adria-subirats1543353068 Adria Subirats

El viaje de un simple vagabundo hasta tierras inhóspitas i poblados recónditos. En sus viajes recogerá historias i objetos, con ello, algunos le llamaran cuentacuentos, otros mago. Algunos le repudiaran por su naturaleza nómada, otros lo coronarían rey, pero él es feliz con su travesía y su propia compañía. Si veo que la historia gusta, podría hacerla interactiva. Así que ya sabeis dadle apoyo ;)


Abenteuer Alles öffentlich.

#solitud #viaje #nieve
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Bengalas del viajero

Estaba sentada delante de mí, llevaba las mismas ropas de siempre aunque hoy, además, llevaba un grueso manto de pieles de animales.

Desde que llegue a este pueblo ella es la única que se ha dignado a hablarme, siempre aparece vestida de un blusón blanco grueso con cuello Y una falda roja larga. Sus andares cuidadosos se rompen con el ruido de sus geta de fresno blanco repicando contra la fría piedra que forma el pavimento.
Desde la capucha puesta de su manto, puedo ver el carmín rojo en sus labios carnosos siempre tan intenso, el profundo marrón en sus ojos medio rasgados que siempre penetran cada esquina de mi alma y su corto pelo tan negro como el azabache. Me pongo nervioso cada vez que la veo, cada vez que me sonríe… Pero hoy, hoy no es una sonrisa alegre que muestra felicidad, sino una expresión seria de preocupación y tristeza, lo que cubre su rostro.
Yo, como siempre, vuelvo de un día de caza no muy provechoso. Con el par de liebres blancas, podre hacerme algo de abrigo para poder sobrevivir a este horroroso frio que cala mis huesos a diario. Y con las setas que he recolectado de la parte húmeda del bosque, podre comer durante un par de días.
La nieve cae despacio a nuestro alrededor, estamos los dos solos bajo la luz de la luna a las afueras del pueblo. Farolillos de papel, situados detrás de los campos de arroz que rodean el poblado son la única fuerza lumínica de la zona, así que siendo la luz casi ínfima es difícil ver más allá de las sombras y la oscuridad.
Me acerco a ella y le brindo un saludo, ella se sobresalta. Supongo que no espera a que nadie estuviera tan loco de vagar por el bosque a estas horas. Aunque la primera expresión de su cara no parece ser de asombro, sino de puro terror. Sonrío con mis finos labios escondidos debajo del matojo de pelo que hago llamar barba y levanto, tímidamente y con una torpeza natural, una de mis callosas manos en signo de paz, mientras aguanto las cosas con la otra.
Sonríe falsamente. Realmente quiere estar sola, la entiendo, no es que disfrute de la compañía de los demás habitantes del pueblo, debe de haber sido un día duro. Su pelo se mece a fervor del viento y me parece ver con el poco brillo de los farolillos que sus ojos están llorosos, así que me agacho delante de ella dejando las cosas en el suelo a mi lado y recojo sus pequeñas y fuertes manos.

Durante mis viajes recojo muchos objetos interesantes, tonterías que normalmente solo les interesarían a un niño, pero que ahora, a cientos de lunas de viaje, parecen magia extraña. Muchos días han pasado sin hacer sonreír a nadie, la gente del pueblo no deja que sus hijos se acerquen a mí por el miedo, sin fundamento, a que les haga algo, así que aún conservo muchos de esos objetos.
Meto mi mano debajo de mi capa y saco una ramita alargada y pulida que compre a un mercader ambulante en una ciudad lejana al oeste, hacia mi tierra natal... El mercader, me dijo que si le prendía fuego a la punta millones de chispas crecerían a su alrededor.
Se la dejo en una mano mientras enciendo una vela sin decir nada, ella, conocedora de mis artilugios, mira impaciente todos mis movimientos como si intentara aprender un baile nuevo mientras se seca los ojos húmedos con la mano libre, así que me predispongo a hacer algo de teatro para las escena.

Una vez encendida la vela, le cojo la mano que tiene libre y con un tirón fuerte hago que se ponga de pie, luego le hago dar una vuelta para que se coloque en mitad del camino. Consigo que se me apague la vela, con tanto aspaviento. Así que, mientras, de nuevo, la enciendo, le explico que lo que va a pasar es muy peligroso, que la ramita es en realidad una varita y que solo con un sentimiento poderoso puede hacer que funcione, le cuento también que debe cogerla con las dos manos y alejarla de su cuerpo, pero que pase lo que pase no debe soltarla o un gran incendio la engulliría al no poder controlar sus sentimientos.
Una vez acabada mi explicación, me aclaro la garganta y con voz grave pronuncio unas palabras en mi idioma natal, que para ellos es como el druídico. Mientras tanto, acerco la vela hacia ella, le pido que cierre los ojos y que se concentre en algo que le provoque unos sentimientos fuertes, le dejo unos segundos para que piense y luego acerco la llama de la vela a la rama.
Mientras doy un paso hacia atrás, pronunciando nombres de plantas al azar, miles de chispas empiezan a salir de la varita y ella abre los ojos, primero cegados, luego como platos para no perderse ningún instante de eso que parece sacado de un cuento de hadas. Sonrisa, sonríe como nunca le había visto hacer y gira sobre si misma durante un pequeño lapso de tiempo antes que la rama deje de hacer chispas. Luego, se gira hacia mí que, previendo su movimiento, me había puesto a recoger mis cosas. Me llama pidiendo con unos tirones y empujones efusivos que reconozca su increíble poder, que le de la notoriedad de maga que se merece. Yo le respondo, con tono sarcástico , sin intentar esconderlo, que ha sido increíble, aunque he visto de mejores y me pongo en marcha antes que ella pueda pedirme más.
Normalmente la cosa se acabaría allí, pero esta vez, ella me sigue y me pregunta que donde he aprendido a usar esa magia, como acabe consiguiendo esa varita y decenas de preguntas una detrás de otra. Respondo con algunas verdades y otras tantas mentiras para que su imaginación baile en vez de preocuparse por lo que fuera que le preocupaba cosa que da resultado, por su inquebrantable sonrisa y la pérdida de su diaria y natural formalidad que demuestra normalmente de cara a la gente del pueblo.
Me doy cuenta de los lascivos ojos de la gente nos atacan al pasar por delante de sus casas, normalmente recibo esa clase de miradas, pero las de hoy vienen acompañadas por ira, por desprecio hacia la manera de actuar tan infantil que está demostrando ella. Finalmente llegamos a mi pequeña choza, un habitáculo pequeño y pobre que al menos me aporta techo y paredes. Se encuentra en las afueras del pueblo, entre los campos de arroz del lado norte.
Allí dejo mi carga mientras sigo siendo acosado por ella, intento despacharla con evasivas y resoplidos, pero ella se sienta en el suelo pidiendo más y más historias. Cansado y consiente de lo que pensaran la gente si se queda mucho más allí, le digo que debería descansar, que se vaya a casa, que su marido la estará esperando mientras me doy la vuelta.
Entonces, un pequeño tirón en el camal del pantalón, me frena de avanzar. Temiendo que ella hubiese hecho caso omiso a mis palabras, inspire mucho aire y me gire con intención de cogerla con un ataque de cosquillas y enviarla hacia la puerta, pero lo que me encontré, fue una cara llena de lágrimas de tristeza y un abrazo. Despacio y sin saber muy bien que hacer, coloque mis brazos a su alrededor, me senté cerca suyo y deje que llorara y llorara hasta que se quedó dormida, entonces la estire en mi cama y me fui a fuera, parece que lo que antes era una débil y lenta precipitación de copos de nieve ahora se había convertido en una ventisca que mecía los arrozales con cierto poder y hacia bailar los farolillos con bastante fervor.
Quedarse fuera no es una opción así que vuelvo a entrar y enciendo un fuego que nos proteja del frió de la tormenta y me quedo allí sentado mirándola sus llantos ruidosos ahora se habían convertido en respiración tranquila y profunda. La vio temblar así que me acercó para darle la manta. Al estar más cerca de ella empezó a pensar y, no pudiendo recordar el último momento en que alguien se me abrió de esta manera, maldijo su vida de vagabundo y lloro. De impotencia, de frustración, de angustia a la soledad y de nostalgia a su juventud hasta que él también se quedó dormido sentado al lado de la cama.
No tardó mucho en oír los golpes en la puerta, lógicamente la gente del pueblo habrían avisado al marido que ella estaba allí. Al parecer, no se había despertado así que abrí la puerta y la cerré tras de mí. Tres hombres se encontraban allí, vestidos con ropajes lujosos y peinados pomposos, exigiendo con voz estridente que hiciera salir a su mujer el hombre del medio me pego un empujón a lo que continuaron un escupitajo y unos insultos. Pedí que se marcharan que mañana por la mañana ella volvería a casa, pero que ahora estaba dormida, pero ellos no hicieron caso, sino más bien aceleraron sus burlas y desprecios. Yo respondí entrando en casa y sacando un hacha les volví a decir que se fueran. Dos se fueron y se quedó el marido que con voz temblorosa me pidió que al menos le dejara ver que estaba bien.
Después de vacilar durante unos instantes le deje entrar con la condición de que no hiciera ruido, él se quitó la nieve de encima y paso dentro, puse a cocer unas hierbas aromáticas sobre el fuego mientras le ofrecía una ropa más caliente, el acepto ambas y luego se sentó en una silla cerca del fuego. La miro y suspiro, me contó que hoy se habían peleado y ella se había ido corriendo, que llevaba buscándola toda la tarde por el bosque con miedo a que le hubiera podido pasar algo, yo callado le ofrecí la bebida que cogió con las dos manos para entrar en calor y continuo, dijo que había oído que yo era una mala persona y que cuando se enteró al llegar que ella estaba en mi casa le entro el miedo y pensó en lo peor, pero que viendo que ella estaba bien se sentía más tranquilo.
Tras un rato de silencio pidió por donde la había encontrado, porque había hecho para que sonriera, porque él nunca lo conseguía y otra serie de cosas a las que conteste con la mayor sinceridad posible. El satisfecho con mis preguntas se acercó más a mí y siguió preguntando sobre mis viajes y sobre mis historias, sobre quien era, porque era un vagabundo… Hasta que después de un rato la misma respiración calmada que venían de la cama se escuchaba del hombre que estaba estirado a mi lado así que también lo lleve a la cama y me quede fuera esta vez con la noche abierta sin nieve cayendo.
No tardaron mucho en volver los problemas, fumando de mi pipa, me di cuenta que los dos hombres del esposo volvían esta vez con doce hombres armados con azadas y antorchas. Me levante y me puse andar hacia ellos desarmado y cuando les chille que los dos estaban durmiendo en mi casa que podían ir a comprobarlo, a poder ser sin hacer ruido ellos se relajaron. Se aseguraron que los dos estaban bien antes de dejarme acercarme otra vez y una vez salió el hombre que lo confirmaba, les pedí que los dejaran dormir allí. Todos se miraron y luego miraron a los 2 hombres, estos aceptaron mi petición. Y por fin llego la calma y no más visitas no más sobresaltos.

11. Februar 2020 11:18 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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