Maite se despidió de su gato Tomi y se miró en el espejo de la entrada como todas las mañanas. Su pelo rojizo le llegaba por los hombros y sus pecas, que adornaban su rostro parecían haberse multiplicado, su nariz respingada y sus ojos color avellana le daban un aspecto juvenil, casi aniñado, pero sus lentes de pasta negra le hacían parecer más grande.
Se miró en el espejo una vez más, su camisa blanca estaba correctamente acomodada y la falda de su uniforme le llegaba casi a las rodillas, sus piernas se veían suaves y tersas, sin ningún pelo, cosa que molestaba a Maite, que quería ser igual a las otras chicas.
Maite colgó su mochila en su espalda y salió de su casa, miró la hora en su reloj, eran las 9:15 de la mañana, llegaría tarde a la escuela, miró en su reloj la fecha: 25 de julio del 2019. Caminó velozmente por la calle, atravesó la plaza y el puente ubicado en ella, bajó a la calle otra vez y es casi pisada por un colectivo que parecía volar en vez de andar.
Un poco despeinada y descolocada por el reciente incidente, volvió a mirar la hora, miró extrañada su celular, el reloj que había en la esquina y le preguntó a un transeúnte que pasaba por allí. Todos los relojes marcaban la misma hora 9:30 pero con la fecha del 25 de julio del 2029, no podía ser.
Siguió caminando sin saber a donde ir pero con menos prisa, pasó por una tienda y al verse en la vidriera no lo podía creer, se veía más grande, se veía más alta y le habían crecido pelos en las piernas, pelos rojos y largos, ya no parecía aquella niña de 12 años, sino la adulta de 22.
Maite pensó por un momento, no podía ir a la escuela porque ninguna mujer de 22 años asistía a la primaria, observó en su mochila y encontró dinero que no sabía de donde provenía y descubrió que sus libros de Ciencias Naturales no estaban, ni tampoco estaba su cartuchera de brillitos ni su agenda de dinosaurios, lo que la entristeció.
Miró con atención la vidriera y entró, era un negocio de tazas, le gustaba ser grande. Estuvo allí unos cuarenta minutos, luego cuando salió de la tienda, vio la taza que había comprado, una color esmeralda muy bonita, sonrió mirándola y la metió en su mochila, luego paseó por la plaza muy contenta.
Al rato se sentó en un banco, estaba cansada, mientras miraba a las palomas caminar se preguntó donde viviría y sintió pánico al pensar que ya no viviría con su madre ni su gato Tomi, ya que ya no era una niña de 12, sino una mujer de 22.
Se hacía tarde, eran las 17:15. Maite se levantó y caminó de regreso a su casa, pasó otra vez un colectivo que casi la pisa pero ella ni siquiera se percató, ella solo quería llegar a casa. Abrió la puerta, consultó la hora y vio que eran las seis en punto, hora habitual de su llegada, cuando se vio al espejo de la entrada se vio igual que esa mañana: bajita y de 12 años, sin un pelo en las piernas, en su mochila encontró sus libros de Ciencias Naturales, su cartuchera de brillitos y su agenda de dinosaurios.
Miro la hora, eran las seis pero la fecha marcaba el 25 de julio del 2019, silbó de felicidad e hizo su baile de la victoria. En su mochila también se encontraba la taza color esmeralda.
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