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SrUca


Un joven despierta de un enorme letargo sin saber su propia identidad, descubriendo lentamente que el mundo que él recordaba ya no existe y que tendrá que adaptarse y aprender sobre esta nueva realidad, sin saber aún que será la clave que cambie el futuro de la humanidad para siempre.


Abenteuer Nicht für Kinder unter 13 Jahren.

#385 #Después-de-Nosotros #futuro #El-Renacer #historia
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670 ABRUFE
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El nexo con el pasado


Cuando despertó, sintió como si hubiera estado durmiendo años. Su cuerpo entero pesaba más de lo normal, y sus ojos eran incapaces de deslumbrar nada más que una increíble oscuridad que lo envolvía todo. Era extraño, dado a que esa misma sombra opaca que le impedía ver parecía ser más que simplemente la ausencia de luz, pues percibía en esta una densidad física que le resultaba totalmente anormal.


Ignoraba cuanto tiempo había estado sin pensar, en sí ignoraba quien era y que estaba haciendo allí. Ni siquiera sabía donde se encontraba, o si tan siquiera eso tenía respuesta. Lo único que conocía con certeza era el hecho de que, estuviera donde estuviera, aquel era un lugar seguro. No encontraba coherencia a una respuesta tan certera hacia lo desconocido, se trataba de un pensamiento puramente instintivo. Un presentimiento que le decía que, pese al siniestro y denso entorno, todo estaba bien.


De cierta forma, se sentía como si aún no hubiera terminado de despertar, como si la mitad de su ser estuviera consciente mientras que la otra parte aún se mantenía apagada. Era extraño y, aunque sus movimientos pesaran más de lo normal, era una sensación bastante agradable. Sin embargo, pese a lo embelesadora que resultaba la oscura estancia que le arropaba, comenzó a levantarse de su lecho.


La sustancia que parecía envolverle se separó de su cuerpo conforme este se abría paso, incorporándose. Desde arriba, pudo apreciar aquel elemento que tanta tranquilidad le había estado transmitiendo anteriormente. Esta se mostraba como una densa bruma que se había alzado junto a su figura, una inmensa nube blanquecina y semitransparente que vestía toda la estancia, formando una espesa capa de gas que se acumulaba hasta alcanzar a cubrir por encima de sus tobillos. Por encima de aquel manto, podía apreciar distintos fragmentos de aquella niebla que parecían haber sido desprendidos y dispersados de la masa por la brusquedad de sus movimientos.


Fuera del cautivante velo gaseoso el lugar no parecía ser tan diferente, pues todo lo que se encontraba por encima de este mantenía la misma oscuridad con la que había sido recibido. Sin embargo, al separarse de la opacidad que antes nublaba su vista, ahora era capaz de observar con más perspectiva el entorno que lo envolvía. No tardó en estudiarlo con la mirada, explorando con sus ojos el escenario. Múltiples troncos ascendentes, oscuros y coronados por blancas y brillantes hojas, protagonizaban la estancia a ras de suelo, formando unos árboles de cuya copa surgía una luz que los hacía ver como faros en aquel sombrío entorno.


Embelesado por aquello que se situaba por encima de la densa neblina que anteriormente lo envolvía totalmente, no tardó en levantar la mirada hacia el cielo, buscando apreciar aquello que se encontraba sobre su cabeza. De esta forma supo entender que la negrura provenía del encontrarse bajo lo que parecía ser un cielo nocturno.


Con la nueva posición adquirida, alzó la cabeza hacia el firmamento, buscando quizás en este encontrar respuesta a sus preguntas. No sabía decir si aquello que se encontraba viendo era realmente el cosmos, pero si era capaz de afirmar con firmeza que este era realmente precioso; era un auténtico espectáculo de luces, miles de millones de orbes blancos y brillantes de todos los tamaños tintineaban protagonizando una nocturna cúpula celeste.


Cada cierto tiempo, fugaces destellos trazaban lo que parecían ser líneas que conectaban todo con todo, en una red perfecta. Apreció que la expansión de esta a lo largo y ancho del cielo no parecía tener límite alguno, según lo que su vista le permitía abarcar. Sin embargo, percibió algo que llamó inmensamente su atención, pues los fulgores que conectaban el todo con el todo parecían nacer todos de una misma dirección, actuando como el eco de algo que aún desconocía.


Quizás fue a partir de aquel descubrimiento que comenzó a surgir en él una intensa curiosidad por su situación en aquel extraño y fascinante punto en el que se encontraba; sin respuestas.


Su intuición le empujaba a dirigirse a la ubicación de origen de aquellos impulsos, pues quizás esta sería la clave para el misterio que envolvía dicha ubicación. Dispuesto a avanzar, recibió una extraña sorpresa pues, aunque había estado notando todo el tiempo que su peso era una carga mayor a la que resultaba estar acostumbrado, sus movimientos no eran para nada torpes. Su cuerpo se comportaba de una forma extremadamente fluida, lo cual resultaba raro por como había estado sintiendo este desde que había llegado allí.


Sentía que su cuerpo era más etéreo que físico, al entender tras reflexionar durante unos breves instantes que solo eso podía explicar la densidad que percibía en si mismo junto a la ligereza que acompañaba a sus movimientos. Seguramente, era uno de los muchos misterios que abundaban en aquella extraña localización, y si bien no encontraba réplica alguna a sus innumerables preguntas, existía la sensación de haber vivido eso antes, y al mismo tiempo sentía que siguiendo la corriente que emanaba en aquella telaraña estelar encontraría aquello que tanto deseaba encontrar.


Dispuesto a ello, comenzó su avance hacia lo desconocido con un largo paso que resultó en el surgir de unas ondas blancas que se expandieron por la niebla naciendo de su planta, en una armónica sutil aunque perceptible reacción que parecía declarar que aquel lugar estaba vivo de cierta forma. El eco de aquello no tardó en expandirse a lo largo de la bruma hasta disiparse por completo, en un acontecimiento visualmente bello. Cada cosa que aprendía de aquel lugar no hacía más que alimentar la incertidumbre que le envolvía. Y sin embargo, no podía permitirse el detenerse a admirar los detalles de aquel mundo que desconocía. Debía seguir adelante en búsqueda de las respuestas que necesitaba.


Levantó la mirada en dirección al firmamento, a la red del cosmos, buscando seguir la ruta que le marcaba el pálpito de luces que atravesaban las hebras estelares. Entrecerró los ojos, buscando analizar la trayectoria de aquellos impulsos de luz; no tardando en seguirla al poder leer su origen con la certeza suficiente como para seguir su viaje. La senda era incierta, pero sabía por una fuerte corazonada que aquel era el camino.


La ruta era marcada por las estrellas, y él la recorría con una absoluta determinación y con un ojo curioso que se movía de lado en lado observando aquel idílico mundo en el que se encontraba, descubriendo más preguntas sin respuestas por cada segundo que pasaba allí. Pudo percibir, por ejemplo, que las formaciones arbóreas que antes llamaron su atención parecían ser más abundantes conforme avanzaba, creando densas arboledas. Así mismo, aquello le permitió apreciar que más que árboles se trataba de una especie de micelio negro que culminaba ramificaciones que daban lugar a cristales blancos y que emanaban su propia luz, simulando hojas.


Era extraño, pero al apreciar que aquello no se trataba de materia vegetal se apartó por prudencia, juzgando a partir de la escasa información que poseía respecto a los hongos. Sorteó entonces aquellos inmensos organismos completamente ajenos a su conocimiento, evitándolos con toda la cautela que podía ofrecer en una atmósfera tan de fantasía como era aquella en la que se encontraba.


El rodeo le hizo perder tiempo, aunque le permitió adquirir en el proceso una sensación de seguridad extraña, había algo raro en aquellos elementos, aunque era incapaz de describir exactamente que era eso que tanto le importunaba. El hecho de que fuera otro elemento vivo con el que compartía estancia ya era algo que llamaba a su juicio. Desde ese momento buscó evitar incluso la más mínima cercanía con el micelio negro, fruto de su reflexión.


Al terminar de cercar la arboleda se vio obligado a recurrir al firmamento, su brújula, con la intención de regresar a la senda de la que había tenido que desviarse. No sabía cuanto tiempo o cuanto terreno había recorrido, pero era algo que se permitía omitir. Después de todo el cansancio no era problema para él, gracias a su etérea condición. Al ver la telaraña del cosmos, pudo percibir por la intensidad de los impulsos que recorrían las hebras que se encontraba bastante cerca de aquello que le había motivado a iniciar aquella ruta.


Se vio envuelto en euforia, pues sentía que por fin encontraría respuesta a todo aquel misterio que le atormentaba, a la vez que dotaba de cierta magia a aquel entorno. Sintiéndose cerca de su meta, comenzó una carrera hacia adelante, evitando como podía en esta el micelio con el que tanto rechazaba cualquier contacto. Sin embargo, pese a su impetuoso esfuerzo por alcanzar el final del camino, y aún sintiéndolo al alcance de su mano, se vio forzado a detenerse en seco, pues frente a el se irguió una inmensa fila oscura de esos mismos organismos, formando ellos un auténtico bosque que hacía de barrera entre él y el final del trayecto.


Frustrado, observó el cielo estrellado, apreciando en este como todo lo que había estado buscando convergía en un único punto, del cual parecía nacer una gruesa hebra que, enlazada en forma de espiral, bajaba en forma de un grueso directa hacia el suelo. No podía ver más desde su posición, pues pese a encontrarse cerca existía la lejanía suficiente como para no poder observar con claridad aquello que se encontraba frente a él. La potencial respuesta a todas sus preguntas, aquello que desvelaría por fin los misterios que envolvían al lugar de fantasía. Y era completamente inaccesible.


Envuelto en rabia, pateó el suelo, provocando una onda mayor que las que había provocado con sus pasos al caminar. Todo aquel viaje surgido de su curiosidad, de su ansia de entender todo aquello, finalizaba con la derrota de no poder acceder a aquel preciado recurso que resultaba ser el conocimiento que se ahora se le negaba. Aquel eco de su pisada, al contactar con el negro organismo que bloqueaba el sendero, produjo que sus hojas cristalinas brillaran con intensidad, reaccionando a las ondas que había producido junto a un tintineo musical bello aunque tétrico que le heló la sangre. Definitivamente no deseaba en lo absoluto entrar en contacto con lo que se supusiera que resultaba ser aquel hongo.


Un tanto tenso, suspiró en un intento de apegarse una vez más a aquellos sentimientos positivos que anteriormente habían envuelto cálidamente su corazón. Si deseaba conseguir alcanzar su destino, debía perseverar y pensar lógicamente en cómo sortear en aquella última barrera que el caprichoso destino había situado frente a él. Determinado de nuevo a continuar el camino, apegándose a la determinación que antes le alimentó a iniciar su viaje, retomó el trayecto, comenzando a cercar el bosque. Después de todo, según lo entendía él, debía existir algún claro.


Sin embargo la ruta fue más duradera de lo que esperaba, perdiendo rápido la cuenta de los minutos, quizás las horas, que había estado circunvalando la arboleda. No quería rendirse, y no podía hacerlo, pues en todo el tiempo que había sido capaz de concebir como su propia existencia no se había quitado de la cabeza la idea de destapar los secretos que aquel páramo escondía en cada uno de sus misterios. De pronto, una alegría inmensa le envolvió el alma, al punto de sentirse capaz de percibir los propios latidos de su corazón, acelerados por la felicidad espontánea que resultaba de haber encontrado lo que parecía ser un claro.


Nervioso, tragó saliva y caminó a paso lento en dirección a este cruce limpio, pasando entre los organismos que le habían acompañado durante todo el viaje, teniendo máximo cuidado en no rozar accidentalmente ninguno de estos. Desgraciadamente, a mitad de camino fue incapaz de no hacer contacto con uno de estos, tocando con su codo la negrura del tronco de uno de ellos.


Lo último que pudo ver antes de sufrir las consecuencias de aquello fue el brillar de las láminas cristalinas en forma de hoja que coronaban el micelio. Y justo después de aquello, un blanco absoluto. Todo su cuerpo se congeló y cayó al suelo, en trance, viéndose atormentado por gritos y visiones que no era capaz de entender. Sin embargo, de una forma u otra, sentía que aquello tenía más relación con él de lo que podría creer. Aunque la idea de eso mismo era algo que le producía escalofríos.


La experiencia extrasensorial duró apenas unos segundos, aunque fue muy desagradable para él, dejándole mal cuerpo y una sensación de vacío que, si bien no alcanzaba a comprender, se había clavado hasta el fondo de su ser. Había hecho bien en evitar cualquier tipo de contacto con aquellos seres, pues las pesadillas que transmitían al toque eran dignas del peor de los infiernos. Desanimado por aquello, no pudo pararse a disfrutar del hecho de que había alcanzado su meta, pues había atravesado lo último que lo retenía en su búsqueda de conocimiento.


Levantó la mirada y se quedó congelado al apreciar lo que tenía delante. Era un tronco blanco y gigante formado por hebras blancas que ascendían en espiral hasta alcanzar las ramas, a partir de donde se bifurcaban en una enorme copa que terminaba por conectar con el firmamento, creando una telaraña inmensa que ocupaba el cielo oscuro, dando lugar a una visión espectacular. Y frente a sus raíces se encontraba algo que le hizo retroceder por puro pavor, quizás tratándose de lo que menos esperaba ver allí; un hombre.


Era de mediana estatura, se encontraba encorvado y su cabello era negro con canas grisáceas. Iba vestido con una chaqueta negra y una camisa blanca, sobre la cual se encontraba un lazo azul. Se encontraba absorto observando aquello que él tanto había estado buscando. El núcleo de aquel mundo. Envalentonándose, trató de hacerse notar, dando varios pasos al frente antes de dirigirle la palabra.


— ¿Quién eres? —Preguntó tan curioso como perturbado por la presencia de otro ser humano en aquel lugar tan extraño, casi de carácter onírico.


Aquella persona, en respuesta, se volteó hacia él, mirándole fijamente. Pudo entonces reconocer los rasgos faciales de ese hombre, destacando en ellos unas gruesas cejas que fruncían el ceño y un frondoso bigote que protagonizaba su rostro. Su contestación fue directa.


— ¿Quién eres tú?


Eso le dejó sin replica, pues se trataba de una cuestión a la que simplemente era incapaz de darle respuesta. No sabía que hacía allí, no sabía quien era. Se sentía privado de su propia identidad y aquello le frustraba inmensamente.


— No lo sé. —Respondió con poco entusiasmo.


En respuesta, la figura bufó, dándole de inmediato de lado. Parecía ser alguien un tanto arisco, y parecía estar igual de desorientado que él, o al menos eso aparentaba. Entendiendo que aquel hombre, pese a su fuerte personalidad, no resultaba amenaza alguna, pues podría haberle atacado en cualquier momento si ese fuera el caso, empezó a acercarse al nexo de aquellos impulsos recorrían las hebras del cosmos.


Sintió como su apático acompañante le observaba de arriba a abajo. Parecía como si tratara de analizarle, de mirar más allá de su piel y estudiar su alma. Era un tanto incómodo, pero trató de no darle demasiada importancia al entender que quizás él había llegado a aquel lugar de la misma forma; sin respuestas.


Al estar frente al blanco y enorme tronco de hebras que unía la telaraña estelar en una sola figura, el núcleo de aquella formación, pudo percibir en primera persona como nacían aquellos impulsos, brotando de las raíces de seda y impulsándose de inmediato hasta perderse en la inmensidad del cosmos. Era una visión bella aunque imponente, pues transmitía una fuerza que le resultaba ciertamente mística a la par que desconocida. La magnitud de aquello seguramente escapaba de sus manos, pero no podía evitar verse embaucado por lo hermoso que era ver el nacer de la energía y su recorrido hasta perderse en las estrellas.


Fascinado por aquello, caminó hasta estar a un palmo del material, descubriéndose entonces por primera vez a sí mismo, a partir del reflejo que aquella sustancia viva proporcionaba de él. Su cabello era corto y revuelto, de un color castaño que se acercaba al rubio, combinando muy bien con sus ojos de color ámbar, sobre los cuales se encontraban unas cejas delgadas un tanto más oscuras que su pelo. Su mandíbula era fina y su rostro estaba desnudo, sin barba o bigote alguno que cubriera su rostro. Su ropa, por su parte, era simple, una camiseta blanca deshilachada y unos pantalones vaqueros cortos desgastados de color caqui. Era bastante descuidado en comparación a su acompañante, quien se mantenía en una prudente distancia.


Todo aquello era increíble, pero no parecía responder nada de lo que él venía buscando. Quizás había creado expectativas en torno a absolutos, sin darse cuenta de que no todo lo que ansiaba por saber sería resuelto allí. Aquella realización le decepcionaba, por muy coherente que resultara.


Buscando suplir su falta de respuestas en el conocimiento que podía poseer el único ser humano que había conocido en aquel páramo, se acercó a él un poco, volviendo a dirigirle la palabra.


— ¿Qué año es este? —Preguntó, comenzando por lo básico.


— 1889. — Respondió este de inmediato.


No le miró a la cara, parecía absorto en sus propios pensamientos. Él pensó para sus adentros, algo en la respuesta que dio el otro allí presente no terminaba de funcionarle. Era extraño, pero sentía que, pese a desconocer su realidad, aquel dato no era del todo acorde a esta.


— ...¿También has tocado los árboles?


El hombre, lentamente, arrastró su cabeza hacia él. Por primera vez desde que habían coincidido no percibía de este rechazo sino un enorme pesar. Su ceño, aunque fruncido, transmitía lástima y terror. Con una inmensa culpa surgiendo de su ser, se limitó a afirmar con la cabeza muy despacio.


No quiso molestarle demasiado, pues quién sabría que pesadillas había tenido la desgracia de vivir al entrar en contacto con aquellos horribles organismos. Sin embargo, debía proseguir con aquello, pues solo de esa forma conseguiría obtener el tan preciado conocimiento por el que él había viajado.


— ¿Cuánto tiempo llevas aquí?


La respuesta que otorgó el contrario fue tan extraña como preocupante, pues no hizo más que sumar a la incertidumbre y a las preguntas que no hallaban respuesta en aquel mundo.


— Acabo de llegar. Como tú.


Aquello no tenía ni pies ni cabeza, pues si bien el otro no parecía estar mintiéndole, pues no había razón alguna para ello, la afirmación le resultaba absurda cuanto menos. Después de todo, si aquel fuera el caso, le habría visto antes de alcanzar aquel lugar. Un tanto molesto por no poder unir las piezas, le dio la espalda al mayor, inmerso en la frustración de no haber podido colocar las tildes sobre las íes en ninguno de los muchos asuntos que atormentaban su consciencia al ser simplemente incapaz de dotarles de explicación.


De nuevo, volvió frente al blanco tronco que protagonizaba la estancia, observándolo hipnotizado. Todo aquel trayecto solo para terminar en vano, con las mismas respuestas y las mismas preguntas que poseía al despertar.


— Eres... ¿Amigo de Erik? —Preguntó entonces el mayor.


— Lo siento muchísimo... pero no sé de qué me estás hablando. ¡Ni siquiera se quién soy! —Exclamó este a modo de respuesta, envuelto en una absoluta frustración.


Un silencio sepulcral inundó la sala entonces, silencio que solo se vería interrumpido por las palabras finales del contrario, frías y tajantes.


— Ya veo.


Eso no hizo más que alimentar su propio malestar, aquel desconocido parecía estar en las mismas o en peores que él mismo, y no hallaba salida. Lo que él creía que era el final de un laberinto solo era el inicio de uno más grande, sentía que se había auto-engañado todo ese tiempo, y aquello lo enervaba al punto de darle ganas de llorar. Buscando el desahogo, se aventuró a golpear el nexo de aquel lugar con la mano abierta.


La textura era flexible aunque resistente, esperable de lo que parecía ser una inmensa seda. Fruto de la rabia, intentó golpear de nuevo aquel elemento, viéndose todo esfuerzo por aquello desvanecido de inmediato, pues de un segundo para otro dejó de estar allí, desapareciendo. Todo se vio envuelto de nuevo por una absoluta oscuridad, una que, sin embargo, sentía más natural.


Sus ojos se abrieron de nuevo, despertando por segunda vez en aquel extraño día. El cielo era azul y las nubes eran blancas y brillantes, al situarse el sol detrás de estas. Bajo él sentía una fresca hierba acariciándole la piel, acomodándole junto a una brisa que le envolvía con calidez. A sus lados, árboles de abeto crecían hasta clavarse en el cielo con sus agudas copas puntiagudas. Todo lo pasado, era pasado, un mal sueño que se alegraba de haber dejado atrás.


Las preguntas no hallaron respuesta, pero el hecho de estar en un entorno conocido quitaba un peso de encima de sus hombros, permitiéndose la victoria de haber escapado de aquel lugar idílico aunque asfixiante. Aturdido por el cansancio, miró hacia la derecha, observando unas ruinas recientes de lo que parecía ser una estructura enorme. De esta surgía humo, mostrando que fuera lo que fuera que había ocurrido allí, no hacía demasiado de ello. Y él se encontraba en un lecho a escasos metros de esta, sumando una nueva incertidumbre, sin poder liberarse de la escasez de conocimiento, sin poder aún tan siquiera saber quien era y que hacía allí.


Se incorporó lentamente, observando con el ceño fruncido la construcción derruida, ignorando cuán esta tenía que ver con él mismo. Ignorando que acababa de renacer.














15. Mai 2021 02:30 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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