La especie perfecta Follow einer Story

Recuerdo que, en aquel tiempo cuando podíamos salir de casa, yo me encontraba acostado boca arriba en el pasto. Sólo mirando al cielo, sólo conmigo mismo.

No sé qué me llevó a pensar en tantas cosas tan poco comunes. Tal vez ver la inmensidad del cielo, tal vez escuchar música tan inspiradora… pero empecé a dilucidar con la música y el ser humano.

Resulta que la música se guía por las frecuencias de onda que lleguen a nuestro oído (el cual va de 20 hz hasta 20.000 hz, aproximadamente), y que, en base a esas frecuencias, se determina el espacio que aquellas canciones ocupan en la memoria del teléfono. Una razón por la cual escuchamos esas frecuencias (y no otras mayores o menores), es nuestro tamaño; los elefantes escuchan más graves, los ratones escuchan más agudos. Para hacerlo más plausible, ellos lo comparaban con las frecuencias que escucha el susodicho ratón que, cabe recalcar; escucha frecuencias de hasta 200.000 hz (es decir, unos agudos que dan hasta miedo). Y claro, ellos decían que el peso de esa hipotética canción no podía ser almacenado en nuestras mejores USBs.

Es decir; estamos hablando de que nuestra tecnología, la cual puede correr juegos en calidad incluso realista, no puede albergar el espacio de una sola canción para ratones. Entonces ahí me puse a pensar en que tenemos “oídos privilegiados”; me voy a explicar mejor. Oímos las frecuencias suficientes (en cuanto a graves) para tener un buen espectro del sonido, pero tampoco tenemos un espectro tan amplio que nos impida escuchar música si no es en vivo. Es maravilloso.

«Aún me acuerdo cuando, en mi niñez, podíamos guardar 8 GB de canciones y nos sentíamos los reyes de mundo; con nuestro MP4 por todos lados, como quien presume ahorita un iPhone 11X (o la versión que esté de moda, yo qué sé). Entonces, cegado por tal maravilla descubierta, me dispuse a pensar en más cosas».

¿Y qué tal si hablamos de las construcciones? podríamos aprovechar los recursos si fuéramos más pequeños, pero eso significaría también que estímulos externos nos podrían hacer daño con mucha más facilidad, como hormigas muriendo por sentir gotas de agua como avalanchas antárticas. Y descubrí que ahí también estamos en el tamaño justo. Ni muy grandes como para destruir todo a nuestro paso, ni muy pequeños como para afectarnos fácilmente; o como para no poder salir a explorar el espacio, por ejemplo.

¿Y sabes qué más? no sólo estamos perfectos en tamaño, sino en momento. Ya después de haber salido de ese trance ocasionado por las nubes, leí un artículo que también hablaba del espacio; y del tiempo. Si a toda la edad que tiene el universo le quitamos un cero (tan sólo uno), y supusiéramos que pudiéramos vivir en ese momento, estaríamos muy precoces si quisiéramos explorar el espacio. Todo sería una masa extraña y colisiones constantes que no nos dejarían espacio a hacer deducciones claras del mundo que nos rodea. Y si le añadimos un cero, estaríamos solos: todas las galaxias se hubieran alejado lo suficiente para, ni siquiera, alcanzarlas con la velocidad de la luz, y sólo nos quedaría hacer ciencia incompleta, inocentes; pensando que el mundo siempre fue así.

Y esto se aplica a todo. A las ondas de color, a la capacidad sobrehumana que tenemos para adaptarnos, o a tener la inteligencia suficiente para descubrir qué es el amor, pero no la suficiente para suicidarnos buscando su versión utópica. Y sienta bien.

Después de pensar tanto en que el universo va a tirar por la borda todo nuestro progreso (si no es que lo hacemos nosotros mismos), quiero sentirme orgulloso de vivir en la época perfecta y ser de la especie perfecta como para poder progresar y hacer cosas que ningún otro ser pueda hacer jamás. Y tú también haces parte de esta época.