Laura estaba, como todas las mañanas, esperando en la parada al autobús número tres que la llevara a la universidad. Como siempre, no acudía a la hora que le correspondía, sino un cuarto de hora antes. La razón no era el tiempo ni los imprevistos que pudieran surgir por el camino.
La razón era él. Apenas hacía un mes que lo había visto por primera vez, pero desde que le dedicó aquella primera sonrisa y aquel primer "hola", no había dejado de sentir curiosidad por conocerle más. Cada día, a la misma hora, se reunían solamente durante diez minutos, hasta que él cogía la línea cinco. Apenas sabían nada el uno del otro, ni casi había tiempo material para contarse sus vidas, pero se había convertido en una maravillosa rutina con la que empezar la mañana.
Hoy, sin embargo, todo era diferente. Él no había aparecido, y Laura estaba triste cuando su autobús llegó a la parada. Montó, y se sentó en el primer asiento. Nada más hacerlo, sintió un suave toque en su hombro derecho. Se dio la vuelta, y lo vio a él, sentado justo detrás suyo.
No era un sueño, sino el comienzo de un día especial.
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