Te ví. En aquella sala, sentados en cada extremo. Mirando los ladrillos como si fueran un espejo, mirando el televisor apagado para tener algo en común. La vestimenta sin reflejar lo que éramos, la identidad en segundo plano y nuestras maneras de ser, en el cajón de nuestras habitaciones. Cuando anotábamos algo, sólo la mano nos guiaba; y quien diría que después, sería la única que nos guiara mientras repasamos los poros del otro, aunque no seamos tan diestros.
Sin saber que existíamos, nos decían nuestro apellido, y volteábamos. Inocentes, no veíamos al otro.
Te saludé. En aquella cafetería, sentados en la mesa. Reparando lo que tanto quería, y también las cosas que venden. Los temas de conversación fluían de bocado a bocado; temas rápidos de cuarto de libra; de cuarto impersonal. Los ladrillos ahora eran espectadores; y quien diría que después, espectáramos con una sonrisa tan plácida el rostro de nuestro centro de atención, a pesar de los marrones de la vida.
Sin saber que nos consumíamos, nos decían "tengo sueño", y volteábamos. Inocentes, sólo podíamos ver el envoltorio del otro.
Te abracé. En aquel café-bar, apoyados en aquella columna. Mi mano temblaba por lo fría que resultaba tu chaqueta, tejiendo rechazos subliminales a cada toque. La decoración rudimentaria pero perfecta; el escenario, caótico pero congelado en ese momento (curiosamente, el que nos hizo recordar esa noche como algo bonito). Tal vez por eso nos sentíamos tan desconectados del otro. Queríamos mojarnos y hablar de cualquier tema, pero el frío era tal, que los últimos momentos de pasíon, se vieron reflejados en un excesivo calor, después de quedarme sin voz por ver lo cálida que era la tuya.
Sabiendo que había algo, bromeaban con nosotros y volteábamos. Inocentes, cambiábamos de tema y silbábamos una melodía; la melodía del aire chocando con los témpanos.
Vielen Dank für das Lesen!
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