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Desencadenada

Como todos los días, ella se despierta unos segundos antes de que la alarma se active, iluminando la habitación, con el tono amarillento y tibio de las hojas bioluminiscentes que trepan por las paredes.

Deslizando la punta fina de su índice por la proyección azulina que flota sobre su mesa de noche, apaga la alarma, sin apartar la vista de los números que le informan la hora.

Su rutina diaria empieza.

Avanzando por los pasillos silentes, acompañada únicamente por el eco de los tacos de sus zapatos contra suelo, llega hasta la sala de navegación.

Las penumbras de la habitación desaparecen ni bien los sensores de proximidad reconocen su presencia, desplegando sobre la mesa de metal espejado, una carta galáctica con su posición actual. La misma orbita controlada que ha mantenido durante 6 meses.

Una cuenta regresiva parpadea frente a sus ojos, dándole una emoción agridulce. “Falta poco” piensa, buscando inconscientemente el collar que oculta bajo el cuello largo de su chaqueta negra, antes de concentrar su mente en los deberes diarios.

Una puerta metálica se desliza. Los pistones neumáticos suspiran, desplazándola pesadamente sobre los rieles, hasta detenerse con un ligero impacto. La luz solar penetra en la oscuridad al otro lado del umbral.

- Fin de la condena, prisionero – cruje eléctrica la voz artificial de un dron de seguridad, escoltando a un hombre.

Con pasos firmes y pesados, él abandona el sudario de las sombras.

Sus ojos resienten la luz de la enana blanca. La mueca incomoda muta en una sonrisa, saboreando el aire frente y vigorizante de la libertad.

Manos anchas cubiertas de cicatrices, nuevas y viejas, buscan en los bolsillos de la chaqueta de neocuero marrón por una cigarrera que se ha macerado por medio año

- El último – gruñe él con voz cavernosa, - menos mal que las máquinas no fuman.

Ni bien el filtro del cigarrillo toca sus labios, una oxidación veloz y controlada lo enciende, calmando una abstinencia de meses en solo una aspiración profunda y larga.

Ni bien la puerta de la prisión se cierra tras su espalda, él marcha hacia las estructuras distantes de la colonia, pensando con ironía en lo mucho que le van a servir los kilómetros de caminata en el yermo, para volver a su vida.

- Solicitud de abordaje – clama la voz artificial del sistema operativo, a través de toda la nave.

Concluyendo su rutina de meditación con un suspiro largo, abre los ojos, buscando la escotilla para salir de la cámara de gravedad 0.

- Comando: confirmar identificación – ordena, avanzando hacia la sala de navegación con pasos cortos, pero veloces.

- Identificación: Magallanes, Darío Patroclo. Comerciante. Afiliación: Independiente. Categoría: Hierro. Estado: Activo.

Una sonrisa delicada curva los labios color peltre de la mujer, mientras un brillo vivo regresa a sus ojos ámbar.

- Identidad confirmada. Solitud aceptada – responde ella al sistema operativo, - Iniciar protocoles de anclaje y amarre.

Una capsula de traslado penal es guiada desde el planeta a la trayectoria de la nave. Aun a kilómetros de distancia, la capsula no es más que un grano de arena, en comparación a la mole hacia que se dirige.

Un modelo viejo pero confiable de embarcación comercial, un remolcador clase Roble con más de 4 siglos surcando el vacío, pero a los ojos de cualquier neófito la comparación hubiera sido instantánea: “Un árbol metálico colosal, rodeado de un enjambre innumerable de contenedores, llenos de Tera toneladas de bienes comerciales”

Apéndices mecánicos de amarre asen la capsula, hundiéndola en la corteza metálica. Proyecciones le piden paciencia, mientras una cuenta regresiva le indica que las atmosferas han sido controladas e igualadas.

Los ojos marrones de Magallanes inspeccionan, con un sentimiento impropio de novedad, el pasillo metálico que lo separa del interior de la nave.

El uniforme negro, baila sobre el cuerpo delgado de la mujer, mientras trota ligera a recibir al capitán del navío.

Suspiros rítmicos anticipan la apertura de la compuerta de abordaje.

- Bienvenido de regreso, señor – dice ella, inclinándose en una reverencia servil que, ha perfeccionado durante toda su vida.

La silueta ancha y tosca de Magallanes eclipsa el umbral. Casi 2 metros de hombre marchan hacia la mujercita que, lo ha esperado estoicamente, desde que fueses arrestado bajo los cargos de: “Trafico de bienes socialmente peligrosos”.

- Yura – suspira él, antes de morder otro de sus cigarrillos auto combustibles, - ¿Qué hacés aca?

Una sombra de duda y consternación, altera la expresión calma de la mujer por una décima de segundo, antes de alzar apenas la mirada hacia él

- Perdón, señor – su voz es tan calma y controlada como la sonrisa sutil que curva sus labios, - No entiendo lo que me pregunta.

- No – declara él, con el filtro perforado por sus colmillos, meciendo apenas la braza brillante al hablar, - No entendés. Los esclavos no entienden.

Yura clava la mirada en el suelo de polímero cerámico y pide disculpas, humillándose innecesariamente ante el Comerciante.

- Es mi deber informarle que, en su ausencia, me tome el atrevimiento de mantener sus cuentas bancarias al día, al igual que los libros mayores y el stock de mercadería. Pude evitar pagos adicionales a la colonia, por orbitar sin motivo. Después de 3 semanas, una multa es emitida, pero afortunadamente entendieron la situación por la que usted pasaba.

Magallanes la observa silente, hundido en sus pensamientos, mientras ella continúa narrando todo lo ocurrido en su ausencia.

Sin acotar más que un soplo de humo, el hombre avanza por los pasillos de la embarcación, seguido de cerca por Yura.

- Señor – la voz de la mujer arranca al Comerciante de sus pensamientos, - ¿Se siente bien? Hace 2 minutos que mira una nanoventana apagada.

Un hilo gris de humo se atraviesa en la mirada del hombre que, con ojos cansados y distantes, observa meticulosamente a la mujer que es su esclava.

Delgada, pero esbelta y bien proporcionada, siempre impecable en su uniforme negro con pequeñas decoraciones doradas. Ojos grandes, y ligeramente almendrados, de color ámbar con un sutil halo verde en torno del iris. Labios, suficientemente llenos, como para borrar la ilusión de que su boca sea solo un tajo en su rostro. Una nariz casi ausente, solo un par de fosas nasales finas, apenas por debajo de sus pómulos marcados y altos.

Todo enmarcado en su faz oval, sobre una cabeza completamente lampiña, de escamas perladas color peltre. La misma tez escamosa pero suave que cubre todo su físico, difuminándose en tonos más oscuros, que viajan hacia su espalda y nuca.

“Una Nateriana” piensa Magallanes, “Justo a mí me dan una Nateriana”

Yura intenta ocultar el nerviosismo que la invade ante la mirada de su dueño, controlando su respiración, mientras expande apenas la sonrisa ensayada.

- Yura – dice finalmente Magallanes, sobresaltando ligeramente a la mujer, - ¿hace cuánto que soy tu dueño?

- 16 meses y 4 días, señor.

- Y, en todo ese tiempo, estuviste totalmente sola en la nave, los 6 meses de mi condena

- Sí, señor – Yura asiente, intrigada inocentemente por las observaciones del Comerciante.

- seme sincera – dice él, avanzando un tranco hacia ella, forzándola a levantar la cabeza para no el contacto visual, - ¿nunca pensaste en irte?

Una sonrisa amable, pero visiblemente confundida, crece en los labios de la Nateriana.

- ¿Irme? – incurre ella en un tono educado, pero casi burlesco, - Perdón, señor, pero sigo sin entenderlo. Asumiendo que su pregunta es retórica, creo que mi respuesta sería: ¿Por qué me iría? Incluso, ¿Dónde iría?

Magallanes exhala humo y frustración, antes de aplastar la braza entre su índice y pulgar.

- Tenías todo. La nave entera para vos sola. Acceso total a mis cuentas bancarias y la lista de mis clientes y proveedores…

- … Y como le dije – interrumpe delicadamente la mujer, - las activas en su ausencia.

- Ese no es el punto, Yura – los ojos del Comerciante la apuñalan, haciendo que un nudo nervioso estrangule su garganta, - Tendrías que haberme abandonado en esa colonia. Yo lo hubiera hecho.

- Yo… - murmura ella, encontrando con la mirada y sin intensión, el anillo metálico que rodea la muñeca izquierda del hombre, - … No podría, señor. Incluso si desease hacerlo, cosa que no hago, no puedo abandonar a mi dueño.

- ¿Es por esto? - incurre él, deslizando el pulgar derecho sobre el metal, permitiendo que el Grillete lea su código genético, antes de abrirse con un chasquido.

Balanceando el anillo metálico, en la punta de un índice áspero, observa detalladamente la expresión de la Nateriana. Las micro expresiones que, años de acondicionamiento físico y mental, le han permitido encubrir sus emociones tras una máscara de sumisión y cortesía.

- Tiralo al espacio – ordena el comerciante, dejando caer el grillete sobre las manos pequeñas de la esclava.

Los ámbares de Yura saltan, de los ojos marrones y duros de su dueño, al aro metálico en su palma.

Pero ese anillo, no es solo un símbolo de propiedad sobre ella, sino la herramienta de sumisión más avanzada que haya sido fabricada jamás. Un artefacto diseñado para encontrar y subyugar, torturar o asesinar, al Nateriano al que haya sido vinculado. El logro supremo de la tecnología humana, dedicada exclusivamente a la dominación.

- Señor… - balbucea, controlando la mezcla tóxica de terror y sorpresa, lo mejor que su entrenamiento le permite, - …Yo… No soy quien para…

Extendiendo lentamente la mano que sostiene el Grillete hacia Magallanes, devolviéndole a su dueño, Yura siente el peso absoluto del aro sobre todo su ser.

- ¿Te estás negando a obedecer una orden directa de tu dueño? – pregunta el Comerciante, arrastrando en cada palabra un frío terrible que, parece morder el corazón de la mujer.

La contradicción la paraliza, llenándola de dudas y un terror que jamás creyó ser capaz de sentir.

La diestra del hombre se dispara en un parpadeo, tomando un brazo tan fino y delicado que, por unos segundos duda de llegar a romperlo.

- Vamos – brama él, llevándola a trancos, hasta una escotilla de salida.

Magallanes toma el grillete de la mano catatónica de Yura, arrojándolo dentro de la habitación cúbica que, separa el vacío de la atmósfera de la nave.

- ¡Ya está! – la voz grave del hombre resuena en el silencio de los pasillos vacíos del navío, - Ahora, tiralo. Es una orden.

Con un terremoto en los huesos, y un desierto en la boca, Yura confirma la orden de purgar la escotilla.

Como una guillotina, la puerta cae entre la esclava y el Grillete que, yace inerte dentro del cubículo.

El timbre monótono de las alarmas de apertura resuena por la nave, pero Yura no las escucha, el horror obnubila sus sentidos al mismo tiempo que satura su mente con un silencio caótico y terrible.

- ¿Y ahora? – la voz de barítono de Magallanes apenas llega a la mujer que, solo logra mirarlo sin comprender totalmente la situación en la se encuentra, - El Grillete desapareció. Ya no tengo el control. ¿Qué vas a hacer ahora?

Esquivando la mirada dura del hombre, Yura declara en un murmullo, lo único que ha dedicado toda su vida a hacer.

- Lo que usted me diga, señor.

Segundos tensos anteceden a un suspiro cargado de frustración.

- ¿Esa es tu respuesta? – gruñe el hombre.

Como un león sobre su presa, las manos de Magallanes atenazan los hombros de Yura.

- ¿No lo entendés? ¿Qué te pasa? ¿Cómo tengo que hacer para que lo entiendas? ¡Pensá! ¿Qué vas a hacer ahora?

- ¡No sé! – clama desesperada la Nateriana, mientras las lágrimas inundan sus ojos ámbar, - ¡No sé, señor! ¡No sé lo que quiere que le diga! ¡Hice todo lo que creí que era correcto! ¡Todo lo que pensé que lo haría feliz! ¡Por favor, dígame! ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé para que usted esté así?

El llanto la vence, ahogando las palabras en un sollozo lento y mudo.

- Voy a tener que ir más lento – bufa, liberando delicadamente los hombros de la mujer.

Dedos fuertes y curtidos toman el mentón fino de Yura, levantándolo cuidadosamente, hasta que sus ojos se encuentran.

- ¿Sabés por qué me metieron preso? – ella niega con la cabeza, aun muda por el llanto, - “Bienes socialmente peligrosos” dice mi ficha penal. La sentencia fue trabajos forzados en solitario, por vender archivos históricos sobre música y literatura. El Estado en esa colonia considera a la cultura general como un riesgo social.

Una risa acida y breve escapa de los labios del hombre, antes de morder otro cigarrillo, dejando que el brillo de la combustión espontánea resalte las líneas de su rostro.

- ¿Sabés pensaba, cuando los drones penales me llevaban de nuevo a mi celda, después de estar 10 horas desmantelando chatarra?

Secando las lágrimas con la tela de sus mangas, Yura intenta ordenar el caos mental en el que se siente atrapada, pero solo puede negar lentamente con la cabeza.

- Lo 1ero en lo que pensaba, era en lo que iba a hacer cuando me dejaran salir. Iba a llenarme de comida, drogas, y alcohol en el día. Y a gastar las noches en el primer prostíbulo que encontrara – una pitada larga y honda hace de hiato al monólogo del comerciante, - Pero lo 2do, era pensar qué estabas haciendo vos, sola y con todo a tu alcance. Estaba tan esperanzado de que te hubieras ido. Que te dieras cuenta por vos misma.

Magallanes apuñala a la mujer con una mirada dura y gélida.

- Pero ahora, tengo que hacerte entender.

Un miedo básico e instintivo muerde la nuca de Yura, mientras el nudo en su garganta se ajusta como una horca.

- Me quitaron algo que di por sentado, y que nunca valoré hasta que lo perdí. Hasta entendí que era lo más importante en mi vida – la braza brilla cuando él inhala y exhala una nube de humo, - Algo que vos nunca tuviste. Algo que te robaron el día que naciste.

El Comerciante avanza hacia ella, enorme y temible, como un depredador sobre su presa. El miedo paraliza el físico menudo de la Nateriana, mientras un escalofrío eléctrico repta bajo su piel.

- ¿Qué es lo que más valoras en tu vida? ¿Hay algo que tenga tanta importancia para vos?

La mente de Yura es una tempestad de pensamientos lógicos y emociones contradictorias. Perdiendo la mirada, busca en sus recuerdos algo que pueda responder a su dueño, pero sin darse cuenta su diestra contestó por ella.

- ¿Eso es lo que más valorás? – la voz del hombre rompe el trance en el que estaba sumida, dándose cuenta que, inconscientemente su mano tomaba el collar oculto bajo el cuello de su chaqueta, - ¿Qué es?

- No es nada, señor – murmura Yura, alejando velozmente su mano.

- Mostrame qué es – ordena el Comerciante.

Sin poder esconder el pesar en su rostro, la Nateriana abre el broche tras su nuca, entregándole al hombre su posesión más preciada.

Darío estudia meticulosamente el objeto. Sus ojos marrones brillan extrañamente, observando cada muesca en las tuercas, sintiendo su peso y palpando el cordón de polímero plástico que los une a todos.

- ¿Esto? – escupe burlón curvando sus labios en una media sonrisa, - ¿Este es tu tesoro? ¿Esto es lo más importante en tu vida?

La Nateriana asiente lentamente con la cabeza, sintiendo una mezcla de vergüenza y orgullo, porque a los ojos de cualquier otro es insignificante. Solo desperdicio reciclado en un accesorio precario. Pero para ella, es recuerdo invaluable y una promesa por cumplir.

- Sí, señor – murmura la mujer sin apartar la mirada del suelo.

- Hablá más fuerte, Yura. No te escuché

- Sí, señor. Ese collar es lo más importante en mi vida.

- ¿Qué harías si decidiera quedármelo? – los ojos ámbar se clava en la mano curtida que sostiene una parte de ella, - ¿Qué pasaría si no te lo devuelvo?

Un temblor nervioso crece dentro de ella, helando sus huesos y estrangulando su respiración. Los años de condicionamiento la paralizan, incluso cuando él avanza hacia ella.

- ¿Qué vas a hacer? – incurre Magallanes, caminando en círculos lentos alrededor de ella, como un tiburón saboreando sangre en el agua, - ¿Ni una palabra? Bueno… es una suerte, porque yo no quiero esto.

El collar pende frente al rostro de Yura, sostenido entre el índice y pulgar del Comerciante.

- La cosa más importante en tu vida es basura. No podemos tener basura dentro de la nave. Tiralo por la escotilla.

Un escalofrío eléctrico trepa por su columna al oír la orden. El aire no llena sus pulmones, y el suelo bajo sus pies parece haberse desvanecido. Solo puede sentir el ardor de sus propias uñas, incrustándose en sus palmas.

- Pero… - intenta decir, sin lograr que las palabras escapen de sus labios, queriendo encontrar una solución a una orden tan dolorosa.

- ¿No me escuchaste? – Magallanes toma la mano de la mujer, antes de depositar el collar en su palma, haciéndole sentir por primera vez el verdadero peso que cargaba en su cuello, - Te di una orden. Tiralo al vacío.

Sin darse cuenta, ella estaba avanzando hacia la escotilla, sintiendo cada paso más lento y pesado que el anterior.

- ¡Vamos! – clama el Comerciante, - Igual que con el Grillete. Tiralo dentro. Cerrá la escotilla, y purga todo.

Yura apenas puede respirar, el terror de la contradicción la consume internamente, envolviéndola en la proverbial batalla de la fuerza indetenible y el objeto inamovible. El deseo personal contra el condicionamiento.

- Bueno… - suspira el hombre, avanzando hacia ella, - … si no lo vas a tirar vos. Lo voy a hacer yo.

La diestra del Comerciante intenta arrebatarle el collar a la Nateriana, pero solo consigue abanicar el aire.

Esquivándolo, Yura abraza las tuercas contra su pecho, como una madre escudando a un neonato.

- Dame el collar, Yura – ella escucha el hielo en la voz de Magallanes.

- Por favor, señor. ¿Hay algo que lo haga cambiar de parecer? Lo que usted me pida, pero por favor, déjeme tenerlo. Usted mismo lo dijo, es basura, no tiene valor. No importa. Por favor, señor.

- ¿Me estás diciendo que hacer?

- ¡No, señor! ¡Jamás haría eso! – con cada paso que él avanza, Yura retrocede 2, - Solo le ruego que me deje conservarlo. Por favor, señor.

- Creo que no entendiste como son las cosas – la zarpa ancha de Magallanes se dispara, encontrando el brazo fino de la Nateriana, inmovilizándola, - ¡vos sos mi esclava! ¡Mi propiedad! ¡si yo te digo que hagás algo, vos lo hacés, sin dudar o cuestionarme! ¡Y si no lo hacés, no me servís! ¡Inútil! ¡Basura! ¡Como ese collar!

Lagrimas lentas y ardientes caen del mentón de la Nateriana, rogándole a su dueño, por la única posesión personal que ha tenido en toda su vida.

- ¡La cosa es simple! – Brama el comerciante, estrujando el brazo delicado de Yura, - ¡O ese collar termina en el vacío, o los tiro a los 2 por la escotilla! ¿Qué vas a hacer?

El eco de los alaridos de Magallanes perdiéndose en los pasillos. Las luces de emergencia brillando intermitentemente. El ardor gélido y corrosivo del terror, y la desesperación, palpitando dentro de su pecho.

Todo simultáneamente, llevando al límite la tolerancia de una mente entrada para servir ciegamente.

Y, como todo límite, estuvo destinado a ser roto.

En los ojos del Comerciante brilla el estupor y el asombro, retrocediendo lentamente un par de pasos, contemplándola en silencio.

Yura entiende lo que ha ocurrido. No sabe por qué su dueño la mira de esa manera, ni de quién son los gritos que oye, mucho menos el nombre de aquel sentimiento nuevo y ajeno.

Hasta que la verdad la alcanza finalmente, dándole a entender el motivo de todo.

La expresión del Comerciante, es el resultado de sus gritos contra él, y aquel sentimiento nuevo, es el júbilo aterrador de encontrar su propia voz por primera vez.

- ¡No! – exclama ella, libre del nudo en su garganta, sin dejar de estrecha el collar contra su pecho, - ¡No le voy a dar el collar, ni le voy a permitir que lo tire! ¡No me importa si me echa al vacío! ¡Es mío!

Una sonrisa trémula nace en los labios de la Nateriana, llenándola con una mezcla demencial de terror y orgullo.

Hasta que toma consciencia de lo que ha hecho. Un temblor óseo derriba su cuerpo, cayendo rendida sobre sus rodillas, sin perder de vista la mirada en los ojos del hombre. Sintiéndose débil, aterrada de sí misma, y completamente indefensa.

- Yo – escupe Magallanes con tono fúnebre en su voz, - Jamás quise una esclava.

Paralizada, Yura espera su castigo a manos del hombre, que se yergue sobre ella como una gigante.

Cerrando los ojos, ella reza a sus dioses por primera vez en años, no rogando por su vida sino, disculpándose por haber fallado a su promesa.

Una calma tibia reemplaza el frío nervioso del miedo, antes de sentir la presión delicada sobre su hombro, y ver a través de párpados apenas abiertos la mano de Darío.

- Jamás quise una esclava – dice Magallanes, cuando la mujer abre completamente sus ojos, aun brillando por las lágrimas y el asombro, - Pero me vendría bien una socia.

Para Yura, ni las palabras, los actos del Comerciante tienen sentido alguno. El impacto es tal que solo puede mirarlo a los ojos, incapaz de moverse, o hablar.

- ¿Te lastimé? – pregunta él, tomándola suavemente de los hombros, hasta dejarla de pie frente suyo, - No sabía hasta qué punto tenía que llevarte, para poder romper el condicionamiento de La Institución. Nunca esperé tener que ser tan extremo.

La Nateriana se siente como una hoja en un vendaval, intentando digerir el significado en las palabras del hombre.

- Lo siento mucho, Yura – suspira él, limpiando las lágrimas de las mejillas llenas de la mujer, - Nunca quise tener que hacer algo así, pero tenía que hacértelo entender.

- ¿Entender? – pregunta ella, luego de varios intentos fallidos de articular la palabra, - ¡No entiendo nada! ¿Qué pasa? ¿Qué le pasó a usted? ¿Qué me pasó a mí? ¡No puedo creer lo que hice!

Guiándola fuera de la escotilla, la ayuda a sentarse en los peldaños que dan a un pasillo lateral al que se encuentran.

- Sé que tenés miedo, y estás confundida, Yura. Al principio va a ser difícil, pero no te preocupés, te voy a ayudar a que entiendas.

- Señor – suspira la mujer, intentando controlar el temblor en sus manos, - Por favor, dígame, ¿Por qué pasó todo esto? ¿Qué es lo que tengo que entender? ¿Qué hice mal?

Los ojos de Magallanes la miran con un sentimiento agridulce, antes de sentarse a su lado.

- Nunca hiciste nada malo – declara el comerciante, - Ahora sos libre, Yura.

- ¿Libre? – susurra ella, intentando comprender la profundidad de aquella palabra extraña, y la situación en la que se encuentra.

- No te preocupés por entenderlo ahora – una calidez nueva en la voz del hombre, aplaca levemente los miedos de la Nateriana, - Tenés todo el tiempo del universo, Yura. Voy a hacer todo lo posible por contestar todas tus preguntas. Esa es otra libertad que tenés.

Para Yura, una Nateriana nacida y criada para servir y obedecer a los humanos, su realidad había terminado.

Pero, atando el collar nuevamente el collar en su cuello, siente algo que nunca creyó experimentar. El comienzo de una vida nueva.

17. Februar 2023 06:42 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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