—¿Ya viste como están de renovadas las nuevas cámaras de seguridad del Barrio?— Camila rezongó, frente a Hellen que la miraba consternada. Hasta que su rostro cambió de forma. —¿Cuáles cámaras?— Camila abrió la ventana y dejo ver a las "supuestas cámaras de seguridad". Eran aquellas viejas sapas que se habían comprado vestidos nuevos.
—Deja de burlarte de las pobres ancianitas.— Hellen aclaró teniendo en cuenta la risa contenida que ambas estaban aguantando.
—¿Pobres? Pobre yo que tengo que soportar que cada vez que mi madre venga de visita, ellas le cuenten las cosas que hacemos aquí.
—¿Las cosas que hacemos aquí?
—Ya sabes... — Camila alzó las cejas sugestivamente, esperando que la chica captará la idea.
—Pues no, no lo sé.
Las dos chicas se sentaron el resto de la tarde a hablar. Con la puerta entreabierta, porque en el departamento no estaba funcionando el aire acondicionado, el calor no era tan bueno en los espacios cerrados.
—Pidamos Pizza. — Camila recomendó, pero Hellen no estaba de acuerdo.
—Mejor espagueti.
Vaya contrariedad. Ninguna de las dos estaba dispuesta a ceder, la pizza se enfriaba rápido y el espagueti era muy pesado para picar. Al final Camila terminó ganando con la promesa de que la pizza le traía mala espina a Hellen. Y ciertamente como narradora, creo que Camila debía haberle hecho caso a Hellen.
Yo soy Daniel y vivo en el piso de arriba, soy un joven universitario con dinero, que se rebeló contra sus padres, en primer lugar porque quería estudiar lo que yo quisiese y no lo que ellos dictasen, en segundo porque a diferencia de mis padres, sabía que el dinero no lo era todo.
Pero, también sabía que para poder sobrevivir se necesitaba dinero, así que solo tenía que mantenerme a mi mismo durante un tiempo prudente, o al menos hasta que mis padres recapacitaran, yo sabía que lo harían pero no sabía cuando, después de todo yo era el único varón de la familia, mi hermana mayor me consentía en demasía y cuando se diera cuenta que yo no estaba en casa, por culpa mis sus padres, ella haría que el cielo el mar y la tierra ardan en conjunto.
Mis padres no soportarían tanta presión y ciertamente ya se estaban demorando demasiado. Así, fue como yo, Daniel Hurstman terminé trabajando a medio tiempo en la pizzería como repartidor de pizzas. (Claramente)
De camino a hacer la última entrega, que yo mismo me había ofrecido a hacer porque al ver el pedido me di cuenta que era una pizza para entregar en el mismo edificio donde yo vivía, creí prudente la entrega, después de entregarla simplemente subía a su piso. El último del edificio.
Con el guante soportando el calor de la pizza recién hecha, subí a mi pequeña motocicleta y llegué hasta mi edificio. Miré la hora en mi reloj y pensé que probablemente ese sería el único día que saldría más temprano del trabajo. Miré la orden del pedido para revisar a que piso exactamente debía ir. El piso veinticinco y yo vivía en el treinta y cinco, tomaría el elevador de seguro.
No tenía una tarjeta para abrir la habitación y tampoco era muy propio abrir la puerta el mismo así que estaba planeando tocar la puerta desde el principio. Cuando llegué, la puerta estaba abierta y fui capaz de escuchar dos risas muy vividas, tan claras y nítidas como el sonido de las palomitas haciéndose en una olla casera.
—Quiero decir, ¿has visto los ojos del chico de arriba?— Las expresiones de Camila eran tan obvias y exageradas mientras yo me debatía entre interrumpir o no.
—Es lindo, hablas de Daniel ¿verdad?—Hellen indagó, a no ser que haya otro chico lindo cerca.
—¿¡Solo dirás que es lindo!? ¿Has visto su cuerpo? Es un pecado para las cristianas, un delito para cometer, una alita sabrosa de esas que te quieres chupar hasta los huesos.— Los ojos de Camila eran grandes, exagerándolo todo, como si no hubiese mañana.
Yo, en cambio, ya sabía que de alguna manera no debía interrumpir, debía haberlo hecho mucho antes de haber escuchado eso siquiera.
—¿Puedes dejar de gritar como una perra loca en celo?— Hellen tapó la boca de su amiga, esperando que ella terminará con el tema, no es que le molestará hablar de chicos, pero no era prudente hablar así de mi - su vecino - teniendo en cuenta que podría escucharlas.
—¿Es que no has visto su trasero? Parecen dos globos inflados con helio, para que pedir globos en mi fiesta de cumpleaños si puedo pedir los de él— Ay ya yai, Hellen se dio cuenta de que Camila no iba a parar, su amiga estaba inspirada y ella no la iba a detener, de todas maneras ya era demasiado tarde.
Había sido visto por Hellen, el color rojo en mi piel pálida, se estaba empezando a colar por mi cuello, llegando hasta mi rostro. Hellen obviamente estaba muerta de la vergüenza, pero era imposible interrumpir a esa loca y menos cuando daban esos momentos.
—Camila...
—No me interrumpas que estoy por la mejor parte, ayer lo vi en el elevador, si yo fuera tela quisiera ser la tela del bóxer que usa él, es que no lo has visto tan de cerca como yo. Sus brazos, si tuviera que amasar pan, quisiera ser la masa con la que agarra el pan. Te imaginas las cosas que él podría hacer con su lengua, yo me quejaba tanto de este edificio, pero desde que ese chico llegó estoy segura de poder quedarme aquí para siempre. Este edificio es el paraíso.
—¡Camila cállate de una maldita vez! ¡El repartidor de pizza ya esta aquí! con nuestra pizza, estúpida.
Hellen me hizo un ademan con su rostro, si, al chico que había pasado en algún momento de su candente conversación de tres menos uno a la sala. Camila me miró de pies a cabeza, yo solo la miré apenado, y ella solo estaba buscando algún lugar donde la tierra fuese capaz de tragársela y no devolverla nunca más.
Camila y Hellen no eran feas, es solo que Hellen era demasiado reservada y Camila demasiado lengua larga, si, a mi -claramente- me gustaban las del tipo de Camila.
Vielen Dank für das Lesen!
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