ryztal Angel Fernandez

¡Acompaña a la estrellita más peculiar del espacio al planeta que gira! Un cuento metafórico enfocado en la búsqueda de identidad y motivo para existir. Conocerás las palabras de Dios, los sentimientos de una inglesa y la tragedia de una alemana. Todo durante la segunda guerra mundial. Starty nació como una simple estrella destinada a bailar y apagarse, pero cambiará cuando viaje a la Tierra. ¡Únete a la aventura y comienza a leer!


Fantasy Alles öffentlich.

#Cuento
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Cuento: Un motivo para Starty

Danzaban los círculos estelares, expelían una gala de colores como un arcoíris.

Aclaro que el universo está nutrido de millones y millones de puntos rutilantes que engalanan la vista de los seres vivos cuando el manto nocturno abraza al planeta que gira.

Hablando de las maravillas galácticas que me compete escribir, nació, de las tertulias de la Vía Láctea, una pequeña estrellita sin nombre. Esparciendo gas por sus cinco puntas, estornudó y abrió los ojitos. Irradiaba luz, amarilla, alrededor de la anatomía de su cuerpo celeste. Estaba rodeada de numerosas amigas que habían enlazado sus puntitas y bailaban.

Una gran dama de plata, que portaba una varita, invocó unos conejos, pero unos sendos conejos de pelaje pulcro, blancos y nariz convulsa. Estos mamíferos de múltiples talentos, sacaron un arsenal de instrumentos musicales que provenían de las madrigueras, que eran los cráteres de la Luna. Un conejo con monóculo y ataviado con levita, toqueteó el borde del atril con la batuta, pues esperaba que los músicos estelares se acomodaran en sus respectivos puestos. Luego, cuando cesó el desorden, contó hasta tres e inició una bondadosa composición que excitó a las estrellitas y provocó más revuelo en el baile.

—¡Todas son como yo! —exclamó nuestra estrella.

Es verdad, habían estrellas idénticas a ella. Tenían ojitos y cinco puntas sin excepción. No le pareció raro a la pequeña estrella hasta que se percató de un detalle: ella no era grande. Las demás poseían un tamaño considerable. Pensando en este simple hecho, comenzó a sentir una leve angustia. Aquel jolgorio la aturdía, veía que, sus compañeras, se agrandaban mucho más. Resultaba un espectáculo horroroso para nuestra estrellita.

¿Por qué nació pequeña?

Saliéndose del baile con lágrimas gaseosas en sus ojitos, sintió que un profundo miedo crecía en su interior. Era chiquita entre tantas estrellas grandes, temía de sus proporciones.

—¿Por qué no puedo ser grande? —Se marchó lanzando miradas furtivas a sus compañeras.

La señora de la Luna observó la salida de la estrellita. Compadecida por la tristeza de la pequeña, abandonó su hogar para atenderla. Los conejos seguían con la ejecución de piezas musicales y las estrellas bailaban. Nadie sabía que la estrellita se había ido.

—¡Oh! ¿Por qué lloras? No es común que una estrella lo haga —comentó la señora de la Luna.

—Me siento pequeña entre ellas, tengo miedo de su tamaño —confesó entre sollozos y señaló al grupo.

—No encuentro sentido a tu miedo —objetó—. Ninguna estrella experimenta sentimientos de este tipo. Ellas gozan y bailan hasta apagarse.

—¿Solo vivimos para gozar y bailar hasta apagarnos? —preguntó, ya que tenía el miedo a la muerte.

—Es lo que siempre veo desde la Luna —afirmó y ladeó la cabeza, sin duda: es curiosa la estrellita—. Ven conmigo.

La señora y la estrellita fueron a la cima de la Luna. Se sentaron en el borde de un cráter. La estrellita suspira y contempló la danza. Algo más despertaba en su ser.

—No quiero vivir solo para bailar y apagarme —susurró. Fijó su vista en el planeta que gira.

—Tus compañeras son grandes, en efecto. En apariencia eres igual a todas, pero eres única en cierto modo. No eres pequeña tan solo, también hablas y manifiestas sentimientos. —La señora examina a la estrellita; la toma por una de la puntas y causa cosquillas a la estrellita—. Deberías agradecer.

—¿Por qué debo agradecer? —La inocencia de la estrellita hizo sonrojar a la señora.

—Por no ser como ellas —respondió y esbozó una sonrisa con los labios—. El tamaño no es indispensable. Lo que te hace gigante es el valor de tus pensamientos.

Soltó a la estrellita.

—¿Pensamientos?

—Es la formación de ideas, aún no lo entenderás, pero te lo explicaré rápido. —Adoptó un aire escolar—. Cuando miras a tus compañeras tienes una impresión, ellas son grandes y tú no. De esa impresión se forma una idea y, entonces, tus sentimientos avivan esa idea. Lloraste, puesto que tu pensamiento quiso expresar la idea que formaste de ti misma.

—¿Qué es una impresión? —preguntó la estrellita, entusiasmada y agitó sus puntas

—Digamos que es una imagen, de algo visto, que queda en tu recuerdo —opinó la señora, complacida.

—¿Y qué es una imagen?

La estrellita creció en conocimiento, y la señora de la Luna explicó cuanto pudo. Luego de muchas definiciones, la estrellita sintió un pesar profundo por sus compañeras. Bailaban y bailaban, ninguna se preocupaba por su existencia, era como si no hubiera nada más que una alegría monótona.

—Desearía pudieran saber todo lo que sé. Hablaríamos como la señora y yo —comentó, contristada. Juntó sus puntitas, izquierda y derecha, hacia el centro de su cuerpo.

—No te sientas mal por tus compañeras, son felices así y la felicidad es necesaria. —Una estrella salió del baile y fue apagándose hasta desaparecer en el espacio. La estrellita miró con atención la sonrisa de su compañera, minutos después, se desvaneció—. Nos llevamos, al morir, las sensaciones que nos produjeron bienestar.


—¿Morir? —No le gustaba esa palabra a la estrellita.

—Apagarse —corrigió la señora con un tono de voz solemne—. Deberías encontrar un motivo que te produzca bienestar y apagarte transportando una sonrisa a la nebulosa —sugirió.

Un motivo. Nació para encontrar un motivo. Contempló y, a su vez, reflexionó, miraba al planeta que gira. Dudaba, pues el destino más cercano es la Tierra. La señora prestó atención al interés de la estrellita.

—Esa esfera es el hogar de los seres humanos —informó—. Si quieres ir, debes tener un nombre.

Sus ilusiones se esfumaron por el requisito.

—Pero no tengo un nombre —dijo la estrellita, sorprendida.

La señora con el cerebro en marcha y dedo en el mentón, pensó un nombre para la estrellita, pero las sugerencias de su órgano no eran agradables.

—Deberías bajar y hablar con Raquel. —La voz tembló cuando pronunció el nombre.

—¿Quién es Raquel? —preguntó.

Sus ojitos refulgían candor, era una belleza.

La señora de la Luna carraspeó y una lágrima descendió por su mejilla.

—Te cubriré con una capa mágica, podrás bajar al planeta que gira sin apagarte en el intento —especificó.

La señora de la Luna trató de ocultar el semblante nostálgico con un mohín de felicidad en los labios. Entonces, realizó un conjuro de frases inconexas y raras, basculaba la varita en dirección a nuestra estrella. Los conejos interpretaban una composición de Mozart, quedaban pocas estrellas bailarinas. La nebulosa, formada por el espíritu de las estrellas desvanecidas, transmitía colores que transmutaban en destellos sibilantes. El Sol reía despacio, muy pero muy despacio, aún faltaban años para apagarse.

Bendecida por la capa transparente, la estrellita oyó la dirección del hogar de Raque, dado que la señora de la Luna conocía el paradero de Raquel. Pero la estrellita no sabía sobre direcciones ni calles ni casas, no tenía idea de lo que hablaba esa señora, pero sonaba divertido y no perdería nada por intentar conocer a Raquel. La estrellita asentía a toda la información como un estudiante que aparentaba entender una clase, pero después de clase no entendió ni pío del profesor.

—¡Iré por Raquel! —exclamó, estaba eufórica por partir.

Antes de hablar de los ángeles y Dios, la estrellita salió escopetada hacia el planeta que gira. Entonces, atravesó la atmósfera del planeta y un fuego amarillo la rodeó.

De las tantas torres que habían en las nubes, en una de ellas, un regordete querubín movía el badajo de una campana. El tañido se mezclaba con el melodioso sonido angelical de las torres adyacentes. Un precioso efebo de rostro pálido, alas magistrales, nimbo sobre el cabello ondulado, tenía una espada, enfundada, en el cinto, vuela a toda velocidad para interceptar a la estrellita. Cuando la captura, es encerrada en una alforja marrón.

¡Pobre estrellita! No paraba de patear la alforja. El ángel, con el remordimiento en su alma, suelta la estrellita ante los pies de un humano inmenso. Su rostro resultaba irreconocible por lo alto que era. La estrellita, aterrada y trémula, se echa en un cúmulo de la nube, luego dirigió su vista al rostro del hombre, pero solo veía una luz blanca.

—¿Quién eres? —preguntó la voz sin género.

—Vine para encontrar mi identidad con una niña llamada Raquel, conocida de la señora de la Luna —respondió la estrellita.

—¿Comprendes el peligro de descender al mundo?

La estrellita asiente sin saber a que se refiere con «peligro».

—Miguel te hará compañía y guiará hasta el hogar de Raquel. Si deseas regresar al reino de las nubes, bastará con llamarme y enviaré un hijo a buscarte —dijo la voz.

La nubes se agitaban.

—¿Cómo podré llamarte? —preguntó la estrellita, reponiendo la sonrisa inocente.

—Hay miles de maneras de llamarme, poseo nombres en demasía. Raquel sabrá como podrás llamarme —indicó y desapareció en una densa niebla dorada.

El ángel Miguel era quien la había atrapado. Este inclinó la cabeza a modo de presentación. Invitó a la estrellita a subir en su mano suave como el algodón. Caminó hasta el límite de un precipicio, las corrientes de aire impulsaban un río de nubes. La letanía de una cascada era el coro de los serafines.

Descendieron al mundo. La estrellita, con sus ojitos abiertos, y las puntitas aferradas a la piel del ángel, contempló el paisaje del mundo.

Raquel era una muchacha con pecas y hebras castañas, su edad debía rondar los catorce o trece años. Sus ojos, que miraban el piélago estrellado, reflejaban las constelaciones. Emocionada por la aparición de una estrella fugaz que escindió el cielo, pidió un deseo. «Quiero tener un amigo», este era su deseo. Entonces llegó la estrellita para salvar la soledad. Miguel la arrojó, con precisión, en el jardín. Cayó en una rosa. Raquel escuchó el estrépito, respondió con un respingo a la bulla, luego bajó el techo y corrió hacia el arco del jardín.

La estrellita bajó con dificultad de la rosa y se acercó a Raquel. La muchacha, en cuclillas, observó a la estrellita. Entonces la estrellita recordó las explicaciones de la señora de la luna y entendió el semblante anonadado de Raquel.

—Tú debes ser Raquel —indicó con una sonrisa. Daba saltitos de alegría—. ¡Encontré a Raquel!

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, maravillada por tan curioso ser.

—La señora de la Luna me lo dijo —Señaló la Luna.

—¿Hay una señora en la Luna? —No dejaba de mirar a la estrellita, fascinada por su brillo y ojitos.

—¡Y conejos, muchos conejos! Tocan canciones para mis compañeras que son más grandes que yo. Ellas bailan hasta apagarse —explicó muy alegre por el éxito de la misión.

—¿Por qué no bailaste con tus compañeras? —Se sentó en el adoquinado del sendero.

—No quise —contestó—. Preferí salir del círculo, me sentí pequeña entre tantas estrellas grandes. Pero la señora de la Luna me enseñó a valorar la grandeza del pensamiento. Descendí al planeta que gira para buscar el motivo de mi existencia.

—¿Cómo te llamas?


—No lo sé —admitió. Viendo a Raquel, sonreía—. La señora de la Luna dijo que tú me ayudarías con mi nombre, es necesario para estar en este planeta que gira.


Raquel pensó durante un rato, pero tenía jaqueca por el susto anterior. Caviló durante más tiempo y la estrellita se montó en las rodillas de Raquel. La niña se tranquilizó al percibir la inocencia de la estrellita. Entonces, el nombre le llegó como su nueva amiga había llegado.


—Starty —masculló—. Te llamarás Starty —reafirmó en voz alta.


—¡Me gusta, me gusta, me gusta!.


La estrellita celebró su nuevo nombre.


La niña era inglesa, vivía lejos de Londres. Su madre había fallecido durante los bombardeos. Por tanto, el afecto maternal no estaba, y el padre trabajaba demasiado, además se la pasaba durmiendo el resto de la tarde, debido al cansancio. Raquel se alimentaba sola y hacía los recados sola.


Starty, a la mañana siguiente, dentro de la cesta de la bicicleta, acompañaba a Raquel hacia la panadería. Nuestra estrella probó dulces y zumos de frutas. A medida que los días avanzaban, conoció el significado de «amanecer» y «anochecer». Además, durante el avance de los días, interactuaba con vacas, perros, caballos, gatos, que se acercaban a verla y, en varias ocasiones, a jugar con ella. ¡Cómo le gustaba ir de aquí para allá! A veces jugaba a la gallina ciega con Raquel.


Un día, Raquel habló sobre una amiga alemana. Se habían dejado de enviar cartas. Starty no lo entendía, pero había un fantasma malvado llamado «guerra» que azotaba al mundo y, en ese entonces, a Europa.


—¿Qué es «guerra»? —preguntó Starty un poco asustada por la palabra. Ya sabemos que es capaz de sentir el mal que ahonda en el significado de las mismas.


Raquel preparó la explicación adecuada.


—Los países son familias, estas familias tienen una bandera que las representa. Cuando una familia no está de acuerdo con la otra, deciden enfrentarse para imponer sus ideales y someter a la familia a estar de acuerdo con ellos —explicó Raquel con la vista hacia a horizonte crepuscular.


—Pero, tu amiga y tú…


—Nuestras familias son enemigas —reveló, su rostro expresaba de tristeza—. No están de acuerdo. El laberinto crucifijo es una familia malévola. —Sus ojos se anegaron en lágrimas, abrazó las rodillas. Starty conoció el «llanto»—. Tienen aves que vuelan alto y apagan a la gente cuando caen sobre ellas.


Starty evocó la palabra «muerte». La gente moría. «Las familias se apagan unas con otras por no estar de acuerdo con los ideales que los dividen», pensó Starty. Abrazó la pierna de su amiga y compartió el sollozo. «¿Por qué tienen que apagarse las familias por no estar de acuerdo?», siguió pensando y llorando gas.


Durante una plácida tarde, Starty jugaba con el perro. Una abeja traviesa zumbó en círculos y se fue. Starty no dudó en pillar el rastro de la abeja y seguirla, minutos después, dio con una colmena en un árbol. Las abejitas trabajaban unidas por el beneficio común de la colmena. Abstraída por la bondad de las abejitas trabajadoras, a Starty se le ocurrió que el planeta que gira pudiera ser un lugar mejor si las familias con banderas se unieran para fortalecerse. Sin embargo, una idea mejor asaltó su altruismo y quiso manifestarla de inmediato. «Llevaré una carta, escrita por Raquel, a su amiga en Alemania».


Raquel acababa de eliminar una mancha de salsa de tomate, que estaba en la ropa de su padre. Starty apareció, daba tumbos alrededor. Raquel sonrió, complacida por la emoción de la estrellita.


—¡Starty, para ya! —espetó, se había contagiado del ánimo de su amiga.


Starty se detuvo en el borde del balde de agua, bailaba por su increíble idea. Raquel soltó una risotada.


—¡Escribe una carta para tu amiga, iré a Alemania a llevársela! —anunció Starty.


La niña no evitó demostrar un gesto de incomodidad ante el anuncio. Ir a Alemania en medio de la guerra no era divertido. Tampoco era agradable que Starty expusiera su vida sin antes hallar un motivo para la misma.


—No puedes ir a Alemania, Starty, por favor, no vayas —suplicó.


—Pero puedo volverlas a unir —insistió con un deje de desilusión en la voz—. Es tu amiga y, aunque pertenezca a una familia diferente, ¿por qué no saber de ella?


—No quiero hablar del tema. —Tomó la camisa y fue a tenderla en una cuerda, Starty la siguió.


—Ella no es responsable de lo que haga su familia. Tú lo sabes mejor que yo —dijo Starty.


—Forma parte de ellos y sé que no es responsable, pero sigue siendo parte de ellos. —La piel de Raquel se estaba poniendo colorada.


—Una bandera no debe separar personas, tampoco una familia puede romper una amistad…


—Bienvenida al planeta que gira —interrumpió Raquel. Miraba a Starty con decepción—. La gente lucha por una bandera y por la resolución de conflictos que generan ríos de sangre innecesarios. Ella pertenece a una gente que apagó a mi madre y no perdonaré ni a ella ni a su familia. —Dando un portazo, se retiró a su cuarto.


La habitación de Raquel quedaba en el segundo piso. Starty flotó y miró a su amiga que lloraba con la cabeza clavada en la almohada. Nuestra estrella no entendía el dolor humano, se apoyó en la contraventana. «¿Qué es “sangre”? ¿Por qué llora tanto? ¿Por qué no perdona a su amiga? Ella no es responsable de que su madre se apagase, pero Raquel parece odiarla mucho», pensó. Durante la noche, Raquel pidió disculpas a Starty y la estrellita aceptó las disculpas con el mismo entusiasmo a su amiga.


Al día siguiente, Raquel cambió de opinión. Entonces redactó una larga carta en el transcurso de la tarde. Luego llamó a Starty, que jugaba con un perro en el campo.


—¡Buenos días, Raquel! —proclamó Starty, dando el beso, en la mejilla, de buenos días a Raquel.


—¡Buenos días, Starty! Tengo un recado para ti. —Extrajo la carta del delantal y Starty no aguantó la alegría; de pronto, empezó a girar sobre su puntita inferior—. Se llama Orfelia, vive en Berlín, no recuerdo la dirección, pero podrás encontrarla, es la única Orfelia de Berlín.


—¡Oh, cumpliré con entregársela! —Asintió, tomando la carta—. El señor de las nubes me dijo que sabías como llamarlo, necesito aprender a llamarlo para viajar a Berlín esta noche.


—¿Señor de las nubes? —preguntó ante tal nombre peculiar. Las estrellas ven cosas diferentes a los humanos.


—¡Es un señor alto, muy alto! Vive en las nubes y hay seres alados con un círculo amarillo sobre sus cabellos —describió Starty.


—¡Ah! Entiendo. Hablas de Dios y los ángeles. Bien, puedo enseñarte a hablar con él, es muy fácil.


Starty aprendió a orar y esperó a la noche, en lo más alto del aspa de un molino. Oró para llamar a Dios y, por ensalmo, apareció Miguel. Su cuerpo radiaba un aura blanca y difuminada en sus extremidades.


—¿Regresarás a la luna? —Su voz gruesa y segura llenó de valor a la estrellita.


—Me gustaría ir a Berlín. Raquel conoce una chica llamada Orfelia y podré entregar esta carta. —Enseñó el papel dentro del sobre.


—Sube a mi mano —ordenó Miguel.


Volaron hacia Berlín. Surcaron mares, bosques, ciudades y pueblos. Las luces humanas, era la obra pictórica que veía Starty. No pudo entender cómo las familias luchaban por tonterías. Sobrevolaron Francia y la torre Eiffel hizo suspirar a Starty. Cabe resaltar que antes, ya había suspirado por el Big Ben y el palacio de Buckingham. Llegaron hasta una morada, en Alemania, cerca de Berlín. Miguel arrojó a Starty y cayó justo en la fuente del jardín.


El ambiente lúgubre causó malestar a la estrellita. Los chorros de luz, que surgían de los faros en tierra, de izquierda a derecha, iluminaban el cielo. Las luces de la casa estaban apagadas. En el techo de la casa, sentada sobre las tejas, Orfelia, obnubilada con las estrellas del firmamento, descansaba y despejaba su mente. Starty, con el vértigo de la caída, voló hacia Orfelia quien se sobresaltó y llevó la mano a la boca para reprimir el grito de sorpresa al ver a Starty.


La alemana Orfelia, de entre doce a trece años, coletas pelirrojas y piel blanca, casi al roce de la nieve, espabiló la vista para asegurarse de lo que veía: una estrella sacada de un cuento de hadas, con ojitos y boca. «¿Dios habrá escuchado mis plegarias?», pensó Orfelia.


—¡Tú debes ser Orfelia! Tengo una carta de Raquel, una amiga de Inglaterra —anunció.


La alemana recibió la carta. Sus manos temblaban. Las delgadas líneas de sus ojos se anegaron en lágrimas. Entonces, sus dedos palidecieron. Starty creyó que aportaría alegría a Orfelia, pero se equivocó. El corazón sombrío de Raquel, desahogó una reprimenda extensa, desde el principio hasta el final de la misiva. Orfelia leyó con los ojos bien abiertos. Las gotas de lamento, mojaban el papel.


—¿Por qué lloras? —preguntó la estrellita, afligida por la tristeza de Orfelia.


—Estoy sola —respondió, arrugando el papel. Acto seguido, lo hizo bola y lo lanzó hacia la oscuridad.


—¡No estás sola! —afirmó Starty y se subió al hombro de la niña—. Me tienes a mí y a Raquel, aunque tú y yo no nos conocemos.


—Raquel me odia —replicó, sorbiendo los mocos de la nariz.


—No, no te odia. Ella odia tu familia, pero no a ti. No sé qué escribió en la carta. Pero estoy segura que los sentimientos de Raquel son oscuros por culpa de las acciones de tu familia —justificó Starty—. Puedes escribir una carta que exprese tus disculpas, en nombre de la familia que causó daño a Raquel.


—Una disculpa no bastará. ¿Podrá perdonarme? —Orfelia secó las lágrimas con el dorso de la mano y dejó de sollozar.


—¡La amistad no puede romperse por pertenecer a otras familias! Escribe y yo me encargaré de llevarla.


Cuando Orfelia encendió la vela dentro de la alcoba, Starty quiso saber el significado de «sangre».


—¡Oye, Orfelia! ¿Qué es «sangre»?


—La sangre es un líquido rojo dentro de nuestro cuerpo. Si ese líquido se agota en nosotros, morimos —dijo sin detenerse en la redacción de la carta. La luz de la vela, soportada en el candil, iluminaba la mitad de su rostro—. Es fundamental para vivir, como el aire que respiramos.


«¡Estos humanos son raros! Viven gracias a un líquido rojo y al aire», pensó Starty, anonadada.


Antes del alba, la carta estaba preparada. Era de dos hojas, escrita con letra cursiva. El idioma era un inglés apabullado con características de poco conocimiento en la gramática.


Cuando Starty recibió la carta, oró cerca de una iglesia abandonada. De este modo, apareció Miguel. Entonces, Starty pudo viajar a Inglaterra. Su llegada imprevista, causó la típica sorpresa en Raquel. Ella lavaba los platos antes de que Starty llegara, pero con el tremendo susto que causó la estrellita, tiró los platos al suelo.


La relación entre Raquel y Orfelia, mejoró considerablemente. Durante la ausencia de Starty, cuando la estrella viajó a Alemania, Raquel no dudó en recapacitar y comprender que Orfelia era la única conexión con su madre, ya que gracias a esta, ambas se habían conocido. Por otro lado, la alemana volvió a conocer la alegría de tener con quien hablar desde la partida de su padre hacia el frente de batalla. De manera que Starty conoció la tragedia de Orfelia.


La madre jugó con una serpiente que fingía ser su amiga y esta se enrolló en el cuello de ella. Así falleció la madre de Orfelia.


—Mi mamá dormía durante días. Yo era una niña y no lo entendía. Después, al crecer, supe que había muerto —narró Orfelia, en el rincón de la casa.


Para Starty, era anormal que la casa de Orfelia siempre estuviera vacía y apagada, como las demás casas en Berlín. No le sumó importancia y se enfocó en ser la mejor compañía para Orfelia. Ambas se hicieron amigas. Starty podía presumir con los animales, en la granja de Raquel, de tener dos amigas humanas.


Se enteró, días más tarde, que el padre de Orfelia era un miembro importante del laberinto crucifijo. Por el cargo social que fungía en el gobierno Alemán, no podía estar en casa mucho tiempo.


—Tiene responsabilidades imperiosas que atender. Para él, este país vale más que yo —explicó Orfelia, remendando la misma ropa que llevaba días en uso.


Querido lector, la niña alemana vivía en una situación de pobreza extrema. Starty no pudo evitar notarlo en una noche, la cual durmió con Orfelia. La niña temblaba. La estrellita brilló para brindarle calor. «Raquel come y es un poco rellena, pero Orfelia parece un palo de escoba. Sus cabellos desaliñados se asemejan a la paja y le falta un diente. Raquel duerme en una cama y Orfelia duerme en el piso con las ratas. El ser humano es raro definitivamente». Sintió una lástima profunda por Orfelia.


Un mes terrible para Alemania llegó. Starty se quedó con Orfelia, ese nefasto día. Ella redactaba una carta para Raquel, pero sería la última carta. Una alarma horrísona desató una cacofonía de voces que restallaron en la atmósfera. De pronto, detonaciones de explosivos se unieron a los gritos de agonía. Orfelia dejó de escribir y guardó la carta en el bolsillo. Entonces, aferró a Starty en el pecho. A continuación, salió de la casa, corriendo a toda velocidad hacia Berlín. «¿Qué ocurre?», pensó Starty, paralítica del miedo entre los brazos de la Orfelia.


Tambores estruendosos hicieron temblar la tierra. El aullido feroz de miles y miles de seres humanos armaron una sinfonía estentórea. La niña no paró de correr y Starty, al mirar atrás, por un costado del brazo derecho, vio rostros encolerizados. Esos rostros estaban unidos a cuerpos que cargaban cosas en sus brazos y manos; cosas que producían un sonido retumbante. Nuestra estrellita cerró los ojos, al frente también habían cientos de tipos con trajes. Ellos usaban los objetos que resplandecían a la luz del sol y sonaban feo.


Un alarido, expulsado de Orfelia, indicó malas noticias. La niña cayó al suelo, desplomada. Starty salió despedida de los brazos mustios de esta.


Cuando se recuperó de la conmoción, voló, atemorizada, hacia Orfelia, pero sus ojitos se embebieron de pánico al definir el líquido rojo que mantiene viva a las personas. La sangre salía a chorros del torso de la alemana. Starty, desesperada, intentó, con las puntitas, hacer cuencos, pero era imposible. Por una vez deseó tener manos y recoger la sangre para que Orfelia no perdiera el liquido que la mantenía viva. La alemana observó la acción exasperada, de la estrellita, con una débil mueca. Estaba pálida y sus ojos perdían brillo.


—Así no funciona el mundo, Starty…


—¡Puedes beber tu líquido y seguir viviendo! —exclamó y, por vez primera, Starty sintió como si algo se rompiera en su interior. Una amiga estaba por apagarse.


—No… No funciona así… Starty, lleva la carta… La carta… Por favor —balbuceó con un hilillo de sangre que manaba de la comisura de los labios exangües.


—¡Pero…


—Ve con Raquel… Déjame aquí… Apresúrate… —rogó cada vez más débil y con la mirada perdida en el vacío.


Orfelia, agonizaba.


—Vas a vivir… ¡Di algo! —Se acercó a la niña y la zarandeó con su posible y debilucha fuerza.


Orfelia, murió.


Starty, muda ante los espejos cristalinos sin vida de Orfelia, retrocedió y voló lejos, muy lejos de la barbarie. Oró tan rápido como pudo, en un lugar seguro. Miguel apareció. El ángel ofreció su tierna mano, que era similar a la suavidad de una nube, y la estrellita se subió.


Al llegar a Inglaterra. Raquel vio a Starty llorar. Desistió en bañar al perro y corrió hacia la estrellita. La inglesa pensó lo peor y la noticia, transmitida por Starty, comprobó lo que un día debía pasar.


—Orfelia se apagó —declaró entre lágrimas de gas.


Para nuestra estrella, el acontecimiento tuvo un impacto emocional en su pensar. Ella no dejaba de ver a los seres humanos como estrellas, pues consideraba que cada ser vivo brillaba a su manera. No supo más de Orfelia, ni al regresar a Berlín, en ruinas, cuando los hombres de la oz y el martillo alzaron la bandera roja.


El gris del cielo plúmbeo era tétrico para Starty. Huyó de aquel panorama y regresó a la casa de la inglesa. Sentada en la valla que rodeaba el campo, caviló y caviló. Deseó hallar un motivo en su peregrinaje sobre la tierra.


«Las estrellas danzamos hasta apagarnos. No todos los seres humanos luchan por apagarse. ¿Qué motivo tienen?», pensó.


Duró una semana distanciada de Raquel. Invertía el tiempo, paseando por los campos y bosques.


«Los árboles están allí. Las abejas trabajan para la colmena. El perro es un perro y hace cosas de perro, igual el gato. Raquel vive y hace lo que hace, ¿qué motivos tienen para existir? ¿Se apagaran felices?».


Durante un ocaso magistral, Raquel, ya convertida en una adolescente de entre catorce a quince años, embelesaba su mirada frente al cambio de colores del pergamino estelar. Con los cabellos sueltos al son del aire juguetón del campo, soñaba despierta con las luces del atardecer. Presagió la llegada de Starty, en el techo.


Desde la muerte de Orfelia, como sabrán, ambas cambiaron de actitud. Starty sonreía menos y Raquel no solía ser la misma chica de otrora. Nuestra estrella no se impresionó del cambio, al contrario, entendió que el ser humano en un año, puede cambiar por completo.


—Hola Starty, ¿vienes a contemplar el atardecer? —dijo Raquel con voz tenue.


—Contigo, sí. —Se sentó a un lado de Raquel. Dio un largo suspiro—. ¿Tienes un motivo para vivir?


—No lo sé. —Raquel encogió los hombros—. La guerra terminó. No sé si podré volver a estudiar. Es incierto el destino y solo sabré que me depara el futuro cuando llegue el mañana.


—¿Nunca quisiste hacer algo en tu vida que te llenara lo suficiente para apagarte con una sonrisa? —preguntó con el candor devuelta.


—Me gustaría educar niños. Pero, apagarme con una sonrisa con todo lo que viví durante la guerra, no lo sé. Mi madre, mi amiga, pronto puedo quedar sin padre… Andar en la tierra es aprender a soportar el sufrimiento de las desgracias, ¿no crees? —Raquel agitó su mano para espantar una mosca. La mosca desapareció al irse campo a través.


—Estoy aquí para encontrar un motivo. Tengo un nombre, pero no un motivo para mi existencia —comenta—. He visto que los animales viven sin preocuparse. La naturaleza simplemente está allí, viviendo.


—Nacemos con un propósito, Starty. Eso lo dicen todos. Tenemos una función en esta tierra o, como le dices, el planeta que gira. Creo que nos falta vivir años para encontrar el propósito de nuestra vida. Los perros nacen teniendo uno, los gatos, las vacas, cerdos y el sin fin de seres vivos que puedo mencionar. Tú tienes un propósito, un motivo, una razón. —Miró a Starty. Raquel ha madurado su pensamiento—. Nos ayudaste a Orfelia y a mí. Pude perdonarla antes de su muerte. Ella pudo saber de mí. Sin ti no hubiera podido saber de Orfelia. Continuaría viviendo con el rencor en el alma y debo agradecértelo, nos hiciste un favor aunque fuera por corto tiempo.


Y así, nuestra estrella comprendió lo que había hecho. Entonces, supo al momento, que debía unir a los seres humanos. «Mi propósito en el planeta que gira, es unirlos». Esa noche, Starty oró y llamó a Miguel.


—Llévame con Dios —ordenó.


Ascendieron al reino de los cielos. Dios apareció de súbito, envuelto en la neblina dorada que refulgía en la bondad nocturna. Starty se plantó frente los pies gigantes.


—Encontré un motivo: unir a los seres humanos —dijo Starty.


El rumor de la cascada angelical se oía en el fondo del lugar.


—Muchos intentaron unir a los seres humanos y murieron en el intento. Tu fuero interno por cambiar las leyes universales, rebosa de compasión por los seres vivos, pero debo avisarte que es imposible unirlos —sentenció Dios.


—¿Por qué es imposible?


—Estrellita, los seres humanos se rigen por valores y principios radicales que convergen en equilibrio. La guerra es necesaria para resolver conflictos y sensibilizar el aspecto blando del espíritu humano. Eso que ellos llaman: humanidad. La paz, que aún no conoces y pronto conocerás, es el reposo de la guerra donde el humano busca un propósito en su vida, mayor que el de la sobrevivencia y la destrucción.


»Ustedes, las estrellas, bailan hasta apagarse. Los humanos no se limitan a bailar solamente. Ellos necesitan encontrar un motivo para su vida y ese motivo lo encuentran en la época y circunstancias que lo rodean. No pueden hacer nada por cambiarlo. Por mucho que traten de descifrar el secreto de la vida, la respuesta está en el entorno que les tocó vivir.


»No todos desearon ser soldados, no todos desearon ser profesores, no todos desearon ser padres, no todos desearon, incluso, nacer. Están en el lugar adecuado para superarse. Si el mundo se dignara a cumplir los deseos carnales de cada humano, sus vidas sería tan fútiles que no necesitarían vivirla. La lucha es indispensable y la paz solo llegará hasta apagarse y mirar atrás los resultados de dicha lucha. Así funciona el planeta que gira. Nada sale de la nada y ocurre por arte de magia. Todo pertenece a un sinfín de eslabones de motivos para dotar de sentido la naturaleza per se.


—¿La muerte de Orfelia es parte del eslabón?


—Sí. El mundo, cada cierto tiempo, purga una cantidad de humanos inimaginables hasta la postrimería de cierto período. El ser humano y la naturaleza son autodestructivos. La muerte de Orfelia, aunque la pobre no se lo merezca, fue necesaria para que Raquel evolucionara como ser vivo y la prueba está en su cambio. No puedes esperar, por supuesto, que todos los cambios sean positivos. En dicho caso, dependerá de quién lo vea y quién lo juzgue.


—¿Cuál es tu propósito?


—Depende del ser humano que me configure para sus necesidades. Tengo millones de nombres, como te dije anteriormente. De hecho, no hago nada, solo observo. Me moldean a su imagen y semejanza, ya ves en lo que me convertí.


—Eres un ser humano —afirmó Starty.


—Sí, lo soy y no tengo más poderes que los del propio humano. Fui perdiendo mis dotes mágicos durante la degeneración de la humanidad —asimiló Dios.


—¿Y cómo pudiste tener hijos? —La estrellita trataba de entender la postura de Dios.


—Nosotros éramos una masa de energía dispersada en el mundo. Entonces, cada humano que lo poblaba, comenzó a imaginar, y construir con nuestra energía, seres de diversos matices. Luego, la humanidad en cierta etapa de su evolución, optó por simplificar la cantidad de seres en uno solo. De manera que pudiera servirle para sus fines en el planeta que gira. Nací y mis hijos vinieron conmigo a partir de mi energía. Es complejo entender esto, pero mi posición como dios es observar y escuchar.


—¿Nunca actúas?


—No. Si actuara sobre la humanidad, el mundo fuera un lugar mejor, pero la forma segura de que llegue a ser un lugar mejor, es que el ser humano sea, por sí mismo, obra de la justicia divina que tanto profesa. Ya ves que la guerra es un acto bárbaro necesario para masificar la humanidad. No hace falta repetir lo que se ha dicho tantas veces en el diálogo. Es curioso, es la primera vez que hablo con una estrellita que razona.


—Desearía ir a la luna —dijo la estrellita, atónita con la conversación.


—Puedes regresar con el arco del querubín, en una de las torres.


—Antes de irme, ¿por qué el humano te creó? Escuchas y observas, pero no actúas como ellos desean que actuaras.


—Los dioses estamos para explicar los fenómenos que no son comprensibles para el ser humano. Antes, cuando existían montones de dioses, ellos representaban cada evento de la naturaleza y así, los seres humanos, podían existir con la respuesta a sus preguntas. Al crearme a mí con varios nombres, pero siempre con el reflejo del ser humano, resolví el conflicto moral que prevalecía dentro de sus almas atormentadas. Un dios bondadoso y cruel a la vez, con la excusa de que jamás castiga y puede reprochársele las desgracias que ellos mismos causaron en sus vidas.


»Escucha estrellita, el ser humano debe creer en algo, sea en ustedes, las estrellas, o en mí o en ellos mismos. Un ser vivo racional sin creencia, es imposible, para él, andar sobre la superficie. Necesitan tener respuestas a todo lo que les rodea y son unos expertos para argüir cualquier tipo de enlace de hechos para descubrir por qué les ocurrió tal cosa.


»El planeta que gira, sin respuestas no podría sostenerse. Además, necesita un dios o materia que limite las conductas perversas del ser. Me refiero al hado, ciencia, karma y universo. Es fundamental para la existencia próspera de la espiritualidad del humano, creer en algo, incluso si ese algo parte de la lógica objetiva.


—La humanidad es increíble. —Nuestra estrella estba encantada con los argumentos de Dios.


—Lo es, todo producto de la naturaleza lo es —aseguró Dios—. Ve a una de las torres y dile a un querubín que apunte a la luna. El te disparará hacia ella, fue un placer poder conversar.


—Pero regresaré pronto, no me despedí de Raquel —advirtió.


—No, no podrás volver. La siguiente manera de retornar será por el tren de la Vía Láctea que conduce a Japón. Si regresas al planeta, no podrás regresar al espacio —explicó Dios.


—¿Cómo puede ser posible? —Starty estaba muy afectada por la noticia.


—Eres una estrella y debiste morir en la danza. Permitimos tu intervención en la Tierra por ser la estrella que quiso conocer un poco del planeta. No podemos permitir un reingreso. Los seres humanos tienen los pasos escritos y tu intervención no permitiría la evolución. Debes entenderlo, Starty, suficiente has hecho con ayudar a Raquel y Orfelia.


—Me parece injusto —opinó, lágrimas de gas saltaron de sus ojitos.


—No es injusto. Yo también quisiera salvaguardar el bienestar de los humanos, pero si lo hiciera, lo haría conciencia de hacer un mal. Fuiste la estrella fugaz de Raquel y su deseo fue cumplido.


Recordemos que el deseo de Raquel fue «tener un amigo» y Orfelia murió. Starty no era el deseo, sino la ejecutora del deseo. La estrellita evocó la voz de Raquel. Entonces, se vislumbró el panorama que Dios estaba explicando. Resignada, nuestra estrella asintió, con el coraje interior, y Dios desapareció.


Starty flotó hasta lo alto de una torre. Esperó que el querubín preparara el arco. A continuación, el angelito regordete, tomó a la estrellita. En consecuencia, Starty, sin decir palabras, con la congoja en la garganta, se volvió el proyectil del arco tensado. Fue disparada hacia las constelaciones. La estrellita giró. Dio la espalda a la salida de la tierra. Como era de noche, vio las luces disgregadas de la humanidad con sus lágrimas derrochadas. Esta vez era líquido de verdad. No lloraba gas, no, no, no. Tan verosímil como lo redacto, la estrellita estaba soltando lágrimas vivas mientras se alejaba del planeta que gira.


A la deriva quedó, expulsada y sin despedirse de Raquel, su amiga. Aterida en la frigidez del espacio exterior, aovillada, flotando en la realidad abyecta de no poder regresar a casa… ¿Casa?


«Es mi hogar, el planeta que gira es mi hogar. El espacio no lo es. Pude nacer aquí, pero mi motivo es estar en casa y mi casa es el planeta que gira», pensó Starty.


La señora de la Luna atrajo al astro con su varita y la sentó en el borde del cráter. No podía controlar los hipidos del astro, así que se sentó a su lado, para hacer compañía a la melancolía. Vieron el planeta que gira durante un largo tiempo. La señora de la Luna, alrededor del cuello, portaba una bufanda roja.


—¿Cómo está Raquel? —preguntó la señora.


—Vive con su padre, la guerra terminó y está bien, pero no del todo, su mejor amiga, Orfelia, se apagó en Berlín por culpa de unos hombres —informó la estrellita, afligida con el suceso—. No pude despedirme de Raquel.


—Yo tampoco —reveló y Starty dirigió su atención a la señora. Sin dudas era la madre de Raquel—. Salía de Londres de vuelta a la morada del campo. Uno de los pájaros de hierro del laberinto crucifijo, descendió del cielo y no puedo recordar más. Todo era oscuro hasta que una luz atisbé, seguí el canto de seres indistinguibles por un túnel y, como por ensalmo, al parpadear, aparecí en la luna con el rol designado de señora de la Luna.


—La bufanda en tu cuello…


—Era el regalo de cumpleaños de Raquel. Un día sales de tu casa y no vuelves más, sin despedirte de los seres que amaste y cuidaste por tantos años a favor de sus anhelos. Durante la muerte improvista no piensas en nada y simplemente mueres.


—Hay una forma de volver…


—El tren de la Vía Láctea, conduce a Japón, pero años transcurrirán en el planeta que gira y quizá no llegues a ver a Raquel…


—¡Pero podemos intentarlo! —Se levantó con los ojitos encandilados en esperanza—. Mi motivo era unir el mundo, pero ahora me doy cuenta que mi verdadero motivo es cumplir deseos. Soy una estrella y como los humanos describen…


—Las estrellas fugaces cumplen deseos una sola vez en la vida, pero tienes la oportunidad de cumplir un segundo deseo, pero Starty, si lo cumples…


—No importa. —Negó con determinación en su sonrisa. Nuestra estrellita sabía lo que ocurrían con las estrellas fugaces sin protección—. Nací para esto. Soy diferente a las demás, aunque eso no me hace especial, me hace feliz saber que puedo cumplir deseos por una vez y hasta dos veces.


—Puede que tampoco regrese a la Luna, pero podré despedirme de mi hija. —Se incorporó y vio la Vía Láctea. En la estación esperaba el tren con destino a Tokio—. Los conejos sabrán cuidarse solos.


Y entonces, la señora de la luna se despidió de los conejos. ¡Vaya número de conejitos y conejos grandes! Contentos, despidieron a Stary. La señora de la Luna y la estrellita, se encaminaron por la senda arcoíris. De esta forma llegaron a la estación.


Una vez que pisaron el suelo de cristal, límpido, contemplaron, con excelsa admiración, el río de leche con millones de partículas luminosas derredor. Difusos colores irisados a alta velocidad, pasaban como luciérnagas en una carrera, viajaban al infinito del universo. Luego de embelesarse con el paisaje estelar, se montaron en el tren. Después saludaron a un hombre bigotudo de traje ajustado. Este respondió con una leve reverencia y les pidió un billete. Sin embargo, ambos, al no tener dinero, y explicaron la situación. Entonces, los dejaron pasar a un vagón cómodo, sin tener que pagar.


Sonando el pitido del arranque, el tren comenzó a traquetear y expulsar vapor galáctico. Starty sonreía. Se sentía excitada por su cometido. Ella sabía lo que le esperaba, pero podía apagarse con la sonrisa. La señora de la Luna mostraba simpatía por la estrellita en el trayecto. Le contó historias de cuando ella vivía en Inglaterra. Un señor amable, que cazaba grullas y gansos con sabor a chocolate, se paseó en el pasillo y regaló unas patas de las avecillas a los pasajeros. De manera que Starty y la señora de la Luna, comieron y degustaron, con unción, el manjar de sabor especial que había cazado, el tan peculiar hombre.


El tren anunció la llegada al cielo nipón, como era de esperar, de noche. La estrellita descendió con la señora de la Luna a la megalópolis. La estrellita cayó en el patio de una casa tradicional frente a un adolescente y su perro. La señora de la Luna tuvo mejor suerte, por caer en un árbol y quedarse en la copa.


—¡Debo viajar a Londres! —exclamó la estrellita, eufórica.


La madre del adolescente, entre improperios y trompicones furibundos, reproducidos en el tatami, corrió el shoji y al ver a una estrella parlante con ojos, se desmayó. El adolescente, de cabello liso y sedoso, con brillo, tenía un palillo en el labio y se le cayó al césped.


—Esto es imposible —declaró el tokiota.


—Puedes ayudarme, debo llegar a Londres —rogó la estrellita.


La señora de la Luna se cayó del árbol y aterrizó en la piscina inflable decorada con lucecitas de navidad.


—Traeré el mapa —avisó el tokiota y, acto seguido, subió las escaleras. Regresó tan rápido como pudo. La señora de la Luna acarició al perro. El can movía su colita, encantado con tan peculiares personajes—. Aquí, ven —indicó, extendiendo el mapa en el césped—. Deben viajar… —explicó, trazando el trayecto con el dedo índice—. Así podrás llegar. —Asintió.


—Gracias —dijo la estrellita y giró hacia la señora de la Luna—. Sostén ambas puntas.


—Starty, estás… estás…


—¡Apresúrate! —apremió Starty sin atender la fatiga repentina que abrumaba su cuerpo.


La señora de la Luna se sostuvo de las puntas de Starty. Como al inicio de esta aventura, nuestra estrellita salió escopetada al firmamento. A una velocidad indescriptible, llegaron a Londres, allende al campo y la granja de Ranquel. Asimismo, destrozaron el techo al entrar en la alcoba, donde reposaba Raquel. La estrellita miró a los hijos y nietos de Raquel, presentes en los últimos minutos de vida de la inglesa.


Habían pasado sesenta años desde la última vez que Raquel vio a Starty. La anciana sonrió, su rostro se iluminó de par en par, como si no agonizara. Los demás se apartaron, asombrados.


—Y mi último deseo, era reencontrarme con mi madre. Starty, encontré un motivo, mis hijos, mis nietos…. ¿Lo recuerdas? Quería educar niños —susurró Raquel con voz ronca y lánguida. En su rostro viajaban lágrimas efusivas.


La señora de la Luna abrazó a su hija, postrada en cama. Ambas lucían muy ancianas. Los chiquillos no paraban de ver a Starty.


—Es la estrellita del cuento de la abuela —dijo una de la niñas.


—Starty —reconoció el niño a su lado.


—La estrellita es real —repuso la madre de la niña.


El evento augurado sucedió: nuestra estrella se estaba apagando. Raquel cerró los ojos. La señora de la Luna se convertía en polvo, de pies a cabeza. Los niños rodearon a la estrellita.


—¡No te apagues! —suplicó la niña—. ¡La abuelita nos habló de ti!


—¡Starty, tienes que seguir brillando! —profirió el niño.


Starty, agotada en el suelo, resollando, percibió que su vista se tornaba borrosa.


—Viviré en la memoria de los seres humanos. Me apagaré con una sonrisa al saber que cumplí una misión durante mi corta existencia. —Starty lucía cansada, muy cansada y su brillo era débil. Titilaba, despacio, como una luciérnaga a punto de morir—. No pude unir al mundo, pero sí uní a dos madres. No pude bailar con mis compañeras, pero me apagaré al cumplir un deseo. Valió la pena esta vida. Aunque vi las calamidades de los hombres, me siento feliz de conocer lo mejor del hombre… Chicos, chicas, adultos, ancianos, la vida es una estrella fugaz y cada cual decide vivirla como plazca. Mientras mueras con la felicidad en tu corazón, sabrás que habrás vivido plenamente.


Nuestra estrella se apagó y este cuento con sus enseñanzas, terminó. Te recordaremos siempre, Starty, por ser la estrella fugaz de nuestra vida.


Starty decidió ser la estrella fugaz de la vida de una niña que en el futuro fue una madre.


Somos estrellas fugaces en la vida de las personas.



1. März 2021 06:32 9 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

Über den Autor

Angel Fernandez Escritor y fotógrafo venezonalo. Nací en Carabobo, Puerto Cabello. Tengo 23 años. Me dedico a mejorar en la escritura y mantener la meta de representar a Venezuela junto a otros escritores noveles en la literatura del siglo XXI. Todas mis obras están registradas en Safecreative.

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JYD ANDERSON JYD ANDERSON
Hola, me ha gustado mucho el cuento, es emotivo, positivo y reflexivo. Te felicito. Sigue el consejo de Jancev, ya que hay unos cambios de tiempo verbal en la narración, pasas de presente a pasado y a veces puede confundir al lector. Pero realmente escribes muy bien y espero seguir leyendo más historias tuyas muy pronto. Saludos
April 02, 2021, 10:15

  • Angel Fernandez Angel Fernandez
    Muchas gracias por tu comentario que alegra mi espíritu romántico. Por supuesto, tomaré en cuenta la corrección que tengo pendiente para Starty hecha por la embajadora. Te vuelvo a agradecer mucho por la reseña, me alienta a proseguir creando y continuar este arduo sendero. Un abrazo desde Venezuela ❤️✨ Pronto publicaré nuevos relatos. April 03, 2021, 06:54
Jancev Jancev
¡¡Hola!! Que lindas reflexiones has colocado dentro de una historia que en principio parecería simple. Tienes una linda forma de escribir, solo te diría que cuides un poco el tiempo en el que actúa el narrador, para que no exista ambiguedad. De resto, disfruté mucho la lectura. ¡Éxitos! Jancev|Embajadora
March 22, 2021, 01:42
Jancev Jancev
¡¡Hola!! Que lindas reflexiones has colocado dentro de una historia que en principio parecería simple. Tienes una linda forma de escribir, solo te diría que cuides un poco el tiempo en el que actúa el narrador, para que no exista ambiguedad. De resto, disfruté mucho la lectura. ¡Éxitos! Jancev|Embajadora
March 22, 2021, 01:41
Jancev Jancev
¡¡Hola!! Que lindas reflexiones has colocado dentro de una historia que en principio parecería simple. Tienes una linda forma de escribir, solo te diría que cuides un poco el tiempo en el que actúa el narrador, para que no exista ambiguedad. De resto, disfruté mucho la lectura. ¡Éxitos! Jancev|Embajadora
March 22, 2021, 01:41
Jancev Jancev
¡¡Hola!! Que lindas reflexiones has colocado dentro de una historia que en principio parecería simple. Tienes una linda forma de escribir, solo te diría que cuides un poco el tiempo en el que actúa el narrador, para que no exista ambiguedad. De resto, disfruté mucho la lectura. ¡Éxitos! Jancev|Embajadora
March 22, 2021, 01:38

  • Angel Fernandez Angel Fernandez
    Gracias por el consejo, lo tendré muy en cuenta para seguir mejorando. Y gracias por el comentario, me alegra mucho saber que te agradó la historia y sus reflexiones ❤️✨ Un abrazo grande ✨ March 22, 2021, 02:23
Alba Ferreyc Alba Ferreyc
¡Hola! Vengo del post que hiciste en la comunidad de cuentos y micro relatos. Me ha gustado tu historia; sobre todo me agradó cómo manejaste la temática de una estrella fugaz como personaje principal capaz de pensar realmente. Le da un toque especial. ¡Saludos!
March 05, 2021, 16:25

  • Angel Fernandez Angel Fernandez
    Muchas gracias por tu comentario, lo aprecio mucho Alba. Te envío un abrazo ❤️✨ March 22, 2021, 02:25
~