Esperando, el vacío de la eternidad se funde con el atardecer. La noche no llegará nunca y la mañana ha desaparecido, su luz se le ha negado a quienes ya hemos muerto. He sido maldecida y, en medio de mi condena sufriendo cada minuto, cada año, cada década de un tiempo sin final, no hay lágrimas para llorar la vida que se marchitó.
¡Ah! La sed de sangre es insuficiente para darle color a mi alma reseca. El líquido rojo se desliza por mis labios y queda ahí; mis mejillas siguen pálidas y descubro que, en verdad, aún quedan lágrimas.
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