leo-gilbert Leonidas Gilbert

En un histórico Oriente Medio un antiguo mal se cierne para eliminar a la humanidad de la existencia. Héroes y villanos emergerán en una historia épica en la que los contornos del bien y el mal se harán difusos. La historia transcurre a través de los ojos de un valiente príncipe y su vanidoso hermano, un rey inmortal, un comerciante idólatra de su mejor amigo, un humilde joven campesino, un aristócrata consentido y una amable huérfana de corazón valiente; quienes serán piezas clave para el devenir de la humanidad Cada miércoles por la noche actualizaré un nuevo capítulo, los dejo con el primero y espero lo disfruten tanto como yo lo disfruté escribiéndolo. Les mando un abrazo y de antemano gracias por leerme.


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La fiesta de la cosecha

«“Y viene a mí el recuerdo de cuando era niño; aquellos días cuando mi papá solía llevarme de pesca al lago donde, al atardecer, los últimos rayos del sol poniente pintaban áureas coronas en los picos de las montañas del Este. Ahora en el lago esas montañas tan solo existen en mi recuerdo; el cielo y el agua se unen, y más allá no hay nada más que azul. Y aquí también, no hay más que azul como en aquel lago”. Pensó Isaac mientras contemplaba el cielo en lo alto de la torre de la creación…»

Aquel fue día de siega. Como cada año, los campesinos de Jerusalén salieron adelantándose al alba, a segar los campos rebosantes de trigo que, tras meses de espera, su espiga ya medrada se cernía al viento cual orgullosa bandera mostrando al mundo su tan ansiada madurez. Entre ellos se encontraba Isaac junto a su padre Abraham, a quien le seguía el ritmo de corte y paso, que consistía en dar un corte al trigo con la hoz a cada paso que daban. Y así cuando tenían suficiente trigo cegado, Isaac lo juntaba entre sus brazos, mientras Abraham lo ataba con un lazo. Él padre siempre ataba, porque a Isaac nunca se le había dado eso de atar.

A mediodía, cuando el sol estaba en lo alto y quemaba todo en lo bajo. Los segadores tomaron un descanso a la fresca sombra de un antiguo y frondoso olivo, allí los hombres se repartían el pan. Un pan de trigo y un trozo de carne seca para cada padre de familia fue lo dispuesto, y que cada patriarca decidiera como repartirlo entre sus vástagos. La mayoría de los padres apenas les dejaban las migajas a sus hijos. Pero Isaac era afortunado de tener un padre bondadoso que lo amaba tanto como Abraham que, a pesar del hambre, partía el pan por la mitad para que su hijo no la sufriera. Mientras sus bocas mordisqueaban el pan, sus ojos contemplaban la amplia campiña que se extendía hasta el río Jordán, que serpenteaba entre los dorados campos de trigo delimitados por antiguos olivos que crecían allí desde las ya olvidadas primeras edades del hombre. En contraste, por su ribera opuesta se elevaban las indómitas y boscosas colinas de Endor, lugar al que los pobladores del reino se rehusaban a acercarse, porque de ellas circulaban nefastos rumores. Y por detrás de las colinas, se encontraban los inmensos riscos de la cordillera Divina. Esa que fue creada por Dios para protegerlos del mal que habita tras de ella. O al menos eso era lo que se decía entre la gente de Jerusalén.

Y así trascurrieron las horas de la tarde, segando el trigo. Para cuando el sol se ponía por detrás de los altos picos de la cordillera Divina, las carretas estaban rebosantes de trigo. Y los caballos tiraban de ellas, escoltados por los segadores, hasta llegar a las afueras de Jerusalén. Donde una parte fue almacenada en silos, y otra fue llevada al templo en el que se ofreció a Dios en agradecimiento por las lluvias que permitieron la cosecha, con lo que se conmemoró el día del Jag Hakatzir, mejor conocido como el Festival de la Cosecha.

Tras aquella laboriosa jornada apenas hubo tiempo de descansar, ya que por la noche un gran alboroto retumbaba a través del sereno aire nocturno. En la plaza del pueblo agrícola de Zion, a las afueras de la ciudad amurallada de Jerusalén, se llevaba a cabo el Festival de la Cosecha. Abraham bebía cerveza junto a otros hombres, e Isaac lo acompañaba a su lado, tan solo observando a los hombres beber y a los jóvenes bailar en la plaza, mientras los músicos interpretaban alegres canciones de amor.

—¡Anda hijo! Ve a bailar con alguna jovencita. Ya no eres aquel chiquillo que corría inocente en los prados, ya has visto trece inviernos. Cuando mis tiempos se emparejaban con los tuyos, ya recorría la campiña tomando de la mano de tu madre… —decía Abraham, mas notó como Isaac bajaba la mirada al escuchar aquellas palabras. Aún sufría por su madre, quien había muerto durante el invierno pasado tras días de fiebre, a la que finalmente sucumbió.

Había una chica que en verdad le gustaba mucho a Isaac, su nombre era Hanna. Y aunque era dos años mayor, era la única chica en el pueblo que siempre lo había tratado con amabilidad. En general la gente del pueblo se comportaba de forma grosera con él. A veces solía preguntarse el porqué de ese comportamiento. Recordó aquella vez cuando era un crío, y mientras jugaba con los demás niños en el campo apareció Caín —quien era el hijo menor del regente del pueblo—, y tras un acuerdo que en aquel momento lo pareció justo, lo sedujo para meterse a robar unos huevos del gallinero, con la intención de utilizarlos para lanzárselos a una cabra que pastaba solitaria en un prado cercano. En principio Isaac se resistía a la idea, además no le interesaba desperdiciar comida lanzándosela a una cabra. Pero Caín le dijo que solo necesitaba un par y que los demás que sacara podría quedárselos, y si los descubrían Caín se echaría toda la culpa, y como su padre era el regente de la ciudad no se atreverían a hacerles nada. Como Isaac siempre tenía mucha hambre, tras un rugido proveniente de sus entrañas, le pareció un trato del todo justo para él y para su estómago.

Isaac ingresó al gallinero; comenzó a robar los huevos, pensó que cuatro serían suficientes, dos para Caín y otros dos para comérselos él, y así no notarían que faltaban huevos. Un aldeano que pasaba por allí los vio, y dio aviso a los guardias del pueblo quienes rápido los reprendieron. Caín les dijo que Isaac los había robado porque quería lanzárselos a una cabra, eso a pesar de repetirle a Isaac, en múltiples ocasiones, que por favor dejara los huevos en el gallinero. Los guardias, sin dudarlo, tomaron el testimonio de Caín como cierto y azotaron cuatro veces a Isaac como escarmiento.

A partir de allí se corrió el rumor de que Isaac era un pilluelo, y la gente del pueblo solía mirarlo con recelo. Los chicos se burlaban de él y las chicas lo ignoraban, con la única excepción de Hanna, que siempre que se topaban lo saludaba con amabilidad. ¿Sería por robarse los huevos del gallinero que la gente lo despreciaba, o habría algo más? Se preguntaba Isaac mientras buscaba a Hanna por la plaza del Pueblo, donde los jóvenes bailaban al son de la alegre música.

De pronto, al borde de la multitud, vio a Hanna hablando con Judah —el hermano mayor de Caín—. Isaac decidió esperar a que Hanna estuviera sola para invitarla a bailar. Así pasaron unos minutos y entonces Hanna siguió a Judah a través de una calle solitaria. Isaac los persiguió procurando el mayor sigilo para que no notaran su presencia. De pronto Hanna y Judah se pararon frente a un granero. Allí la algarabía de la fiesta apenas y se escuchaba, por lo que Isaac podía oír sin problemas la conversación entre ellos a pesar de que él estaba oculto tras una barda a unos metros de distancia.

—Bien Judah, ya estamos solos, ¿qué es lo que tanto me querías decir que no podían escuchar los demás? —preguntó Hanna con un aire consternado.

—Aún no es suficiente, aquí nos podrían escuchar, ¡entremos al granero! —insistió Judah.

—Lo siento Judah, pero no pienso entrar al granero. ¡Dime lo que me tengas que decir aquí!

—En serio, solo te lo puedo decir si entramos —insistió de nuevo Judah.

—No voy a entrar y si insistes en no decirme mejor me voy, porque no me interesa estar aquí, yo me regreso a la fiesta —concluyó Hanna fastidiada de la situación, volteándose en dirección a la plaza.

—Eso no se va a poder Hanna, porque tu vas a entrar a ese granero, te guste o no. ¿No es así chicos? —preguntó Judah al aire, y Hanna regresó la mirada pasmada.

Entonces la puerta del granero se abrió, y de ella salieron Caifás y Anás, los amigos y secuaces inseparables de Judah.

—¿Qué sucede aquí Judah? —preguntó Hanna con voz trémula del susto.

—Lo único que va a suceder es que tú vas a entrar a ese granero donde te voy a hacer mía esta noche Hanna.

Hanna gritó e intentó correr rumbo a la fiesta. Pero antes de que pudiera huir, Caifás y Anás la atraparon. Caifás, que era bastante alto y corpulento, la sujetaba pasándole uno de sus enormes brazos por el cuello mientras con la otra mano le cubría la boca evitando que pudiera gritar. Hanna zapateaba intentando liberarse. Entonces Anás sacó una daga y pasándosela frente a los ojos, le dijo.

—Calmada perra si no quieres perder un ojo.

Hanna trago saliva impregnada de miedo que actuó como sedante y dejó de resistirse quiso llorar, pero a la vez quiso ser fuerte, así que ninguna lagrima salió, rogó que un ángel descendiera de los cielos, pero hace tiempo que Dios no escuchaba del sufrimiento humano.

—Muy bien Hanna, ¡felicidades! Al fin comprendiste tu situación, así me gustas más; cuando no opones resistencia. Ahora vamos a entrar todos juntos al granero, ¿les parece? —dijo Judah en tono burlón.

Caifás soltó a Hanna, pero acomodando la daga de tal modo que la punta tocara su espalda, y gruñó diciéndole:

—¡Camina! Y deja de llorar, que me vas a hacer enojar aún más.

Y así Hanna caminó rumbo al granero escoltada por Caifás y Anás mientras Judah observaba aquello regocijado de placer, ya que para él, no existía mayor satisfacción que imponer se voluntad sobre los demás. Una vez que estuvieron adentro sus secuaces, Judah miro a ambos lados de la calle y, sin divisar ninguna persona cerca, cerró la puerta del granero. Isaac salió de su escondite, el corazón le latía frenético, quería correr, pedir ayuda, quería gritar, quería llorar, implorar al cielo que su padre estuviera allí, que Hanna escapara. pero se dirigió al granero, y buscó alguna abertura a través de la cual pudiera observar lo que sucedía. Mientras tanto, aguzó su oído en un intento por escuchar lo que acontecía dentro.

—¡Maldita sea! Te dije que no te resistieras —gritó Caifás. Luego se escuchó un golpe y un cuerpo caer.

—¡Idiota, aún no es momento de golpearla! —se escuchó decir a Judah.

De pronto los sollozos de Hanna cesaron. Entre tanto, Isaac encontró una pequeña abertura por la que alcanzaba a ver lo que sucedía dentro. Hanna estaba tendida sobre un montón de paja. Observó que su boca estaba amordazada por un pañuelo. Judah entre forcejeos y tirones la iba despojando de sus prendas con una voluptuosidad bestial. En un momento dado, Judah se molestó por la actitud insumisa y rebelde de Hanna, comenzó a abofetearla, luego sacó un puñal y se lo pasó por el cuello mientras decía:

—Hanna, Hanna, bella Hanna, créeme que lo último que quisiera es lastimar ese hermoso rostro, ¡pero no me dejas otra opción! Cálmete preciosa y verás que todo irá bien. Solo dame la oportunidad y ya verás que puedo ser el mejor de los amantes. ¡De lo contrario voy a desfigurar tu rostro hasta el punto de que cada persona que te vea sienta nauseas de solo posar su mirada sobre ti!

El terror al dolor, a verse a si misma marcada de por vida, terminó por quebrar su alma, quedando tendida mientras Judah la despojaba de los intermediaros entre su piel. Hanna volteó su rostro en dirección a la pequeña abertura en la pared en un intento por escapar, sino podía escapar de cuerpo, al menos su mente volaría… volaría lejos de allí hasta perderse detrás de la cordillera Celestial, volaría hasta llegar a la luna donde Judah no pudiera alcanzarla jamás. En ese momento los ojos lacrimosos de Hanna iluminados por el claror de la luna que entraba por la abertura se encontraron con los de Isaac.

Los amplios prados donde pastaban los rebaños al ritmo del crepitar de los insectos durante una tarde de estío, la brisa que iba y venía entre los árboles del bosque de los Cedros, los ojos amables de su madre al regresar a casa tras una tarde de siega. Eso es lo que Isaac vio reflejado en los verdes ojos de Hanna iluminados por la luna. Una valentía que jamás creyó poseer lo inundó, y corrió a la puerta del granero, la cual comenzó a golpear con toda su fuerza con un palo que encontró en el camino.

—¡Salgan cobardes, y dejen a Hanna en paz! —gritaba Isaac mientras golpeaba la puerta con todas sus fuerzas.

—Alguien nos descubrió Judah —se escuchó decir a Anás preocupado.

—Encárguense de quien sea que esté afuera —ordenó Judah.

Entonces se abrió la puerta del granero y aparecieron Caifás y Anás. Isaac, sin pensarlo, intentó golpear el rostro de Caifás con el palo. Pero este agarró el palo con su inmensa mano y se lo arrebató de un movimiento. Rápido Anás sometió a Isaac y lo metieron al granero. Anás empujó a Isaac contra el suelo mientras Caifás cerraba la puerta de nuevo.

—Vaya vaya, ¿qué tenemos aquí? Si no es más que aquel plebeyo que robó los huevos del gallinero. ¿Cómo te llamabas escoria? —preguntó Judah.

—Isaac, y recuerda este nombre porque será lo último que escuches cuando libere a Hanna de ti —dijo mientras se ponía de pie.

—¡Hay Dios mío, ahora sí que me has hecho reír! —dijo Judah, antes hundir su puño en el rostro de Isaac quien del impacto cayó ensangrentado al suelo—. Vamos chicos enseñémosle buenos modales al muchachito —y volteándose en dirección a Hanna, añadió—: Lo siento hermosa, nuestro amor tendrá que esperar unos minutos más —sonrió con melosa voz burlona.

Hanna ya no lo escuchaba, su mente viajaba a través de los blancos valles más allá de la luna, donde no había más que polvo, y de vez en cuando, alguna mariposa azul bailoteaba como una llama.

Entre Caifás y Anás sometieron a Isaac, Judah sacó su puñal y le comenzó a grabar una “J” en la mejilla izquierda. Una vez que terminó con el grabado contempló su obra y dijo:

—Esto debería bastarte para que recuerdes por el resto de tu vida a no meterte conmigo. Pero, por si las dudas, muchachos asegúrense de que jamás olvide esta lección.

Comenzaron a patearlo con injundia, Isaac se retorcía de dolor en el suelo la sangre le nublaba la vista, de una patada sintió como un diente se le quebraba y de otra como el aire lo abandona.

—Liquídenlo rápido chicos y tírenlo en el campo, que me molesta su presencia —sentenció Judah regresando a donde Hanna.

De pronto se escuchó un fuerte grito a la lejanía que sorprendió a todos.

—¡Mierda! ¿Ahora qué? Caifás sal a ver qué sucede —ordenó Judah notablemente alterado.

—¡Papá, papá! ¡Ayuda, me tienen en el granero! —apenas alcanzó a gritar Isaac con la última bocanada de aire que le quedaba.

—Calla a ese niño Anás, ¡maldita sea! ¿Qué no pueden hacer nada bien?

Caifás abrió la puerta, sacó la cabeza observando en rededor, se quedó un buen rato mirando hacia la campiña y luego cerró la puerta.

—Viene alguien por la campiña, parece ser un hombre que lleva cargando algo y también lleva una espada enfundada a la cintura.

—¡Maldición! Debe ser el padre de este niño. He escuchado historias inquietantes acerca de él y de su pasado. Será mejor que por ahora nos marchemos antes de que nos encuentre. Y tú enano, ¡y también tú Hanna! Escúchenme, sueltan una palabra sobre esto y los mato —los amenazó Judah en un tono que helaba la sangre—. Y si preguntan fueron los bandidos. Los dejo por ahora, espero que no extrañen demasiado mi presencia y que tengan una linda velada aquí en el granero —dijo despidiéndose con una reverencia burlona, para después salir corriendo junto a sus secuaces.

Isaac, que estaba tendido en el suelo, por un momento olvidó el dolor y miró el techo aliviado. «“Gracias papá por rescatarnos, lo demás lo dejo en tus manos”, pensó mientras cerraba los ojos». De pronto se abrió la puerta del granero y resonó una voz que decía:

—¿Hay alguien aquí? ¡Necesito ayuda!

Isaac no reconoció aquella voz, ¿quién sería? Abrió los ojos y apenas distinguió una silueta de un hombre que cargaba con una niña tenuemente iluminados por la luz lunar que se colaba por la puerta. El hombre divisó a Isaac tendido en el suelo y comenzó a caminar, lenta y penosamente, hacia él. Isaac, asustado, intentó alejarse, pero su cuerpo no respondía. Mas antes de que el hombre alcanzara a Isaac, cayó al piso. La niña rodó un poco, luego se puso de pie, caminó por el lugar y encontrando un montón de paja se echó allí a dormir. El hombre se arrastró hasta Isaac, que pudo ver como el extraño hombre estaba todo cubierto de profundas heridas y sangre coagulada. Entonces el misterioso salvador, dijo en tono agonizante:

—No me queda mucho tiempo, escucha por favor, tienes que protegerla y llevarla hasta la gran montaña blanca de Endor. En sus laderas busca la estatua de un ángel. Cerca de ella debe haber una gran pared de granito. Obsérvala bien, allí encontrarás una puerta labrada en la piedra. Ella solo tiene que posar su mano en la puerta para abrirla. No tardes, que ellos no tardarán en, en...

El hombre comenzó a toser sangre, con lo que eventualmente expiró su último aliento sin alcanzar a terminar la frase. Todo el cuerpo le dolía a Isaac y de la herida de su mejilla no paraba de brotar sangre, apenas y entendió algo de lo que el hombre dijo. Volteó en rededor, y vio a la niña acurrucada sobre la paja. Luego a Hanna que secaba sus lágrimas con su mano, y de pronto la luna emergió por detrás de una nube destellando su luz en la reluciente piel de nácar de Hanna tendida sobre aquel montón paja mortecina. Un momento pasó y sus miradas se volvieron a cruzar. Hanna se puso de pie y se acercó a Isaac, a quien observaba allí tendido en el suelo lleno de sangre, el peso de la compasión le resultó más intenso incluso que el de su propio dolor. Tomó una de sus prendas y poniéndose en cuclillas comenzó a limpiar la sangre del rostro de Isaac. Una vez que terminó, se recostó a su lado y lo abrazó. Así se quedó abrazada de él, sin decir nada, solo lloraba de momentos mientras lo rodeaba con sus brazos con ternura, como si fuera su propio hijo herido. Isaac sintió el calor de Hanna abrazando su cuerpo. Entonces cerró los ojos y todo el mundo desapareció.

23. Januar 2021 21:38 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Sefirot, Crónicas de los últimos días
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