Ese año la primavera había llegado más hermosa que nunca, y los
árboles, los prados y los jardines se cubrieron rápidamente de
flores.
Eso le gustó mucho a los geniecillos, que ya estaban un tanto aburridos
de la lluvia y del frío. Atrás quedaron los días oscuros del invierno, y se
dispusieron a realizar sus tareas de todos los años: avisar a las abejas y a
los pájaros que ya era primavera, invitar a los abejorros, enviar mensajes
por el aire a los colibríes, en fin, a todos aquellos que ayudarían a que las
flores no se extinguieran.
En una planta de maravilla que crecía junto a un hermoso huerto, vivía
la familia de genios Flor de Maravilla. Grande, inmenso, brillaba el disco
floral, rodeado por una corona de amarillos pétalos.
La familia Flor de Maravilla estaba orgullosa de vivir allí, y no era para
menos. La casa donde habitaban, es decir, la flor de la maravilla, tenía
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toda una trayectoria: artistas famosos la habían pintado en sus cuadros.
También el sol, viejo amigo de la familia, contaba que la maravilla era un
símbolo importante entre los indios aztecas.
A los geniecillos les entretenía escuchar todo esto. Estaban orgullosos,
porque las semillas que ellos ayudaban a formar cada año servían para
alimentar a las aves y para que las vacas dieran más leche que nunca.
Últimamente habían oído decir que los seres humanos las ocupaban
para hacer unos aceites muy especiales.
Todos estaban contentos, menos Mara Villa, la geniecillo menor, que
encontraba espantoso vivir en una flor como esa. Temía decir “común”,
por miedo a que el papá geniecillo se enojara demasiado.
Cuando asistía a la escuela de las flores que una familia de chinitas
había instalado cerca de allí, trataba que no se enteraran dónde vivía, y
jamás invitaba a nadie, ni tampoco aceptaba la invitación que le hacían
las otras genios.
Un día, el papá Genio Maravilloso terminó por perder la paciencia, al
escuchar siempre las mismas quejas de su pequeña hija; que ojalá se
fueran a vivir a otra flor, que había demasiado pétalo, y que la superficie
un tanto áspera que formaban los estambres le rozaba sus delicadas
alas. Ni qué decir del tallo largo y espinoso por el que tenía que bajar
cada mañana para ir a la escuela.
—Está bien —dijo papá Maravilla—. Buscaremos otra flor. Quizás
tengas razón. Tú misma me dirás cuál es la flor en la que quieres vivir.
La mamá Maravilla agregó:
—Quizás sea bueno. Nuestros antepasados siempre vivieron en
maravillas. A lo mejor es hora de cambiar.
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Pronto descubrió Mara Villa que no tenía mucha gracia vivir ahí; uno
no se podía deslizar por los tallos, porque corría peligro de quedarse
enganchada en las espinas, y papá Botón de Rosa ponía el grito en el
cielo cuando las geniecillos querían jugar al pillarse y entreabrían los
pétalos rojos.
—¡Cuidado! —gritaba, impaciente—. Se va a escapar el aroma.
La pequeña Botón de Rosa era feliz allí, pero Mara Villa decidió irse
donde otra de sus amigas.
La elegida fue la genio Hortensia Azul, quien de inmediato la invitó por
todo el fin de semana. Mara Villa quedó fascinada con las pequeñas
flores que conformaban la residencia de su amiga. Sin embargo, hubo
un problema. Cuando llegó la noche, y los Hortensia Azul se fueron a
dormir, cada uno en una flor distinta, Mara Villa se sintió un poco sola.
Algunos días después, Mara Villa aceptó la invitación a tomar néctar
que le hiciera Diente de León, una de las más inquietas de la escuela. Al
llegar, creyó, por fin, haber encontrado la casa soñada, pero cambió de
opinión cuando una ráfaga de viento arremetió contra la flor y todos
tuvieron que abrir sus paracaídas para volar en búsqueda de otra flor.
—Siempre lo mismo —dijo la mamá Diente de León—. Menos mal que
es solo en algunas épocas del año.
A la semana siguiente, Mara decidió ir donde su amiga Nomeolvides, que
era muy calladita y algo tímida. La casa resultó ser muy hermosa, pero
un tanto pequeña. Los genios Nomeolvides vivían bastante apretados y
una familia numerosa como la que tenía ella no iba a caber en una flor
como esa.
¡Qué difícil era encontrar algo adecuado! Todas las casas eran bellas,
sus habitantes se veían contentos, sin embargo, la pequeña Mara Villa
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siempre les encontraba un pero: las petunias eran muy pegajosas; los
lirios se marchitaban pronto; en las azucenas, se resbalaba; las violetas
eran muy oscuras, en fin, siempre había algún problema.
Su papá, algo preocupado por esta hija que salía todos los días, le
preguntó qué había decidido. Mara Villa le contestó resignada:
—Creo que no hay más que hacer. Tendré que vivir aquí para siempre.
La mamá intervino, y dijo:
—Está bien, pero creo que es hora que tú invites a todas tus amigas. Han
sido tan cariñosas contigo.
Mara Villa arriscó la nariz ¿Qué iban a pensar sus compañeras?
Mamá Maravilla insistió y se dedicó a preparar una rica sopa de néctar
con polen. A Mara Villa no le quedó más que hacer lo que se le decía.
Las amigas aceptaron, encantadas, y esa tarde llegaron las geniecillos
de visita.
Mara Villa casi se desmaya al ver a su papá dándoles la bienvenida
y ayudándolas, en forma muy cortés, para que aterrizaran en la
superficie floral.
—Es un tanto áspera —les advirtió la pequeña, con las mejillas
intensamente amarillas, pero a ninguna de sus amigas le importó
realmente.
Mamá sirvió la rica sopa y todas se la devoraron en un suspiro. Luego
jugaron al pillarse y a la escondida.
—Esta casa es buena para jugar al escondite —exclamó Botón de
Rosa, entusiasmada.
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—Me encanta saltar de pétalo en pétalo —señaló Diente de León.
Y cuando ya creían que iba a oscurecer, sucedió lo que pasa todos los
días: el papá Genio Maravilloso miró hacia arriba y lentamente la flor se
dio vuelta hacia el sol.
—Podemos seguir jugando —exclamaron todas felices—. En verdad tu
flor es una maravilla.
Las geniecillos se despidieron bastante tarde y, antes de irse a casa, le
dieron las gracias a los Maravilla por un día tan entretenido.
—Invítanos más a menudo —le rogaron a Mara—. Aquí en tu casa
se puede jugar hasta tarde y no hay el problema de que algo se dañe.
Mara Villa estaba muy contenta, y, por fin, reconoció que vivir en una
maravilla es, en verdad, ¡una maravilla!
Vielen Dank für das Lesen!
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