athanatos Αθά νατος

La vida no siempre tiene un comienzo feliz, pero el final puede llegar a ser el más feliz de todos. Se cometen errores, pero lo que hay que hacer es responsabilizarse de los errores y salir adelante. No importa quién seas. Siempre debes luchar en la vida. Se recomienda leer El final de una era antes de leer esta historia.


Drama Nur für über 21-Jährige (Erwachsene). © Todos los derechos reservados

#romance #esperanza #muerte #sangre #death #blood #hope
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Capítulo 1

Notas de autor: Debo aclarar antes de comenzar a escribir que Adamas y Evelia tienen todos los poderes de los dioses asesinados por Atenea, ya que ambos recibieron la mitad de cada uno de esos poderes. Era mejor que los tuvieran los gemelos divinos que morir con ellos, causando así que todo el mundo se desestabilizara y el cosmos volviera a ser tan caótico como antes de que los dioses del Olimpo comenzaran a controlar todo. Evelia es diosa del matrimonio, diosa de los partos y diosa de la fertilidad en todos sus aspectos, pero no es la única que cumple las funciones ya nombradas. Adamas las cumple también. Ambos tienen las mismas capacidades divinas. Además de los dioses olímpicos, había dioses como Perséfone y muchos otros que estaban dispuestos a defender a Zeus y que estaban en el monte Olimpo aquel día, así que quedaron pocos dioses en el mundo después de la traición de Atenea. Por cierto, “Adamas” significa “Invencible” o “Indomable” en griego. “Evelia” significa “Bien soleada” o “Luminosa” en griego. Por cierto, en el universo A, el hombre primigenio de segunda generación no pierde su simetría cuando se vuelve un hombre primigenio completo. Lo único que hace el proceso de transformación en primigenio completo es eliminar todo lo que no debe estar. Lo que no estaba antes pero no tiene nada de malo se queda. Debo añadir que tanto Adler como Adalia alcanzaron la plenitud biológica a la edad de 21 años de edad. Ese patrón relacionado con la plenitud biológica se repetirá en los personajes que aparecerán en esta historia. Aclarado todo eso, comenzaré a escribir.

Capítulo I

Todo inició aquel 14 de septiembre del año 1923. Nací aquel día. Yo sería criado por dos personas: Heidi Frederika Schneider y Anton Albert Schneider. Mi padre fue siempre una persona que me inculcó valores muy tradicionales. Yo debía formarme para trabajar duro y traer dinero a la casa cuando fuera casado, ya que yo debía casarme y formar una familia. No me gustaba mucho la idea de hacerlo por deber, pero así me había criado mi padre. Un año después de mi nacimiento, tres días más tarde, nació mi hermana menor. Ella fue llamada Erika Kerstin Schneider. ¿Quién era yo? Mi nombre era Alphonse Ferdinand Schneider. Erika había nacido el 17 de septiembre del año 1924. Ella era muy diferente de mí y, para su mala suerte, había sido criada por un padre machista que le había inculcado ser como su madre y esperar a que un varón con el que ella quisiera contraer matrimonio se casara con su persona para formar una familia. Ella se encargaría de tener hijos con ese varón y de cuidarlos mientras se encargaba de las labores domésticas. La única razón por la que mi querida Erika tenía permitido elegir a su futuro marido era que nuestros padres eran católicos. Ellos eran cristianos y seguían a Cristo. Llamaban santo al papa y le rezaban a la “santa” madre de Jesús, más conocida como María. ¿Qué pensábamos mi querida Erika y yo del catolicismo? Pues… lo practicábamos porque no nos quedaba otra opción. Ambos queríamos servir a Cristo, pero no así. No queríamos postrarnos ante una imagen y rezarle. No queríamos orar con un rosario en las manos. Queríamos ayudar a los que eran más pobres que nosotros y no condenar al que pecaba al Infierno, lugar en el que se quemaría por toda la eternidad si moría sin ser salvo.

Tanto mi hermana como yo habíamos nacido en Berlín. A pesar de haber sido criados de una manera tan diferente, Erika y yo teníamos un vínculo muy fuerte. Ella siempre iba detrás de mí. Siempre estaba pendiente de mí. Era imposible quitársela de encima. Era una lapa. Tampoco era que yo pretendiera apartarla de mi lado cuando se venía a pegar a mí como la lapa sonriente y dulce que era. Yo la recibía encantado. Ella siempre fue protegida por mí en ausencia de mis padres, ya que, cuando nuestra madre estaba demasiado ocupada haciendo las labores domésticas y nuestro padre estaba trabajando en las minas de carbón, ya que él era minero y se dedicaba a picar carbón en las minas durante varias horas cada día, yo era el único que podía proteger a mi querida Erika. Nunca permití que Erika se lastimara. Nunca le permití sufrir el más mínimo daño. Siempre que pude, la consentí dentro de lo que yo tenía permitido hacer, ya que, en aquella época, consentir a una mujer, aunque esta fuera tu propia hermana, no era algo muy común. Pocas personas lo hacían. Yo era mirado por nuestro padre como si fuera un niño todavía, uno que debía conocer cuál era su lugar y cuál era el lugar de su hermana, la cual era regañada también por querer ser tan consentida por mí. Yo comencé a consentirla en secreto, ya que papá no debía enterarse de nada. Mamá nos ayudaba guardando el secreto como podía. Ella estaba muy orgullosa de mí. Erika y yo lo sabíamos perfectamente. Nuestra infancia y nuestra preadolescencia no fueron las mejores, pero… nunca nos faltó la comida. Nunca nos faltó el techo. Jamás nos faltó ropa y jamás nos faltó cariño por parte de nuestra madre. No tuvimos todo, pero sí lo suficiente como para no tener carencias afectivas y carencias materiales.

Como sucedía con la felicidad de las personas, esta no era eterna. Siempre llegaba un momento en el que a uno le tocaba sentir un gran dolor emocional. Yo puedo deciros que nunca había sucedido algo como lo que ocurrió el 1 de septiembre del año 1939. El dictador alemán Adolf Hitler comenzó una guerra contra el resto del mundo. A los judíos y a los disidentes políticos los transformó en prisioneros. A muchos de ellos los comenzó a usar para experimentar. En el siglo XXI, los experimentos se realizaban con el permiso de las personas. En el siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial, se realizarían experimentos con personas sin la autorización de estas. En el año 1940, sólo diez de los muchos sujetos que habían sido usados para experimentar quedaban con vida. Yo era uno de ellos. Yo era el primero que había sido transformado con éxito. Hitler, deseoso de alcanzar la perfección del cuerpo y la vida eterna, lo cual identificaría a la raza aria, una raza superior a cualquier otra, había alterado los genes y la mente de las personas, creando así lo que se conocería en un futuro como “seres humanos perfectos”. Yo era el primero de todos. Mi hermana Erika, mi pobre Erika, había sido la segunda en ser transformada. Unos hermanos alemanes cuyo apellido era Wagner también habían sido transformados. Adler y Adalia se llamaban. Adler era el sujeto número nueve y Adalia había sido la última en ser transformada. Ambos tuvieron momentos en los que comenzaron a sentir una horrible atracción sexual mutua. No la habían sentido antes de ser transformados, pero no sabía que se debía a su transformación el hecho de que ellos se sintieran así de repente. Un día, el mismísimo Adolf Hitler, aquel despreciable, cruel y despiadado monstruo, entró en aquella habitación, la cual estaba llena de moho, goteras y desechos de personas. El desgraciado nos había encerrado en aquella habitación, en la cual había ventanas selladas para que no pudiéramos abrirlas con el propósito de escapar, aunque tampoco habríamos podido hacer gran cosa escapando de aquella habitación, ya que Hitler, el poderoso dictador, tenía perros agresivos al mando de soldados nazis que se encargaban de evitar que los que querían escapar lo hicieran. Vencer a los perros no era suficiente. Los soldados eran un peligro, pero ni venciéndolos se podía escapar. Había soldados armados que ponían fin a la vida de quien trataba de huir y había una valla electrificada. Era imposible escapar de los campos de exterminio de Adolf Hitler. El monstruo vino a vernos el 20 de diciembre del año 1944 y nos contó su aberrante plan, del cual habíamos sido una parte muy importante. Estaba orgulloso de lo que nos había hecho. Cuatro alemanes y seis judíos éramos los sujetos que habían sido convertidos en algo completamente diferente, pero no sabíamos aún en qué. Nuestros rostros eran diferentes, pero nosotros… no sabíamos todo. Yo creía que la degeneración de los hermanos Wagner se debía a que ellos eran unos degenerados por una razón desconocida y que no tenía relación con los experimentos del dictador alemán, pero este nos contó todo. Lo que descubrí me hizo horrorizarme. Él miró con asco a los hermanos Wagner, pero con orgullo a la vez, y explicó ante las miradas llenas de odio de ellos que lo que había hecho había sido convertirnos en seres perfectos que podrían reproducirse entre ellos y que no tendrían defectos genéticos. Él nos contó todo y nosotros quedamos horrorizados. Erika estaba tan horrorizada y tan asustada que se echó a llorar en mis brazos. Adler y Adalia estaban debilitados por la falta de alimento, pero ellos querían ver muerto a Adolf Hitler y lo amenazaron diciendo que iban a hacerle pasar un infierno cuando hubiera caído su vil dictadura. Él sólo se echó a reír y les dijo arrogantemente que eso jamás iba a suceder. Erika lloraba en mis brazos mientras yo miraba con pena a los hermanos Wagner y a los otros sujetos. Ninguno de nosotros tenía la culpa de no ser como antes. Incluso yo podía caer en algo tan asqueroso. No lo iba a hacer. Por mi querida Erika no lo iba a hacer. Hitler se ganó mi ira y lo miré a los ojos jurándole que lo reventaría cuando pudiera por haber convertido en algo tan antinatural y terrible a los otros ocho sujetos, a mi querida Erika y a mí. Me preocupaba más mi querida Erika, pero no podía negar que me dolía ser algo antinatural que sería capaz de hacer lo que mi yo anterior jamás habría podido hacer.

El día 1 del mes de septiembre del año 1945, el reinado del terror de Adolf Hitler llegó a su fin. Fue el día 14 del mes de septiembre de ese mismo año cuando yo cumplí 22 años. Erika cumplió 21 años el día 17 del mes de septiembre del año 1945. Ambos éramos libres y tuvimos que vivir en una Alemania llena de pobreza en la que los niños morían en las calles debido a la inanición y en la que los soldados del Ejército Rojo, soldados rusos, violaban a las mujeres alemanas. Yo defendí a Erika en más de una ocasión y terminé golpeado hasta sangrar mientras que ellos, ocupados en sus tareas relacionadas con la Unión Soviética, dejaban a mi hermana en paz y no la tocaban. Yo incluso entonces pensaba por momentos en los hermanos Wagner. Pobres víctimas. Ellos habían perdido a sus padres y casi todo lo que habían amado, pero se había hecho justicia. Seguramente, eran personas de bien. Lo que me dejaba con dudas era el asunto de la eliminación del Efecto Westermarck. ¿Qué había sido de ellos sin ese mecanismo en su mente? No lo sabía y tal vez nunca lo sabría. A Erika, quien estaba cada vez más pegada a mí y más deseosa de ser consentida, ya que nunca la había podido consentir tanto, y a mi persona no parecía habernos afectado la eliminación de la barrera que impedía cometer incesto. Éramos los mismos por dentro. Mi mariposita consentida era la misma y yo lo era también. Papá y mamá habían muerto en el año 1939 y los experimentos habían comenzado después. Hitler había matado a nuestros padres frente a nuestros ojos personalmente. Ese desgraciado ya había pagado por todos sus crímenes contra la humanidad. Papá y mamá jamás volverían. Erika era todo lo que yo tenía y yo era todo lo que ella tenía. Nada más nos quedaba.

Erika y yo decidimos aceptar la oferta de un par de soldados del Ejército de Estados Unidos, los cuales se habían apiadado de nosotros y nos habían ofrecido ir a su país de nacimiento para que tuviéramos una mejor vida. Nosotros… aceptamos sin pensarlo dos veces y de inmediato. Ellos nos llevaron volando hacia aquel país en un avión militar en el cual cabían varios soldados. Supimos dos días después que habían traído a varias personas a los Estados Unidos de Norteamérica. Mi hermana y yo cumplimos un año más y ya teníamos una vivienda digna y estable en Washington D. C., la cual estaba en uno de los barrios más tranquilos de aquel Estado. Ella tenía 24 años y yo tenía 25 años. Yo trabajaba en una tienda de ropa para mantenernos a los dos a tiempo completo. Casi nunca podíamos vernos.

El 23 de octubre del año 1948, mi vida y la de Erika cambiarían para siempre. Aquella tarde de otoño era una tarde en la que el cielo era grisáceo. Mi hermana me miraba seria y no sabía qué era lo que quería decirme. Erika me miraba demasiado preocupada. Temía decirme algo. Ambos estábamos en el comedor y permanecíamos sentados en el sofá de la sala. Ella estaba en el asiento de la derecha y yo estaba en el asiento de la izquierda. Sus ojos purpúreos me mostraban un temor que jamás había visto. Era como si… temiera que nuestra relación cambiara si me decía eso, pero yo quería saber qué era lo que ella quería decirme. Si no me lo decía, me iba a quedar con las ganas de saberlo.

—Alphonse, no soy quien crees que soy. No soy…—Dijo mi querida Erika bajando la mirada y mirando hacia la línea que separaba su asiento del mío con temor en su mirada, un inmenso temor—Tu hermana de antes.

—Erika, ¿qué quieres decir?—Le respondí yo muy preocupado por ella y muy serio al mismo tiempo. No sabía lo que ella había querido decir. La miré más preocupado que nunca—Erika, ¿por qué piensas que no eres quien yo creo que eres?

—No lo soy, Alphonse—El miedo y la preocupación crecían en la dulce mirada de Erika—Yo… soy una persona diferente de la que tú conocías.

—¿Diferente?—Pregunté yo confundido y comenzando a buscar la mirada de Erika, a pesar de que ella estuviera tratando de evitar que la mirara a los ojos con los míos—¿Cómo que diferente?

—Hace bastante tiempo que comencé a pegarme a ti como nunca sintiendo que deseaba hacerlo. Yo tenía sólo veintiún años, pero ya sabía que algo andaba mal. Lo sabía perfectamente. Yo… sólo quería que me consintieras tanto como pudieras. Era lo único que tendría, aunque fuera menos de lo que quería. Yo… jamás iba a ser correspondida, así que… me conformé con menos. Luché contra el pecado durante un tiempo, pero el pecado me consumió. Llegó un punto en el que, sabiendo lo que quería, ya no podía considerarlo pecado. Si Dios no me lo iba a dar, Dios debía ser abandonado. Lo abandoné. Dejé la creencia en Dios. Él no podría darme lo que deseaba. Si existiera, me lo daría. Él era bueno. Se suponía que lo era. Si existía, me daría lo que mi corazón deseaba, pero no podía dármelo. Tú nunca te has desviado de su camino. Eres quien yo conocía, pero yo… no soy quien crees. Te he estado engañando desde hace tiempo. Si quieres alejarte de mí, lo entenderé—Explicó Erika con preocupación y temor crecientes, dejándome más y más confundido con cada palabra que decía.

¿Ella había abandonado a Dios?

¿Por qué?

No lograba comprenderlo. ¿Qué era lo que Dios le negaba? Si uno deseaba algo de todo corazón, Dios se lo daría a su debido tiempo. Ella creía querer algo. Eso era lo que tenía claro. Si Dios se lo negaba, era porque ella no quería ese algo realmente. Ella estaba confundiendo un deseo pecaminoso, el cual había sido puesto por demonios en su mente mediante susurros, con un deseo verdadero. ¿Qué era tan terrible que hacía que ella pensara que me querría apartar de su lado?

—Erika, no me apartaré de ti, aunque me digas que piensas hacer lo peor que una persona puede llegar a querer hacer. No estés preocupada y no temas, mi mariposita consentida—Dije yo con una gran preocupación en mi corazón, la cual se veía reflejada en mis ojos purpúreos.

Erika se sonrojó por mis últimas tres palabras y yo me sorprendí muchísimo. Ella jamás se habría sonrojado por algo así. A lo mejor, ella estaba hablando de algo que era realmente grave y por eso creía que yo iba a querer alejarme de ella. A lo mejor, no se había sonrojado por mis palabras. A lo mejor, lo había hecho por otra razón completamente distinta. Era lo más probable. Yo había entendido mal todo.

—Hermanito, ¿qué soy realmente para ti?—La pregunta cargada de un gran deseo de conocer mi respuesta causó que yo me sintiera muy confundido.

¿Cómo podía Erika hacerme una pregunta así? Debía responder con la verdad si quería saber a qué venía su pregunta.

—Tú eres mi dulce y adorable hermanita menor, mi mariposita consentida y lo único que me queda en esta vida, Erika—Le respondí yo sintiendo que la curiosidad y la preocupación me llenaban cada vez más y con mucha calidez en cada palabra.

Mi querida Erika se había sonrojado poco después de escuchar salir de mis labios el apodo que yo le había dado durante nuestra niñez. Sólo había sido una casualidad de nuevo. Que lo hubiera hecho dos veces no era una señal de que hubiera una conexión entre ese apodo y su sonrojo.

—T-Tu hermanita menor. Sólo soy tu hermanita menor…—Pensó Erika, mi dulce hermanita menor, mirándome a los ojos con una tristeza que crecía constantemente. Podía ver que esa tristeza era más que nada por mi respuesta. No había duda. Sucedía algo malo con ella—No soy quien crees. Yo…

Erika no terminó de hablar, sino que se levantó y se acercó gateando hacia mí con agilidad y velocidad. Ella estaba sonrojándose cada vez más y, al cabo de unos pocos segundos, un morrón no era capaz de igualarla. Lo siguiente que sucedió fue que sus labios atraparon los míos con delicadeza y ternura. Su dulzura era inmensa. Yo tenía los ojos abiertos como platos. No podía creer que ella estuviera haciendo aquello y no sabía cómo reaccionar. Estaba en estado de shock. Al cabo de unos pocos segundos, le di un leve empujón a Erika y la miré con una expresión de desagrado y de preocupación creciente mientras me mantenía sonrojado por la vergüenza que un hecho tan indecente e inesperado me había causado. Las lágrimas de mi querida Erika comenzaron a brotar de sus ojos como si fueran dos ríos que acababan de nacer y ella no podía controlarlas.

—Era la única forma de decírtelo. No me salían las palabras, Alphonse…—Me dijo Erika sollozando amargamente.

Cada lágrima suya era de sangre. Ella sabía que no era correspondida y yo sabía que ella estaba mal, aunque ella no creyera que lo estaba.

—¿Por qué, hermana, por qué permitiste que el mal entrara en ti de esta manera?...—Le pregunté yo con gran tristeza y llorando por ella mientras la miraba más preocupado que nunca.

El desagrado había abandonado mi rostro. Ahora sentía que debía ayudarla, pero… no sabía cómo hacerlo. Si cometía un solo error, ella se sentiría peor aún y sería capaz de hacer una tontería. La conocía perfectamente y sabía de lo que era capaz en una situación como aquella.

—Si no me correspondes, al menos, no me trates de forma diferente. Sigue consintiéndome y permanece a mi lado. No pediré nada más. Entiendo que no me consideras una mujer. Sólo soy… tu hermana menor…—Me respondió Erika entre lágrimas y suplicándome con la mirada.

Podía sentir su dolor y su tristeza. Ella me quitó las lágrimas con sus dedos índices tierna y delicadamente de las mejillas y me besó la mejilla izquierda delicadamente con una inmensa ternura y con una dulzura tan grande que yo podía sentir que su amor por mí era diferente de mi amor por ella, muy diferente, demasiado diferente. Yo abracé el cuello de mi querida Erika y la pegué a mi ser tanto como un hermano debía pegar su cuerpo al cuerpo de su hermana. Fue entonces cuando comencé a retirar con el dedo índice derecho sus lágrimas con mucha ternura y con mucha delicadeza. Ella estaba muy sonrojada en aquel instante y pude sentir su alivio. Le sonreí cálidamente y ella sólo se sonrojó más. Miré fijamente sus dulces ojos llorosos y me dispuse a darle una respuesta que la calmara y que hiciera que se sintiera mejor.

—Te prometo que no cambiará nuestra relación. Te trataré como si no me hubieras confesado tus sentimientos. Oraré por ti y te cuidaré, como lo he estado haciendo siempre. No cambiará nada entre tú y yo, mi mariposita consentida—Le respondí yo tratando de no dejar salir ni una lágrima más de mis ojos púrpuras.

Ella sonrió con gran alivio y, simplemente, hundió su rostro en mi pecho para descargarse del todo. Yo no pude evitar romper a llorar justo después de que ella lo hiciera y estuve besando su cabecita dulce y delicadamente durante una hora con todo mi amor fraternal mientras acariciaba delicada y tiernamente su espalda por encima del vestido que ella llevaba puesto, el cual siempre llevaba puesto en aquella época del año. Estuvimos un rato consolándonos y ella sonrió al fin con una calidez inmensa en sus labios y en sus ojos, los cuales me miraban como si yo fuera su todo y su vida. Yo era su luz. Erika me amaba tanto que yo iluminaba su camino, aunque su amor fuera una ilusión. Le respondí con la misma calidez sintiéndome incapaz de seguir llorando y, entonces, ambos nos sentimos felices. Ella me miró entonces a los ojos fijamente con ternura y suplicándome algo.

—Por favor, hermanito, déjame quedarme abrazada a ti todo el día mientras podamos abrazarnos. No me sueltes o moriré. Te juro que me moriré si lo haces—Me dijo ella suplicante y con mucha ternura.

Yo, que sentía que quería darle lo que ella me pidiera mientras fuera algo bueno, no le negué lo que había pedido, sino que accedí a dárselo. No la iba a soltar, a menos que fuera necesario hacerlo. Erika sólo se quedó absolutamente ruborizada y pude sentir que estaba dándole algo más que un tiempo especial junto a mí. Ella lo veía como algo más. Para ella, era algo similar a lo que hacían las parejas de enamorados. Ella quería… ser mi pseudonovia. Como no debía ser mi novia según yo, ella se conformaba con ser mi pseudonovia. ¿Cómo alguien sería capaz de conformarse con tan poco pudiendo tener tanto si lo buscaba en otra parte? Yo no entendía por qué ella insistía en seguir viviendo en pecado, pero... consentirla evitaría que se deprimiera por recibir un trato diferente y terminara cometiendo una locura debido a la depresión.

—¿Me amas?—Me preguntó Erika con una calidez inmensa.

Podía sentir su ternura en su voz.

—Te amo mucho, Erika. No te imaginas cuánto te amo. ¿Tú me amas?—Le respondí yo sinceramente deseando que ella supiera lo importante que era para mí con toda mi calidez. No oculté mi ternura hacia ella.

Sentí cómo ella se estremecía por mis palabras y cómo se disponía a responderme con una locura que invadía su ser de una manera en la que nunca lo había hecho con anterioridad. Al menos, que yo supiera. Era obvio que ella había ocultado sus reacciones, pero… había sentido su estremecimiento y no había podido entender por qué se había estremecido tanto. En aquel instante, todo tenía sentido para mí.

—¡Te amo, te amo, te amo, Alphonse! ¡Nunca dejaré de amarte! Voy a morir si tú me faltas—Respondió tan estremecida y tan llena de ternura y calidez que no pude evitar enternecerme por su forma de responder.

Aquel día, pasamos dieciséis horas abrazados. Erika sólo me soltaba para que uno de los dos fuera al baño o para hacer otras tareas. Erika y yo teníamos una forma de pensar igualitaria en aquel entonces y yo no la trataba como nuestro padre la había tratado siempre. No era una criada y no iba a tratarla como si lo fuera. Ella era libre y era igual que yo en cuanto a derechos. Aquella noche, Erika me pidió dormir juntos y no pude decirle que no. Si lo hacía, ella no dormiría. La conocía bien. Me necesitaba hasta para dormir. Su pijama era muy fino. Lo había hecho a propósito para poder sentir mi cuerpo mejor. Yo sabía que ella estaba aprovechándose de la situación, pero… sólo podía concederle lo que me pedía y orar a Jesús para que la liberara de sus ataduras. Cualquier otro en mi situación se habría aprovechado de ella para hacer algo indebido. Mi querida Erika no se habría opuesto. Muchos de sus valores cristianos habían sido sustituidos por valores no cristianos. Ya no era la misma Erika a la que yo había conocido. Lo había comprobado a lo largo del día mediante conversaciones con ella que me habían servido para descubrir qué era lo que pasaba por su mente contaminada.

Transcurrieron las semanas y los meses. Transcurrió más tiempo. Yo veía que mi dulce hermanita seguía perdida en ese amor ilusorio que era impuro. Oraba y oraba para que ella dejara de tener pensamientos impuros. Teniendo ella 26 años y yo 27 años, ella buscó la forma de hacer que algo cambiara dentro de mí. Eran las 14:00 y ella y yo estábamos en el pasillo.

—Alphonse, voy a ducharme. ¿Q-Quieres venir conmigo? Me sentiré sola si no vienes—Ella me estaba ofreciendo que nos ducháramos juntos con vergüenza en su ser. Su sonrojado rostro me mostraba que ella deseaba hacer eso, aunque jamás lo hubiéramos hecho—¿Aceptarías venir conmigo a la ducha y asearte junto a mí?

Ella quería que yo sintiera deseo sexual por su persona. Quería incitarme a tener sexo con ella de aquella forma, pero no le iba a resultar. Jesús era mi señor y mi salvador. No iba a permitir que algo me apartara de él. Erika era una fémina muy voluptuosa, pero no era una fémina que pudiera atraerme sexualmente. Yo era su hermano y no estaba interesado en ella ni lo más mínimo. Ella había tenido muchos pensamientos en los que se lo hacía salvajemente. Era obvio que ella deseaba que entrara en su interior y que le hiciera todo lo que estaba escrito y todo lo que no estaba escrito, pero yo, que no era esa clase de persona, no iba a aceptar. Dios me daría a la mujer que me haría enloquecer. Esa mujer no era mi hermana, sino que era otra mujer que Dios había creado para mí especialmente.

Erika ya se había desvestido y estaba desnuda frente a mí. Yo no podía creerlo. Estaba desnuda frente a mí y no se tapaba los senos. Estaba absolutamente sonrojada y me miraba a los ojos con dificultad, ya que la vergüenza que sentía era inmensa.

—¿Por qué no aceptas? ¿Quieres que tu hermanita menor se sienta sola en la ducha? A mí no me importa que me veas. Puedes hacerlo si quieres. Sé que sólo soy tu hermana menor y que no quieres nada conmigo—Me dijo ella tan sonrojada que ni los morrones demasiado maduros fusionados con los tomates demasiado maduros podían igualarla.

Yo me volteé increíblemente sonrojado.

—Nunca te he visto desnuda desde que crecimos. No es correcto. Tápate, hermana—Le dije yo un poco molesto—¿Acaso no quieres entender que no voy a desearte, aunque te esfuerces mucho para hacer que lo haga?

—Tenía que intentarlo. Me muero por tenerte dentro de mí y por sentir cómo me llenas. Me muero por acariciarte y por besar tus labios con pasión y deseo infinitos. Debía intentar que te fijaras en mi cuerpo. No iba a negarte lo que me pidieras si tratabas de hacerme algo. Ya sabes que haré lo que tú quieras, pero… lo entiendo. No hay lugar para mis abusos de privilegios…—Me respondió muy triste y al borde del llanto mi pobre Erika.

—N-No llores, Erika. No llores. Te lo ruego…—Le dije yo volteándome y abrazándola por el cuello con mucha tristeza.

Acto seguido, la pegué a mí tanto como tenía permitido hacerlo y miré sus ojos con lágrimas cayendo por mis mejillas al mismo tiempo que observaba cómo caían lágrimas por las mejillas de ella.

—Tú jamás vas a pensar en mí como quiero que lo hagas. Nunca querrás nada conmigo. Ni siquiera lo más pequeño me pedirías. No pido que te cases conmigo. Sólo úsame. Es suficiente para mí a estas alturas. No me usas. No me pretendes. No soy más que… tu hermana menor…—Me dijo mi pobre y corrompida Erika ahogándose en un mar de lágrimas que no paraba de crecer.

Hitler había abierto la caja de Pandora. Mi hermana no volvería a ser la misma fácilmente. Aquel desgraciado no había podido completar su plan, pero nos había dejado así a ambos y ella, la más vulnerable, había sido seducida por el mal. Ahora ella… estaba perdida en la oscuridad del pecado.

—No me atrevería a faltarte al respeto de una manera tan horrible. Respétate y date el lugar que mereces. No eres un mero objeto sexual que puede ser usado para el disfrute personal. Entiende que no voy a ponerte una mano encima, ni siquiera un dedo encima. No llores más y sonríe. Si te hace sentir mejor, me puedes abrazar todo lo que quieras. No importa si no llevas nada. Abrázame todo el tiempo que quieras…—Le dije yo muy triste y muy molesto al inicio y muy triste y sonriendo con calidez al final.

Las lágrimas de mi hermanita comenzaron a dejar de brotar como lo habían estado haciendo y una sonrisa de alivio muy leve surgió de repente en su rostro. Yo pude sentir cómo ella me abrazaba con todas sus fuerzas evitando pegarse a mí tanto como ella quería hacerlo. Sentir su cuerpo desnudo tan cerca del mío sólo causó que pudiera sentir su calor de una forma en la que no había podido sentirlo jamás. Sabía que ella, siendo tan frágil como era, me estaba permitiendo hacer lo que no le permitiría hacer a nadie más. Aunque no me amaba de verdad, ella sabía lo que era entregarse completamente a alguien por amor romántico. Ella lo sabía y lo aplicaba en la medida en que yo le permitía hacerlo. Al rato, ambos estábamos felices y ella y yo nos fuimos a mi habitación. Ella quería que estuviéramos tumbados y abrazados en mi cama. Ella no llevaba nada y su sonrojo era tan intenso que se podía notar que sentía una inmensa vergüenza. Se veía como una frágil e inocente niña que no quería despegarse de mí. Era tierno en cierta forma que ella actuara de esa manera conmigo, pero yo sabía que debía ayudarla. Ella no era inocente del todo. Se aprovechaba de la situación para su propio beneficio y demostraba que era muy caprichosa. Cuando quería algo, era tan caprichosa como en su época de niña. No paraba hasta conseguirlo. Había líneas que yo no estaba dispuesto a cruzar, pero ella… era capaz de cruzar todas las líneas y parecía seguir dispuesta a seducirme. No iba a permitírselo bajo ningún concepto. Erika era… sólo mi hermana. No era una mujer que estuviera a mi alcance, aunque ella quisiera ser considerada una mujer deseable por mi persona. Era mi pseudonovia desde su propia perspectiva. Para ella, yo no era su hermano mayor, sino un varón al que ella deseaba tener como novio. Yo era para ella… su pseudonovio.

—¿M-Me abrazas por detrás?—Me preguntó ella muy avergonzada enseguida.

—Sé lo que pretendes, pero… lo haré. No lograrás nada y, mientras no cruces la línea con tu cuerpo, no sucederá nada malo—Le respondí yo cálida y tiernamente.

Unos pocos minutos después, yo rodeaba su cuello desde atrás y ella tenía sus nalgas cerca de la parte de mi pantalón en la que estaba situada mi entrepierna. Ella quería provocarme usando su trasero desnudo. No lo iba a lograr. Debía detenerse antes de que algo malo le sucediera. Si moría en pecado, iría al Infierno.

Dos semanas después de lo sucedido, tanto mi hermanita como yo vivíamos en Washington D. C. todavía. Era un día soleado de otoño y ambos estábamos paseando por un parque en el que había muchos columpios y unos pocos bancos. Había arbustos y mi hermana estaba más pendiente de mí que del bonito ambiente. Parecía una mujer enamorada.



Ella mide 1 metro y 90 centímetros de altura y tiene todas las características propias de una persona primigenia incompleta de segunda generación. No hay que olvidar que las personas primigenias incompletas de tercera generación comenzaron a aparecer en el año 2013, así que no existían aún las personas primigenias conversas. La talla de pecho de Erika es la misma talla de pecho que tiene Eve. La talla de cintura de Erika es la talla 80 y su talla de trasero es la talla 90. Erika usa siempre ropa un poco holgada y esa es su ropa de otoño. A diferencia de Adalia, quien también usaba ropa de otoño en su respectiva historia, Erika prefiere los vestidos clásicos. Erika no es musculosa y está tan delgada como una mujer sana puede llegar a estarlo.



Él mide 1 metro y 90 centímetros de altura y tiene todas las características propias de una persona primigenia incompleta de segunda generación. La talla de cintura de Alphonse es la talla 80 y su talla de trasero es la talla 80 también. Alphonse usa siempre ropa un poco holgada y esa es su ropa de otoño. A diferencia de Adler, quien también usaba ropa de otoño en su respectiva historia, Alphonse prefiere los suéteres elegantes. Alphonse no es musculoso y está tan delgado como un varón sano puede llegar a estarlo.

—Erika, deja de mirarme como si estuvieras perdidamente enamorada de mí—Le dije sonriendo con calidez y mostrando una gran ternura a mi dulce y delicada hermana menor.

—Es que lo estoy. Estoy tan enamorada de ti que quiero tener una cita en este día. Tengamos una cita de hermanos al menos, por favor—Me respondió mi mariposita consentida sonriéndome muy cálida y muy tiernamente con un sonrojo muy intenso en todo su rostro y mostrándose suplicante al final—No me digas que no. Una cita de hermanos no tiene nada de malo. Por favor, dime que sí.

—Está bien, mi mariposita consentida—Le respondí yo sin perder la sonrisa mientras ella sólo se avergonzaba aún más, a pesar de no poder sonrojarse más todavía.

—Esta mariposita está dispuesta a lo que sea. No te olvides de ese detalle—Me dijo mi querida Erika sonrojada y sonriente.

Ella no había aprendido la lección todavía. Esperaba que yo considerara la posibilidad de aceptar su oferta en algún momento. Si ella se moría sin ser salva, jamás la iba a volver a ver. Debía hacer que ella fuera salva, pero el hecho de que ella quisiera que la penetrara habiéndola puesto contra la pared no me ayudaba a lograrlo.

—Las maripositas consentidas no son desnudadas y tocadas por sus hermanos mayores—Le dije con calidez a mi mariposita consentida.

Tal vez así lo entendía de una vez.

—Entonces, seré algo que sí sea desnudado y tocado por ti—Me respondió ella sonriente y sin perder la esperanza.

Qué obstinada era. Resultaba desesperante en ocasiones que mi hermanita menor fuera así. Era culpa mía por consentirla tanto, pero… no dejaba de ser desesperante por eso.

Suspiré resignado. Era imposible disuadirla.

—Déjalo—Le dije yo con un tono muy serio.

—S-Sí, pero sólo por ahora. Algún día, me vas a desear y querrás que te complazca—Me respondió mi querida Erika tan sonrojada como era posible estarlo aún mientras miraba mis ojos fijamente con ese amor romántico falso que ella creía que era real.

Ambos estuvimos caminando y hablando animadamente de una serie de televisión que nos encantaba a los dos durante un rato y, de repente, vimos a un joven que estaba sacando a su perro, el cual era un labrador rubio que era adulto. El perro se quería acercar a nosotros y el dueño le quitó la correa, la cual era de color rojo carmesí y de tela gruesa. Una vez que el joven se acercó, pudimos comenzar a observarlo bien.



Él mide 1 metro y 90 centímetros de altura y tiene casi todas las características propias de una persona primigenia incompleta de segunda generación, ya que no es simétrico. La talla de cintura del joven es la talla 80 y su talla de trasero es la talla 80 también. Él usa un traje juvenil y muy elegante. El joven no es musculoso y está tan delgado como un varón sano puede llegar a estarlo.

—¡Qué perrito tan bonito!—Exclamó muy enternecida y muy emocionada mi hermanita acariciando con la mano izquierda la cabeza del animal rubio, el cual le estaba olfateando su zapato izquierdo y la falda del vestido por ese lado.

—Se llama Tryon—Dijo sonriendo con calidez y con mucha simpatía el joven de ojos verdes.

La voz del joven era aguda, pero seguía siendo masculina.

—¡Tryon, qué lindo eres!—Exclamó mi querida Erika acariciando con mucho entusiasmo y con dos manos al animal en la cabeza.

Acto seguido, ella comenzó a reír llena de alegría mientras le rascaba las orejas por la parte de debajo al mismo tiempo. Usaba una mano para rascar cada oreja.

Tryon movía la cola sin parar y muy enérgicamente. Estaba muy feliz y así lo demostraba. Se pegaba a mi dulce y adorable hermanita y se restregaba contra ella con frecuencia poniéndole las almohadillas de la pata derecha de delante sobre la tela de la falda del vestido. La risa alegre de mi hermana era algo tan lindo que estaba dispuesto a todo con tal de evitar que ella llorara para que sólo riera. Obviamente, había límites. No estaba dispuesto a absolutamente todo. Tryon hacía que ella riera alegremente y eso me enternecía. Comencé a acariciar al perro también y este me olfateó durante unos pocos segundos la deportiva derecha. Acto seguido, le acaricié sonriendo con mucha calidez la cabeza con mi mano derecha. El animal me pedía mimos como se los había estado pidiendo a mi hermanita y yo se los daba.

Unos segundos después, el perro volvió con su dueño y este le puso la correa, la cual agarró enseguida con su mano izquierda nuevamente.

—Parece que le han caído muy bien a Tryon—Dijo con gran simpatía el joven y mostrando mucha educación mediante el uso del “Usted”.

Lo miré a los ojos fijamente con seriedad.

—Mi nombre es Thomas William Anderson. Es un placer conocerlos. ¿Cómo se llaman ustedes?—Se presentó el joven de cabello negro y nos ofreció enseguida la mano derecha para que se la estrecháramos en el orden que prefiriéramos.

—Mi nombre es Alphonse Ferdinand Schneider—Respondí yo con seriedad y estrechando con toda mi fuerza, la cual no era mucha, la mano de Thomas William Anderson.

Enseguida, dejé de estrechársela y mi hermana miró sonriente al joven Anderson.

—Yo me llamo Erika Kerstin Schneider. Alphonse es mi hermano mayor—Se presentó así mi querida Erika y, acto seguido, le estrechó con toda su fuerza la mano al joven Anderson.

Enseguida, mi querida Erika dejó de estrechar la mano del joven trajeado.

—Son ustedes muy formales y muy educados. Puedo apreciarlo—Dijo el joven Anderson alternando su mirada entre la de Erika y la mía.

—Gracias, caballero—Le respondí yo muy seriamente y muy elegantemente haciendo un movimiento de reverencia muy leve.

—Creo que usted es el caballero. Yo no hago reverencias—Me respondió el joven Anderson alegremente mirando mis ojos fijamente.

—Es un caballero andante de los que usan brillante armadura. Mi hermano lo es y es por eso que nunca me falta mi maravilloso caballero—Dijo mi querida Erika muy cálidamente.

—Se nota. Ustedes tienen que cuidarse mucho. La ciudad es muy peligrosa. Yo soy el dueño de Anderson Views, una empresa de desarrollo e investigación de nuevas tecnologías audiovisuales—Dijo con esa sonrisa cálida en su rostro el joven Anderson enseñándonos después de decir la última palabra una tarjeta de visita que se había sacado del bolsillo derecho del pantalón del traje—Si necesitan algo, pueden llamar al número que está en la tarjeta.

Yo tomé la tarjeta cuidadosamente con el dedo índice y con el dedo pulgar de mi mano derecha y la guardé en el bolsillo izquierdo de mi pantalón. Enseguida, miré la dulce sonrisa de mi querida Erika, quien se mostraba muy agradecida por el ofrecimiento de aquel sujeto.

—Por supuesto que lo llamaremos si lo necesitamos, Thomas Anderson—Le dijo alegremente mi hermana con toda su gratitud—Hacen falta personas caballerosas en el mundo.

Yo miré acto seguido al joven Anderson a los ojos fijamente.

—No soy el caballero, sino que lo es su hermano, señorita Schneider—Respondió modestamente el joven con esa sonrisa que tanto lo caracterizaba.

—Usted es un caballero también a su modo. Mi hermano es el mejor de los caballeros, una eminencia entre los caballeros, un caballero más noble que el mismísimo Don Quijote—Dijo mi querida Erika mostrando la admiración que sentía por mí, una admiración que, aunque no se notara tan fácilmente, estaba teñida de amor romántico.

—Veo que ama a su hermano muchísimo. Mímelo. Él no la cuida para recibir malos tratos, así que mímelo mucho—Le dijo el joven Anderson a mi querida Erika sonriendo con esa calidez suya.

Tryon nos miraba a Erika y a mí sacando la lengua y moviendo la colita. Qué mono era el perro.

—Nunca lo trato mal, y hasta le ofrezco todo mi cariño. Él puede darme todo el cariño del universo si él quiere. Yo no me opondré a que me dé mucho cariño y le daré el mío siempre que él quiera—Respondió Erika con esa sonrisa suya mientras hablaba claramente de lo mucho que quería que yo le quitara la virginidad y tuviera sexo salvaje con ella hasta estar satisfecho.

—Qué buena hermana es usted. Ustedes son buenos hermanos. Si me necesitan, pueden llamarme—Dijo sonriente el joven Anderson antes de darnos la espalda e irse caminando con su perro Tryon, un adorable perro.

—¡Nos vemos!—Exclamó mi querida Erika moviendo la mano izquierda con el brazo izquierdo alzado durante unos segundos.

—¡Sí!—Exclamó el joven Anderson animadamente.

—¡Tenga un buen día, joven Anderson!—Exclamé yo sonriendo con calidez.

Era muy simpático el joven Anderson. Tenía unos 24 años de edad. Pude notarlo en su apariencia. Yo miré a mi hermanita menor a los ojos fijamente y ella sólo me abrazó por el cuello, se pegó a mí tanto como tenía permitido hacerlo por ser mi hermana y besó mi mejilla izquierda muy sonrojada con gran dulzura y con gran ternura.

—Un besito para mi amado. Puedo darlo en otra parte cuando mi amado quiera—Dijo Erika tan roja que ningún pimiento morrón fusionado con un tomate demasiado maduro podría llegar a igualarla.

—En los labios no—Le dije yo serio a mi querida Erika mirando sus ojos fijamente y correspondiendo al abrazo para que no se sintiera tan mal.

—Ya veo. No quieres besarme los labios. Tal vez no sean tan dulces si tú no los quieres besar. Tal vez nada de mí es como a ti te gustaría que fuera…—Me dijo Erika, mi pobre Erika, desanimándose y entristeciéndose bastante mientras agachaba la cabeza—No vas a quererme jamás como yo te quiero a ti y jamás me desearás porque no soy lo suficientemente atractiva para tu persona…

—No es eso, mi querida Erika. Eres mi mariposita consentida y te aseguro que cualquier varón que te mire, incluso el joven Anderson, y que no sea tu hermano se fijará en ti y te deseará. Aunque yo quiera alejar a todos esos sucios pervertidos, sé que ellos te estarán deseando igualmente. Para ellos, serás muy deseable. Para este mundo, eres muy deseable y una tentación andante. Para mí, jamás lo serás porque eres mi hermana. Yo no me voy a fijar en mi hermana. Entiende eso de una vez, Erika, y no estés mal…—Le expliqué yo a Erika triste y preocupado por ella por haberla puesto mal.

—¿Si no fueras mi hermano, me desearías mucho?...—Preguntó Erika mirándome a los ojos con mucha ilusión y sintiéndose un poco mejor.

—Tal vez. Tendrías que enamorarme. Si yo no me enamoro, no deseo a alguien. Tendría que enamorarme de tus ojos para mirarlos como tú miras los míos—Le respondí yo a mi querida Erika sonriéndole con toda mi calidez y con toda mi ternura.

Ella se animó completamente y yo lo hice también enseguida.

—Quiero mil besos. ¿Me los darías?—Me pidió muy sonrojada mi consentida mariposita mientras me sonreía con esa calidez y con esa ternura tan suyas.

—Sí. Sin dudarlo—Le respondí yo sonriéndole de la misma manera en la que ella me estaba sonriendo a mí y mirando fijamente sus tiernos y purpúreos ojos—Sólo no te empieces a encender por unos besitos en la mejilla. Te conozco y te enciendes por muy poco en ocasiones.

—P-Para ti, es muy poco. Yo me prendería si me besaras los labios en este instante. Interpreto tus besos en la mejilla como una muestra de cariño que es muy cercana a lo que quiero realmente. Por eso me prendo. Me voy a prender mucho por ti cuando durmamos juntos algunas noches, aunque ores a Dios. No lograrás que no me encienda por quien robó mi corazón, hermanito—Me dijo mi querida Erika mostrándome que, a pesar de haber sido corrompida, aún le quedaba algo de inocencia.

Sin duda alguna, el varón que fuera para ella sería muy afortunado. Ella era una mujer de corazón ardiente y muy dedicada. Erika no era una mujer que sólo pensaba en sí misma. Era caprichosa, pero muy generosa. Ella era tan amable con los demás, incluso cuando no los conocía de nada, que me hacía pensar que era una niña por dentro de alguna manera. Todos debemos mantener vivo al niño interior en la forma de la pureza. Erika mantenía viva a su niña interior todavía, aunque la hubiera dejado algo muerta. El imbécil que la lastimara iba a sentir mi ira. Le iba yo a romper todos los huesos del cuerpo si hacía llorar a mi querida Erika.

El 18 del mes de septiembre del año 1956, Erika y yo estábamos caminando bajo el nublado cielo de otoño. La ciudad tenía mucho tráfico y las personas iban y venían constantemente. Caminar sin encontrarse con varias personas cada pocos metros era imposible. Erika me tomaba la mano izquierda con su mano derecha con una delicadeza y con una ternura muy especiales. Yo no había podido negarle su pedido de ir agarrados de la mano. No entrelazaba sus dedos con los míos, pero tenía permitido tener mi mano agarrada. Para ella, eso era suficiente, ya que era mejor poco que nada.

He hablado mucho de ella hasta ahora porque Erika fue quien me acompañó durante casi toda mi infancia y durante toda mi etapa de adulto joven. De no ser por ella, no habría llegado a ser quien soy actualmente. Erika siempre estuvo a mi lado.

Regresando al relato, Erika y yo estábamos caminando agarrados de la mano por una ciudad de Washington D. C., Estado que era la capital de los Estados Unidos de Norteamérica. Mi querida Erika y yo teníamos 33 y 32 años respectivamente.

—Hermanito, ¿has oído hablar de una nueva sociedad secreta llamada Order of the Seekers of the Truth?—Me dijo Erika seria y curiosa mirando fijamente mis ojos.

—¿O-Order of the Seekers of the Truth?—Pregunté yo muy sorprendido—No. ¿Quiénes son ellos?

—Se dice que no creen lo que dice la Iglesia católica ni lo que dicen los científicos. Ellos creen que hay algo más, algo que no se puede saber por medio de las pruebas científicas ni leyendo la Biblia. The Order of the Seekers of the Truth es una sociedad secreta compuesta por personas que buscan la vida eterna y conocer el verdadero origen del hombre. Ellos… realizan prácticas esotéricas y meditan para alcanzar un estado alterado de consciencia que les permita conocer lo que la ciencia y la religión no pueden conocer. La sociedad secreta está creciendo y ya no es secreta. Lo era cuando comenzó a existir. Pocos sabían de ella. Ahora es bien sabido por la mayoría de la población de Washington D. C. que los miembros de the Order of the Seekers of the Truth buscan la verdad mediante métodos poco convencionales—Me explicó seria y muy interesada en el tema mi querida Erika.

Así que había por ahí una sociedad llamada Order of the Seekers of the Truth. Se me hacía parecida a otra que había sido fundada en 1776, en Baviera, la sociedad secreta de los Illuminati. Los Illuminati habían intentado acabar con la Iglesia católica y con todas las monarquías absolutistas del mundo. No habían querido ver una sola religión en la Tierra. Obviamente, los Illuminati habían fracasado. Por ende, el fundador de la orden, Adam Johann Weishaupt, también lo había hecho.

Miré a mi hermana a los ojos fijamente y ella dejó de mirarme como si no supiera lo que yo estaba pensando y me sonrió con calidez y ternura inmensas. Ella era tan maravillosa, a pesar de seguir “enamorada” de mí. Yo sabía que ella no me amaba románticamente realmente, pero no podía demostrárselo. Al menos, ella ya no trataba de hacer que yo la deseara sexualmente. Había aceptado hacía tres meses que eso jamás iba a suceder.

—Si esos Buscadores de la Verdad persisten, no lograrán nada. Dios es la verdad—Dije yo sonriendo con calidez a mi dulce hermana—Mi querida Erika, no lo olvides jamás.

—No. Dios no es la verdad. No es la verdad para mí, pero no creo que esos Buscadores de la Verdad lleguen a encontrar lo que buscan, aunque no crea en Dios—Dijo Erika sonriéndome con calidez y ternura inmensas mientras su mirada me obsequiaba un amor incondicional e increíblemente intenso.

—Jamás estaremos de acuerdo—Dije yo justo antes de suspirar resignado y seguirle sonriendo a mi querida Erika con todo el amor que yo sentía por ella.

Varios disparos comenzaron a oírse en la calle y las personas comenzaron a huir muy asustadas. No era común en Washington D. C que hubiera tiroteos, pero los había en ocasiones. Siempre que sucedía eso, la bala de algún mafioso terminaba en el cráneo de alguna persona inocente. Esa persona no debía ser mi hermana Erika.

—¡Erika, corramos!—Exclamé yo en estado de alerta y asustado por la posibilidad de que una bala pudiera alcanzar a mi querida Erika.

—¡Sí, hermanito!—Exclamó ella en respuesta con ese tono especial que su persona ponía en la palabra “Hermanito”.

Jamás me lo decía en un sentido fraternal.

Ella estaba incluso más alterada que yo. Tenía incluso más miedo que yo mi querida Erika.

Ambos corrimos durante diez minutos, pero yo terminé viendo cómo una bala iba directamente hacia mi vientre. La bala iba a lastimarme y la herida iba a ser mortal. No iba a poder hacer nada al respecto. Era demasiado tarde. El miedo me paralizó, pero, cuando creí que mi final estaba a punto de llegar, alguien se interpuso y recibió la bala en el mismo lugar en el que yo la habría recibido.

—¡Erika!—Grité yo desesperado mientras veía cómo mi dulce hermana caía al suelo con sangre en el abdomen, la cual no paraba de brotar.

Yo veía a mi hermana tumbada en el suelo y perdiendo las fuerzas poco a poco y veía calma en sus ojos. Me arrodillé a su izquierda y traté de usar un pañuelo blanco de tela fina que había sacado de mi bolsillo para tapar la hemorragia. No había médicos cerca, así que debía ayudar yo a Erika. No sabía si podría salvarla, pero tenía que intentarlo. Si Erika moría, yo lo perdería todo.

Mi caprichosa y corrompida hermana menor debía vivir. Ella no debía morir. No debía morir bajo ningún concepto. Éramos eternos, pero no éramos inmortales. Si ella moría, mi vida perdería todo el sentido.

—Alphonse, déjalo. Esta herida es mortal si no se trata adecuadamente de inmediato. Yo… voy a morir aquí. No te esfuerces—Me dijo mi pobre Erika con una sonrisa llena de amor y de paz en el rostro.

—¿Crees que dejaré que mueras? Antes prefiero morir yo…—Le dije yo inmensamente triste mientras las lágrimas caían por mis mejillas sin parar.

Cada lágrima que caía sobre el vestido rojo con partes amarillas de mi hermana era una lágrima más que se perdía en el tejido manchado de sangre.

—Yo no me arrepiento de nada. Viví aceptando mis sentimientos por ti y disfrutando cada día a tu lado como se pudo. No me arrepiento de haber dado la vida por ti. No me digas que tú vas a llorar por más tiempo. Me harás… llorar a mí…—Me dijo Erika comenzando a derramar lágrimas—No llores, Alphonse. Hemos estado juntos treinta y un años. No dejes que me vaya con lágrimas en los ojos. Quiero irme con una… sonrisa en los labios…

—E-Está bien…—Respondí yo tratando de sonreír, pero, aun así, había lágrimas en mis ojos de color púrpura.

Los ojos purpúreos de Erika reflejaban tristeza y preocupación por mi causa.

—Ya soy una condenada para ti y sabes que no me arrepentiré. Antes de morir, quiero pedirte una última cosa. No podrás “ganar mi alma para Dios”, así que no me niegues lo que voy a pedirte…—Me dijo con tristeza y con paz al mismo tiempo mi hermana Erika limpiando mis lágrimas con su dedo índice izquierdo dulce y delicadamente.

Yo decidí no llorar más y contener la tristeza. Ella hizo lo mismo y su sonrojo llegó hasta un punto en el que era imposible que su ser se sonrojara más.

—Lo que quieras. Te daré lo que quieras…—Dije yo muy triste y con una sonrisa cálida en el rostro al mismo tiempo.

—B-Bésame los labios con todo tu amor…—Me respondió Erika con una mirada que indicaba que ella quería morir habiendo recibido mi amor de esa manera.

—Como quieras…—Le dije yo sonriéndole con una calidez inmensa en los labios y acercando mi rostro a su sonrojado rostro.

Yo ya no me sonrojaba por algo así, ya que era costumbre para mí que Erika me pidiera un trato más similar al que se le daba a una novia. Mis labios atraparon los suyos y la besé durante unos pocos minutos siendo correspondido por ella. Su mirada mostraba una gran felicidad y sus lágrimas de alegría fueron lo último que vi justo antes de que ella dejara de respirar habiendo correspondido a mi dulce y delicado beso, el cual yo no considero dulce y delicado ni en la actualidad. Enseguida, yo dejé de besar sus suaves y tiernos labios y separé mi rostro del suyo con lágrimas que comenzaron a caer sobre dicho rostro. Su rostro muerto tenía varias lágrimas mías. Su piel oscura no permanecería así para siempre. Contemplé aquella piel tan delicada mientras pudiera por unos pocos minutos entre lágrimas amargas. Yo había pecado, pero me daba igual en aquel momento. Si Erika se había ido feliz, nada más importaba.

Mi querida Erika, mi mariposita consentida, incestuosa pero feliz. Ella era mi todo y ahora estaba muerta. Yo… ya no tenía nada. Hundí mi cara en su gran pecho y derramé allí todas las lágrimas que deseaba derramar. Pocos minutos después, llegó la policía y yo tuve que apartarme de la escena del crimen. Podrían identificar ellos quién había matado a mi hermana mediante la bala que había en su cuerpo. Los mafiosos usaban un determinado tipo de balas. No sería muy difícil identificar el tipo de bala.

Yo quería matar al sujeto que había puesto fin a la vida de mi querida Erika. Quería que sintiera mi dolor. Quería introducir una bala en su abdomen y verlo morir de la misma manera en la que Erika había muerto. No iba a perdonarlo jamás. No importaba ir al Infierno. Prefería el Infierno a dejar con vida al sujeto que me había arrebatado todo lo que yo amaba. Además, si iba a ese lugar, me encontraría con Erika de nuevo. Podría verla nuevamente si iba al mismo lugar al que ella había ido.

No. No era eso lo que ella querría si viviera. Yo lo sabía. Aparté de mi mente los pensamientos de venganza y comencé a pensar en mi maravillosa Erika y en todos nuestros momentos juntos. Cualquier momento era valioso para mí, incluso los momentos en los que ella había tratado de seducirme.

El 18 de septiembre del año 1970, teniendo yo 47 años, los cuales había cumplido el día 14 de dicho mes, estaba marchándome recientemente del cementerio en el que mi querida Erika había sido enterrada. Yo… había llorado durante cuatro horas ante su tumba contándole todo lo que había estado haciendo a lo largo de todos esos años en los que ella no había estado junto a mí. Durante los cuatro primeros años, yo había asistido a la consulta de un psicólogo debido a que había necesitado ayuda psicológica para asumir la muerte de Erika. Habían transcurrido ya catorce años desde la muerte de Erika y yo todavía no había superado su pérdida. Sólo la había asumido. Jamás iba a superarla, ya que jamás iba a dejar de dolerme el hecho de haberla perdido de una manera tan terrible.

Yo ya no creía en Dios. Él había dejado morir a Erika habiendo podido salvarla. Erika había tenido razón. Dios ni siquiera había resucitado a mi querida hermana menor. Si él era tan bueno, me habría concedido lo que le había pedido, ya que no era nada malo. Él podría haber hecho mejor uso de Erika teniéndola viva, pero había preferido dejarla morir. Yo… me había vuelto ateísta cuatro días después de la muerte de Erika.

Pasaron dos semanas desde aquella visita al cementerio en el que estaba enterrada mi querida Erika. Mi vida era gris y ya no era la misma. Las horas pasaban muy lentamente todos los días. El que había matado a Erika había sido dejado en libertad porque la mafia había sobornado al encargado de sentenciarlo y había amenazado al fiscal. Era injusto, muy injusto, pero… así era el hombre. El mundo era un reflejo de lo que era el hombre. Si el hombre era injusto, en el mundo, habría injusticia. El injusto seguiría siendo injusto y el justo seguiría siendo justo. Si no había justicia para todos, yo debía crear un mundo justo. Haría lo que fuera para descubrir la verdad y poder usar esa verdad revelada para crear un mundo mejor, un mundo en el que nadie pasara por lo que yo estaba pasando. Dios no era la verdad. No podía serlo.

Erika, mi maravillosa hermanita, la cual nunca había sido impura por creer que dos hermanos tenían permitido enamorarse, era mi razón para seguir luchando. Mi amor fraternal por ella era todo lo que me impulsaba. La recordaba cada día y la convertía a cada nanosegundo que transcurría en mi razón para vivir. La sociedad había cambiado, pero yo seguía teniendo las mismas costumbres. Había actualizado todo en mi vida, incluso mi vestuario, pero seguía usando los mismos colores y el mismo tipo de ropa. Erika había tenido que morir mucho tiempo atrás. Si estaba descansando en paz en un lugar donde no había nada, tal vez nos encontraríamos algún día y nos haríamos compañía de esa manera.

CONTINUARÁ…

16. Februar 2021 16:28 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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