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Incontables horas en las que he pensado en el error que cometí, pero aún guardo aquel recuerdo, aquella última noche donde tú y yo éramos uno solo.


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#+18 #romance #lluvia #noche #relato #relación
Kurzgeschichte
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La noche en la ciudad azul.

La noche parecía agitada en el bulevar, como era de costumbre cada sábado me encontraba en el hotel Excelsior, esperando a que llegaras. Solías ser muy puntual, a las nueve de la noche, yo mientras observaba desde el séptimo piso esta selva infernal a la que llamábamos ciudad azul.

Gente que iba y venía, en una esquina parejas besándose como una invitación a tener un lujurioso encuentro de lo más intimo, otros envenenando sus pulmones con la droga que estaba de moda, algunos simplemente escuchando el repro de su vehículo a todo volumen entre amigos celebrando.

Las calles eran húmedas y el frío del invierno estaba cada vez más cerca. Aquella ciudad no era más que un cúmulo de edificios en medio de una plaza abandonada. Nada me hacía querer estar allí, nada...

Excepto tú.

Yo te esperaba, aguardaba por ti como un animal acechando a su presa, queriendo saciar el hambre y la sed que resplandecía en ti como aquella mujer deliciosa e indomable. Una reina en medio de un bosque turbulento, una diosa inmortal en el olimpo de las ninfas.

La joya más codiciada y yo el ladrón que añoraba robarte para tenerte por siempre jamás, ser tu dueño y tu esclavo, ser la sonrisa en la mañana y el beso en el anochecer bajo infinitas estrellas de besos ardientes que sobrevuelan por tus colinas abundantes.

Sonaba el timbre de la habitación, con tranquilidad fui a abrirte, sabía que eras tu, deseaba que fueses tú. Mis ansias de poseerte eran enormes. Más no demostraba deseo alguno para no enseñarte debilidad alguna. No quería que me vieras suplicar por tus besos y tus delicadas caricias en mi piel, aquellas manos que hacían de mi el ser más vulnerable.

Allí estabas, sonriente con tu vestido negro muy ceñido a tu hermoso cuerpo, te observaba de arriba hacia abajo, me guiñabas el ojo mientras paseabas suavemente tu mano por tu silueta, esas curvas ¡aquellas curvas delirantes! a las que yo era adicto desde hace ya mucho tiempo.

Demasiado tiempo...

Aún te recordaba como la primera vez, dónde te encontré en aquel bar. Donde me ofreciste la compañía que necesitaba mi alma y el alimento que añoraba mi espíritu. Fuiste tú y siempre eras tú. La que llenaba el vacío que en mi soledad atosigaba mis ganas de vivir.

Mi hiciste olvidar un pasado que no quería salir de mi cabeza, me acobijaste en tu regazo. Dejaste que entrara a la puerta de tu casa y a la habitación de tus recuerdos, fuiste mía una noche y desde aquella hermosa velada, nuestros caminos se convirtieron en un solo destino.

─Entra porque serás mía, solo mía ─te dije, no te importó. Rosabas mis labios con los tuyos y entraste a mi alcoba.

Sabías lo que iba a ocurrir, te pareció igual. No era la primera vez que llegabas a este lugar.

Era nuestro sitio de encuentro, dónde dejábamos de lado la moral y nos incinerábamos a la más placentera hoguera en la cual yo era adicto, el fuego ardía en la ciudad azul cubierto de nubes grises y gotas plateadas de lluvia que resonaban en los rincones de nuestra habitación.

Soltabas tu cabello azabache brillante y perfecto, estabas en silencio mientras yo preparaba unas copas de vino para comenzar la velada. Destapé entonces mi Penfolds y serví un par de copas. Aguardabas en silencio a la espera de mis más incontables deseos de tenerte.

Tomaste tu copa con rapidez, yo aún seguía degustando de mi vino cuando de pronto tu mano me la quitó inmediatamente para estamparme un gran beso apasionado; sentí agitarse tu respiración, nuestras lenguas se entrelazaron y así estuvimos por varios minutos.

Disfrutando del delicado sabor que de tus labios yo recibía. Deliciosa, divina ¡Exquisita!

Me llevaste a la cama y me empujaste fuertemente, iba a comenzar tu acto sublime de magia y seducción, dejaste que te acariciara un poco y luego te alejaste, tomaste el control del estéreo y colocaste esa melodía que ya nos pertenecía, era nuestra y de nadie más.

Cada sonido, cada acorde, cada instrumento se amoldaba a tu movimiento. Yo solo te observaba, admirando cada parte de ti, tu hermoso cabello negro, tus ojos luminosos de color café, tus labios ardientes como un fuego abrasador que salía al mordértelos frente a mi.

Aquella silueta de tus pechos que se escondían dentro de tu escote, me invitaba a entrar a besarlos, a acariciarlos y tenerlos entre mis labios y mis manos. Tu cintura perfecta, delicada frágil y sublime como el ardiente néctar de todo tu ser.

Lentamente te desprendías del vestido, sin quitarme la mirada, te gustaba ser observada y deseada, eras la más bella entre todas y lo sabias.

Te acariciabas, dejabas caer tus manos por todo tu cuerpo, sabías que en cada rincón mis labios llegarían a recorrerte. Un desfile de seducción y lujuria estaba por comenzar.

Tu ropa interior transparente de vivos negros, me hizo admirar el mas bello paisaje de pasión y deseo, te veía, te admiraba.

Te deseaba...

─¿Te gusta? ─me preguntabas, yo solo asentí con la cabeza, sin parpadear para no perderme de vista tu mas hermoso andar al ritmo de la música mas sensual que se escuchaba, dejando el ambiente perfecto para tal sublime acto de entrega.

Te fuiste acercando, sentías mi respiración rozando tu vientre, agarraste mis manos y los colocaste en tus pechos. Podía sentir lo suave y firme de tus senos, fui acariciándolas lentamente de forma circular y las apreté un poco, suaves, tersas. Firmes como las colinas más enormes y delicadas como la más hermosa flor en plena primavera.

Soltabas un suspiro cuando mordí tus pezones por encima de tu brasier.

Te sentaste encima de mi, rodeándome con tus brazos, sentías mi sexo rozar con el tuyo, te movías lentamente, mi erección se hizo notoria, tu humedad también, ese caudal fluvial que aguardaba ser descubierto por mis manos que recorrerían cada rincón de ti.

Un gemido se escapó en tu segundo suspiro. Te gustaba y lo disfruté como ninguno.

Mis manos quitaron tu brasier mientras besaba tu cuello, tu respiración se hacía mas agitada y profunda. Tus manos se fueron directo a mi intimidad, te gustó lo que sentías, te pertenecía esa noche igual que tu a mi.

Éramos caníbales hambrientos el uno por el otro, ¿Qué tanto se puede querer? ¿Qué tanto se puede amar a un ángel de la noche? ¿Qué tanto se debe callar?

¿Qué tanto...?

Me desabotonaste la camisa con rapidez, yo te tomé de la cintura y de un giro brusco te lancé a la cama, te sorprendiste y sonreíste haciéndome un gruñido pícaro, me abalancé sobre ti, mis labios te recorrían entera, mis dientes arrancaban tu blumer.

Mi lengua te hacía el amor.

Eras divina, cada sabor que de ti emanaba, sacaba con mis entrelazados dedos aquellas gotas de lluvia que surcaba por tus labios, aquellos labios tuyos que besaba hasta secar la grieta húmeda que hacía temblar tus piernas entre mis hombros.

Sujetabas mi cabeza y la empujabas con fuerza hacía ti, algo venía...

Una explosión de placer se avecinaba, yo continuaba más intenso mi lengua dentro de ti. Tus contracciones eran muy rápidas. Tu grito fue un éxtasis de placer.

Llegaba a romperse la represa, y aquella salvaje oleada estremecía los rincones de nuestra habitación, eras única, divina y frágil.

Mía...

Acariciabas mi cabello, me llevaste hacia tus labios y me volviste a dar un tercer beso apasionado, eso me consternaba pero igual seguía degustando el placer de tu boca.

Luego era tu turno, me quitaste el pantalón con suavidad y velocidad al mismo tiempo. Fue magnifico tus labios suaves sabían hacer su trabajo, nunca me sentí tan satisfecho.

Eras la diosa entre las diosas, la mejor doncella de rostro virginal que aguardaba a su caballero encerrada en un cruel castillo. Sabías hacer tu trabajo y la recompensa a ese esfuerzo llegaba con la explosión que salía dentro de mi.

Estaba acostado cuando te subiste sobre mi y empezábamos a fundirnos en uno solo, mis manos te recorrían mientras tu te perdías en movimientos sincronizados, nuestras miradas lo decían todo, lo disfrutabas y yo más.

Te movías con lentitud mientras cada vez estaba mas adentro de ti, te sentía, me sentías.

Éramos uno solo...

La cama bailaba al ritmo de nuestros movimientos, los espejos eran testigos de como dos almas se podían unir, formando una aurora boreal ardiente que parecía salir por la ventana y llenar el cielo de nosotros.

Te voltee con rudeza, me sujetaba de tus caderas y empezaba a entrar con delicadeza, ya no podía más. Decidí enredarme en tus cabellos y danzar al ritmo de una melodía desenfrenada.

Tus gemidos y los míos eran un premio a lo que tanto anhelaba.

El clímax había llegado y con ello, nuestros mas intensos orgasmos, esta vez no tuvimos sexo, habíamos hecho el amor.

Nos fuimos a la ducha, a continuar lo que habíamos comenzado en la alcoba, después me diste un cuarto beso con un "Te amo, ¿lo sabes?"

Esta vez solo sonreí y nos dimos un fuerte abrazo, nos fuimos a la cama y me diste el quinto beso, esta vez de buenas noches.

Yo no lograba conciliar el sueño, estaba en un conflicto interno dudando de mi paso a seguir después de tu declaración. No sabía que hacer.

Me puse a pensar si abalanzarme sobre ti y declararte mi amor pero en vez de eso, hice lo mismo de siempre, dejé tu paga en la mesa de noche y me fui al amanecer.

Grave error...

Nunca más te volví a ver los sábados, culpa mía por no tomar la decisión correcta.

Te amo.

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24. September 2018 15:27 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

Über den Autor

Polo FB Escritor para fantasmas

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