masalinascebo Miguel Angel Salinas

A los treinta y dos años, Julio parece no haber aprendido nada y no tiene pinta de que esté logrando algo parecido a la felicidad.


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#romance #surrealismo #comedia #ironia #humor
Kurzgeschichte
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Julio (conclusión)

Los padres de Julio fallecieron con una separación de medio año. Primero feneció la madre. Muy probablemente se suicidaría de pena, si es que esa posibilidad entra en el catálogo de suicidios. El padre, como viene siendo frecuente entre los viudos, no pudo continuar una rutina sin los cuidados de una mujer. Cuidados que rozaban la esclavitud por parte de ella y la nulidad por parte de él. Incapaz de desenvolverse por sí solo, el hombre se suicidó también, pero esta vez fue por necesidad. Fue a buscarla allá donde estuviera para que le lavara la ropa y le hiciera la comida.


Julio contaba con treinta y dos primaveras. Tal y como pronosticó su madre, eternizó su estancia en el piso y no se molestó en cambiar nada. No pintó ni una sola pared, a pesar de que los tonos rancios tirando a franquistas precisaban una remodelación; no tiró mueble alguno ni compró otros más útiles y atractivos. Su habitación se perpetuaba en la de un adolescente guarro e inmaduro. Su mesilla continuaba perlada de clásicos españoles; una vez acabó con Pérez Galdós (casi le cuesta la vida) se decantó por literatura más mística y elevada; Santa Teresa de Jesús constituyó su referente y baluarte durante varias semanas.

Continuaba trabajando en la papelera. Por alguna extraña razón, Julio no resultaba igual de patético en el mundo laboral que en el día a día. Su trabajo lo desempeñaba correctamente, no hacía preguntas, no albergaba aspiraciones de promocionar en la empresa y, en definitiva, al no representar una amenaza para ningún superior (ni inferior) y resultar un objeto más dentro de las oficinas, insustancial y poco atractivo, nadie reparaba en él ni le hacía el menor caso.

Su tiempo libre lo dedicaba a malgastarlo casi por completo sentado en el raído sofá de escay, tragándose vacuos y triviales programas de televisión (tal y como también vaticinó su sabia madre). La poco instructiva y enriquecedora actividad lo arrastró sin conmiseración a zampar comida basura mientras sus ojos se inyectaban en sangre delante del aparato. Gustaba en ocasiones de trazar cortos paseos, más que por el disfrute en sí, por estirar las piernas y que le diera un poco el aire. Ya hemos comentado en alguna ocasión que elegía arterias secundarias y desprovistas de cualquier atractivo y movimiento humano. Rehuía zocos, mercados y bares concurridos. La compra la efectuaba en un súper a dos manzanas de su casa. Aprovechaba horas en las que no estuviera muy concurrido. En ocasiones, gustaba de sentarse en una terraza y con una infusión en ristre, se disponía a leer a los autores que más le impactaban por aquel entonces: San Juan de Ávila, la Santa Teresa de Jesús ya mentada, San Juan de la Cruz, Sor Ana de la Trinidad, fray Pedro Malón de Chaide y fray Antonio de Molina. ¿Qué es lo que buscaba nuestro botarate protagonista en esas lecturas? Puede que respuestas, es posible que más preguntas, olvidar su pasado, ocultar su presente, quién sabe. Cabe, dentro de lo razonable, que imaginara que las novelas místicas eran un subgénero de la comedia y el folletín y esperara con ilusión momentos divertidos y reírse a mandíbula abierta.


En ese patético devenir de su existencia, Julio creyó reconocer a una de las personas que ocupaban la mesa de una terraza. Con un espíritu cotilla, carente de picardía, ocupo la mesa aledaña. Demandó un poleo menta y disimuló su postura rapaz pretendiendo leer a fray Luis de León. Esteban Revoltijo se pavoneaba al lado de un pibón inalcanzable para la mayoría de los mortales. Lucía un aspecto envidiable. Julio lo observaba con admiración. Su espesa y bien cuidada cabellera, su bronceado saludable, su porte atlético que no perdiera al paso de los años y una indumentaria elegante y con clase, contrastaba dramáticamente con la incipiente calvicie que afloraba en su azotea, su color blanco lechal, unos ropajes sacados del libro que leía y una soledad palmaria y lastimera.

Revoltijo, avispado felino, lo creyó reconocer entre sorbo y sorbo de cubata y no pudo reprimir una indisimulada euforia al caer en la cuenta de quién se trataba. No sabemos si por divertirse un rato, por ridiculizarlo delante de su pareja o por recordar viejos tiempos, decidió saludarlo. Julio al notar que ambos reparaban en él, se refugió tras de su pequeño volumen de bolsillo. Un inequívoco «¡Julio! ¿Eres Julio, verdad?» lo obligó a apartar el librito y enfocar su miopía hacia ellos. «¡Mátame camión! ¡Cuánto tiempo sin saber de tí! Lorena, te presento a Julio. Es un viejo conocido de la juventud. Lo bien que nos lo pasábamos en esa época, ¿eh Julio? Anda que no nos reíamos. Julio era todo un pillín. Estuvo a punto de levantarme una chica, ¿te acuerdas Julio? ¿Cómo se llamaba?». Julio encontró fuerzas para mascullar, «Enma». «Eso es, Enma. ¿Sabes algo de ella? Yo lo único que sé es por la prensa. Parece que es una gran directiva. ¿La has vuelto a ver?». Julio deseaba que ese momento terminase ya. La culpa recaía toda en él por sentarse en ese nido de avispas. «No, hace años que no», fue su lacónica respuesta. Lorena permanecía callada, escrutando al insecto. Mientras, Revoltijo removía el pasado y obligaba a Julio a viajar con él. Ni Lorena se encontraba a gusto y menos Julio. Revoltijo relataba sin pudor como se había pasado por la piedra a Enma y lo felices que había sido en la cama. «¿Tú te has casado Julio?¿Tienes pareja? Supongo que no. ¿A que no me equivoco?». Julio susurró de modo humillante que no se equivocaba. Julio se levantó y aproximándose al oído de Julio, musitó, «No tendrás su contacto por casualidad? No me importaría llamarla un día de estos. Nunca se sabe. Tú ya me entiendes, ¿verdad?». Al acabar la confidencia le dio un codazo en señal de colegueo. Al volver a su sitio, Lorena dijo algo parecido a que ya era tarde y que deberían marcharse. «Sí, por supuesto, mi amor. Vámonos. Tus padres nos estarán esperando». Y desaparecieron.

Solo ante su infusión y fray Luis de León, Julio se repitió por enésima vez que era la persona más gilipollas del planeta. ¿Cuántas veces se iba a dejar denigrar, no por Revoltijo, sino por cualquiera que se lo propusiera? ¿Es que no iba a aprender nunca?


Volviendo a su piso, cabizbajo y desarmado, se reafirmó en la idea de que nada se le había perdido en el mundo real. A nada que asomaba el hocico, recibía un mamporro. Nada precisaba de puertas afuera de su casa. El único lugar seguro para que el pasado no lo persiguiera y el presente no lo deshonrara lo constituía su morada.

Del futuro jamás se había preocupado. Sin atisbo ni pista alguna de su devenir, vivía con el absoluto convencimiento de que si algo bueno le aguardaba su mísera existencia, debía de esperarle allí.


FIN


(Relato perteneciente a la mini serie Julio)

15. Oktober 2021 07:04 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

Über den Autor

Miguel Angel Salinas Una de cada y otra de arena

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