—Día veinticuatro... del año... —escuchas. Es una voz femenina, metálica; de fondo tiene un extraño sonido que, conforme vas despertando a la consciencia te das cuenta de que es estática. Todo para ti se ve borroso y algo te daña los ojos conforme tratas de abrirlos para dilucidar lo que está sucediendo. Algo en tu garganta te impide respirar con comodidad, de hecho, sientes como poco a poco lo que sea que obstruye tu garganta te impide obtener el oxígeno que necesitas.
—Cámara frigorífica... 0800905... ¡EMERGENCIA! —esa última palabra te desconcierta y te pone en alerta. No sabes lo que está sucediendo, pero la voz metálica de la mujer suena a que no puede ser nada bueno. Tratas de moverte, pero te sientes atrapado, tu cuerpo es incapaz de moverse dentro de donde estás y eso te altera más; la adrenalina que recorre tu cuerpo te pide más aire, pero eres incapaz de obtener más. Cierras y abres los ojos, confundido, primero ves destellos azules, después una luz roja. Esto no puede significar nada bueno, piensas.
—Inhabilitando sistemas... gelación... 90567... liberación en progreso —. Liberación, la palabra te trae nuevas sensaciones, el sonido de agua drenándose inunda tus oídos que ahora son capaces de escuchar mejor, la sensación de que tu cuerpo se vuelve más pesado y que si bien no eres capaz de moverte con soltura, pero sí un poco dentro de la capsula en la que ves que estás encerrado te llena de alivio. Ahora puedes ver, ahora puedes escuchar, sentir, oler y cuando la capsula por fin se abre y escupes lo que tienes dentro de la boca y la garganta, eres capaz de degustar el sabor rancio de la pasta alimenticia especialmente diseñada para los sujetos de criogenización y sentir el incomodo progreso de extracción de la manguera de oxígeno de tu cuerpo. Una vez todo está afuera, te sientes liberado tal como lo mencionaba la voz de la mujer.
—¡Bienvenido capitán Wallace R. Molier! —miras a tu alrededor en busca de la mujer que te habla, pero no vez a nadie, solo una habitación vagamente iluminada. Una habitación desordenada, sucia y, en el peor de los casos, abandonada.
—¿Quién habla? —cuestionas confundido.
—Soy la inteligencia artificial que conduce, temporalmente, esta nave, capitán Wallace. Sus allegados a bordo solían referirse a mí con el nombre de Alice, señor.
—¿Alice? Bueno, Alice, dime ¿Cómo he llegado aquí, yo no logro recordar lo que está pasando?
—Claro señor Wallace. Eso puede deberse a efectos secundarios de la criogenización, tomaré los datos pertinentes y los enviaré a las autoridades de mantenimiento y a los encargados médicos de la nave.
—¿Nave? ¿Es esto una especie de barco?
—No señor Wallace, usted se encuentra abordo de la nave espacial G. Shumaru. Ha sido reclutado como uno de los encargados para hacer cumplir la misión #100, una misión muy importante para la humanidad...
—Repoblación —susurras mientras un flash pasa por tu mente.
—Exactamente. La misión #100 es el centésimo intento de la humanidad para repoblar otro planeta distinto a la tierra. Uno en el que no pudieran ser encontrados, señor.
Te pones de pie, incrédulo. Cien intentos y hasta ahora todos han sido un fracaso. Caminas con cuidado por el frío pasillo, las luces se encienden, pero no todas ellas, muchas están fundidas; muchas de ellas están rotas, pero funcionan las suficientes para que puedas ver lo que ha sucedido. El pasillo está lleno de capsulas como en la que tú has despertado, todos en su interior flotan en una masa de agua rosada, los años de experiencia, aquellos que no han dejado tu memoria, te dicen que solo puede significar una cosa.
—Alice —llamas, impactado, a la IA de abordo —¿Cuánto tiempo ha pasado desde que estás personas están... muertas?
—Calculando. —los cálculos de la computadora tardan una eternidad, al menos eso piensas pues lo abrumador del escenario en el que te encuentras no te deja visualizar el tiempo con precisión —. Listo. Según mis cálculos, sus compañeros llevan muertos un aproximado de 103 años.
—¿CIENTO TRES AÑOS! —preguntas completamente fuera de ti.
—Sí, señor. Los cálculos son solo una estimación con un rango de error de más/menos tres años debido a la poca información que se tiene de un cuerpo en descomposición dentro de una cámara de crio... —tu mente silencia a la máquina parlante. Comienzas a pensar en cuanto tiempo llevas dormido, cuantas cosas te has perdido; en tu familia, tus amigos, los cumpleaños no celebrados, las reuniones jamás hechas, los hijos que no viste crecer, los nietos que no sabes si tienes o incluso la posibilidad de tener algún bisnieto. Te gustaría viajar en el tiempo para recobrar las cosas que has perdido, piensas en el salto temporal que has hecho y todo por una misión fracasada... Entonces frenas. Recuerdas.
—Alice —murmuras un poco más para ti que para la computadora.
—¿Sí, capitán?
Con la cabeza gacha tratas de buscar algo por el suelo. Cualquier cosa.
—Podrías por favor recordarme qué es lo que buscábamos con esta misión.
Alice tarda en responder. Piensas que eso no tiene sentido. Buscas un poco con la vista, ayudado por las luces de la habitación, cámaras de seguridad y encuentras justamente una de ellas apuntando directamente hacía ti. Vuelves la mirada al suelo, buscas con más desesperación que antes hasta que das con un tramo de metal de una de las barandillas que rodean el pasillo; piensas en lo más alto que puedes creer, en ese dios que sabes bien que les ha dado la espalda y rezas por última vez una petición a ese ser de lo más alto.
—Bueno —responde Alice, su voz ha cambiado, sigue siendo femenina, pero ya no tiene ese eco estático de un principio; ahora suena incluso más cerca de ti —, la humanidad no estaba buscando nada en especial más allá de un lugar en el que poder ocultarse.
Comienzas a recordar los sucesos que te trajeron a esa nave. Recuerdas los otros noventa y nueve fracasos, el poco tiempo que había para preparar una misión más y por lo cual muchas de las reglas de contención se llevaron de la peor manera posible todo con tal de que este intento número cien fuera un éxito. Recuerdas como en secreto se te llamó a las oficinas de gobernatura y te dieron la última esperanza de la humanidad, una última misión que solo tú podías cumplir.
—Y dime, Alice —escuchas algo acercándose, no sabes precisamente qué, pero sabes bien lo que verás cuando las puertas que te encierran en la sala de crio-estasis y te separan del resto de la nave se abran, lo sabes bien porque esa cosa no ha elegido el nombre de Alice por casualidad —¿De qué nos estábamos ocultando precisamente?
Tomas el tubo metálico de la barandilla. Con cuidado te ocultas en las sombras. Esta vez cambias tu petición anterior a ese dios tuyo, ahora le pides una cosa diferente. Fuerza. Las puertas se abren iluminando una buena porción de la entrada de crio-estasis y una figura femenina de la que no puedes ver más que una silueta muy familiar se asoma.
—Se ocultaban de mí... Capitán Wallace.
Sabes que los de gobernatura hicieron un buen trabajo ocultando tu identidad pues estás muy seguro de que esa cosa cree en verdad que eres capitán de una fragata de navíos antiaéreos.
«Pue ahora es tu turno de ocultarte Alice». Te aferras aún más a tu tubo de metal y meditas tus siguientes pasos antes de salir al ataque. El número cien debe ser la vencida.
Vielen Dank für das Lesen!
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