Amy era una hermosa joven proveniente de ciudad Cuadrada. Tenía 18 años, cabello castaño claro, ojos verdes, de contextura delgada, labios finos, ni tan alta ni muy baja de estatura y vestía lindos colores (verde, amarillo, azul, rosado).
A diferencia del resto de sus homogéneos, ella poseía un don muy particular: Podía sentir las energías de los árboles a su alrededor y hasta lograba conectarse con ciertas energías que ningún ser humano común y corriente podía percibir. Por ello el resto de sus homogéneos la encontraban media loca y la aislaban de todo, porque tenían miedo de su extraordinario don.
Frente a eso Amy se sentía triste. No entendía el porqué de tanto rechazo, si no hacía nada malo. Aunque eso no era lo que más la tenía así. Sus padres estaban divorciados y vivían constantemente peleando por su hija, a veces con consecuencias algo desagradables.
—“Mi vida gira en torno a problemas y malos momentos, pero siempre sonrío y miro hacia delante. Miro a los árboles, tan imponentes, tan majestuosos, tan llenos de magia y misterio. Solo con ellos me siento tranquila, me siento en paz, lejos de los problemas tan constantes de las personas y el ajetreo diario que llevamos día a día. Siento que hay almas con vida en los árboles, a diferencia de nosotros, que somos más bien, cuerpos sin almas" —Pensó para sí la joven.
Aquellos sentimientos expresados desde lo más profundo de sus emociones hacían que la joven sintiera cada vez más la necesidad de ser comprendida en un mundo que teme lo que no comprende y desprecia lo que teme pero que, al darse cuenta de todo, ya es demasiado tarde, pues ya han actuado con desprecio y nula empatía para con su persona.
Un día cualquiera, Amy caminaba por las calles de la zona residencial de Ciudad Cuadrada, cuando vio al horizonte un misterioso bosque a las afueras de la ciudad. Ella caminó hacia ese lugar, cuando de pronto fue sorprendida por un misterioso sujeto, que le advirtió sobre las consecuencias de seguir por dicha dirección.
—¡Señorita, no vaya a ese bosque! —Exclamó el sujeto.
—¿Por qué me dice eso señor? —Preguntó Amy.
—Ese lugar está maldito. Se dice que la gente desaparece cada vez que alguien se adentra en lo más profundo de él. También se rumorea que han escuchado sonidos extraños, como los de espíritus en pena que se oyen alrededor de los árboles y que maldicen a los vivos. Por lo que más quiera señorita, no vaya a ese bosque. Si valora su vida un poco, váyase a su casa mejor.
El sujeto se fue tras entregar esta dura advertencia a Amy, quien quedó sorprendida con los dichos de aquel individuo y ante el cual no creyó mucho en sus palabras con respecto al bosque.
—"Eso es absurdo. Los árboles no lastimarían a las personas y no creo que los espíritus hagan daño a los vivos, a menos que estos hayan sufrido en vida por alguien en particular. Creo que es mejor que vaya de todos modos a ese bosque para comprobarlo." —Pensó.
Así, ignorando por completo las advertencias de aquél sujeto, Amy salió de los límites de Ciudad Cuadrada y se adentró en lo más profundo de aquel misterioso bosque.
Cuando llegó a la parte más frondosa, los árboles comenzaron a mecerse sin que hubiera viento alrededor de ellos, como si se hicieran a un lado ante la llegada intempestiva de la joven. Ella, algo temerosa pero valiente, continuó su camino, mirando alegremente a los árboles mientras éstos seguían moviéndose entre sí como si nada.
Ya al final del camino, Amy divisó un misterioso portal hecho de piedra en el centro del bosque. Al acercarse, observó una extraña inscripción en la que decía:
“In hoc decreto lapis ostio
Relicta vacua saecula somniabunt
Ut perditus factus est ánima
Hoc novum domum meam
Ut saltus perdidit animas
Et vivet anima mea in sempiternum
Sancti ligna aeternum”
En ese momento, una energía misteriosa se apoderó de Amy, y la hizo decir la siguiente inscripción:
“En esta puerta de piedra decreto
Abandono este mundo vacío y sin sueños
Para convertirme en una alma pérdida
De este mi nuevo hogar
Pues al bosque de las almas pérdidas iré
Y mi alma por siempre vivirá
Entre los árboles de la santa eternidad”
De pronto, un poderoso viento se percibió con fuerza dentro del bosque. Los árboles se mecieron esta vez con más violencia y la tierra comenzó a temblar, para susto de Amy. Y mientras aquello ocurría, la inscripción se iluminó como por arte de magia, haciendo que el portal de piedra se convirtiera en una enorme puerta hecha de luz mágica, la cual arrastró a Amy hacia el interior, gritando aterrorizada mientras era transportada súbitamente por misteriosas fuerzas que la llevaron hacia una dimensión totalmente desconocida para ella.
Cuando la joven finalmente despertó, se dio cuenta de que estaba enfrente del mismo portal de piedra y en el mismo bosque, aunque había algo diferente, pues los árboles hablaban, reían, lloraban, tenían vida propia y entre ellos había extraños espíritus rondando a su alrededor, como si estos los protegieran. Eran almas que habían fenecido y se encontraban pérdidas en este bosque, buscando el añorado descanso eterno. Lo que aquel sujeto mencionó a Amy no era mentira. Sin embargo, a diferencia del energúmeno, Amy sonreía felizmente al contemplar todo esto, disfrutando cada segundo del lugar donde ahora se encontraba.
Sin embargo, cuando los árboles y las almas divisaron a Amy, se asustaron inmediatamente, escondiéndose de su vista. Ella trató de convencerlos de que no era un peligro para ellos, pero los habitantes estaban tan asustados al ver a alguien vivo en aquél bosque que su sola presencia les significaba correr un gran peligro.
—¡Tengan cuidado! ¡Es una sin alma! ¡Los sin alma nos han invadido! —Exclamaron los árboles.
—¿Qué cosa? —Se preguntaba Amy—. ¿A qué se refieren con eso de "los sin alma"?
—¡Qué niña más ingenua eres! —Dijo de pronto una voz.
De pronto apareció una misteriosa mujer enfrente de Amy. No era un alma ni mucho menos un árbol, más bien tenía la apariencia de una bruja anciana, portaba un enorme bastón chueco de color verde y un caldero mágico. Parecía tener unos 70 años humanos y tenía una fea verruga en la nariz.
—¡Mocosa! Se ve que no eres de por aquí. —Dijo la anciana.
—Pues la verdad, no. —Afirmó Amy.
Luego los árboles y las almas trataron de acercarse para escuchar la conversación de la recién llegada y la bruja, a lo que esta última los espantó con su bastón.
—¡Atrás! —Exclamó la bruja, asustando tanto a árboles como a las mismas almas que los circundaban—. ¡Atrás energúmenos, o los maldeciré a todos!
—Vaya señora, se ve que usted no es como ellos. —Mencionó Amy.
—Pues claro que no, no me compares con esos ignorantes seres ¡y no me llames señora, que falta de educación tienes para ser una sin alma!
—¡Ay no, discúlpeme, no era mi intención!
—¡Para que sepas yo soy muy joven todavía, me quedan por lo menos unos 100 años más todavía! —Exclamaba con ironía la bruja—. Pero, en fin, que se le va a hacer, los jóvenes de hoy ya no respetan a sus mayores como antes.
—Por cierto, me llamo Amy, ¿y usted?
—Soy Sanaél, la hechicera guía y guardiana de todos los árboles y almas de este maravilloso bosque.
—Entonces, este lugar es...
—Así es pequeña. Bienvenida seas... Al Bosque de las Almas Perdidas... donde las almas se pierden en el limbo de los árboles y los sin alma como tú buscan un hogar... en la eternidad.
Alvaro Rosales Riffo
