Era un día otoñal, un día frío pero soleado; uno de esos días en los que las hojas de los calvos árboles dibujan esplendidas formas en las aceras. Caminaba, cabizbajo y con las manos en los bolsillos de mi gabardina por el entumecimiento que el frío me ocasionaba. Era la primera hora, de una fría mañana. Iba sin rumbo concreto, paseaba por los suelos de las escarchadas avenidas.
Me adentré en la avenida más transitada de mi antigua ciudad. Intentaba olvidar mi último día, mi última semana. Las parejas caminaban sonriendo, los padres y madres atendían cuidadosamente a sus vástagos y para ser sinceros, en ese momento quería suprimir todo el transito que tuve en esta vida. Yo nunca había tenido lo que tenía esas personas. Yo he sufrido mucho en la vida hasta este momento, por acciones que no voy a mencionar. Estaba intentado olvidar todo lo acontecido, me senté por un momento en un banco a fumarme un cigarro. Tras unas cuantas bocanadas, se me dio por ver como el humo adoptaba formas al exhalarlo
y de un momento a otro se desvanecía. Así era mi vida, así es vuestra vida. ¿Acaso, pensáis lo contrario? Tenemos todos distintos senderos, pero todos nos llevan a un mismo final. Pero esa mañana sucedió algo que rompió mi devastadora rutina, y fue que por primera vez la vi.
Mientras me hallaba en un antiquísimo banco. Daba las últimas caladas a un cigarro que estaba casi vacío, alcé mi mirada y una mirada, de unos ojos cálidos a la par de frágiles como vidrio; chocaron contra los míos. En la colisión sufrida entre ambas pupilas, comprendimos que había sido obra de un plan ejercido por mismísimo sino, que la chatedad de nuestras mentes no comprenderia. Sin embargo, ambos comprendimos que deberíamos evitarnos para que este suceso no fuera destrozado por la vulgaridad venidera acaeceria sobre nosotros. Fue en ese preciso momento en el que apile en una caja todos mis males que sobre mi pesaban y los arrojé a los abismos del olvido. Ella sin mirar atrás siguió su camino y yo con una nueva esperanza recargada seguí el mio.
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