Aunque Ariadna tenía solo cuatro años más que yo, la diferencia con respecto a mí, en cuanto a experiencia vital, era mucho mayor. Yo, casi no había salido del cascarón de la vida, y era un recluta de la existencia comparado con ella, estaba a mucha distancia en cuanto vivencias experimentadas, y en lo referente al tema sexual, solo se podía decir, que uno era el alumno, yo, y otra la maestra, ella. Con Ariadna aprendí a FOLLAR (y como se puede comprobar, lo escribo con mayúsculas, para que quede lo más claro posible), lo reconozco y no tengo ningún motivo para ocultarlo. Al contrario fue para mí un auténtico lujo tener a mi disposición, a una profesora excelente, y en todo momento, procuré estar siempre muy atento a sus enseñanzas para que mi aprendizaje resultase un éxito, y así fue, pues hay cosas que una vez (bien) aprendidas, no se olvidan nunca. En definitiva, el perfecto entendimiento entre la parte que pertenecía al alumnado y la correspondiente a la docencia, dio como resultado, un acople perfecto por ambos lados, y por eso, cuando el que aprende pone todo su entusiasmo, y quien enseña, aplica todo su conocimiento, el éxito, es el único resultado posible.
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