En un cálido tiempo veraniego, le conocí. Su sedoso cabello castaño flameaba en el viento resplandeciente con los rayos del sol; su apuesta figura, similar a un dios griego, hacía que las chicas retrocedieran para contemplar; su bello rostro como soplo refrescante era armónico y subyugador; el fulgor seductor de sus ojos grises, aprisionaban sin piedad y sus carnosos labios invitaban a probarlos. Su imagen era un insulto al resto de hombres por lo bueno que era visualmente hablando.
Presa de su energía magnética, me quedé parada observando su pragmática hermosura antes de la entrada a la iglesia. De pronto, mi respiración se agitó, mis palpitaciones yacían frenéticas, mi sexo se contrajo y calor desbordante emergía desde adentro como un volcán. Estaba deseosa y mojada por ese desconocido. Era como si hubiese estado en el desierto y moría de sed; solo que no me he dado cuenta hasta este preciso momento.
En medio de mis ensoñaciones, conseguí de mi madre una fuerte reprimenda por no proseguir; según ella no alcanzaríamos a tomar asiento. A empujones ingresé a la casa del señor, y desganada me senté en la butaca que ella designó para mí.
El sacerdote continuó con la misa programada mientras los asientos vacíos se iban llenando. No presté atención al mensaje porque mi mundo parecía decaer por reconcomios inexplicables.
En búsqueda de algo que apacigüe mi alma, lo encontré a él, sentado a tres sillas por delante. Continúe contemplándolo e imaginando escenarios atrevidos con ese extraño. No era propio de una dama, pero me sentía atrevida, achispada, y sensual. Me sentía mujer por primera vez.
Tuve miedo cuando me percaté que estaba mirándome de soslayo, pero al mismo tiempo, lo ansiaba, deseaba que se fije en mí. Era extraño, en el fondo sentía como si ya le conociera. Estaba segura de que ya no sería la misma. Era perturbador como de un flechazo todo mi mundo se estremecía y dejaba de ser.
Pensé que todo quedaría ahí, pero el tipo misterioso apareció en otras ocasiones. Era una persecución excitante y silenciosa.
Mi corazón dio un brinco cuando se ofreció llevarme a casa; según él, temía por mi seguridad, lo confesó con voz temblorosa. Su cortesía se convirtió en la excusa para vernos a diario. No lo cuestioné; la felicidad de tenerlo cerca era indescriptible.
Lo ame aún más, cuando me confesó sus sentimientos de amor por mí. Nuestros mundos convergieron caóticos, nuestras miradas se encontraron, mis labios se hallaban sobre los suyos en un baile enardecido; la cuerda invisible tira, convirtiéndome en prisionera voluntaria de su influjo; mi nivel de excitación se incrementó a niveles estratosféricos, teniendo que hacer un esfuerzo titánico para separarme de él. Me imaginé vivir perenne a su lado y establecer un futuro juntos. Sin embargo, transcurrido unos meses, no estaba tan segura de eso. Nuestras interacciones eran mínimas y frías; no existían demostraciones de afecto. Mi inseguridad se acrecienta porque nadie sabe de nuestra relación; me pidió ocultarlo, nadie se encontraba al tanto de la confusa situación, solo nosotros.
Lo vislumbro, sentado en el asiento del parque predilecto para nuestros furtivos encuentros, mientras mantengo una virulenta lucha interior porque resisto a creer que su cambio se deba a que él pertenece a un estatus social más alto que el mío. Sin embargo, necesito acallar mis pensamientos, estoy dispuesta a decirle lo que siento, esperando a que mis palabras hagan eco y resuenen en lo más profundo de su alma.
—Necesitamos hablar. —decimos al unísono; me reí por la sincronía entre nosotros.
—Di lo que tengas que decir. —susurra con mirada esquiva.
—Te amo cielo. —farfullo insegura; era tan frío que podría pasar por un témpano de hielo.
—No vuelvas a repetir eso. — masculla molesto.
Conocía esa actitud, la adoptaba cuando las cosas no salían como se suponen que lo harían; ahora estaba segura de que algo no andaba bien.
—¿De qué se trata Diego? ¿Qué te ocurre? ¿Desde cuándo es pecado confesarte mis sentimientos? —refuto con las lágrimas comenzando a pugnar por salir a raudales de su origen, escociendo mis ojos en el proceso.
—¡Cállate! —exclama aún más molesto.
—No me pidas que me calle, te amo. —replico con el corazón en la garganta; mi vida parece desmoronarse frente a mí.
—Lo digo por tú bien Carolina. No querrás hablar conmigo tampoco después de que te exponga mis argumentos. —murmura con solución salina asomándose en sus pupilas; lo que oculta es el motivo de su dolor, al igual que será la tristeza mía.
—¿Cuáles son aquellas razones por las que ya no puedo amarte? —le incito a que me diga una respuesta que no quiero oír.
—Dentro de dos semanas me casaré con Lady Elizabeth Williams. —argumentó prolijo mirándome por fin a los ojos.
—¡Felicidades! Me alegro mucho por ti. —respondí con la misma quietud que él; las ganas que tenía de llorar se habían desvanecido por completo, ya no quedaba nada más por lo cual debiese dedicar mis pesares. Él había decidido por los dos.
Como toda mujer herida, tomé la poca dignidad que me quedaba para abandonar el sitio a contarle lo sucedido a mi madre. Lloré por horas en su abrazo porque mi infortunio le causo indirectamente perjuicio a ella.
—Respira cariño, llora todo lo que tengas que llorar… Ahora todo está bien. Estas por fin en casa. —la escucho murmurar con voz rota —¿Él sabe que eres la heredera al trono? —me indaga luego de un rato.
—No mamá… No lo sabe. —musito molesta; siento que todo esto no habría sucedido si hubiese sido honesta con él desde el inicio, pero quería que se fijara en mí por lo que soy, no por mi dinero.
—Bien, ve a descansar hija. Desde mañana empezaremos nuestra venganza… Ese chico se arrepentirá de haberse burlado de ti… Lo juro. —manifiesta con un brillo malicioso en la mirada.
—Gracias mamá. —respondo atiborrada de determinación.
Me dirijo a mi recámara con sentimientos contrapuestos fluyendo incesantes por mis venas.
Amor…
Odio…
Deseo…
Miedo…
Frenesí…
Venganza…
Vielen Dank für das Lesen!
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