vladstrange01 Vlad Strange

Ambientado en el mundo mágico de Harry Potter de J.K Rowling. La mayoría de los personajes no me pertenecen. Amelia Pewett siente que ha perdido algo importante y aquel vacío no la deja hacer nada más que dibujar una y otra vez los mismos símbolos y tener una fascinación por las serpientes. Cadmus Gaunt, un joven tímido y temido de la casa Slytherin, después de salvarla de la muerte por una caída en la Torre de Astronomía se debatirá entre regresar al amor de su vida o alejarse para salvarse de la maldición que su sangre conlleva.


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El descendiente de las serpientes


Ante los eventos catastróficos que Tom M. Riddle, o Voldemort, como quieras llamarlo, causó en el mundo mágico, pertenecer a la familia Gaunt no era la mejor idea. De hecho, nunca lo fue. Demasiada sangre y locura había fermentado el árbol genealógico que debió haber muerto con Merope y Morfin Gaunt, se hacía más fuerte al pasar las generaciones, siendo el mismo Señor Oscuro quien demostró lo peor de la sangre Slytherin.

Se piensa que fue él el último eslabón de aquella maldita herencia, sin embargo, poco se sabía sobre Delphini Lestrange, su hija… y sobre Cadmus Gaunt, o mejor dicho, Cadmus Salazar.

Cadmus nació en la helada navidad de 1980 en el Valle de Godric, en una pequeña casa de seguridad y a oscuras, hijo de Katriona Gaunt y otro mago de sangre pura apellidado Salazar. Y en cuanto respiró el fétido aire de ese lugar con poca ventilación, una oscura maldición ya se cernía sobre él. Su madre fue la hija secreta de Morfin Gaunt, lo que la hacía prima de Tom Riddle y al pequeño Caddie (como su mamá lo llamó), su sobrino.

Pronto su madre se cambiaría el apellido de soltera a Burke para ocultar su linaje y la familia Salazar saldría de su escondite por tan solo unos años antes de morir a manos del mismísimo Lord Voldemort.

Caddie Salazar creció solitario y desconfiado en la casa Salazar bajo los estrictos cuidados de su abuela paterna, quien nunca se preocupó por ocultar su temor a la locura de los descendientes de Slytherin. A pesar de la naturaleza tranquila y pacífica del chico, existía una preocupación que rayaba en lo exagerado. La llegada de la carta de aceptación de Hogwarts debió significar un alivio para la anciana mujer, al mismo tiempo que su temor se acrecentó.

El niño llegó King’s Cross con instrucciones precisas de ocultar su origen Gaunt a capa y espada, de destacar lo menos posible y de «no causar problemas». Esas eran casi las reglas para poder asistiendo al colegio, de lo contrario sería enviado a una escuela para muggles.

Subió al tren acompañado de su pequeña gata, Hiro, y se recluyó en un espacio vacío, dejándose perder en el escenario que se veía a través de las ventanas.

—¿Cuál es tu nombre? —Una voz femenina y delicada le sobresaltó, cuando vio de quien se trataba, casi le da un ataque; era una niña de su edad con cabello en puntas azules, rebeldes reflejos pelirrojos y grandes ojos negros con una pizca de picardía—. Yo soy Amelia, Amelia Pewett.

—Cadmus Salazar —contestó él reacio.

Amelia era una niña muy rara, hablaba muy poco, pero su presencia era fuerte, y aunque fue poca la conversación de esa tarde, Caddie sintió una gran conexión que le invitó a seguirla a todas partes a partir de ese momento.

Junto a otros niños, se paró justo a un lado de Amelia y esperó su turno para sentarse en el banquillo frente a todo el mundo y poner su cabeza bajo el Sombrero Seleccionador, quien hizo un sonido parecido a un olfateo en cuanto se posó sobre él y murmuró algo ininteligible.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo él un poco burlón—. ¡Lo tienes en la sangre, chico!

—No digas más, por favor —Pidió él con un susurro que fue captado por Dombledore y Snape, quienes afilaron la vista en el pálido niño de ojos tan negros como la noche.

—Hmm, está bien, está bien —Asintió el sombrero—. ¡Slytherin!

Después pasaron otros seis chicos, entre ellos el famoso Harry Potter, que por suerte se llevaría toda la atención y gloria, dejando a Cadmus en su ansiado espacio fuera de los reflectores.

Y luego fue el turno de Amelia, quien apenas se preparaba cuando el Sombrero gritó: ¡Ravenclaw!

El ser de casas diferentes no impidió que los jóvenes se siguieran frecuentando y pronto se convirtieron en mejores amigos.

Ambos compartían el amor por los libros y por los gatos, aparte de que sabían perfectamente que el silencio aparentemente tenso y extraño no era sino una forma de convivencia. La compañía del otro era como un respiro fresco y silencioso al bullicio de un castillo repleto de niños y jóvenes.

Con el pasar de los años, las habilidades mágicas y una personalidad más fuerte, imponente y un tanto retorcida aparecieron en Cadmus, mientras presentía cada vez más que los rumores sobre su mejor amigo eran ciertos.

Sin embargo, fue tras un incidente casi predestinado sobre el tercer año que ella decidió terminar con el misterio.

—Cuéntame un poco sobre tu madre, Caddie, ¿cómo era ella? —le preguntó, indagando un poco y sacando partido de la confianza que había entre ambos.

Cadmus cerró el libro de Pociones que estaba estudiando y la miró de reojo. Pocas veces ella había mostrado interés por su familia.

—No la recuerdo bien. —Se limitó a decir, y no fue una mentira, pues Katriona Gaunt había muerto a los pocos meses de dar a luz.

—¿Cuál era su nombre?

—Katy…

—¿Katherine?

—Katriona. —Suspiró, claramente incómodo.

—Lindo nombre —dijo ella, dejando el lápiz sobre el césped y girándose para mostrarle sus bocetos a Cadmus—. Mira, he dibujado a Hiro.

—¡Genial! —Él sonrió como pocas veces lo hacía frente a otros, pero como ella ya sabía que podía hacerlo—. ¿Puedo quedármelo?

—¡Claro! —Arrancó la hoja del cuaderno y se la entregó, poniéndose seria de repente—. ¿Cómo aprendiste a hablar pársel?

Cadmus abrió los ojos en demasía y su pálida piel casi se hace transparente. ¿Cómo era posible que ella supiera esa información? Él había puesto todo su empeño en ocultar su origen y todo lo que lo relacionara con la familia de su madre hasta cuando la Cámara de los Secretos fue abierta y algunos compañeros suyos, hijos de familias cercanas a los Salazar, volcaron la atención en él.

La verdad era que mucho se decía sobre la desordenada vida de su abuelo, Morfin y sus presuntos hijos ilegítimos, entre ellos una joven de sangre pura que fue oculta en la sociedad mágica de París, donde conoció al heredero de la prominente familia Salazar.

Era un secreto a voces todo el asunto, pero se quedaba en eso gracias al dinero que la abuela Salazar invertía en callar a cada persona que se le ocurría comentarlo.

Cuando Amelia hizo esa inocente pregunta, la sangre se le congeló. Todas las amenazas de su abuela se arremolinaron en su mente a la vez que su corazón parecía querer explotar. Una palabra más de Amelia y su mirada inquisitiva, pero sin ápice de juicio y él se derrumbó. Ella era su mejor amiga, con quien pasaba la mayor parte de su vida; si tuviese que elegir a una única persona que le importara tanto como para cometer un terrible crimen en su favor, sería ella. No podía permitir que su vida corriera peligro.

Desmaius… —Susurró él sacando la varita por debajo de la capa, y luego atrapando su cuerpo antes de que cayera por completo.

Cadmus se planteó seriamente dejarlo así y esperar que ella no volviera a preguntar algo así, pero no podía darse el lujo de confiar. Entonces, con todo el dolor de su corazón, se atrevió a pronunciar el encantamiento que marcaría el final de su amistad.

Obliviate.



***



Años pasaron y la mente de Amelia sobrevivió con un vacío que no pudo ser llenado con nada del mundo, ni con los nuevos amigos que hizo, gente de su propia casa, ni con las clases, por más interesantes que fuesen… Todo se reducía a un lugar extrañamente desocupado en todas y cada una de sus memorias. También tenía en la mente a un gato blanco con negro, y no solo ahí, sino en sus cuadernos de dibujo un pequeño felino bicolor aparecía repetidamente.

A veces creía ver serpientes en las esquinas de los pasillos, deslizándose discretamente entre los pies apresurados de los estudiantes. O ese sonido como siseo aturdiendo sus oídos como un molesto zumbido.

Casi a diario, cuando acababa de despertar, ocupaba esos minutos antes de levantarse para preguntar qué es lo que había olvidado. Claro, sin mucha variación en resultados.

Mientras tanto, Cadmus se limitaba a observarla de lejos, cada pequeña manía que se distinguía a la distancia le era sumamente interesante, como el hecho de que cada semana llevaba un color de cabello diferente. Al principio se preguntaba cómo es que lograba cambiarlo tanto, o por qué lo hacía. Después de observarla, notó que se trataba de una característica que Amelia había guardado durante todo el tiempo que fueron amigos. Cada vez resultaba más interesante y curiosa para él. A lo mejor también influyó que la distancia le había mostrado cosas que no se veían a simple vista, como lo hermosa que realmente era, con esos ojillos rasgados color negro y lo adorable de las pecas sobre su nariz, su forma de caminar como si se deslizara, con los libros bajo el brazo y una lapicera con forma de dragón en la mano, la sonrisa tímida que se mostraba solo cuando estaba nerviosa y la enorme que tenía cuando charlaba con amigos.

Cadmus la observaba desde la mesa de los chicos de Slytherin, con la nariz sumergida en un libro, los oídos aparentemente atentos a lo que sus compañeros decían y los ojos bien puestos en ella.

Estaban ya en quinto año y su abuela estaba cada vez más preocupada gracias al rumor de que Quien no debe ser nombrado había regresado. Por alguna razón temía que la sangre Gaunt se volviera loca dentro de Caddie y decidiera unirse a los mortífagos, quizá deseando ganar el cariño de su tío, el único pariente vivo que tenía de parte de su madre.

Claro, la señora Salazar no podía estar más equivocada, pues lo único que Cadmus deseaba era llevar una vida tranquila alejada de la magia y el tumulto de la sociedad. La verdad es que él, más que nadie, temía que los miedos de su abuela se hicieran verdad, que el uso de la hechicería lo arrojaran a la demencia. Sin embargo, a veces se sentía lo suficientemente fuerte como para combatir contra su naturaleza y pensaba que quizá podría convertirse en auror… después podría escribir sus aventuras en una novela para jóvenes magos.

Amelia se levantó de repente, recogió sus cosas y se despidió amigablemente de sus amigos, entonces abandonó el salón y Caddie no tardó en seguirla.

Sabía a dónde se dirigía: a la Torre de Astronomía.

Ella solía frecuentar ese lugar cuando se acercaba la noche, pues decía que había algo mágico en observar el paisaje repleto de estrellas. Antes del final de su amistad, esa torre era el lugar especial al que iban a relajarse, ella con su cuaderno de bocetos y él con un libro.

Al llegar, Amelia soltó sus cosas a un lado del telescopio y echó un vistazo a la constelación. El ruido de cadenas del Barón Sanguinario se escuchaba al fondo, así como tenebrosos gemidos con todo el afán de asustar, pero ella sabía bien de quien se trataba.

Cadmus se quedó viéndola desde el piso inferior, con una sonrisa en el rostro y los ojos brillando. Quiso acercarse un poco más, pero no se fijó en el piso y su pie aplastó una pequeña lente que hizo el ruido suficiente para que Amelia volteara en su dirección.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó, casi temiendo que se tratara de un profesor.

Él se quedó petrificado mientras ella bajaba las escaleras para averiguar, y cuando lo vio, solo frunció el ceño con confusión y sonrió tímidamente.

—L-lo siento, ya me iba… —Cadmus apuró a decir.

Y ella, extrañada, solo asintió.

Él maldijo por lo bajo y apretó los puños con rabia.

¡Deseaba tanto hablar con ella!

—Oye, puedes quedarte, yo estaba por irme —le dijo antes de que alcanzara las escaleras que lo llevaban a la biblioteca.

—No, no tienes que irte… —respondió, con los nervios atascando las palabras en la garganta.

—Eres Cadmus Salazar, ¿no? —ella preguntó, bajando un par de escalones más—. Es curioso que llevemos tantos años coincidiendo en clases y nunca hemos hablado.

Esas palabras relajaron al joven, pero al mismo tiempo lo hicieron sentir más rabia. ¿Cómo decirle que ellos habían sido mejores amigos antes de obligarla a olvidar todo lo que pasaron juntos por temor a ser descubierto?

Entonces, una idea le llegó de golpe.

Quizá…

—Sí, es curioso. —Rio, subiendo los escalones que lo separaban de ella hasta quedar a un nivel de ella—. Tú eres Amelia, si no me equivoco.

—Lo soy. —Sonrió ampliamente y a él se le iluminó el alma. Y de repente, el cabello de la chica se tornó rosado, en un tono entre lila y azul; Cadmus no pudo resistirse y tocó suavemente uno de los mechones, únicamente moviéndolo con el dedo índice.

Extrañamente, aquella noche hablaron hasta que sintieron la boca seca. Era como si se pusieran al tanto de lo que les había sucedido durante los años que permanecieron alejados, y la mayor parte de las palabras que salían de la boca de Amelia ya formaba parte del conocimiento del chico. No es que fuese un acosador, sino que era natural enterarse de cosas cuando uno está al pendiente de alguien.

También ocuparon el rato para despotricar contra la profesora Dolores Umbridge y quejarse de la situación precaria en la que vivían todos ante el rumor de que Voldemort estaba de vuelta.

—¿Tú le crees a Potter? —preguntó Cadmus.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —contestó ella—. Uno no puede andar por el mundo inventando cosas así. Definitivamente creo que ha vuelto. Aparte, se me hace increíblemente extraño que el ministerio se entrometa tanto en Hogwarts, ¿a ti no? Aunque claro, tú eres amigo de Malfoy y su séquito de…, quizá estoy siendo muy ingenua al pensar que…

—No, está bien. Puede ser que Potter tenga razón y Quien no debe ser nombrado ha regresado.

Al decir estas palabras, un escalofrío recorrió a Cadmus, pero lo suprimió lo mejor que pudo. Si llegaba el día en que Voldemort lo encontrara, ¿tendría la fuerza necesaria para oponerse al llamado de la sangre?

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18. Juni 2019 22:41 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Fortsetzung folgt… Neues Kapitel Jeden Montag.

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