Su respiración se va ahogando a medida que corre. Con mucho esfuerzo logra mantener algo de aire en los pulmones que arden en respuesta. Sus pies duelen al punto que cree que los perderá, y el arma que lleva atada a un lado de su pantalón es demasiado pesada para él. Pero está bien, no importa, nada de eso importa, no puede mirar atrás, está prohibido mirar atrás. Es la regla número uno; nunca mires atrás, nunca frenes, no importa quien se haya quedado. Y así lo hace, corre y corre. Sus pies descalzos, dejan huellas de sangre a su paso, el maltrato ha hecho estragos en ellos.
Un edificio más adelante, algo pequeño, parece que en otra época sirvió de tienda en medio de todo este bosque, es un buen lugar para detenerse ¡Sin mirar atrás! ¡recuerda, sin mirar atrás! Agudiza su oído, y siente que las pisadas están más lejos. Tiene algo de ventaja. La puerta del destartalado almacén está cerrada, con sumo cuidado la golpea un par de veces para ver si algo se mueve en su interior, nada. Una buena señal. Aunque muy raro encontrar lugares como este desocupados, siempre hay uno o dos merodeadores esperando.
Una vez adentro, se desploma en el sucio suelo, desamarra el arma de su pantalón y la deja reposar al lado de él. Sus pies son un desastre, pero no hay nada que pueda hacer ahora mismo, solo esperar volver a salvo y entonces allá lo curaran. Cada vez son menos personas, van desapareciendo uno a uno, dejando atrás solamente el recuerdo y la añoranza. Una lágrima solitaria recorre su mejilla, la limpia bruscamente. A sus cortos doce años de edad, ya no es un niño, no tiene permitido serlo; el mundo donde los jóvenes jugaban en la calle, escuchaban música o compraban videojuegos, ya no existe, todo se fue el diablo, y aquí está él , ocultándose en una tienda abandonada con un revólver de verdad.
Ruidos. Algo suena afuera, lo ha encontrado. Sus pies, aún no han reposado lo suficiente. Se incorpora pesadamente, sosteniendo el revólver con ambas manos. Ya puede escuchar los suaves gruñidos a través de la puerta. Se asoma por una esquina de la ventana y la ve. La blusa azul hecha jirones, los jean, llenos de lodo, su cabello aún atado en una cola alta. Su piel, manchada de azul, sus venas todas visibles, sus ojos rojos como la sangre, los síntomas claros de la enfermedad. Su madre había sido mordida y él la dejó atrás. No miró atrás, como ella hubiese querido ¿ verdad?
Ahora ahí estaba ella, esperándolo afuera para hacerlo desaparecer; no su cuerpo, sino su mente. Volverse una criatura sin voluntad, atacando a todo lo que tuviese enfrente. ¿ Sería más fácil salir y ponerle fin a todo este sufrimiento? ¿ Estar con su madre no importa la forma? Lentamente abre más la ventana, las lágrimas vuelven a rodar por su mejilla pero esta vez no las limpia. Ella lo ve, y él no puede evitar sentir el corazón arrugado. La mujer gruñe y gira un poco su cabeza como un ave cuando ha localizado su presa. Golpea su rostro insistentemente contra el grueso vidrio, no resistirá mucho; el cristal va quedando manchado de sangre con cada golpe.
El tiempo parece detenerse a su alrededoren el momento en que él toma una decisión,levanta el arma y le dispara entre los ojos. Corre, corre sin mirar atrás.
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