Como casi todos los días, Trebilan estaba cubierta de una espesa niebla. El fuerte rugido del viento proveniente del norte creaba una melodía cuando pasaba entre las aberturas de las casas de madera.
Las calles de Trebilan estaban vacías, los mercaderes ya se habían ido, los nobles estaban refugiados en sus mansiones al igual que los plebeyos, los cuales intentaban mantenerse calientes con sus pequeños fogones.
Esto indicaba la llegada del invierno y con ella, las tormentas invernales.
Esto era una muy mala noticia para todos. A los mercaderes les resultaría imposible pasar por los caminos con sus carromatos, en solo unas horas sus caballos morirían congelados. El problema de los mercaderes afectaría a los nobles, los cuales no podrían comprar la mercancía a por mayor para luego vendérsela a los plebeyos en el “Gran mercado”. Por supuesto si no podían vender la mercancía a los plebeyos, que se componía en su mayoría de suministros para sobrevivir, los plebeyos morirían de hombre en solo unos días.
Pero ellos no se llevaban la peor parte, existía una clase social que no podía mantenerse junto a sus fogones para resistir del frio, personas que no tenían un hogar donde refugiarse del fuerte viento ni del helor infernal.
Estos eran los mendigos.
Las callejuelas de Trebilan formaban una extensa red de caminos. Situada lejos de la zona de los nobles y los plebeyos. Era la cara oscura de la ciudad.
El invierno golpeaba fuertemente esta zona. La mayoría de casas estaban derruidas y quemadas hasta los cimientos, el olor que desprendían los callejones era inmundo y posiblemente inadecuado para las personas. Todo estaba embarrado y pequeños charcos de lloviznas anteriores se posaban sobre el suelo de piedra.
Este era el lugar donde los mendigos vivían, las casas derruidas eran sus refugios y la zona de los plebeyos era su lugar de trabajo.
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