Era un hombre que escribía, que no cesaba de soñar; pero sus líneas se perdían en el tiempo y espacio, el mundo no le permitía brillar, le quebraba su pluma; cercenaba sus ideas. Pero él escribía para sí, para su universo; ese paralelismo que lo consumía. Cierto día desapareció, y entonces el mundo se hizo de sus letras resguardadas en cajones y servidores; su esencia se liberó y brilló; más su cuerpo nunca apareció, su gente le buscó y no le encontró, sólo su letra, dentro de la cual ahora vivía, sobre la que finalmente había logrado trascender.
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