120413 Hielen Jimcad

Todos somos bendecidos de alguna forma u otra. En mi caso, mi bendición tiene nombre y apellido, Akira Matsumoto.


Romantik Alles öffentlich.

#amor #245
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Capitulo Unico

Todos somos bendecidos de alguna forma u otra. En mi caso, mi bendición tiene nombre y apellido, Akira Matsumoto. Nacida en Tokio, fruto de la unión de una joven pareja hace más de treinta años, huérfana a los diez años, escritora de profesión, pintora de vocación. Akira y yo nos conocimos a la edad de diecinueve años, fue amor a primera vista, solo pasaron 149 días cuando en un arranque de locura decidimos estar juntos hasta perecer, nos casamos catorce años después. El día de nuestro matrimonio mi corazón estalló al verla caminar por aquel pasillo vestida de blanco, con una sonrisa en su rostro y una lágrima rodando por su mejilla. Supe que en definitiva era la bendición que Dios había puesto en mi vida.


—¿Estás segura de querer mudarte? —dije ayudándole a subir la última caja al auto.

—Completamente segura, llegó el momento de usar la cabaña de Akaishi —respondió con su hermosa sonrisa adornada por hoyuelos.


Vivir en Tokio no me agradaba del todo, pero irme a vivir lejos de todo en los Alpes me generaba ansiedad, pero por ver a mi joven esposa tranquila estaba dispuesto a eso y más. La pequeña cabaña era acogedora y contaba con todo lo que una pareja podría necesitar en los días de frío. Akira disfrutaba de su chocolate caliente por las mañanas, el cual tomaba sin falta frente a la ventana, mientras el sol hacía su aparición entre las montañas,

vivíamos en la tierra del olvido, pero para ella era el paraíso, desde que fue diagnosticada con demencia por cuerpos de Lewy, intente de todas las formas posibles sacarle ventaja a la enfermedad, luchaba día a día con su pérdida progresiva de la memoria, con sus alucinaciones, con sus temblores y su dificultad para caminar, pero el día en que mi miedo constante se hizo realidad tuve que dejarlo todo para irme lejos con ella.


La primera crisis lejos de todos llegó, y fue una mañana de febrero, Akira estaba sentada en las escaleras de la entrada, se abrazaba a sí misma y murmuraba cosas sin sentido, me acerqué a ella y lentamente coloqué mi mano sobre su hombro.


—¿Qué hacemos aquí, Jun? —preguntó con lágrimas en sus ojos, nieve en el cabello y un poco de arena en sus manos.

—Akira, cariño, nos mudamos aquí hace tres meses, tú querías venir para tener un poco de calma, como te recomendó tu médico.

—Jun, tengo miedo, no quiero olvidarte, no quiero un día despertar y simplemente no saber quiénes éramos antes de que la enfermedad llegará a nuestras jóvenes vidas.

—Eso no pasará cariño de eso yo me encargaré —le dije ayudándola a levantarse.


La llevé adentro, la ayudé a colocarse un suéter para que así pudiera entrar en calor. Ella se sentó frente a la chimenea y la encendió, se cruzó de piernas frente a esta, colocó sus manos cerca al fuego con la intención de calentarse, al verla tan vulnerable sentí que algo dentro de mí se quebraba, pero no podía flaquear en ese momento, debía ser fuerte para ella.

Disfrutaba verla reír, verla jugar con la nieve, verla pintar con ansias, verla sujetarse el cabello con gran dificultad, verla teclear en su vieja máquina de escribir, la cual se negaba a dejar ya que era un obsequio de su difunto abuelo. Esa pequeña mujer frente a mí era la única razón por la cual vivir.


—¿Akira, cariño, quieres pintar conmigo? —le pregunté mientras limpiaba un par de brochas.

—Jun deberías buscar a alguien que pueda darles valor a tus actos nobles —dijo ella sin ninguna expresión en su rostro.

—Akira, ¿qué sucede? —dije tomándola por la cintura sutilmente para así poder estrecharla entre mis brazos

—No puedo recordar el día en que nos casamos, no recuerdo nuestra luna de miel, no recuerdo el día en que nos tomamos esa foto —volvió a decir apuntando a una foto de los dos en el templo Sensō-ji.

—Si no puedes recordarlos, entonces vamos a crear nuevos

—dije sosteniendo aquel abrazo con sutileza.


Muchos meses pasaron y Akira había olvidado casi diez años de su vida, la enfermedad avanzaba a pasos agigantados y ante ella yo apenas podía gatear. su falta de movilidad le generaba dificultad a la hora de hacer tareas sencillas, pero siempre sonreía ante la idea de tener que usar una silla de ruedas, con respecto a los temblores solo diré que muchas tazas terminaron rotas en el piso. pero lo que más preocupaba eran sus alucinaciones y su pérdida de memoria las cuales aparecían juntas.


—¿Jun estás casado? —preguntó Akira mientras pintábamos en la entrada de la cabaña, ella usaba un vestido blanco por encima de las rodillas, con su cabello recogido, y con una mancha de pintura en su mejilla.

—Sí —respondí.

—¿La conoceré algún día?

—No lo creo Akira, ella está muy lejos y aunque quisiera volver a mi lado le es imposible hacerlo.

—¿La amas? —volvió a preguntar.

—Sí, Akira, la amo más que a mi propia vida.

—Si tanto la amas ¿por qué no vas con ella?, ¿por qué no le pides que regrese?, me gustaría tener una amiga.

—Tal vez vuelva Akira, pero no pensemos en eso, mejor cuéntame que estás pintando —dije acercándome al lienzo.

—Es un campo de camelias, aparecieron en mis sueños al igual que un joven, pero su rostro no me era familiar, no pude reconocerlo.


Cuando Akira mencionó el campo de camelias supe que no era un sueño, era un recuerdo. Ella había olvidado a sus padres, a sus amigos e incluso había olvidado que estaba casada conmigo.


—¿Quién eres? —me preguntó Akira con lágrimas en sus ojos.

—Soy Jun, ¿no me recuerdas? —dije intentando acercarme a ella.

—No, por favor aléjate. —dijo extendiendo sus brazos frente a mí para evitar que la tocara.

—No debes tener miedo Akira, no voy a lastimarte.

—Aléjate por favor —volvió a decir, pero esta vez con una voz ahogada.

No sabía qué hacer ni mucho menos que decir, ella estaba nerviosa, lloraba e intentaba protegerse con sus brazos, verla de esa forma me obligó a mentir para poder tranquilizarla.

—Soy tu hermano ¿acaso no me recuerdas?

—¿De verdad eres mi hermano? —susurró.

—Sí, vamos siéntate y te explicaré todo.

Se sentó en la cama, le limpié las mejillas logrando calmarla, la miré y en sus ojos podía ver todo el amor que me tenía, la enfermedad no había logrado arrebatarle eso. Después de ese día, tuve que guardar todas las fotografías de nuestro matrimonio, dejé solo aquellas donde estábamos con amigos, ella pasó a dormir a otra habitación y nuestra relación dejó de ser la de esposos y pasó a ser la de dos hermanos huérfanos o por lo menos eso le hacía creer.


Akira dejó de escribir y solo se dedicaba a pintar, yo aparecía en todos sus cuadros, pero en ninguno tenía rostro, lo que era una clara señal de que no lograba recordar, por las noches hablaba conmigo mismo, me repetía una y otra vez que la mitad de una mentira nunca sería una verdad, en ocasiones lloraba hasta quedarme dormido, mi amor permanecía intacto, mi deseo por hacerla mía aumentaba, pero no podía lastimarla o confundirla. Mi vida se estaba convirtiendo en un gran campo de espinas.


Poco antes de navidad, Akira se encontraba pintando en la entrada, usaba un overol negro, una playera blanca, estaba descalza, su cabello estaba suelto y se podían ver unas gotas de sudor en su frente, la mire y una sonrisa se dibujó en mi rostro, podría jurar que estaba sonrojado hasta las orejas, ella se percató de mi presencia y con voz suave pronunció mi nombre.


—Jun, ven, quiero que veas algo.


Camine hasta la entrada, ella se hizo a un lado dejando su pintura a la vista, había dibujado nuestra antigua casa en Tokio.


—Es realmente hermoso —dije con emoción.

—Lo hice para ti, Jun, es tu obsequio de navidad —dijo limpiando el sudor de su frente.

—Gracias —dije con voz casi ahogada miles de recuerdos invadieron mi mente en ese momento.

—¡No te gusta! —exclamó ella, sacándome de mi pequeño trance.

—Sí, Akira, es solo que yo aún no tengo un regalo para ti.

—Pinta algo para mí, Jun.

—Está bien, haré un cuadro para ti.


Akira me abrazó fuertemente, su sonrisa con hoyuelos apareció y todo el dolor de mi pecho desapareció por un momento. Me dediqué a pintar ese cuadro para mi amada Akira, por lo que pasé día y noche encerrado en el estudio, le había pedido que esperara hasta navidad para verlo y ella aceptó. La noche buena llegó y estábamos los dos sentados frente a la chimenea, habíamos tomado un par de botellas de vino.


—Jun, tu esposa te abandonó por mi culpa —dijo Akira con la cabeza recostada en mi hombro.

—No, ella se fue porque la vida la obligó hacerlo, tú no tienes la culpa.

—Creo que soy egoísta contigo, no debes quedarte a mi lado hasta el fin de mis días, debes ser feliz, volver a casarte y tener hijos.

—Ser egoísta no está mal, además fui yo quien eligió quedarse a tu lado por siempre.

—Sé que eres mi hermano, pero por momentos no lo siento así, por momentos siento la necesidad de besarte.

—No deberías decir esas cosas —dije resignado, también quería besarla, pero no quería confundirla.


No terminé lo que quería decir cuando sentí sus labios cálidos sobre los míos, la tomé por la cintura para acortar la distancia entre nosotros, ella se aferró a mi cuello y se subió a mi regazo, la besaba con necesidad, con fuerza, con pasión y sin prudencia, ella

comenzó a desvestirse y yo igual, le acariciaba la espalda y ella me sujetaba fuerte por el cabello, cuando el aire nos faltó detuvimos el beso, ella me sonrió y se acercó a mi oído, con tono entrecortado me pidió que le hiciera el amor.


Luego de aquellas palabras, la tomé entre mis brazos y la llevé a la habitación, la recosté en la cama, terminé de desvestirla, ella sonreía todo el tiempo, su pecho bajaba y subía con dificultad, su piel blanca se tornó carmesí, le besé hasta el alma esa noche, la acariciaba como si trazara pinceladas en un lienzo, antes de hacerla mía besé sus muslos y ella se aferró a mi hombro mientras decía que me amaba. Cuando Akira se quedó dormida la limpié con un paño húmedo y agua caliente, le coloqué su pijama, le recogí el cabello. Ella dormía como si estuviera sumergida en el mundo mágico sobre el que solía escribir, quería quedarme a su lado un poco más por lo que me acosté a su lado y de forma sutil acaricie su cabello.


—Mi hermosa Akira, más de lo que he amado durante estos catorce años ya no puedo amarte —dije dejando un beso en su frente.


Salí de la habitación, fui a la cocina por una botella de vino, caminé hasta mi habitación, cerré la puerta y me desplomé detrás de esta, llevé ambas manos a mi rostro, las lágrimas empezaron a bajar por mis mejillas.


—Estoy roto, quiero rendirme no puedo más, todos mis esfuerzos parecen ser inútiles, de nada sirve que la salve mil veces, si ella jamás me salvará a mí, Dios ¿será que estoy siendo demasiado bueno? —dije bebiendo de la botella.


Me despertaron los rayos del sol que golpeaban sin piedad mi rostro, abrí los ojos de golpe y sentí que mi mundo estaba de cabeza, me levanté de la cama con gran dificultad, como pude llegué al baño de la habitación, me di una ducha con agua fría, al

salir me vestí, me tomá unos minutos antes de salir de esta, no quería encontrarme con Akira, no estaba listo para volver a mi triste realidad donde era su hermano y no podía amarla libremente.


—Jun, ¿quieres ir al pueblo?, habrá un desfile y quiero ir contigo

—preguntó Akira del otro lado de la puerta.

—Salgo en un momento —conteste rápidamente.


Me miré al espejo y dibujé una sonrisa en mi rostro, tomé mi teléfono y las llaves del auto, colocando ambas en mi bolsillo, salí de la habitación, al salir me encontré de frente con ella, usaba un vestido con estampados de flores azules, su cabello suelto adornado por un pequeño broche muy bien acomodado por encima de su oreja derecha, por primera vez en mucho tiempo estaba usando maquillaje.


“Akira, te amo, te amo más que a nuestra noche de bodas, más que a tus hermosos hoyuelos, más que a tu risa escandalosa cuando estás muerta de miedo, más que a tus historias que hablan de mí, más que a mis pinturas, más que a mis años de juventud. Eres y serás siempre el ángel de mi juventud”, pensé antes de sonreírle y decirle que saliéramos de la cabaña.


La mañana era hermosa, el cielo era más azul y la nieve más blanca, las montañas se veían majestuosas entre ese hermoso marco que aparecía ante nuestros ojos. Akira bajó la ventana, sacó sus brazos los cuales movía al compás del viento, la miré y ella me miró.


—Jun, te amo.

—Yo también te amo.

—Estoy enamorada de tu voz y tu sonrisa. Amo tus grandes y hermosas manos, amo el color de tu cabello y el olor de tu cuello por las mañanas, amo la parte baja de tu abdomen, amo tu boca que me besa como necesidad, amo cuando aprietas mi muslo y la forma en que susurras en mi oído cuando me haces el amor. Quiero decir que te amo por siempre, pero sé que quizás mañana despierte y ya no pueda recordar cuán feliz me hace ser amada por ti, pero en este momento fugaz de cordura quiero decirte que te amaré por siempre, aunque no pueda recordar que te amo —dijo acariciando mi mejilla de forma sutil.

—Aunque no me recuerdes, yo siempre estaré aquí, si debemos conocernos mil veces, lo haremos, porque solo contigo quiero vivir mis primeras veces.


Ella dejó un casto beso en mis labios y volvió a sacar sus brazos para volver a jugar con el viento.Cuando llegamos al pueblo había un festival, la gente irradiaba felicidad por las fiestas, se podía ver a los niños jugar y a los ancianos hablar sobre sus experiencias vividas, estaba tan inmerso en esa imagen que no me percaté que Akira había entrelazado su mano con la mía.


—¿Quieres recorrer el pueblo? —preguntó ella.

—Claro —dije dando el primer paso.


Ambos avanzamos entre la multitud, las risas de los niños eran contagiosas que por un momento el recuerdo de que jamás tendría hijos con Akira me erizo la piel, recorrimos las calles empedradas de ese pequeño pueblo, comimos en un acogedor restaurante y hablamos con las mujeres del mercado, al fin estaba teniendo un día normal con mi amada esposa sin pensar en la enfermedad.


—Jun.

—¿Sí?

—Eres tan irresistible para mí que me es inevitable no estar cerca de ti.

—Y tú eres tan perfecta como siempre te retraté.


Ella me dio un beso y me pidió volver a casa, la noche comenzaba a caer al igual que la nieve, por lo que volver a la cabaña sería la mejor decisión en ese momento, luego de veinte minutos estábamos frente a la chimenea viendo las fotos de nuestra boda, Akira reía con emoción, llevando sus manos al rostro cada que aparecía una de nosotros, se sonrojaba hasta la orejas.


—Akira, estoy orgulloso de ser tu esposo.

—Soy yo quien está orgullosa de ser tu esposa. Jun, no solo eres mi esposo, también eres mi mejor amigo, te necesito tanto como mis noches de sueño, eres mi viaje sin final.

—Con que me digas que me amas bastará —dije sonriendo.


Durante una semana y media Akira y yo volvimos a ser esposos, hasta que una mañana despertó y me miró de forma diferente, era como si el amor escapara de sus ojos, intenté tomarla de la mano, pero con una expresión seria en su rostro me miró. Inmediatamente supe que la nueva Akira había vuelto.


—Basta, Jun, sabes que no me gusta que me toques cuando estoy pintando.

—Lo siento, solo quería ser amable, creo que no estás teniendo un buen día.

—Tienes razón, ese chico volvió a aparecer en mis sueños y estoy cansada de indagar en mis recuerdos y no tener respuesta alguna.

—Tranquila, será cuestión de tiempo —dije sentándome en las escalerillas de la entrada.

—¿Qué sucede, Jun? —preguntó con una expresión de preocupación en el rostro.

—Quiero volver a Tokio —dije frotando mis manos.

—Si es lo que quieres, entonces regresemos.


Ante lo dicho por Akira sentí mi cuerpo estremecerse, la tomé de la mano y con lágrimas en mis ojos le fui sincero después de mucho tiempo.


—Quiero que veas a un nuevo médico.

—Está bien, si eso me ayudará, lo haré.


Luego de varios días ya estábamos en Tokio, en nuestra antigua casa, la cual se veía más grande de lo que la recordaba, acomodé mis cosas en la habitación de invitados mientras Akira usaba la habitación principal, me sentía como un perdedor por querer darme por vencido, pero lo mejor para ella en ese momento era estar en un ambiente más adecuado, su médico mediante un correo electrónico me manifestó que lo mejor era internarla en una clínica de reposo para tratar con nuevos inhibidores, ya últimamente no lograba dormir y sus alucinaciones eran más frecuentes.


Esperé un poco antes de llevar a mi hermosa Akira con el médico Kimura, ella estaba fascinada con el jardín, se había mudado prácticamente a él, escribía y pintaba bajo la sombra del sauce que estaba en todo el centro, era nuevamente feliz y no sería yo quien borrara esa sonrisa de tu angelical rostro.


—Espero que algún día puedas perdonarme, el saber que no volverás en mucho tiempo me hace doler el corazón con cada latido, jamás podré acostumbrarme a tu ausencia, pero prometo esperarte hasta el fin, quisiera tener más tiempo para decirte que te amo como nunca he amado a nadie, sé que olvidaras mis palabras, que las sumergirás en tu inestable y apasionado corazón, pero quiero que ahora sientas mis labios sobre los tuyos —dije

besándola antes de que fuera llevada por una de las enfermeras a su habitación.

Lloraba desconsolada, me pedía que no la dejara sola en ese frío lugar, que tenía un millón de cosas por contarme. Cerré mis ojos y las lágrimas rodaron por mis mejillas perdiéndose en mi clavícula.


—Es lo mejor, hijo, ella necesita ser tratada por profesionales, hiciste todo lo que pudiste.

—Padre, no quiero abandonarla en este lugar —dije limpiando inútilmente mis lágrimas.

—No lo harás, podrás visitarla y seguir pretendiendo ser su hermano.

—Solo espero que pueda perdonarme, tengo la sensación de que soy su verdugo, el cual la condenó a estar en este maldito claustro.


Las dos primeras semanas lejos de Akira fueron las más difíciles, su médico mencionó que estaba muy deprimida, que no salía de su habitación, que en ocasiones perdía la paciencia y las enfermeras las encontraron ahogada en llanto, con sus uñas ensangrentadas ya que intentaba rasgar la puerta para poder huir. Quería ir por ella y sacarla de ese lugar, pero no podía arriesgar su salud mental. Una mañana muy temprano pasé a comprar camelias, sus flores favoritas, nos veríamos por primera vez desde que la había internado en la clínica. al llegar pude encontrarla en el jardín, estaba pintando, como siempre estaba descalza usando lo que creo que era un pijama color rosa, su cabello ya no era largo, me acerqué con cautela y con voz suave la llamé.


—Akira —dije y de inmediato volvió a verme.

—Jun, viniste—dijo dándome un abrazo el cual me dejó sin aire.


Luego de aquel abrazo le extendí las flores, ella las tomó y con una sonrisa en el rostro me dio las gracias.


—Jun, ¿por qué no habías venido antes?, te he extrañado muchísimo.

—Estuve un poco ocupada, por eso no había podido venir a verte.

—Quiero irme a casa, extraño el jardín, al igual que tu chocolate caliente por las mañanas.

—Yo también te extraño, pero no podrás volver a casa aún, tienes un largo camino por recorrer y todas estas personas que están aquí contigo te ayudarán.

—Pero yo quiero irme a casa, odio estar aquí, quiero estar contigo en casa, por favor, Jun, llévame a casa —dijo sujetándome la mano con fuerza.

—Por favor, Akira, no me pidas que te lleve a casa porque con todo el dolor de mi alma debo decirte que no.

—¿Jun me dejarás en este lugar, cierto? —preguntó con sus ojos empañados.

—¿Quieres que sea sincero contigo o que te mienta? — dije.

—Dime la verdad, Jun.

—No creo que puedas volver a casa, creo que este será tu nuevo hogar de ahora en adelante, pero si quieres regresar a mi lado debes hacer lo que el médico y las enfermeras te digan.


Akira comenzó a llorar y sentí la necesidad de abrazarla, ella se aferró a mi pecho y podía sentir la humedad de sus lágrimas.“Perdóname, no quiero hacerte daño, pero es mejor verte triste por la verdad que hacerte feliz con una maldita mentira”, pensé mientras acariciaba su cabello.

Tres años habían pasado. Akira había perdido completamente la memoria, usaba silla de ruedas, la pintura y la escritura ya no eran sus actividades favoritas, ahora solo leía en el jardín de aquel hospital, la visitaba tres veces por semana, cada que lo hacía llevaba camelias, con apoyo de algunas enfermeras lograba prepararle un poco de chocolate. Durante las horas que pasaba con ella, solo me limitaba a mirarla.


—Jun, creo que moriré pronto —dijo de repente.

—¿Por qué lo dices, Akira? —dije agachándome frente a ella.

—No lo sé, simplemente así lo siento.

—¿Quieres ir a casa conmigo?

—Sí, me gustaría pasar mis últimos días contigo, mi amado y querido Jun.


Esa misma tarde pude llevarme a mi amada Akira a casa, le pedí a mi madre ayuda para poder adecuar una habitación para ella, pero para mi sorpresa ella me pidió quedarse conmigo en la habitación. Quería recompensar todos los años perdidos por lo que cada día desde el regreso de Akira la hacía sentir como cuando nos casamos. Por las mañanas le preparaba su chocolate, había vuelto a comprar lienzos y pinturas por lo que no pasó mucho tiempo para que Akira volviera a intentar pintar, por las noches en el jardín me dedicaba a leer sus historias.


—Jun, aunque yo no te conozca, me he enamorado de ti, gracias por ser tan bueno y sincero conmigo — dijo con lágrimas en sus ojos.

—Akira, yo siempre te he amado y eso nunca cambiará —dije dejando un beso en sus labios.

—Quiero ir a la habitación.

La tomé entre mis brazos, ella colocó sus brazos alrededor de mi cuello, caminé hasta la entrada, subí las escaleras y la dejé acostada en la cama.

—Jun, duerme conmigo esta noche.

Asentí y me acosté a su lado, ella se acomodó en mi pecho, mi corazón latía de forma violenta y mi respiración era inestable, pero aun y con todas las emociones a flor de piel estaba cómodo al sentirla tan cerca. No supe en qué momento me quede dormido, pero al despertar sentía un fuerte dolor en mi brazo, ya que Akira había dormido sobre él, con cuidado intenté despertarla, pero luego de unos segundo de no obtener respuesta intenté levantar su rostro, al hacerlo sentí sus mejillas heladas por lo que mis ojos se nublaron, una lágrima rodó por su sien, la abracé con fuerza y como un niño comencé a llorar, mi alma se desgarraba con cada sollozo, perderla se sentía como si caminara descalzo sobre la nieve a menos cuarenta grados.


—Madre —dije con voz casi ahogada por teléfono.

—Jun, hijo, ¿qué sucede? —dijo mi madre con preocupación.

—Madre, es Akira.

—¿Qué sucede, hijo?

—No pude despedirme, ella murió.


Antes de que pudiera colgar el teléfono y volver a la habitación, mi madre ya estaba tocando la puerta con desesperación. La dejé entrar y lo primero que sentí fueron sus brazos abrazando mi cintura.


—Hijo, lamento mucho la muerte de Akira, sé cuánto la amas.

—Ella murió sola, no pude estar con ella hasta su último suspiro como se lo prometí en el altar.

—Quizás ella no quería que la vieras morir —dijo mi madre ahora limpiando mis mejillas.

Entre los brazos de mi madre lloré como cuando tenía seis años y me había caído de mi bicicleta por primera vez, mi padre llegó a la casa y en poco tiempo todo estuvo listo para el funeral.

Antes del funeral me encargué de la ceremonia del agua de último momento, Matsugo-no-mizu, por lo que me quedé a solas con mi hermosa Akira, la desvestí y con un poco de agua lavé todo su cuerpo, el cual había besado y acariciado incontables veces, por último sus labios, los cuales me pedían ser besados por última vez. Le coloqué su kimono favorito, le acomodé su cabello detrás de las orejas y le coloqué un poco de maquillaje, con ayuda de mi padre la acomodamos en aquel féretro con la cabeza hacia el oeste. Me coloqué mi traje negro para oficiar el funeral y dar por cumplida la promesa de hasta que la muerte los separe.

En el velorio solo estaban familiares y amigos muy cercanos, mis padres habían oficiado el servicio conmemorativo en el periódico, algunos amigos de Akira se quedaron hasta la cremación.


La casa se sentía tan sola sin ella, añoraba escucharla reír en el jardín, verla pintar debajo de aquel viejo árbol de sauce, con su cabello suelto moviéndose al compás del viento. Akira se había ido para siempre y debía aprender a vivir con eso, continuar con mi vida. Un año pasó y aun no me deshacía de las pertenencias de mi difunta esposa quería conservarlas, pero quizás alguien más le sacará mejor provecho de él que yo podría darle. Así que una mañana decidí donar todo aquello que pudiera ser útil.


Subí hasta la habitación que uso Akira hasta el día de su muerte, ya el olor no se podía sentir en sus prendas de vestir, sus cuadros habían perdido su magia y sus viejos libros se escondían bajo una fina capa de polvo. Me senté en la cama y con lágrimas en mis ojos miraba el cuadro de aquel campo de crisantemos que ella había pintado años atrás. Me quedé en silencio por unos minutos y podía sentir la humedad de mis mejillas, cada lágrima se deshacía en mi clavícula. Sequé mis mejillas y sorbí mi nariz.

Pase todo el día en aquella polvorienta habitación. La noche cayó y estaba guardando los últimos libros cuando uno se cayó de mis manos.


—Carta de una desconocida de Stefan Zweig —dije.


Agachándome para tomarlo nuevamente entre mis manos. No sabía sobre la existencia de este libro por lo que lo abrí. al hacerlo en la primera página pude ver una carta con mi nombre. Volví a sentarme en la cama, dejando el libro a mi lado sobre esta, abrí el sobre y saqué aquel escrito. Sabía que era de mi Akira tenía una habilidad para hacer que sus líneas fueran exactas a la hora de usar el hiragana.


“Mi amado Jun.

Han pasado 17 años desde que te vi por primera vez en el salón de dibujo del instituto, tus cabellos estaban pegados a tu frente, tus ojos estaban hinchados y tus manos empapadas de pintura. Cuando nuestras miradas se encontraron mi corazón se detuvo y mis mejillas ardieron. De inmediato supe que se trataba de amor y vaya que era amor porque terminamos casados.

Jun, quizás esta carta no sea suficiente para ti, pero quiero pedirte perdón por haber cortado tus alas, nunca fue mi intención retenerte a mi lado, nunca quise atar tu alma a la mía, sé que durante estos casi dieciocho años me has amado más a mí que a ti mismo. Ahora que puedo recordar el hecho de que te amo debo confesarte que te di todo lo que tenía por dar.

Durante toda mi vida tuve mucho miedo, incluso ese miedo me impedía dormir, te preguntaras cual es aquel miedo, pues era el de no merecerte. En estos últimos años te he lastimado con mi absurda forma de amar, la enfermedad se adueñó no solo de mi cerebro, sino que también se apoderó de mi corazón, pero aun y con todo eso sigo enamorada de ti como el primer día.

Jun Matsumoto. Me he aferrado a la idea de que la fuerza del amor todo lo puede, pero sé que moriré pronto y por más amor que sienta este no retrasa lo inevitable. Últimamente en mi mente retumban las palabras que dijiste la primera vez que me hiciste el amor. “Me casaré contigo, ya lo verás”. Yo sonreí y tú dijiste que yo era todo lo que habías buscado, que estabas feliz de haberme encontrado. Te pedí que nos tomáramos una foto en aquel viejo estudio donde solías pintar por horas ya que quería recordarte por siempre aquel día donde tomaste entre tus manos mi cuerpo y te adueñaste de mi alma. Ahora sé que aquel día fugaz se convirtió en muchos años que pasaron de forma veloz. Eres el único amor de mi vida, el único al que le dije te amo y serás el único en decir que todo mi ser fue suyo.


La mitad de lo que pienso y siento no lo he escrito en este trozo de papel, pero eso no cambia en nada el hecho de que me salvaste tantas veces. Se que no te olvidarás de mí, que me recordarás cada vez que la nieve caiga sobre tu cabeza, cuando el olor de la lluvia invada tus fosas nasales, cuando pintes algún cuadro o cuando simplemente decidas recordarme. Reconocerás mi mirada en otras semejantes, pero de seguro sabrás que no soy yo. Sé que no te bastará el recuerdo de lo que fuimos y querrás regresar a todos nuestros años vividos. Jun mi amor gracias a ti probé el sabor de la alegría y el dolor.


P. D.: Me iré pronto quizás esta noche. Tenía tantas ansias de perderte que te tomé más que una foto, las verás entre las páginas de mis libros. Te amo.

Siempre tuya. Akira”.


Mis lágrimas comenzaron a caer sobre aquel trozo de papel que tenía escrita tan hermosa confesión de amor. Akira me amaba tanto como yo a ella. Me recosté en la cama, cerré mis ojos y dejé que mi mente se desconectara de mi cuerpo.

—Jun, ¿aún recuerdas nuestra noche de bodas?, los dos durmiendo apretados en aquella inmensa cama, los susurros de la mañana nos despertaron, te miré directamente a los ojos y casi de inmediato me aferraste a tu cuerpo.

—Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, tu voz cálida y tierna inundaron mis oídos.

—Ahora soy tu esposa.

—Sí, cumplí mi palabra.

—Aunque no puedas verme, no preguntes dónde estoy porque la respuesta será difícil para ti.

—¿De qué hablas, Akira?

—Jun, a pesar de que no puedas verme, yo siempre estaré a tu lado, en los latidos de tu corazón.

—Tengo miedo.

—Lo sé, es una sensación que no podemos evitar.

—Cuando tengas miedo te abrazaré entre mis brazos y sentirás la fuerza del amor.


Me despertó el frío de la mañana debido a que había dejado la ventana abierta, froté mis ojos y me levanté de aquella cama, mi espalda dolía al igual que mi cabeza. Me estiré un poco antes de salir de la habitación, bajé al primer piso para ir a la cocina y poder prepararme una taza de chocolate caliente. Mientras miraba por la ventana volví a ver a mi hermosa Akira bajo aquel árbol y supe de inmediato lo que debía hacer.

Me duché, me cambié de ropa, tomé algunas cosas importantes, mi teléfono, las llaves de la casa, un pequeño bolso y por último la urna con las cenizas de Akira. Subí a mi auto e inicié mi viaje a Akaishi. Luego de unas horas los Alpes aparecieron antes mis ojos. Al llegar entré a la cabaña. Encendí la chimenea para entrar en calor, esperé por unas cuantas horas más a que el sol se posara en lo más alto de las montañas.

Cuando aquello sucedió, tomé las cenizas entre mis manos y caminé hasta la entrada, al salir de la cabaña mis pies se hundían en la nieve, caminaba con dificultad, pero no podía detenerme. Cuando estuve en lo más alto de la montaña que tanto amaba Akira, pude ver el pueblo, mi corazón quería escapar de mi pecho, mis manos estaban entumecidas y mis labios ardían por la deshidratación. Abrí la urna y con cuidado dejé caer las cenizas, estas flotaban con el viento.


Mis pies empezaron a hundirse en la nieve y mi corazón dejaba de latir como lo hacía solo minutos atrás, el tiempo parecía haberse detenido y ante mis ojos todo parecía nublarse, llevé mis manos a mi pecho y mi cuerpo golpeó la nieve que resonó con fuerza, cerré mis ojos y las lágrimas rodaron por mi sien.


—Conque así se siente la muerte —dije mientras perdía el conocimiento.


Lentamente abro mis ojos y estoy en mi casa, mi habitación, mi cama, volví a llorar porque no había muerto y estaba de nuevo en mi sombría realidad.


—Jun, hijo, despertaste —dijo mi madre sujetando mi mano.

—¿Qué sucedió? —pregunté.

—Moriste, pero los médicos lograron que tu corazón volviera a latir.

—Conque así se sentía morir por primera vez —susurré.

—¿Qué dijiste, Jun? No logré entender —dijo mi madre.

—Nada, no tiene importancia.


Después de aquel día volví a encontrarme a mí mismo, volví a salir con amigos, volví a comer sushi, volví a tomar vino y por

último y más importante volví a recordar a mi querida Akira con amor. Cuando miraba sus fotos la extrañaba, dejé de creer que el tiempo lo cura todo, porque antes de aquel incidente con la nieve el tiempo solo había sido cruel conmigo. Las noches sin dormir habían desaparecido, al igual que la nieve, las pinturas y los libros. Supongo que el viejo Jun había muerto y que el nuevo debía confiar en la fuerza del amor.

25. Oktober 2022 22:17 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

Über den Autor

Hielen Jimcad Me gusta escribir historias BL con tematica Japonesa 💙 Soy Namjoon biased asi que mis historias estan cargadas de musica y literatura.

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