El primer rayo de sol que entraba por la ventana iluminó levemente su cara, amenazando con despertarla. Ella se limitó a cerrar con más fuerza los ojos, deseando que aquello durara para siempre. En una habitación distinta a miles de kilómetros de distancia se repetía la misma escena, pero en esta ocasión la otra mujer optó por hundirse bajo las sábanas; compartiendo las dos la intención de no despertar aún.
Era una habitación amplia, de colores claros y luminosa, aunque no acertó a apreciar más detalles ya que todo el ambiente estaba difuso, como envuelto en una neblina.
Sólo una cosa era real y clara: ella.
Ella estaba allí, a su lado. Ambas se encontraban estiradas cómodamente en la cama. Aunque no podía verle la cara con claridad no le cabían dudas sobre con quien se encontraba: su voz, sus gestos, su sonrisa irreemplazable.
En un atisbo de lucidez intentó analizar la situación, ponerse en guardia, y se sorprendió enormemente al no encontrar ningún resto de rencor u odio, de ira o de reproches callados; ni en su corazón ni en el de ella.
Simplemente estaban juntas, acariciándose lenta y perezosamente. No había tensión entre ellas, todo iba sucediendo como si tuviera que ser así y de ninguna otra forma.
Continuará...
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