—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Una voz dulce llevaba rato sonando en mi mente, pero ahora logré distinguir con claridad cada palabra.
—Vaya, parece que empieza a despertar.
Abrí los ojos, pero ninguna forma o color cobraba sentido. ¿Dónde me encuentro? ¿Qué ha pasado?
—Tranquilo, cuesta acostumbrarse después del letargo.
Era una voz femenina, me recordaba a la de un viejo anuncio de televisión. Poco a poco, las nubosidades se iban acoplando, otorgándole el aspecto con el que se presentaba mi acompañante.
—¿Quién… quién…? —intenté pronunciar.
—Con cuidado —respondió mientras ayudaba a incorporarme, tirando de mis manos.
Tenía los ojos azules como el cielo, y el pelo de color amarillo como la arena de la playa. Su rostro era delicado, parecía un ángel. ¿Qué hacía ahí conmigo?
—Le doy la bienvenida a Celeste, señor David —pronunció muy despacio y con un tono sereno.
—¿A dónde? ¿Quién eres tú?
—Discúlpeme. —Soltó mis manos—. Soy Alex, su guía de incorporación.
La cabeza me dolía y me daba vueltas, como si acabara de salir de una centrifugadora. Soy David, trabajo como taxista en… No soy capaz de recordar nada más. Alex debió darse cuenta de mi estado de desconcierto al mirarme con rostro preocupado. Me encontraba en una habitación blanca, con una ventana tan amplia que el cristal ocupaba toda la pared. En el exterior, solo se veía el mar al ras del suelo. Era como si estuviera en una especie de sueño. Volví a mirar a mi… guía de incorporación.
—Alex, ¿qué hago aquí? —Me puse en pie.
—Seguramente no recuerde gran cosa, les pasa a todos. ¿Le suena el nombre de Tomorrow?
—¿Tomorrow? —Llevé la mano al mentón, en busca de respuestas a su pregunta—. ¿No es una empresa de fertilidad asistida?
—De modo que usted es anterior a todo esto. —Alex abrió la puerta—. Sígame, salgamos afuera mientras le pongo al día.
Mi acompañante y yo salimos al exterior por la puerta contraria al ventanal. Yo vestía una especie de pijama blanco, mientras que ella llevaba un atuendo de colores pastel y muy ceñido al cuerpo. De todas las comparaciones posibles, no encontraba ninguna para describir el extraño dúo que formábamos. Nada más salir, nos encontrábamos en una pradera llena de caminos. Todas conectaban a pequeños habitáculos como del que acababa de salir yo. En el centro de la pradera había una pequeña cúpula. En el horizonte y a nuestro alrededor, todo era mar, que hacía juego con el color del cielo. Parecía que nos encontrábamos en una especie de isla.
Mi asombro adquirió una nueva dimensión cuando nos cruzamos con otra pareja formada por una persona de aspecto confundido y su acompañante, de apariencia similar a Alex.
—Este sitio no es normal, no se parece a nada que recuerde —decía mientras giraba mi mirada—. ¿Por qué esa chica se parece tanto a ti?
—Verás, David, lo que voy a decirle le va a resultar difícil de creer, pero ha despertado cien años en el futuro, para ser exactos.
—Ya me imaginaba… ¡¿Cómo?! —Me detuve en seco.
—Esperaba a llegar a la cúpula central antes de explicarle el resto, pero si lo desea, puedo ir resolviendo algunas de sus dudas por el camino.
Retomé el paso, aunque desconfiado, mientras Alex iba contando acerca de mi presencia en aquel lugar de nombre y tonos sosegados. Los recuerdos más lejanos me susurraban nombres, sonidos y rostros. ¿Mi esposa? ¿Mis hijos? ¿Dónde estaban? ¿Había viajado al futuro yo solo? La respuesta la tendría en la cúpula, donde, según me explicaba, todos los que acababan de incorporarse acudían para tener una primera toma de contacto con el mundo real después de haber despertado de nuestro estado de estasis.
Alex pertenecía a una nueva generación instruida por Tomorrow, la compañía que administraba aquel espacio inspirador. Al parecer, el mundo siguió su curso mientras otras personas tuvieron que someterse a…
—¿Una compensación temporal? ¿Qué es eso? —pregunté extrañado.
—Es cuando las personas se encuentran en un punto de no retorno en sus vidas y se acogen a la perennidad prometida por Tomorrow, un paso importante hacia el futuro.
—Pero yo no sabía nada de esto, ni recuerdo haber tomado ninguna decisión.
—Porque no la tomó usted, sino su esposa.
Eso sí que me resultó violento: ¿por qué mi esposa y no yo? Me quedé en silencio, intentando recordar aunque fuera su rostro, pero me costaba horrores. No eran pocas las sensaciones que se me acumulaban, como si hicieran turno para querer salir de mí; aunque una, en particular, tenía un miedo atroz a conocer la razón por la cual yo no había actuado por voluntad propia.
—¿No será que caí en coma o algo similar? —tanteé— ¿Un accidente? ¿Una enfermedad? No se me ocurre nada.
Alex detuvo en seco sus pasos y me miró. Su rostro calmado me transmitía una extraña serenidad, y digo extraña, porque cada vez tenía más ansiedad por salir de aquella situación, un mal sueño que empezaba a atormentarme. Parecía pensativa, como si quisiera decirme algo muy específico.
—Por normas de la compañía, no puedo revelarle nada más. Lo sabrá en cuanto lleguemos a la cúpula.
Y seguimos caminando, la única actividad que parecía practicarse en aquel lugar. El silencio se apoderó de nosotros y, aunque tenía muchas más preguntas, entendí que Alex no iba a poder responderme a la mayoría de ellas. Tras estrujarme un rato los sesos, recordé a mis hijos pequeños. Eran muy pequeños: nueve y siete años. ¿Qué habría sido de ellos en todo este tiempo? ¿Por qué no podía recordar nada más? Mi corazón empezó a latir deprisa, parecía que empezara a ser consciente de todo el tiempo del que había sido privado. ¿Y sus nombres? El mayor era Antón, y la pequeña era Blanca, como mi esposa. ¡Joder! ¿Qué aspecto tenían? Estaba convencido de que eran reales, mucho más que este entorno futurista de aspecto aséptico y artificial.
Por fin llegamos a nuestro destino. Daba la impresión que, desde el interior, la cúpula fuera de mayor tamaño. Los guías de incorporación parecían dar instrucciones a las personas que se iban adentrando en las diferentes habitaciones que había alrededor.
—Esta es la suya. —Señaló Alex cuando nos encontrábamos a pocos pasos.
—¿Mi qué?
—Su sala de bienvenida.
Miré hacia la puerta, miré a Alex. Me daba pánico saber la verdad sobre mí, mis seres queridos y mi pasado.
—No se angustie —prosiguió—. Todos, llegados a este punto, tienen cientos de dudas. Las respuestas están al otro lado.
Tras varios segundos, logré desanclar mis ojos de la incierta seguridad que me transmitía la silueta de Alex, mi único contacto en este lugar desconocido. La puerta se abrió: frente a mí, una enorme pantalla y una silla. Ella asintió y me invitó a pasar haciendo un gesto con la mano. Una vez dentro, la puerta se cerró. Todo estaba bastante limpio y bien iluminado, como si estuviera estrenando aquella sala. De repente, la pantalla se encendió, dejando ver a un hombre de unos treinta años esperando, que descruzaba sus brazos al verme, con gestos de sorpresa.
—¿David? ¿Eres tú?
Miré a ambos lados, en busca de alguna cámara oculta: nada. Devolví la mirada a la pantalla, pero no respondí, sino que me detuve a observar algunos de los rasgos de su cara. Tenía ojeras, como las mías, y unas pestañas largas, como las de mi hijo.
—¿Antón?
El hombre se rio, pero no parecía que le hiciera gracia mi pregunta, pues se le escaparon algunas lágrimas que intentaba secarse con disimulo y premura antes de continuar hablando.
—Ese era mi abuelo, soy Alejandro, tu bisnieto.
Me quedé petrificado. No había conocido a mi hijo como adulto, ni siquiera a mi nieto. ¿Qué había sido de mí?
—Hace cien años, tuviste un accidente de tráfico, bisa —empezó a contar—. Estuviste muy grave, de hecho, la abuela contó que moriste.
Mi pulso se disparó, evocándome una idea muy diferente a la que acababa de transmitirme mi supuesto bisnieto.
—Eso no es posible, estoy vivo, estoy hablando contigo. ¿No lo ves? ¿Acaso estoy en el cielo?
Y yo mismo respondí a mi pregunta: «Celeste». Debía tratarse de una pesadilla.
—¿Dónde están mis hijos? ¿Dónde está Blanca?
—Tienes que calmarte.
Quise levantarme de la silla, pero no podía, era como si mi trasero se hubiera quedado anclado, como si estuviera obligado a escuchar las estupideces que aquel hombre tenía que decirme…
* * *
«David: … ¿Dónde está Blanca?»
En la pantalla del terminal se dibujaban las respuestas de mi bisabuelo, cuyas palabras denotaban impotencia y ansiedad. Para ser la primera versión beta de Celeste, el resultado era magnífico.
—¿Lo dejamos por hoy? —preguntó Alex, la asistenta.
—Creo que sí, me temo que todavía no está preparado para conocer el resto de la historia.
Tras su muerte, el cerebro de David fue criogenizado en las novedosas instalaciones de Tomorrow. Ante la dificultad tecnológica de proveerle un cuerpo, cien años después, fue conectado a una red neural artificial para que su consciencia siguiera con nosotros, al igual que la del resto de mi familia.
Vielen Dank für das Lesen!
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