No sabes por dónde empezar. Es más, dudas de si comenzar o no. No deseas abrir heridas, aunque bien pensado, como llevan tantos años abiertas, ya da igual.
Por otro lado, el tema está tan manido que detestas que lo que vas a expresar suene a cliché. Pero alguien lo tiene que decir y si sois muchos, mejor. A pesar de que eres consciente que por mucho repetir algo, ese algo no se tiene porque cumplir.
Hablas, por supuesto, de la monarquía. Esa institución que existe porque no ha habido voluntad de erradicarla (ni voluntad ni entereza). Lo peligroso es que lleva tantos siglos entre nosotros que se ha hecho familiar y parece que a nadie molesta. Es como un virus o bacteria que se hace fuerte en nuestro organismo porque nunca hemos aplicado la medicación adecuada o porque, por sí misma, se ha procurado anticuerpos (legales y políticos) que la protegen. Y la cuestión no es si molesta o no («¿Pero a ti, qué mal te hacen?»), el fondo es que por cualquier razón imaginable (una de ellas, aunque no la única ni la más reseñable, es el gasto que supone al erario público) es una institución que no debería de existir. Lo mismo que la Iglesia (como institución sufragada con fondos públicos), piensas de paso, pero eso ya lo abordarás en otro momento.
Y como gota que colma el vaso, está el discurso de Navidad. Te molesta que encima se recochineen y se rían en tu cara. Un discurso repleto de redundancias, a modo de consejos que debemos seguir y de discretos tirones de oreja por haber sido malos. Ese discurso, prolongación de los que dispensaban los reyes a la plebe desde las almenas del castillo, es la prueba palpable de que la institución monárquica no ha avanzado un ápice. Ha avanzado el armamento de las tropas, ya no se pelea con lanzas y escudos, pero la figura del rey ahí permanece, incólume.
Y los desfiles militares, algo que también se debería de erradicar, no dejan de ser una consecuencia de que, todavía hoy, la monarquía se pasee entre nosotros, como si fuéramos lerdos incultos. Camuflando su inútil razón de ser tras la extensa familia real, con sus “tremendos” problemas, con sus hijos, con sus nietos, con su patrimonio y con el resto de información baladí. Gran parte de culpa la tienen medios de comunicación dedicados a la prensa rosa y amarilla que les dan pábulo sin descanso. Lo enfocan hacia el sector indefenso y desinformado (la mayoría de las veces) de la tercera edad, que adoran a Leticia y a sus hijitas.
Concluyes que por bochornoso que resulte, nada cambiará. Nada cambia cuando no existe interés ni por parte de la mayoría ni por parte de los que ostentan el poder ni por parte de los que se lucran con desgracias como esta.
FIN
Relato perteneciente a la serie «Pensamientos diminutos»
Vielen Dank für das Lesen!
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