fernandocampoy Fernando Campoy

Un grupo de amigos, una playa paradisíaca, alberca, comida y alcohol. ¿Que podría salir mal? En esa casa playera, el arrullo de la ventisca era normal hasta que algo pasó. Nadie sabe qué fue en realidad. Todos tuvieron un encuentro con alguien muy poderoso. Esta historia es de esos misterios que nadie puede explicar. Sumérjanse en ese mundo que habita al margen del nuestro y que a veces, toma su lugar.


Horror Nur für über 21-Jährige (Erwachsene).

#playa #sangre #terror #asesinato #voz #roja #vacaciones #mar
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Playa Roja

El destino: una playa paradisíaca enclavada en un pueblo lejano. El motivo: descanso. Los viajeros: amigos en común desde hace años.


Arribaron al paraíso tropical después de algunos contratiempos menores. En cuanto pisaron la finca, el aire costero inundó sus pulmones. Todo estaba listo para disfrutar.


Todo estaba preparado para hacer de esos días una estancia fenomenal. Llevaban provisiones suficientes, alcohol en demasía y lo necesario para sumergirse en el dulce rocío del mar que besaba con pasión aquella playa privada.


Esa morada playera bien pudo haber resistido un asedio por mucho más tiempo que los infranqueables muros de Constantinopla. Era un oasis, y uno bien equipado. Alberca, camastros, parrillas, balcones, terrazas, hamacas, baños, jacuzzi, mesa de billar, aire acondicionado, cocina, bar a la orilla del mar. Qué podrían haber necesitado, que no hubiera ya.


El apacible sonido de canciones de otras épocas inundaba sus tímpanos. Compartían las mejores anécdotas, sembrando sonrisas y cosechando carcajadas. El alcohol fluyó como maná bendito del que todos bebieron. Ahí querían estar y ahí estaban. Gozando, yaciendo. No cabían de contentos.


Fue en ese momento en el que uno de ellos se sintió un poco indispuesto. Una sensación extraña recorrió su plexo solar, sus entrañas emanaban un calor extraño. Era como si gritara en silencio. Como si sus músculos se contrajeran sin moverse. Soltó su bebida. Se echó agua en la cara. Tomó aire. Nadie prestó atención porque estaban en plena diversión.


Todos reían menos él. Algo definitivamente no marchaba bien.


Se encaminó al cuarto de baño.


Una vez frente al espejo del lavabo, se refrescó el rostro.


Fue la comida –pensó con indiferencia. –Tal vez el desayuno.


Pero eso no era un malestar estomacal. En definitiva, su sensación no era como ninguna otra que hubiese sentido. Eso no era normal.


Su pulso se aceleraba cada vez más y él parecía no tener el poder de solucionar su repentino cambio. Su mente trató de descifrar el motivo de su situación, pero sólo daba vueltas en el mismo lugar.


Fue la comida, repetía una y otra vez.


Pensó en inducirse el vómito o tal vez ingerir algún medicamento. Quizá tomar una siesta corta.


Mientras posaba sus ojos en el espejo, pudo notar un extraño brillo en sus pupilas.


Mátalos – se oyó un susurro.


Mátalos a todos –reafirmó la voz misteriosa que no salía de ningún lado y que se hacía más fuerte cada vez.


Vio a los ojos de su reflejo y se hinchó de coraje.


Mátalos a todos – repitió la voz.


Volteó hacia atrás y a los lados. Abrió la puerta sólo para encontrar que no había nadie. Buscó atrás del inodoro, en las repisas, tras los jabones y en la regadera. No había nadie con él, ni cerca, excepto esa voz. Esa voz que le ordenaba que todos murieran. Su estado de ánimo cambió. Podía sentir un manantial de adrenalina corriendo por sus venas.


Mátalos a todos! –dijo la voz tétrica.


–¿Quién es? ¿Acaso eres tú, Gilberto? –contestó furioso, pensando en que aquello era una broma de sus amigos.


Sólo hubo silencio.


¿Quién anda ahí? ¿Quién es? ¿Quién eres? –dijo.


El reflejo del espejo de pronto manifestó una sombra en la pared que estaba a sus espaldas, una sombra más alta que él, sin forma. Algo en esa imagen no estaba bien. Aquello no era de este mundo. Aquello le ordenaba la muerte de todos.


Sintió un frío que le perforaba los huesos y le ablandaba las rodillas. Jamás en su vida había sentido miedo como hasta ese día. Aquello era el terror más real.


¡Mátalos a todos! –ordenó la voz de manera tajante.


Cada palabra de esa voz contenía furia y rencor.


Podía cortar el ambiente con el dedo. Espeso, pesado, denso, asfixiante, sombrío.


De pronto, la sombra se esfumó y sus ojos se entrecerraron. Cuando los abrió, eran rojos color sangre. Se sentía furioso e iracundo. Necesitaba actuar. Su rabia incontrolable estaba a punto de desencadenarse.


Salió azotando la puerta. Se aproximó a sus amigos.


Tomó el trinche grasoso de una parrilla y lo escondió en su antebrazo.


Algunos ya habían salido del jacuzzi y otros estaban destapando cervezas, todos rodeados por el arrullo de las olas. Francachela, risas, abrazos, memorias, todo bajo una noche estrellada y un intranquilo viento que mecía las palmeras.


Hey, ¿dónde estabas? –le mencionó amable una amiga.


Hundió el trinche en el cuello de ella con odio cruel.


Los demás, repartidos por toda la casa, no pudieron reaccionar a tiempo. Brincó al jacuzzi perforándolos. Ingresó a la cocina y cazó a los restantes. Persiguió entre gritos a los de la terraza hasta que los exterminó. No se salvó ninguno.


El agua burbujeante del jacuzzi se entintó de rojo, el piso de la cocina rebosaba de sangre, la terraza quedó manchada de rojo escarlata.


Nadie pudo hacerle frente. Los asesinó uno a uno, agujereando sus nucas, destazando sus torsos, cercenando sus cuellos.


Esa noche, tal como le ordenó la voz, los mató a todos. Llevó los cadáveres a la parte trasera de la mansión y gritó:


¡Aquí los tienes! ¡Aquí está lo que me ordenaste!


Un enérgico viento golpeó la costa y él sonrió. Los aullidos de los perros se sincronizaron en una melodía macabra, como si fuera el telón de fondo de aquella grotesca escena. Las olas golpeaban coléricas ese pedazo de playa. La ventisca revolvía las hojas de las palmeras hasta hacerlas desbaratarse.


Bien hecho –dijo la voz tras de él.


Empezó a apuñalar los despojos con el trinche y de tanto hacerlo, terminó con el filo de las puntas.


Esparció las entrañas de los cuerpos por toda la zona y se bañó en el inmenso charco de sangre.


Se desnudó y se untó las vísceras. Se comió algunos corazones. Después los decapitó a todos y puso sus cabezas formando un símbolo extraño.


Una vez que hubo satisfecho su sed de espanto, les prendió fuego utilizando la gasolina de algunos vehículos y levantó un poco de sangre en un recipiente.


Se dirigió a la sala y dibujó extraños símbolos en las paredes.


Una vez que hubo hecho eso, escapó.


La mañana siguiente que los encargados del aseo de la finca llegaron, descubrieron la escena y vomitaron. La saña con la que se había cometido ese crimen los horrorizó tanto, que aún tienen pesadillas. Los agentes policiacos se aterraban de ver aquel espectáculo tan atroz. Tan inhumano que jamás lo olvidarán.


El pueblo aquel quedó marcado, porque la hermosa playa, por unos días, se tornó roja.


El acontecimiento, que inundó los noticieros, llegó a tal grado que las autoridades ofrecieron una jugosa recompensa para dar con el paradero de aquel hombre.


Cuando los moradores cercanos a la finca aquella pasaban por ahí, apresuraban el paso, se santiguaban y se hacían las cruces, procurando no voltear.


La policía aún lo sigue buscando.


Fin.
































4. Oktober 2021 07:40 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

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