La idea de acampar durante la cuarentena me había subido un poco el ánimo. Tanto tiempo encerrado con mi propia mente había resultado bastante tedioso; ya había probado casi todos los videojuegos de mi interés. Ya había cocinado cosas extrañas y me había cortado el cabello en el baño.
Mis rizos se acomodaron hacia la derecha, luego de rapar el lado izquierdo. También había mejorado con el teclado con clases de piano virtuales, pero ya estaba harto de todo, incluso las canciones que adoraba comenzaban a aburrirme, por lo que aquella idea de mi hermano mayor era como un trago de agua fría en un día caluroso.
Aquella tarde todo andaba bien, tranquilo y con una fresca brisa que corría desde el sur. Esperamos hasta el atardecer para ir hasta el lugar, recuerdo que no había más gente, seguramente por las indicaciones tomadas contra la pandemia, aunque fuera pleno verano, esa tarde, el viento era fresco, bajaba por la montaña a nuestras espaldas, imponente y única.
Ajustamos el lugar para quedarnos frente al fuego por horas y ver una película o miles, en ese lugar me podría haber quedado por siempre; ni siquiera quería pensar en arte, pero una parte de mí sabía que yo me estaba llenando de ella.
Cuando ya todo se volvió lo suficientemente oscuro, encendimos la fogata en el gran círculo de piedra diseñado para ello. Un círculo de piedra que me recordaba mucho a las reuniones paganas por alguna extraña razón. Encendimos la fogata y su calor y luz fue suficiente para animarnos por unos momentos, al menos hasta que el fuego comenzó a flaquear y apagarse.
Mi hermano tuvo la buena idea de ir al pie del cerro a buscar palos secos y ramas para encandilar las llamas algo temblorosas.
Dejamos nuestra comida y bebestibles junto a la fogata y armandonos con las linternas de nuestros teléfonos, caminamos desde el árbol centenario y el comienzo de las rutas de senderismo hacia arriba y a la derecha. Era realmente complicado ver con la oscuridad circundante, parecía que se comía todo lo que tocaba.
Mi hermano quebró unas ramas secas de un árbol que estaban al alcance, mientras yo tomé una vara y comencé a silbar una melodía inventada y bailar al compás de ella, imitando cómicamente a las películas de tribus perdidas en algún bosque. Fui pateando pequeñas ramas hasta hacer un pequeño montón que se veía fácil de cargar. Iluminé a mi hermano quién se adentró unos pasos más hacia arriba, lo seguí dejando mi tonto baile de lado pero continué silbando, pensaba en componer algo con ella cuando regresáramos a casa.
Nuestros pasos no nos llevaron tan lejos, ni tan profundo hasta que mi hermano se detuvo de golpe con su linterna apuntando el suelo; creí que había encontrado una araña de cerro de esas grandes y peludas, me detuve un segundo, él se quedó quieto sin decir nada, así que me acerqué lentamente y forcé mi vista para mirar qué era lo que lo había dejado inmóvil. Apunté en la misma dirección con mi teléfono había allí en el polvoriento suelo un árbol o arbusto, que no tenía nada de especial o diferente del resto, a excepción quizá de que no estaba seco; apenas y podía vislumbrar sus hojas o el tipo de árbol que era.
―Odio que la gente tire basura como si nada. ―Lo oí hablar algo molesto, pero no había solo molestia en su voz y tampoco había solo basura en el suelo. Ni siquiera yo podría haber considerado aquello como basura; eran zapatitos, tampoco cualquier zapatito, eran zapatitos de bebé.
―Pero… quién vendría a tirar más de veinte pares de zapatitos de bebé a los pies de un árbol en medio del cerro, eso no sería ¿vandalismo?
―Si te refieres al vandalismo ambiental, no sé mucho sobre eso. ―Mi hermano no alcanzó a terminar su frase cuando un viento seco y con olor a humo llegó hasta nosotros, iba a preguntarle si podría ser un incendio, pero el sonido de unas ramas crujir me detuvo; mi espalda se erizó al instante. Mi hermano me hizo la señal de silencio. Contuve la respiración algo confuso, él apagó su linterna y yo la mía después de él. Oímos las ramas crujir nuevamente pero se escuchaban desde el lado contrario y más cerca que las anteriores. El miedo comenzó a hacerse presente en la escena, apoyé mi espalda contra la de mi hermano y escuché lo más atento posible.
Parecía oírse un susurro a lo lejos, como viniendo de ninguna parte, la brisa se había detenido y en su lugar una ventisca baja levantaba el polvo alrededor de nuestros pies; miré de nuevo a esa pila de zapatitos de bebé, algunos ya se estaban descomponiendo, la tela se veía raída, otros sin embargo estaban nuevos, podía notarlo a esa distancia sin la necesidad de la linterna. Recordé el círculo de piedra, ¿acaso este lugar fue visitado por gente pagana durante la cuarentena? No parecía tener mucho sentido.
El susurro se hizo más notorio, como un revoltijo de voces masculinas, femeninas, un murmurio andrógino. No podía entender lo que se suponía estaban diciendo, tampoco le podía preguntar a mi hermano.
Nos sobresaltamos con el sonido de una rama arrastrada por el suelo, alguien o algo estaba arrastrando una rama hacia nosotros.
Mi hermano me agarró del brazo y me tiró para que lo siguiera. Tratamos de caminar sin pisar el suelo, recorrimos exactamente el mismo camino de regreso a nuestra fogata, pero antes de salir del cerro los murmullos se volvieron una canción danzante, vimos fuego como antorchas allí en ese árbol, el de los zapatos. La oscuridad solo nos permitía ver el movimiento oscilante de esos puntos de fuego, como ojos de animal salvaje.
En ningún momento corrimos, simplemente caminamos lo más sigilosos que pudimos, en algún punto la noche se quebró con el llanto de un bebé, miré atrás sin ver nada, luego miré a mi hermano que estaba pálido como un papel.
―No es real. ―Me aseguró con la sonrisa más falsa del mundo, tal vez hasta del universo. Ya de regreso en nuestra fogata, mi hermano terminó de apagarla, tomó nuestras cosas
corrimos al auto y nos fuimos de allí.
Cuando el portero nos abrió, bajamos las ventanillas y mi hermano aclaró su garganta para hablar pareciendo sereno.
―Nos marchamos antes porque, nos quedamos sin fuego… Nos pareció ver gente camino al cerro, me preocupa que puedan hacer un incendio.
―Entiendo, iré a ver… Les recomiendo algo, si vieron algo, o si escucharon algo, no hablen de ello con nadie, ni siquiera entre ustedes. Lo mejor es que finjan que no pasó nada, así no tendrán problemas.
―¿Alguien ha tenido problemas? ―Me atreví a preguntar.
―La esposa del antiguo jefe, ella aseguraba que habían niños en el bosque, que los escuchaba llorar. Buscamos por días pero no encontramos nada, incluso vino la policía, pero le recomendaron que se fuera de vacaciones.
Nos miramos en un tenso silencio con mi hermano.
―Y ella está bien entonces. ―se aventuró mi hermano.
―No lo sé, su madre murió poco tiempo después de eso y finalmente se fueron de aquí, hay otro jefe ahora. No creo en cuentos, pero si yo fuera ustedes, mejor tomo mis precauciones. Tengan un viaje seguro.
―Gracias, señor. Buenas noches.
Mi hermano manejó tenso hasta alcanzar la autopista, allí le mandó un mensaje de voz a nuestros padres «Ya vamos de regreso». Buscó una emisora radial con música alegre y nunca más volvimos a hablar del tema, ha pasado tiempo y a veces sueño con esa canción, incluso la apunté en una partitura que guardé en el fondo de una caja, allí donde ni mi hermano ni yo podamos alcanzarla.
Vielen Dank für das Lesen!
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