Kurzgeschichte
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Narrador narrado

NARRADOR NARRADO

“Yo era uno más entre la multitud. Los individuos cruzaban la gran calle principal de la Megalópolis. Sus rostros era impasibles, no existía en ellos un ápice de emoción. Era perfecta la sincronía entre máquinas y bestias pensantes. Todo era gris y plateado, incluso el sol parecía ocultarse tras una tenue pantalla de nubes blanquecinas. Podía oírse el sonido de los pasos de los transeúntes en dirección hacia el vehículo de transporte mono-raíl.

Me di cuenta de que ese día iba a ser como el de ayer y como el de mañana y como el de pasado. Todo estaba planeado de antemano. Incluso el día de tu muerte.”

Me levanté del sillón y fui hacia la nevera. Era una noche asfixiante de verano. Logré saciar mi sed con un vaso grande de limonada fría y volví al trabajo. Tenía que continuar mi historia de alguna forma. Mi jefe me había pedido un relato futurista y debía tenerlo preparado para el lunes. El comienzo no estaba mal, pero ¿cómo podía continuarlo? Ni siquiera sabía sobre quién estaba escribiendo. Me senté en frente de la máquina y puse mis manos sobre el teclado. Mi mente empezó a flotar e imaginé otra vez al hombre de la Megalópolis. ¿Tendrían en esa época aire acondicionado ambiental?

“En Megalópolis no existía ni el frío ni el calor. Todo estaba detenido en el punto medio. Pero tampoco existía la alegría ni la tristeza. Los cómicos se habían quedado sin trabajo, y los escritores sin tragedias. Nuestro destino eran al producción y el capital. Éramos parte de la maquinaria de un gran reloj. Yo soñaba con volver al pasado, al frío y al calor, a la risa y al llanto, al cómico y al trágico, pero mi máquina del tiempo eran de momento los libros. En el sótano de la casa que habitaba tenía guardados con celo las obras del pasado, tesoros que sólo yo sabía que existían. Con ellos me acercaba a los agrestes campos románticos y absorbía el aroma de las margaritas y las yerbas silvestres de los páramos ingleses; me recostaba bajo los árboles de la floresta castellana; fundía mi aliento con el de los héroes mitológicos, o moría de hambre y desaliento por entre calles miserables.”

Volví a sorber de la limonada, ahora menos fría que antes, y pensé para mí que este pobre hombre debía de tener una idea poco realista de nuestra sociedad. Ojalá yo viviera en Megalópolis, aunque fuera tan sólo una temporada. Sin duda, no sería peor que mi triste existencia de escritor de relatos mediocres. Casi todos miramos hacia el pasado con cierta vehemencia. Yo era de los que miraban hacia el futuro con esperanza. Sin embargo, Megalópolis no era un retrato de sociedad feliz. Megalópolis era una sociedad robótica, movida por la técnica y la eficiencia. Mi personaje no encajaba en aquella maquinaria. Estaba destinado a pasar al archivo de los no deseables, a ser reciclado como pieza defectuosa. En aquel gran reloj llamado Megalópolis, esta pieza empezaba a dar señales de mal funcionamiento.

Era sábado por la noche. El calor no parecía querer abandonar el ambiente y se mantenía como un invitado indeseable. Me acerqué de nuevo a la nevera y llené un vaso de cubitos de hielo. Se me había acabado la limonada. Recurrí entonces a la cerveza. Tal vez estimularía un poco mi imaginación un estado de semiembriaguez. Aunque no debía abusar si quería estar lo bastante sobrio como para no desplomarme. Era una persona de aguante, sin duda, y no llegaría a ese extremo.

Imaginé que mi personaje, aburrido por su existencia gris y monótona, tendría que recurrir a algo más que a los libros para “evadirse” de su estado. Sin duda, en Megalópolis debía de estar normalizado algún tipo de droga o, en todo caso, existiría un comercio clandestino encubierto.

“Busqué en mi bolsillo y encontré un frasco de pastillas. Las había encontrado en el mercado negro, al otro lado de de Megalópolis, a precio desorbitado. Necesitaba huir de aquella amarga existencia.

El alucinógeno me transportó a esa sociedad que yo tanto anhelaba y que jamás volvería: la sociedad del siglo XX. Contemplé las calles de las ciudades llenas de gente de muy diversas clases, deambulando de un lado para otro. Aquel bullicio me atraía sobremanera. Pude percibir el colorido de las tiendas y de los bares y terrazas rebosantes de alegría. La noche abría para mí un mundo lleno de luces y diversión. El amor estaba al alcance de mi bolsillo y en mi fantasía no podía faltar una noche con Sheila, bailarina y cantante del Nightclub, o con Irene, camarera de un bar de Top-less...”

Yo, sin embargo, -pensé para mí- no podía darme el lujo de alcanzar estas cosas y soñaba más bien con una vida tranquila y sosegada, muy parecida a la que, sin duda, conocía mi personaje.

El aire acondicionado seguía sin funcionar y hasta el lunes no vendrían a recomponerlo. Recurrí al ventilador y bebí un poco más de cerveza. Como estaba fría apuré el vaso y decidí abrirme otra botella. Nunca hubiera creído que aquel brebaje amargo se pudiera subir tanto a la cabeza. Miré sobre la mesa y me di cuenta de que sólo había escrito apenas tres folios. Mi cabeza daba vueltas y sentía un gran aturdimiento. En aquel estadojo podía escribir. Decidí acostarme y dejar el trabajo para el día siguiente. El domingo acabaría el relato de alguna forma.

No pasó mucho tiempo hasta que me dormí profundamente. El calor había cesado y con la madrugada se levantó un poco de aire. Me sentía transportado...

Fue entonces cuando llamaron a la puerta. Apenas si me tenía en pie. ¿Quién podría ser a esas horas? Pegaban con tanta insistencia que decidí ir a abrir. Miré a través de la mirilla para observar a mi inesperado visitante, pero estaba demasiado oscuro. Pregunté antes de abrir.

-No tema, soy alguien que quiere hablar con usted. Le aseguro que no tengo intención alguna de molestarle.

No obstante abrí con ciertas reservas, y con la cadena puesta. Vi un hombre de estatura mediana y rostro algo demacrado.

-¿Qué desea usted?- le pregunté con cierto nerviosismo.

-Le aseguro que no es mi intención hacerle daño alguno.

-Pero ...a estas horas de la noche...creo que no le conozco.

-Bueno, si me deja pasar le contaré el motivo de mi visita.

-Creo que será mejor que se marche y vuelva mañana. No me encuentro bien, ¿sabe?

-Precisamente lo que voy a contarle le dará una gran satisfacción. Le puedo asegurar que su vida cambiará sobremanera.

Lo pensé unos instantes y decidí abrirle. Corría el riesgo de que se tratara de un ladrón o de un loco psicópata, pero algo en su rostro, más familiar de lo que creía, me animó a hacerle pasar.

-Tome asiento y cuénteme, pues, qué le ha traído por aquí.

Miró hacia la máquina de escribir y los folios y me preguntó:

-¿Escritor, no es así?

-Sí, pero, por favor, cuénteme ya el motivo de su visita, porque debo continuar mi trabajo. Mañana he de terminar un relato y ...

-Precisamente yo le podría dar material para finalizar esa historia.

-¿Cómo dice?

-Sólo yo conozco la continuación de la vida de Mike.

-¿Perdón? ¿Ha dicho usted “Mike”?

-Sí.

-¿Cómo sabe que mi personaje se llama Mike? Ni siquiera le he puesto todavía nombre.

-Es que yo soy precisamente Mike.

Quedé completamente petrificado cuando aquel hombre me dijo aquellas palabras. ¿Era realidad o fantasía? Decidí tomarme un vaso de agua y le ofrecí una cerveza a mi invitado.

-Sé que le sonará completamente imposible, pero yo soy el protagonista de su historia.

-¿Y cómo ha podido venir hasta aquí desde el futuro? Según creo su única forma de viajar han sido hasta ahora los libros y los alucinógenos. Yo sólo de forma fantástica.

-Sí, pero usted todavía no sabe que en un momento de mi vida me presté a ciertos experimentos.

-¿Experimentos sobre qué?

-Para viajar en el tiempo. Quería conocer su época desde el terreno y la verdad...

-¿Qué piensa?

-Merece la pena quedarse.

-¿Y cuál era esa proposición que quería hacerme y que tanto bien me iba a proporcionar?

-Mi billete de vuelta,

-¿Cómo dice?

-Sí. Yo no regresaré al futuro. Usted lo hará por mí. Tengo entendido que le seduciría vivir allí.

-Es cierto.

-¿Qué le parece el trato?

-No lo sé. Estoy algo aturdido.

-Decídase pronto, porque faltan pocas horas para la vuelta a casa.

-¿Y qué hará usted aquí? ¿A qué se dedicará? Le aseguro que esta vida no es precisamente de vino y rosas.

-Me gusta escribir. Yo acabaré su relato y lo entregaré. Podría contar infinidad de cosas de Megalópolis que usted desconoce.

-Me haría un gran favor. ¿Pero yo a qué me dedicaría en su sociedad?

-Hacía tiempo que querían suplantarme, con un poco de suerte te adaptará a mi monótono trabajo. Tengo entendido que es eso lo que usted busca.

-Bueno, sobre todo la tranquilidad y la seguridad.

-Pues allí la tendrá toda. ¿Sellamos pues el trato?

-De acuerdo.

Estreché la mano de Mike y después brindamos con champaña. Teníamos que celebrar el comienzo de una nueva vida para cada uno, él en mi sociedad y yo en la suya.

Pocas horas después me condujo al artefacto que me llevaría al fututo, a la libertad y la paz. El sol había salido ya por el horizonte y auguraba otro día insoportablemente caluroso. Me alegré de saber que en el lugar hacia donde me dirigía no existía calor ni frío.

Deseé suerte a mi inesperado visitante y él también a mí. Esperé unos instantes hasta que, por fin, desaparecía de aquel lugar...

Ahora yo, Mike, era el narrador de esta historia y mi antiguo narrador mi personaje. Cogí los folios que había escrito y planeé el final de su historia.

“Mi conducta no había sido del todo ejemplar durante los últimos años. Esto produjo la ira de mis superiores quienes me condujeron ante la gran Asamblea.

-Se le acusa de alta traición.

Este fue el dictamen final. No tenía otra salida que la de huir.

Pero no podía hacerlo en el espacio, ya que la influencia de la Asamblea era universal. Sólo podía hacerlo en el tiempo. Fue entonces cuando me presté a los experimentos de McBrian. Aquel científico buscaba a alguien lo suficientemente desesperado como para entrar en su artefacto. Yo tenía que buscar a alguien que me sustituyera ante la Asamblea. Mi creador había cometido un fallo al hacerme físicamente muy parecido a él. Yo era a su imagen y semejanza. Pero mi conocimiento del bien y del mal iba más allá de lo que él pudiera imaginar.

Viajé en el tiempo y le conocí. Aquella noche conversamos y yo le convencí para que tomara mi puesto en la máquina. Todo estaba saliendo como yo esperaba. Si no se hubiera quedado dormido, tal vez las cosas hubieran ido mejor para él. La Asamblea había dispuesto que yo muriera,. Según las propias palabras de mi creador: “Todo estaba planeado de antemano, incluso el día de tu muestre.”

El día de mi muerte estaba planeado, pero yo conseguí que alguien estuviera en mi puesto durante la ejecución. Sin saberlo él, mi creador fue mi Cristo Salvador, mi NARRADOR NARRADO...”

9. Januar 2021 02:33 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

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