan.
Abigail Rosas
