—Mami, cuando sea mayor quiero ser una ardilla voladora, como la señora Lori —le dijo un día Coqui a su mamá.
—Pero Coqui, la vecina es una ardilla voladora desde que nació. Nosotros somos ardillas trepadoras, no volamos —le respondió su madre.
—Pero yo quiero volar, mami; llegar hasta las nubes... —Insistió la ardillita.
—Está bien que tengas sueños, hijito, solo que lo que quieres no será posible —argumentó la mamá, con ternura—; aunque siempre podrás volar con tu imaginación...
Sin embargo, a Coqui no le bastaba con imaginar que volaba: él quería volar de verdad, como las aves, como los insectos y como la vecina, la señora Lori.
Así fue que esa tarde, se escabulló en una casa del pueblo que estaba cerca del bosque donde vivía. Pensó que, como los humanos inventan cosas increíbles, podría encontrar allí algo que lo ayudara a volar.
Recorrió la gran casa: la cocina, el living, subió por una escalera… Hasta que encontró en la planta alta, un cuarto donde había una cama. Allí, por el suelo, y en todos los rincones, estaba lleno de cosas de su tamaño: autitos, animales de la granja, camioncitos, dinosaurios... entonces lo vio: un precioso dragón rojo, con sus alas desplegadas, listas para volar.
—¡Buenos días, señor dragón! —saludó cuando se hubo acercado. Pero el aludido no respondió, ni siquiera lo miró. «Debe ser muy tímido», pensó la pequeña ardilla.
Correteó dando saltitos a su alrededor, para verlo bien desde todos lados y, cuando terminó de girar, le soltó la pregunta que no podía contener.
—Señor dragón, ¿me llevaría a dar una vuelta?
Otra vez silencio.
Coqui no podía aguantar su ansiedad.
—Bueno... el que calla, otorga —dijo.
Y enseguida lo subió hasta la ventana que se encontraba entreabierta, se encaramó entre sus alas rojas y al grito de «¡Gerónimooo!», se lanzó al vacío, montado en el dragón, esperando que en cualquier momento este volara y lo llevara hasta las nubes.
Pero la única nube que vio, fue la de polvo que se levantó cuando cayó y se desparramó en el suelo. Se incorporó como pudo y volvió a casa despacito, todo raspado y adolorido.
Cuando su mamá notó que llegaba en ese estado, corrió a recibirlo.
Tras abrazarlo muy fuerte, empezó a revisarle los raspones y le preguntó:
—¿Qué te pasó, hijito?
La carita de Coqui cambió de la expresión de angustia a la sonrisa más radiante y muy contento, le respondió:
—¡Volé, mami! ¡Volé!
Vielen Dank für das Lesen!
Wir können Inkspired kostenlos behalten, indem wir unseren Besuchern Werbung anzeigen. Bitte unterstützen Sie uns, indem Sie den AdBlocker auf die Whitelist setzen oder deaktivieren.
Laden Sie danach die Website neu, um Inkspired weiterhin normal zu verwenden.