Kurzgeschichte
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Experimento Somnium

Noviembre de 2019

—¡Qué frío! Y no deja de nevar —dijo Bao al entrar, tiritando y con las uñas azules, en la oficina.

Llegaba media hora tarde, y no fue de los últimos. Nevaba desde hacía horas y la ciudad era un caos, sobre todo para los conductores. Inari se alegró como nunca de ir al trabajo en Metro, él era de los pocos que había fichado a su hora, sin el menor retraso, pero no iba a decirle al jefe que tendría que haber dejado su trasto en el garaje y venir en transporte público, como los demás mortales, de modo que optó por estirar el socorrido tema del tiempo.

—Según las previsiones va a seguir nevando durante buena parte del día.

—Pues es un fastidio, esta tarde hay partido —terció Zheng.

De inmediato la conversación derivó hacia el futbol, los equipos, los jugadores favoritos de cada uno de ellos y los árbitros, mientras la nieve caía lenta, sin ruido y sin pausa.

A las cuatro de la tarde, el mismísimo presidente de la empresa realizó un comunicado general: las autoridades instaban a la población a regresar a su casa temprano, mientras fuese de día, y no salir salvo en caso de auténtica necesidad, en vista de lo cual dio permiso a los empleados para que todos se marchasen.

Para entonces el polígono empresarial, ubicado en una gran hondonada y famoso por su microclima, se había convertido en una ratonera de vehículos atrapados. Durante la mañana habían visto a los sufridos operarios del ayuntamiento esparcir sal por la calzada y las aceras, pero a medida que crecían las complicaciones provocadas por la interminable nevada, las máquinas quitanieves y los sacos de sal emigraron hacia las carreteras colapsadas. En consecuencia, las carreteras seguían cerradas y con centenares de vehículos atrapados, y las calles de las barriadas periféricas de la ciudad también habían quedado intransitables.

Así fue como aquella tarde Inari ejerció de guía para Zheng y Bao, que no sabían dónde estaba la boca de metro más cercana porque siempre iban en moto. El recorrido tenía unos setecientos metros, quizá algunos más, y fue una odisea. La calzada había desaparecido y solo las lomas blancas que cubrían los vehículos aparcados y las hileras de faroles delataban el límite de las aceras, el viento parecía soplar desde todas partes a la vez, la luz reflejada era fantasmagórica y deslumbrante, y sus zapatos de oficina intentaban abandonarles cada dos por tres. Bao se cayó una vez, y en otra ocasión fue Zheng quien lo arrastró con él al suelo.

Llegaron a su destino mojados y ateridos, les castañeteaban los dientes y no sentían los dedos.

En la estación les esperaba una noticia desalentadora: la línea de metro, que se adentraba en el extrarradio y tenía tramos en superficie, estaba cortada por la ventisca. Un voluntario les dio chocolate caliente en vasitos de cartón y un agente del orden, afónico de gritar instrucciones, les señaló una montaña de mantas y susurró que podían quedarse a pasar la noche en la estación o regresar a la oficina de la que habían partido cuarenta minutos antes.

Ni Bao ni Zheng dudaron, por nada del mundo iban a repetir la experiencia de deambular bajo la ventisca, preferían el suelo del andén del metro. Inari apretó los labios azulados y se despidió de ellos.

—¿Estás loco? —gritó Zheng—. Tú vives solo, precisamente a ti es a quien menos debería importar pasar la noche fuera de casa.

Pero Inari tenía responsabilidades. Dos años antes había adoptado a una hembra de pekinés y hacía cinco meses había llegado a su vida una pequeña gatita atigrada que encontró junto a unos cubos de basura. No tenía más remedio que regresar a casa.

Salió de la estación a gatas porque la escalera se había convertido en un tobogán. Sobre la entrada del metro se había derrumbado un árbol, vencido por el peso de la nieve, y tuvo que escalar para superar el obstáculo. No fue divertido, se rasgó el forro polar, pero el esfuerzo le hizo entrar en calor.

Para cuando echó a andar, a paso de tortuga, con una mano apoyada sobre el edificio más cercano, anochecía, pero no lo advirtió porque la luz reflejada por la nieve iluminaba una ciudad fantasma. No se veía a nadie, pero los árboles y el mobiliario urbano adoptaban la apariencia de monstruos y gigantes helados, y el viento gemebundo transportaba susurros ininteligibles.

Inari se enfocó en avanzar un paso tras otro, pie izquierdo, pie derecho, izquierdo, derecho, izquierdo, derecho. Su casa solo estaba a tres kilómetros de la oficina y ya había recorrido uno.

En algún momento advirtió que no reconocía la calle en la que estaba, algunos edificios se habían transformado en colmenas de iglús y otros en montañas picudas. No le dio importancia, eran edificios inteligentes y se adaptaban al entorno. Había árboles partidos y derrumbes de cornisas en mal estado por todos lados, de hecho, tuvo que abandonar el apoyo de las paredes y caminar por el centro de la calzada, encogido y golpeado por el persistente viento, pero mejor eso que arriesgarse a que le cayese encima un muro, una rama o unos cuantos kilos de nieve dura.

Para entonces no estaba solo. Primero llegaron los pingüinos, al principio en grupos pequeños y tan despistados y fuera de lugar como él, y más adelante se internó en una extensa colonia de centenares de pingüinos que se bambolearon en todas direcciones para alejarse a toda prisa.

También divisó una morsa y un par de osos polares que escalaban un edificio. La morsa era rosa y los osos llevaban bufandas de rayas rojas y grises, pero lo que sorprendió a Inari fueron los mamuts, cinco ejemplares, dos de ellos con largos colmillos retorcidos, que retozaban felices como si estuviesen en la playa.

Desde ese momento avanzó con aprensión, por si se cruzaba con algún Yeti.

Las interferencias empezaron casi a la misma vez que cruzaba por delante de él, a la carrera, una manada de renos con las grandes astas adornadas con cascabeles y cintas.

—¡Inari! ¿Inari, me oyes? —bramaron los renos a su paso. Y por un instante el mundo se volvió borroso, el viento cesó y percibió olor a loción para después del afeitado.

«¡Qué tontería! Los renos no se afeitan», pensó y dio otro paso. Ya solo faltaba una manzana para llegar a su bloque de viviendas.

—Inari, abre los ojos —silbó el viento.

Un zorro blanco asomó por un lado.

—¡Ha parpadeado! —gritó.

—¡Parpadea! Está parpadeando —corroboró un lobo desde un poco más lejos.

Inari trató de correr, pero la nieve cayó sobre él espesa como una manta y… Estaba tumbado en una cama, cubierto por una sábana blanca y su hermano Tai se inclinaba sobre él y le apretaba la mano.

—¡Has vuelto! —sonrió Tai. Su expresión era preocupada.

Mudo, Inari intentó entender su situación. No recordaba haberse caído, ni estar enfermo, pero ni la cama era la suya ni estaba en su casa, sino en lo que parecía una habitación de hospital.

—El experimento… —recordó de repente— ¿ha funcionado?

Se palpo el rostro en busca de sensores y no encontró ninguno. Tai y él investigaban los trastornos del sueño y habían dedicado varios años a una máquina novedosa que no solo mediría los parámetros típicos, sino que sería capaz de inducir sueños en el paciente. Inari se había ofrecido voluntario para la primera prueba.

Su hermano puso una cara rara y tardó en contestar.

—Sí, pero no como esperábamos —reconoció en un susurro, como si revelase un secreto, uno oscuro y desagradable.

—Pues tengo la impresión de haber dormido como un tronco… Y de haber soñado, aunque he olvidado lo que sea que soñaba.

El rostro de su hermano se contrajo aún más.

—Antes de despertar soñabas con una nevada.

—¿He vuelto a hablar en sueños?

—Siempre hablas dormido, pero ¡mira!

Al mirar por la ventana, vio la danza muda de los copos de nieve con el viento. Pero ahora estaba despierto y la nieve estaba en el mundo real.

—No lo entiendo —reconoció con un estremecimiento.

—Nadie lo entiende, pero la máquina hurga en los sueños y los reproduce. Te lo aseguro. Hemos comprobado la correspondencia entre tus ritmos de sueño y lo que ha pasado… Primero soñaste que volabas…

—Bueno, no es raro, es una vieja aspiración humana…

—Ya, pero tuvimos que atarte a la cama para que no escaparas flotando, Inari. Y lo malo es que no paramos ahí el experimento, seguimos adelante…

—¿Ha causado muchos problemas la nevada? —preguntó. Tenía que haber pasado algo grave para que Tai estuviese tan agobiado.

—La nevada no me preocupa, hermano. Tu segundo sueño es el que me da miedo…

—¿Por qué? ¿Qué dije en voz alta que tanto te alarma?

—Soñaste con una pandemia a nivel mundial, Inari, y me temo que la hemos desencadenado de verdad.

22. Mai 2023 00:00 12 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

Über den Autor

Mavi Govoy Estudiante universitaria (el TFG no podrá conmigo), defensora a ultranza de los animales, líder indiscutible de “Las germanas” (sociedad supersecreta sin ánimo de lucro formada por Mavi y sus inimitables hermanas), dicharachera, optimista y algo cuentista.

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Juan de Dios Juárez Gómez Juan de Dios Juárez Gómez
No esperaba ese final, fue muy bueno. Sigue así 😁
January 16, 2024, 12:29
Eliézer J. Fernández Rodríguez Eliézer J. Fernández Rodríguez
¿Qué? Jajajaja, me atrapó desde el principio y me dejó atónito al final. Me encantó la manera en cómo vas arrastrando con la lectura. Es imposible no leer hasta el final y definitivamente la estocada en la última línea estuvo de lujo. ¡Sigue Así!
December 16, 2023, 16:51
Cristian Dickson Cristian Dickson
Me gustó como desarrollaste los diálogos y la creatividad que tuviste. Seguiré viendo tu trabajo.
November 12, 2023, 02:03

TS Tania S. Aguilar
Me ha encantado la narrativa y los diálogos. Y los personajes. Compartimos enfoque e imaginación, seguiré leyendo...
November 04, 2023, 12:30
ALEXANDER JOSÉ VILLARROEL SALAZAR ALEXANDER JOSÉ VILLARROEL SALAZAR
Muy buena historia, creatividad puesta de manifiesto. Buen trabajo
September 16, 2023, 23:24
Axel Stonehearth Axel Stonehearth
good
September 06, 2023, 18:39
Marco Campos Marco Campos
Muy buena trama me gusto.
July 17, 2023, 00:11

Rodrigo Armas Rodrigo Armas
Un espectáculo el relato. Esa maquina puede ser magnífica o tenebrosa.
May 28, 2023, 15:59

  • Mavi Govoy Mavi Govoy
    Ojalá le pudiese pasar yo a la máquina algunos de mis sueños para que los hiciese realidad :-) May 28, 2023, 17:23
  • Rodrigo Armas Rodrigo Armas
    Juju lo que haría esa máquina con este mundo. May 28, 2023, 17:28
~