Sintiéndome como una completa basura, un ser repugnante, como una cucaracha cuyos órganos se mostraban desnudos, pastosos y fríos mientras alguien exclamaba “Que asco” porque estaba pegados en su suela. Me paré firmemente ante la tumba de mis padres, cogí la pala y empecé a cavar sin descanso.
Bajo las relucientes lápidas que recién habían instalado, miré al cielo y supe que quizá esta sería la última vez que tendría permitido en verdad mirarlo. Romí a llorar y pronuncié las últimas palabras que diría a los cuerpos inertes y calmados de mis padres.
Perdónenme, pero necesito comer.
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