No recuerdas cuántas veces la has visto ya. No te importa. Cada vez es nueva, distinta, más esperanzadora si cabe. Te alivia, te sobrecoge.
Entera, entera, no han sido muchas veces. Te gusta el principio, donde se deja patente la relación de Chuck Nolan con su prometida, Kelly. El accidente del avión y la aventura en la isla no deja de ser un interludio, una interrupción (necesaria) para lo que te espera a continuación.
De vuelta a la civilización, cuando todos pensaban que Chuck Nolan retomaría la rutina, algo se desmorona en su interior. Que su añorada Kelly haya formado una familia propia, lo sume, más si cabe, en un nuevo mar de incertidumbres. Recapacita sobre lo verdaderamente importante de la vida. Incapaz de adaptarse a su nuevo entorno, se encuentra extraño (naúfrago de nuevo) entre los suyos y, de buenas a primeras, decide lanzarse a la aventura. Desconoce donde lo llevará su viejo 4x4, pero no le importa. La isla le proporcionó un nuevo enfoque, una manera más apropiada de afrontar el futuro.
Y al acabar el enésimo visionado, aplacas unas ganas apenas contenidas de coger carretera y manta y lanzarte a la aventura. Pero no lo haces, te reprimes. Y la razón es bien sencilla, no se trata de cobardía o falta de atrevimiento. Si procedieras igual que Chuck Nolan, no tendría sentido que volvieras a ver la película.
FIN
Relato perteneciente a la serie «Pensamientos diminutos»
Vielen Dank für das Lesen!
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