Todos somos esclavos de algo...
La violencia nunca desaparecerá, la sangre siempre será derramada, las espadas afiladas, las mujeres violadas, y los hombres esclavizados.
Pero aun así lucharé, tomaré un pequeño lugar de este cruel y oscuro mundo, y lo haré nuestro paraíso.
Un lugar donde seas libre...para siempre.
Primer arco: Corona de sangre
Un príncipe, que conquista todo a su paso. Valeroso, destroza con su espada todos los obstáculos y se fortalece con cada victoria. Cabalga sobre su caballo negro, y pisotea los cadáveres de sus enemigos sin remordimientos. Todo para su padre, para su reino.
Sus ojos, afilados como espadas, su puño, fuerte como el acero, su coraje, salvaje como las olas del mar, y su corazón, ardiente como el fuego y frío como el hielo.
«Este camino de sangre es el camino, que llevará a mi nación a la prosperidad. Un camino escogido por mi propia mano, que no debe ser llevado con temor»
Pero a pesar de toda esa sangre y sufrimiento, en el fondo no ama la guerra, no como lo hacía ver en el exterior. Él sólo hacía su deber, y lo que creía correcto. Ofreciendo su vida al rey, entregando todo por su pueblo.
Un príncipe que era fiel a sus principios, llevando con honor su título real, y haciendo uso de el cómo era debido.
«Un príncipe debe servir a su nación, y derramar su sangre, para regar los frutos del futuro...»
—¡El príncipe ha vuelto!
—¡Den la bienvenida al príncipe!
Las inmensas murallas se alzaban con esplendor en el bello reino de Krastos, abriendo las puertas con alegría para recibir al joven príncipe, luego de dos años de ausencia.
Con un semblante serio y firme, que transmitía poder y orgullo, paseaba por las concurridas calles de su pueblo. El sol brillaba en lo más alto del cielo azul, y hacía notar con elegancia su blanca piel, que no se manchaba ni en el desierto más ardiente.
Sus ojos verdes, su rubio cabello, símbolo de la realeza, caía sobre sus hombros, y tocaba su fina armadura de bronce¹. Sus brazos y piernas estaban un tanto expuestos, con rodilleras de cuero y metal, brazaletes y botas, ligeras para la batalla, y su imponente espada, que colgaba de su cintura.
Fue directo hacia el "Gran castillo de piedra y agua", mejor conocido como "Palacio de agua", para saludar a su padre, el rey.
—Saludos, respetado rey de Krastos—dijo con gran voz, se apoyó con una rodilla y bajó la cabeza.
El salón del trono estaba situado en lo más alto, no tenía paredes a los costados, dejando ver la hermosa vista del reino a través de sus columnas. El amplio trono de piedra estaba en el fondo, con platos de fruta alrededor, cortinas de seda, y manantiales de agua a sus espaldas, que brotaban infinitamente.
—Kierab, mi querido hijo. Levanta la cabeza—el rey Seuriph Miurth, con una voz vieja y gastada, lo recibió con felicidad y orgullo.
—Padre, me alegra mucho poder verlo luego de tanto tiempo. Y más aún porque lo veo gozar de buena salud—exclamó con una sonrisa y se puso de pie.
—Este costal de huesos aún tiene otros setenta años por vivir—exclamó con una carcajada. Su cabello rubio, bastante canoso por su edad, ojos celestes y facciones fuertes e intimidantes, lo hacían ver como un rey sabio y decidido.
Vestía con una tela delgada de color azul, que lo cubría con pereza, como la mayoría de la vestimenta de todo el reino.
El clima era agradable y poco templado, tropical y con una ligera brisa la mayoría del año, invitando a las personas a vestir con simples telas y hermosos accesorios de acero, plata, bronce y oro.
—Le deseo toda la vida que los dioses puedan darle.
—Agradezco tus deseos—se levantó del trono y caminó hacia él—Ven, quiero hablar contigo.
Kierab lo acompañó obediente y dieron un recorrido por el castillo.
Las paredes eran altas, dando frescura y una sensación de libertad. Las columnas dejaban ver todo el panorama, y la brisa sacudía la ropa con suavidad.
—Mi único y querido hijo, quién ha cumplido con mis expectativas, eso y mucho más. El príncipe que siembre quise que fueras... No sabes lo feliz que me siento al tenerte como hijo.
—Me siento totalmente halagado por sus palabras majestad. Todo lo hago por mi pueblo, siguiendo mis ideales y principios—dijo orgulloso, mirando al rey con determinación.
—"Un líder que sacrifica todo por su gente, derrama su sangre y sudor, y va hacia la batalla, protegiendo lo que es suyo. No holgazanea sólo por tener un título real, y es el primero en actuar por el bien de todos". Ese es mi ideal de un verdadero rey, y tú lo forjaste en tu corazón, por tu propia voluntad. Me sorprende que nuestra sangre comparta los mismos sentimientos.
—Tu ejemplo y el de los héroes del pasado han sido mi guía en esta vida.
El rey, quién casi nunca usaba su corona, miraba a su hijo con satisfacción.
Llegaron ante las puertas de una habitación, y los guardias que la custodiaban las abrieron por completo.
—Ya tienes veinticuatro años, y has hecho más de lo que muchos han hecho en toda su vida. Y por eso, permíteme darte unos merecidos obsequios.
Dentro había un sin fin de ropa, joyas, armas, oro, cofres con tesoros y armaduras.
—Se lo agradezco infinitamente, mi rey. Con gusto aceptaré cada cosa que su buen corazón desee darme—y se inclinó ligeramente ante él.
"Aunque no sé qué hacer con tanto oro"
—Entonces también te gustará esto—tras decir eso se abrió una puerta, a un costado de la habitación, y de ella salió un esclavo.
De unos veintitrés años, piel oscura, como el espeso color del chocolate, sus ropas blancas, que cubrían con una tela delgada parte de su pecho, y se unía en su espalda con una delgada cinta hecha nudo, de la misma manera que se unía en su cuello, debajo del grillete dorado.
De sus caderas colgaba una igual, que cubría con un trozo rectangular su parte frontal y trasera, con retazos colgando a los lados de sus caderas, dejando ver sus muslos y piernas. Con grilletes dorados atados a sus pies y muñecas, de las que colgaban cadenas cortas, haciendo ruido cada vez que se movía.
Su cabello corto y lacio era de un negro muy intenso, su rostro agradable a la vista, con facciones masculinas y afiladas. Bastante atractivo para ser un esclavo, nadie podría negarlo. Pero tampoco nadie quería admitirlo.
Y sus ojos color canela no podían observarse con claridad, ya que tenía la mirada fija al suelo².
—Siempre estás afuera, y pasas tan ocupado que nunca te has dado el lujo de tener un esclavo personal. Y por esa razón te regalo uno el día de hoy. Espero que te guste. Lo escogí personalmente para ti.
—Agradezco mucho el gesto. Lamento causarle tantas preocupaciones.
—No es ninguna molestia. Todo por mi querido hijo—le dio una palmada en la espalda y sonrió—Descansa por ahora, hay asuntos muy importantes de los que quiero hablar.
—Como diga, mi rey.
Su padre se fue y lo dejó solo, junto con sus regalos de bienvenida. Unos esclavos llevaron todo eso a su habitación, y su esclavo se quedó ahí, de pie, esperando sus órdenes.
—Ven conmigo—dijo Kierab, y él lo siguió.
Caminaron por varios pasillos hasta que llegaron a su habitación. Con un gran balcón y columnas que dejaban entrar el aire y la luz natural, cortinas blancas, muebles, sillas, espejos, una mesa redonda con dos asientos, y una gran cama con un techo alto.
Los regalos estaban a un lado, haciendo bulto y ocupando una esquina por completo.
"¿Qué voy a hacer con todo eso? Son demasiados..."
Pensó con fatiga y se sentó en la silla de la mesa, en medio de la habitación, contemplando las lejanas nubes del cielo.
El esclavo se paró detrás de él, con las manos en la espalda, y una actitud cautelosa y temerosa.
Había escuchado algunas historias respecto al príncipe.
De lo tenaz y feroz que era en batalla, su voz temible al hablar, su mirada frívola y su presencia imponente, que te hacía callar en segundos.
Realmente no sabía que esperar de él, pero iba con la vaga idea de lo que podría llegar a ver, del trato que recibiría y de la actitud que tendría hacía un esclavo. Algo común para alguien como él.
Kierab se frotó la sien con cansancio, y se agachó para desatar sus botas.
Pero la persona detrás de él avanzó rápidamente, se arrodilló en el suelo, y con un tono bajo y sumiso, dijo:
—Permítame ayudarlo, su alteza.
Le extrañó no recibir una orden de su parte, tanto, que incluso comenzó a dudar de su entendimiento.
¿Las cosas serían así con él? ¿tendría que prever lo que él quisiera? ¿no usaría palabras? ¿todo sería de forma tácita?
Bueno, en realidad no.
Kierab no estaba acostumbrado a este tipo de atención. En sus viajes siempre hacía todo él mismo, y nunca usó un esclavo, al menos no desde los quince años. Edad en la que se fue del reino, y decidió seguir el camino que tanto deseaba recorrer.
—Está bien, tómate tu tiempo—dijo Kierab rápidamente, sintiéndose un tanto frustrado por su poca experiencia con esclavos. Y dejando ir su cabeza hacia atrás, exhaló con los ojos cerrados.
Sintió los hábiles dedos que desataban las correas, y luego de un rato abrió los ojos con curiosidad. Lo observó detenidamente, con la mirada fija en su piel. Notó algunas cicatrices que recorrían su espalda, de diferentes tipos y formas. Luego miró sus hombros y su clavícula, que resaltaba con más belleza por el oscuro tono. Sus muslos y piernas, fuertes y bien marcados, dejando apreciar cada músculo, esculpido en esa fina piel...
Uno de los muchos secretos de Kierab, era este:
«Adoraba ese color de piel. Le parecía tan hermoso y cautivante que no sabía cómo expresarlo con palabras. No entendía porque a muchos les disgustaba un color así, tanto, que ni siquiera podían tocarlo.»
Bueno, la belleza y los gustos son algo subjetivo.
Él terminó de quitarle las botas, las guardó y volvió a pararse a su lado.
—¿Desea otra cosa, alteza?
Kierab miró su armadura, y con una mirada somnolienta, dijo:
—Prepara el baño, quiero asearme antes de ver al rey.
—Como ordene.
Llenó la tina con agua fría que salía de una fuente que había dentro del baño. El palacio poseía ductos y canales internos que llevaban agua a cada rincón, obteniendo así el nombre de "Palacio de agua". El agua mantenía más fresco el lugar, y les daba la libertad de tomar baños cuando quisieran, ya que en su cultura acostumbraban a tomar al menos dos baños al día.
Vertió perfumes y jabones, preparó toallas, ropa, y revisó que todo estuviera limpió y listo para él.
—El baño está listo.
—Gracias.
El esclavo levantó la mirada instintivamente, sorprendido por el agradecimiento. Jamás le habían dicho esa palabra, ni tampoco le habían hablado con tanta cortesía, como lo estaba haciendo Kierab.
Este no era el trato que esperaba, estaba tan impactado que creía estar soñando.
Al parecer, todas esas historias que había oído del príncipe no lo definían. No definían la manera en la que trataría a un esclavo.
Más Kierab lo hizo por puro impulso y costumbre, ya que su padre siempre le enseñó a ser educado.
—L-Lo ayudaré con su armadura—dijo tratando de salir del shock.
Kierab aceptó sin poner excusas, no quería hacerle más difícil su trabajo.
Le quitó la armadura, dejando sólo la delgada tela que había debajo de ella, cubriendo lo importante.
Y puso de pie, listo para ir al baño, pero antes de eso, dijo:
—No tienes porqué seguirme. Deseo tomar un baño por mí mismo, puedo hacerlo solo. Cuando salga puedes ayudarme con la ropa—su voz no fue imponente, pero transmitía firmeza. Y que no aceptaría su persuasión.
Con esto, él no tuvo más opción que quedarse ahí y esperar a que saliera.
Él no entendía la actitud del príncipe.
"¿Por qué no me pide que lo atienda? ¿acaso estoy haciendo algo mal?"
Se perdió en sus pensamientos, se sintió inquieto e inseguro, dándole vueltas, hasta que Kierab salió, y entonces pudo ayudarlo con su ropa.
Aún faltaban algunas horas para la audiencia con el rey, así que decidió dormir un rato, y se acostó en su cama, sin antes poner un reloj de arena.
—Despiértame cuando la arena se acabe—dijo, acomodándose entre las sábanas frescas.
—Si, su alteza.
Con los ojos cerrados, Kierab se miraba aún más guapo y encantador.
Como un salvaje tigre, feroz y temible cuando es de día, pero sereno e inofensivo mientras duerme. Él se deleitó en silencio, viéndolo dormir.
A pesar de la corta interacción que habían tenido hasta ahora, se dio cuenta que él no era como los demás, y su actitud amable y suave lo hacía ver más hermoso, y no como los demás amos que había tenido, que, a pesar de tener el mismo color de cabello y piel de este príncipe, parecían grotescos y desagradables a sus ojos.
Si tu corazón está manchado, no importa lo bello que seas en el exterior, serás feo a los ojos del mundo.
Y Kierab era la prueba de ello.
Su corazón era tan noble, que se veía reflejado en su rostro, haciéndolo lucir aún más bello.
Notas:
1. Armadura, basado en la troyana. Ropa inspirada en la cultura, árabe, china, egipcia y griega.
2. La vestimenta de los esclavos, basada en la ropa árabe, egipcia y griega.
Hola a todos, espero que disfruten de esta historia uwu Hace mucho tiempo pensé en escribir una entre un rey y un esclavo. Me inspiré en Game Of Thrones y en El príncipe cautivo (pero sin tantas muertes y sufrimiento).
Si les gusta lo que leen no olviden apoyarme con sus votos y comentarios (≥///≤), me motiva a seguir escribiendo (っ˘w˘ς). Bueno, sin mas dilatación, nos leemos en el siguiente capítulo.
Adiós ( づ///-)⁄♥️
Vielen Dank für das Lesen!
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