khbaker K.H Baker

Amalia es una niña aventurera, pero al mismo tiempo llena de miedo tras la pérdida de su gran amigo y fiel mascota, Pancho. Acompaña a Amalia a vencer su miedo y descubre que vivir aventuras no es nada malo. Imágenes pertenecientes a Ato Recover -Amy&Tim- Historia para el reto 'El cuento para niños' de la copa de autores.


Kinder Alles öffentlich.

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¡Gracias, Pancho!

1

Amalia era una niña soñadora, cada día se levantaba de la cama con ímpetu y con cantidad de historias que contarle a su madre, pero también era una pequeña asustadiza que tenía miedo del mundo exterior desde que su amigo Pancho, un perrito que sus padres le regalaron por su cumpleaños hacía unos años, se puso muy enfermo. Para una niña de siete años como Amalia, aquello supuso un gran cambio en su vida, le llevó a pensar que las amenazas estaban en cualquier parte del mundo y que ella no quería enfermar como Pancho lo había hecho. Eso la llevó a recluirse y a querer dejar de jugar con otros niños por miedo a hacerse daño, o para evitar estar presente si otros niños se lo hacían.

Aquella misma mañana, cuando Amalia bajó a desayunar, le relató a su madre, punto por punto, el sueño que había tenido. En él, había estado en un hermoso lago de aguas cristalinas donde, al reflejarse, aparecía todo aquello que más deseaba en el mundo.

—¡Y entonces me acerqué y metí el pie en el agua! —exclamó con energía mientras abrazaba a su conejito de peluche.

—¿Sí? ¿Y qué pasó entonces? —preguntó su madre, sin perder ni un solo detalle de la historia de su hija.

—¡Podía caminar sobre el agua! —La pequeña estalló en una sonora risotada que se contagió en el rostro de su madre. Ver así a su hija la llenaba de satisfacción y, al mismo tiempo, le apenaba que no estuviese disfrutando de su infancia como cualquier niño de su edad—. Entonces vi a Pancho al otro lado del lago —añadió la pequeña, un poco decaída al revelar aquella parte del sueño—, y estuvimos jugando y corriendo mucho, pero no me puse triste porque el lago me concedía todo lo que deseaba.

—¿Y qué es lo que más deseabas? —le preguntó su madre mientras le servía el desayuno, con una radiante sonrisa esbozada, intentando desviar la atención de su hija hacia un pensamiento más alegre.

—No tener miedo de nada —respondió Amalia con un hilo de voz, esbozando en su rostro una expresión de tristeza que su madre logró enmendar con una galleta de chocolate recién hecha.

—Yo sé que puedes vencer el miedo que sientes en tu interior y, algún día, tú también te darás cuenta —le hizo saber su madre, antes de darle un beso en la coronilla.

Tras un delicioso desayuno que Amalia tomó con ganas, la pequeña volvió a su habitación para vestirse antes de hacer frente a otro día de colegio. Amalia amaba dar clases y aprender todo lo que podía, pero su mayor temor radicaba en el recreo. Donde los demás niños tan solo jugaban y reían, ella se aislaba en un rincón de la biblioteca, esperando a que pasase, sumergida en algún libro que la hiciera olvidarse del mundo real.

El universo de Amalia se encontraba en las mullidas nubes blancas de su imaginación, donde ella tenía el control y donde nada ni nadie podía hacerle daño ni resultar herido. Siempre acompañada por su fiel amigo Silver, su conejo gris de peluche, Amalia se sumergía en todas las aventuras que era capaz de imaginar.




2

Cuando caía el sol, después de darse un baño relajante que la preparara para una noche de aventuras y dulces sueños, Amalia se asomaba a la ventana de su habitación y miraba las estrellas, admirando como las pequeñas lucecitas resplandecían en el cielo oscuro. Su madre a menudo le decía que ella era como una de esas estrellitas, que con su brillo era capaz de iluminar cualquier problema, hacer frente a cualquier situación que la vida le presentara. A Amalia le gustaba pensar que su madre tenía razón y que ella era más fuerte que todo eso, pero se sentía tan pequeñita ante los problemas del mundo que pensaba que no podía hacer otra cosa más que esconderse y protegerse.

Aquella noche, después de su rutina diaria, y antes de que su padre llegase del trabajo justo para leerle el cuento de buenas noches, Amalia creyó ver algo desde su ventana, la figura de un cachorrito que correteaba animado y moviendo su rabo con efusividad. Con una alegría difícil de explicar creciendo en su interior, Amalia cogió los globos que decoraban su habitación y estos elevaron sus pies con gracia, haciéndola reír al verse suspendida en el aire.

Las ventanas de su habitación se abrieron de par en par y Amalia salió al encuentro de Pancho, el cachorrito que correteaba feliz, clamando su presencia con sus ladridos. Cuando sus pies tocaron el arenoso suelo, el animal acudió a su encuentro y comenzó a lamer su rostro con cariño. Pancho estaba tan contento de reunirse con ella, como ella lo estaba de reunirse con su viejo amigo.

Las horas pasaron para los dos amigos, que corrieron, jugaron e incluso saltaron sin preocupaciones mientras las nubes danzaban bajo el movimiento de la tenue brisa fresca que amenizaba el momento. Nada ni nadie nos volverá a separar jamás, pensó Amalia mientras se revolcaba sobre el césped de la entrada del bosque junto a Pancho.

En aquel momento, la voz lejana de su padre tomó forma para ella, y Amalia salió de sus ensoñaciones agitando la cabeza. Todo había sido fruto de su imaginación, todavía se encontraba en su habitación, con ambos brazos apoyados sobre el alfeizar de la ventana y con la cabeza escondida entre ellos.

—¿Qué cuento nos toca hoy? —preguntó su padre mientras ella se frotaba los ojos, todavía medio dormida.

—¿Puedes contarme un cuento donde Pancho sea al protagonista? —preguntó la pequeña una vez su padre la metió dentro de la cama. Su padre asintió mientras la arropaba, y después le dio un beso en la cabeza.

Había una vez…



3

Los protagonistas de la historia que le estaba contando su padre eran la valiente Amelie y su intrépido compañero Fausto, dos niños que siempre iban acompañados por sus fieles mascotas, Pancho y Silver. La última aventura de aquellos dos amigos aventureros sucedía en Francia, y relataba lo que ambos habían tenido que pasar para poder comprarse un bote de pompas de jabón, algo que ambos amaban por encima de todo, sin tener dinero.

Ambos vivían en un orfanato y, a pesar de las circunstancias en las que se conocieron, nunca dejaron que el miedo o la tristeza nublaran el brillante futuro que tenían por delante. Sin embargo, y aunque lo intentaba con todo su ser, Amelie tenía miedo de que alguien separara a los dos amigos.

—El miedo forma parte de nuestras vidas —le dijo Fausto—, sin miedo nos aventuraríamos al futuro sin conocimiento ni cuidado y eso sería muy peligroso —añadió—, pero no podemos dejar que eso nos guie en nuestro camino, de lo contrario, no podremos ser felices al cien por cien.

Amelie intentó hacer caso a su amigo y le siguió en su aventura, la cual era sencilla y complicada al mismo tiempo. Cada día, después de volver al orfanato desde el colegio, ambos pasaban por un quiosco donde vendían pompas de jabón, Fausto se había encaprichado con esos botes y pensó que, si convencía a Amelie de que debían comprar uno –ya que ella también amaba las pompas de jabón–, eso la ayudaría a que dejase de pensar en el miedo que sentía.

Uno de esos días, después del colegio, se fijaron en el precio de los pomperos y vieron que, aunque no era demasiado caro, estaba fuera de sus posibilidades.

—Nunca podremos comprarlo —dijo Amelie.

—Podremos, si trabajamos juntos para conseguirlo y, ¿sabes quién puede ayudarnos a conseguirlos? ¡Pancho y Silver! Ellos conseguirán llamar la atención de…

—¡No vamos a distraerles para que podamos robarlo! ¡Robar está muy mal! —contrapuso Amelie, consiguiendo hacer reír a Fausto.

—¡No vamos a robar nada! —exclamó Fausto entre risas—. Pancho sabe hacer equilibro con Silver en su cabeza y nosotros podemos tocar instrumentos para llamar la atención. ¡Vamos, Amelie! ¡Es una aventura increíble!



4

El día siguiente a su conversación, después de volver del colegio como todos los días, dejaron la mochila en sus habitaciones y, con la excusa de sacar a pasear a Pancho, la mascota del orfanato, se fueron directos a llevar a cabo la tarea que habían planeado.

El sol resplandecía con los rayos cálidos de la tarde y, en el parque donde solían ir a jugar los niños de su colegio con sus padres, Amelie y Fausto comenzaron a tocar la flauta mientras el impresionante Pancho se movía de un lado a otro con el conejito Silver sobre su cabeza. No tardaron en llegar los primeros niños curiosos, alertados por las notas musicales pegadizas de canciones populares que habían aprendido en el colegio. Amelie se movía de un lado a otro, moviendo sus piernas como si se encontrara en un desfile y Fausto, imitando sus movimientos, pasaba por delante y por detrás de ella.

Pancho emitió un ladrido cuando lanzó a Silver por los aires, el gracioso conejito de peluche se contoneaba en el aire mientras subía, para después hacerlo en su descenso, acabando nuevamente sobre la cabeza de Pancho, que emitió un último ladrido de satisfacción al haber podido atraparlo sin tocarlo con el morro. Los niños que disfrutaban con el espectáculo aplaudieron con energía y, acompañando los aplausos de los más pequeños, sus padres les imitaron. Con una sonrisa de oreja a oreja, Amelie y Fausto finalizaron las canciones populares y saludaron al público con entusiasmo, aquella había sido una gran aventura para ellos, sobre todo para Amelie, para quien exponerse al mundo entero era un gran paso debido a su timidez.

Poco a poco, la gente fue disipándose hasta que tan solo quedaron ellos dos, acompañados de sus mascotas pero, cuando el tumulto se esfumó y pudieron verlo todo con claridad, se fijaron en que el sombrero que habían colocado para recoger las donaciones estaba totalmente vacío. Apenada, Amelie puso rumbo al orfanato cabizbaja y, aunque Fausto intentó animarla y darle esperanzas, su rostro no cambió.

—¡No estés triste! —exclamó Fausto, pasándole un brazo por encima de los hombros—. Podemos intentarlo mañana.

—¿Para qué? No sirve de nada —respondió Amelie.

—No puedes darte por vencida, tarde o temprano, las cosas buenas llegan si tienes fe y persistes en ello.

Un grito lejano les llamó la atención, un anciano que caminaba a duras penas sujetándose con su bastón, se acercaba a ellos a marchas forzadas levantando una de sus manos. Amelie y Fausto se miraron confundidos y, cuando el anciano llegó hasta ellos, sacó de su bolsillo no uno, sino dos botes de pompas.

—Os veo cada día pasar por delante de mi tienda —dijo el anciano—, y hoy he visto como intentabais recaudar dinero para comprarlo… Ha sido lo más tierno que he visto en mucho tiempo —explicó el anciano, esbozando una sonrisa medio desdentada—. Os merecéis un regalo.

Tras darles los pomperos, el anciano se despidió de ellos y volvió renqueante hasta su tienda donde, en la parte exterior del local, se sentó en una silla justo al lado de donde estaban colocados los pomperos.

Los dos niños, felices por la recompensa que habían recibido, volvieron hasta el orfanato donde hicieron pompas felices durante toda la tarde junto a Pancho y Silver.



5

—Y colorín colorado, este cuento se ha acabado —dijo el padre de Amalia, acariciándole la cabeza a la pequeña que yacía tapada con los ojos medio cerrados.

—Me ha gustado mucho —dijo Amalia, esbozando una pequeña sonrisa somnolienta.

—La pequeña Amelie aprendió que por muy negras que se vean las cosas, siempre hay una luz al final del túnel —dijo el padre.

—Mamá dice que soy igual de brillante que una estrella.

—Eres la estrella más brillante del firmamento, cariño —dijo el padre en un susurro antes de dejar un beso en su cabeza y salir de la habitación mientras Amalia cerraba los ojos.



6

Los rayos de sol despuntaban el alba cuando Amalia comenzaba a corretear por el pasillo en busca de su madre que, todavía dormida, se agitó en la cama cuando Amalia se subió de un salto con la intención de despertarla.

—¡Mamá, mamá! —exclamó la pequeña mientras movía a su madre, antes de girarse hacia su padre—. ¡Papá, papá!

—Amalia, cariño, es sábado, descansa un poco más —dijo su madre, con los ojos todavía cerrados.

—¡No puedo! ¡Tengo que ir al lago! —exclamó la pequeña con urgencia.

Su madre asintió y bostezó antes de levantarse pesadamente de la cama. Cuando Amalia se proponía algo, era difícil disuadirla de ello. Ambas bajaron las escaleras que llevaban a la cocina, Amalia con urgencia, su madre un poco más lenta que ella, todavía sufriendo los efectos del sueño. Cuando llegaron a la cocina, la pequeña se sentó en su sitio preferido, una silla desde la que se veía el lago que había más allá del jardín trasero de la propiedad de la familia.

—¿Para qué tienes que ir al lago? —preguntó la madre mientras le servía el desayuno.

—Papá me contó anoche un cuento muy bonito —comenzó a decir Amalia—, soñé otra vez con el lago y con Pancho… creo que quería decirme algo…

—¿Pancho quería decirte algo? —preguntó su madre, sentándose a su lado.

—Sí —asintió la pequeña—, pero no con palabras, ya sé que los perros no hablan… Creo que quería decirme que está bien, creo que ha querido decirme eso en todos mis sueños. Quiere que yo también esté bien…

La madre de Amalia esbozó una sonrisa maternal en la que se podía ver reflejado el orgullo que sentía hacia su hija, había comprendido lo que suponía una pérdida y el miedo que conllevaba pasar por ese cúmulo de sentimientos, pero al final del camino, había acabado comprendiendo que con esfuerzo y una mentalidad positiva, todo lo que nos pasa en la vida tiene un propósito y nos ayuda a crecer como personas.

Cuando la pequeña acabó de desayunar, ayudó a su madre a recoger la mesa y a limpiar, y después salió corriendo hacia el jardín trasero. La brisa matutina mecía sus cabellos y el sol, aunque todavía no calentaba lo suficiente como para que hiciera calor, ya lo iluminaba todo a su paso. Con mucho cuidado, y todavía con una pequeña desconfianza hacia el exterior, Amalia abrió la puerta del jardín trasero, que daba a un pequeño camino por el que no se tardaba en acceder al lago.

Acompañada por Silver, como solía ir siempre, llegó hasta el final del camino, donde el agua mojaba la tierra en la orilla del lago. Una vez allí se giró, saludó a su madre y sonrió cuando ella le devolvió el saludo del mismo modo. Su madre había salido al jardín con la taza de café en sus manos y la bata cruzada para resguardase del aire frío de la mañana, pero a Amalia, lejos de molestarle que su madre estuviera mirándola mientras cerraba aquel aspecto de su vida, agradeció que se preocupara tanto por ella.

La pequeña volvió a girarse hacia el lago, clavando después la mirada en el agua cristalina en cuya superficie se reflejaba, para observar como los peces nadaban sin miedo. Por un momento creyó escuchar un ladrido, tal y como había pasado en su sueño pero sabía que solo formaba parte de su imaginación y, sonriendo mientras miraba su reflejo, dijo:

—Ya no quiero tener miedo.

Dejó escapar una risa mientras llevaba la vista al horizonte, después se giró y volvió dando saltitos hacia donde su madre la esperaba con los brazos abiertos, ya sin la taza de café en la mano. Amalia había comprendido que por muy feas que pudieran parecerle las cosas en un principio, siempre brillaba una luz al final del túnel, y si no brillaba… ella sería su propia luz.



26. Juli 2019 21:51 3 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

Über den Autor

K.H Baker Intento de escritora, amante de la música ♫ y adicta al café. Creando mis propias ramas del "Bakerverse". Nací para ser heroína ♚ pero el mundo me convirtió en villana ☠ y, ¿sabéis qué? En el lado oscuro lo pasamos mucho mejor ;)

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Joel Paz Joel Paz
dulce
September 23, 2019, 04:39
YF Yasmin Flores
Es una historia maravillosa cada linea del cuento es como si yo estubiera viendo lo que hacia amalia felicidades me gusto tu historia espero sigas por el buen camino que vas
September 18, 2019, 23:32
Sebastián Pulido Sebastián Pulido
Es una hermosa historia y los dibujos son muy buenos tambien, tienen cierto aire infantil y eso los hace concordar con lahistoria, ¿Los hiciste tu?
September 16, 2019, 17:06
~