verolacassie Verónica Lacassie

Vivencias, como su nombre lo indica, es una recopilación de varias historias de vida, algunas de las cuales me tocó ser protagonista y en otras sólo observadora. Son basadas en hechos reales, con nombres falsos, un toque de fantasía y otro tanto de subjetividad.


Lebensgeschichten Nicht für Kinder unter 13 Jahren.
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Najoua

NAJOUA

Tanta gente emigra buscando mejores horizontes. En el intento algunos dejan la vida, corren riesgos desmesurados, pero quizás piensan que vale la pena, ya que lo que abandonan no es vida, o es vida sin esperanza, que viene siendo lo mismo. Entre los pueblos que emigran con facilidad, para los que emigrar es casi una segunda naturaleza, se encuentran los libaneses. Los hay en los lugares más recónditos del mundo. ¿Cómo sobreviven? ¿Por qué no se desalientan como los demás emigrantes, cuadro el espejismo se desvanece y descubren que ese El Dorado tan lejano no era tan dorado, pero sí tan lejano? Quizás su secreto reside en que se adaptan al nuevo medio en la medida en que ese medio les ofrece oportunidades de prosperar, de surgir, sobretodo económicamente, pero sin perder nunca sus tradiciones, sus costumbres y sus hábitos culinarios. También es cierto que es un pueblo con un gran sentido de familia, el hombre se apoya en ese pilar que es la familia para avanzar, ese es el pilar que lo ayuda a superar todos los obstáculos.

Un día nos encontrábamos con mi esposo en un pueblito perdido del sur de Chile, allí donde pasaba las vacaciones con mis abuelos cuando era pequeñita. Es un pueblo pequeño, junto a un lago y al fondo del lago un volcán cubierto de nieves eternas. Un paisaje precioso, que dicen sólo se compara con los paisajes suizos. Como decía, íbamos por el centro del pueblo, si se le puede llamar centro, ya que consta de una sola calle principal, cuando escuchamos música oriental. Mi esposo me preguntó, bastante extrañado, « ¿De dónde viene esa música? » Allí, perdido desde hace siglos se encontraba un libanés con una tiendecita de telas.

Cuando llegué a Marruecos Najoua fue mi primera amiga, y nuestra amistad duró nueve años, nueve años de confidencias, de llantos, de risas, de tantas cosas compartidas. Llegamos al mismo tiempo, llevábamos el mismo tiempo de casadas, y ella se quedó embarazada al poco tiempo de llegar. Yo ya esperaba a mi hija. Descubrimos, además que habíamos crecido escuchando la misma música, admirando a los mismos actores, viendo las mismas series en la tele, tantas cosas que hacían que la comunicación entre las dos pasara sin problemas. Extraño, cuando se piensa que nacimos en dos extremos del mundo, yo en Chile y ella en el Líbano, tan lejos la una de la otra.

Al llegar a Marruecos mi marido tuvo algunas ofertas de trabajo en la banca y se decidió por el mismo banco en el que encontró trabajo el marido de Najoua. En ese entonces uno de mis problemas era conseguir medias, ya que, aunque no es un problema existencial, sí era un problema bien concreto y urgente. Estaba embarazada, tenía frío, un frío como nunca había sentido en Francia, ya que allí aunque el termómetro marcara temperaturas bastante más bajas que en Marruecos, las casas estaban equipadas para afrontar el clima. Casablanca es muy húmedo, la gente no calefacciona, o poco, con calentadores pequeños que calientan poco y nada, ya que creen que si calefaccionan se enferman. En fin, que en ese entonces había cosas que en Europa yo daba por sentadas, que nunca se me habría pasado por la mente que extrañaría, y aquí esas mismas cosas era un problema conseguirlas. Entonces mi marido me dijo que su nuevo amigo tenía una esposa libanesa y ella traía medias para vender, siempre con ese espíritu comerciante. Así fue como nos conocimos.

Era la primera y única amiga que tenía en este país. Tantas cosas nos unían, y además vivíamos cerca, a dos esquinas. Teníamos tantas cosas en común, pero los maridos eran muy diferentes. Yo habría pensado que ella tendría menos problemas de adaptación, siendo musulmana y hablando árabe, y en realidad fue al revés. Ella se casó sin haber visto nunca a su familia política. La boda se realizó en El Líbano, con mucha pompa, y a ella no asistió nadie de la familia del marido. Ellos se habían conocido en París, cuando los dos eran estudiantes. Él era un estudiante pobre y se quedó deslumbrado con el nivel de vida que ella llevaba. En ese entonces los negocios del Padre de Najoua iban viento en popa. Se dedicaba al cambio de divisas. Ella se lo puso todo en bandeja, piso en un barrio « chic » de París, viajes por Europa, vacaciones románticas en Venecia, tantas cosas que hasta entonces a él le habrían parecido inaccesibles. Por su parte ella encontraba un compañero, alguien que parecía interesarse en ella y que le demostraba cariño y admiración. Hay que reconocer que ella es encantadora pero feíta, bastante feíta, es lo primero que llama la atención de los que la conocen. Yo reconozco que no es una belleza, pero tiene una sonrisa tan bonita, su rostro refleja tanta bondad, que es fácil olvidarse de su fealdad física. Es posible que él se haya enamorado de ella por todas sus cualidades, sinceramente, aunque el envoltorio haya ayudado.

Como decía, nuestros maridos eran muy distintos. El marido de Najoua era el único de su familia que tenía una educación universitaria. La madre y hermanas eran analfabetas, vivían en medio del campo en condiciones bastante rudimentarias, ni siquiera tenían acceso al agua potable. Un hermano había montado una fábrica con la que había conseguido una situación holgada, pero seguía siendo muy burdo. Al principio la familia la recibió con los brazos abiertos, ya que traía regalos para todos, sobretodo joyas y oro, y con eso los encandiló. Hasta le besaban la mano. Con el tiempo, cuando vieron que no podían sacar nada más de ella, empezaron a encontrarle todos los defectos. Hablaba raro, como « esos » orientales, esos de las series de televisión. Tenía gustos caros, iba a arruinar al marido. No sabía cocinar como ellos, no se ocupaba de su marido como correspondía, etc. etc. Incluso llegaron a calcular, cuando nació su hija, cuántos pañales desechables usaba por día y la fortuna que eso representaba para alguien que ganaba lo que ganaba el marido, un ejecutivo de banco, con más estatus que dinero en el banco.

Por las tardes ella venía a verme y hablábamos horas, planeábamos cómo decorar nuestras futuras casas, las habitaciones de los bebés, hacíamos infinidad de planes, de forma muy inocente, ya que no teníamos nada que envidiarnos. Sin embargo, cuando ella llegaba a su piso, él la obligaba a bajar de un porrazo de la nube en que se encontraba. Empezaba a gritarle en medio de la calle que dónde había estado, que cómo salía por ahí vestida como una puta, que qué se creía, que él llegaba y no encontraba nadie para atenderlo. Ella se sentía humillada cada vez que le hacía escenitas frente a los vecinos. Cuanto más él gritaba más disminuía la parcelita de auto-estima que le quedaba en su cabecita, y los gritos iban acallando poco a poco esa otra vocecita que le decía que ella sí valía mucho y se merecía respeto. Con el tiempo los gritos acallaron por completo esa otra voz y llegó a creerse que probablemente se merecía lo que le sucedía. Él llegó hasta el extremo de encerrarla con llave cuando se marchaba a trabajar, así se aseguraba que no saldría. Es posible que esas reacciones desmesuradas se hayan debido al hecho que se sentía engañado, no por ella, por las circunstancias, había vuelto a su país con un diploma en el bolsillo, pensando que se le abrirían todas las puertas, y todos sus sueños se desvanecían. La vida era muy cara, no tenía ni siquiera los beneficios de los que gozaba en Francia como estudiante. Tenía que mantener una mujer, ya no era ella la que le daba una vida de ensueño. Ella estaba embarazada, la familia le reprochaba que la mujer le gastaba demasiado, que no era una buena inversión, ya que no trabajaba y no sabía hacer nada.

Hay hombres que resisten mejor a la presión familiar, y supongo que fue el caso de mi marido. Nunca dejó que nadie interfiriera en nuestras cosas. En cambio al marido de Najoua la familia se encargaba de recordarle constantemente que ellos le habían enviado a estudiar, que estaba en deuda con ellos.

A los pocos meses mi marido dejó de trabajar en el banco. No sé si habrá influido el hecho de que yo lloraba casi todos los días, de impotencia, de desesperación. Lo que él ganaba no nos alcanzaba ni para llegar al décimo día del mes. Yo tenía muchos gastos médicos, que no me reembolsaban, y mi hijo pequeño tenía problemas de salud porque le costaba adaptarse al clima. Habiendo trabajado tantos años en Naciones Unidas, seis en América Latina y diez en Francia, y habiendo sido privilegiada, ya que me reembolsaban todos mis gastos médicos en cualquier parte del mundo, de pronto me sentía completamente desvalida. Me daba la impresión que vivía retirando dinero de Francia, de la indemnización que recibí al marcharme de Naciones Unidas. Veía que mis economías disminuían día a día y que no ingresaba nada. Muchas veces, al verme desesperada, mi marido me dijo que si no lograba acostumbrarme nos marcharíamos de vuelta a Francia. En ese entonces le ofrecieron otro trabajo. Se trataba de escribir libros técnicos sobre temas fiscales y legales. Decidió intentarlo, ya que en ningún caso podía ser peor que el trabajo que tenía en ese entonces. Además, aunque él no se quejara, yo sentía que tenía dificultades de adaptación, le costaba trabajar en una administración con la que no siempre estaba de acuerdo, a la que le encontraba muchos fallos, y recibiendo órdenes de gente que no tenía su preparación y no merecía su respeto. Y se puso a escribir…

Gracias a Dios nos fue bien. Nos alcanzaba para vivir y además ahorrábamos bastante. Cuántas veces saqué de apuros a Najoua, dándole dinero para la guardería de la niña, para pagar la factura de esto o aquello antes de que llegaran a cortarle la electricidad, o simplemente para llegar a fin de mes. Yo entendía perfectamente lo que era vivir en esa situación, aun cuando siempre había tenido una salida.

Cada año los padres le enviaban los billetes de avión para que fuera de vacaciones al Líbano. Cada año se marchaba pensando que no regresaría nunca más a Marruecos. Una vez allí se daba cuenta que no podría vivir eternamente a cargo de sus padres y que no conseguiría trabajo fácilmente, y acababa regresando. Pienso que también se sentía ligada a su marido de una forma un tanto enfermiza, él se había fijado en ella, quizás ningún otro hombre le volvería a demostrar interés. Aquí vivía mal, pero era su vida, su casa, y allí tenía que agachar el moño y aceptar que su madre le dijera que se había vuelto floja, que pasaba echada como los marroquíes, que le faltaba dinamismo…

Nosotros habíamos logrado hacernos de un colchoncito, y decidimos comprarnos un piso. Nos mudamos y ya no estábamos tan cerca, pero igual me llamaba todos los días para quejarse y contarme sus penas. Yo la escuchaba durante horas, me mordía la lengua para no decirle que el marido era un patán, un imbécil, y que no sabía cómo lo aguantaba.

Después que nació su hija, a la que la mía le llevaba un par de meses, se volvió a quedar embarazada. El marido se sintió acorralado y quiso que ella abortara. El médico estuvo de acuerdo, ya que opinaba que embarazos muy seguidos perjudican la salud de la madre. Eso es algo curioso aquí. A pesar de que la gente es muy religiosa para ciertas cosas, en eso no tienen los mismos prejuicios ni el mismo sentido de culpabilidad que los cristianos. En ese entonces los médicos realizaban abortos con mucha facilidad y nadie les pedía cuentas. Luego hubo un escándalo nacional, ya que un comisario de policía, que se aprovechaba de chicas jóvenes haciéndoles chantaje para otorgarles el pasaporte, se dedicaba a producir películas pornográficas. Para eso tenía un piso en el centro de la ciudad con todo el equipamiento necesario. Aparentemente las películas eran fuertes, tan fuertes que los asistentes al juicio al que lo sometieron debían abandonar la sala sacudidos por vómitos cuando las veían. Ese comisario tenía un cómplice, un ginecólogo francés, que les remendaba la virginidad a las chicas, que en su mayoría eran menores de edad. Dicen las malas lenguas que el rey tuvo conocimiento de esas películas a través de alguien de su entorno que las había visto y, como se acumulaban las denuncias de padres cuyas hijas habían sufrido vejaciones de parte del depravado, la policía se vio obligada a intervenir. El juicio fue seguido por todos los marroquíes como si de una teleserie se tratase. Los periódicos no hablaban de otra cosa, era el tema favorito de los hombres en los cafés. Decían que la gente se agolpaba frente a las casas, en plural, del comisario para apedrearlas. Hasta el rey hizo referencia al suceso en uno de sus discursos, sin mencionar el nombre del depravado, ya que dijo que el sólo pronunciar su nombre le ensuciaba la boca. Finalmente lo condenaron a muerte. En Marruecos aún existe la pena de muerte para ciertos delitos y no me parece mal en casos como este en que su culpabilidad no dejaba ningún lugar a dudas. Al ginecólogo le dieron veinte años de cárcel. Durante años su mujer estuvo intercediendo ante el gobierno francés para que le conmutaran la pena. Gracias a la intervención del propio Presidente francés logró salir, discretamente, al cabo de unos años. Ese episodio hizo que los médicos, en general, estuviesen menos dispuestos a ejecutar ese tipo de operaciones con el mismo relajo de antes.

Volviendo a Najoua, esa vez pudo obtener un aborto, pero la siguiente vez que se quedó embarazada tuvo a su hijo. Pasaron algunos años y la situación con su pareja no variaba de un ápice. Algunos días eran menos malos que otros. Lo que puede haber cambiado, al menos en la mente de Najoua, fue concebir la sospecha de que su marido la engañaba. Un verano, a poco de haber regresado de El Líbano, una noche muy tarde una chica tocó a su puerta. A ella le extrañó, sobre todo cuando la chica en cuestión pretendió ser una « alumna » de su marido. A Najoua, aunque fuera muy ingenua, le pareció muy raro que una alumna se presentara a esas horas de la noche, sobretodo en una sociedad musulmana. ¿Además, qué tipo de confianza le había dado su marido a las alumnas para que se presentaran cuando se les antojara en su casa? A esta altura tengo que contarles que el marido ya no trabajaba en el banco. Después de vivir durante años en una situación muy precaria, pidiendo dinero prestado a los amigos, a los padres, a los amigos de los padres, en fin, a quién tuvieran a mano, él decidió dejar su trabajo en el banco y aceptar un ofrecimiento del padre de Najoua.

El padre de Najoua tenía un amigo en El Líbano que se dedicaba a la torrefacción de café y de frutos secos. Le propuso al marido de Najoua que solicitara un crédito en el banco donde había trabajado, un crédito muy ventajoso para jóvenes empresarios con una tasa de interés muy baja, e importara la maquinaria necesaria para la torrefacción. Luego pasaría un par de meses en El Líbano para aprender el oficio. Así lo hizo. Sin embargo, como al principio el negocio no daba mucho y había que reembolsar el crédito, se vio obligado a trabajar como profesor en algunos institutos privados de estudios comerciales. Compaginaba las dos cosas, más mal que bien, pero lo intentaba. La verdad es que le daba gusto decir que era « profesor universitario », ya que sonaba mejor que decir que era comerciante.

Como decía, Najoua tenía sus dudas sobre la fidelidad del marido, y la verdad es que yo siempre las tuve, aunque me preguntaba quién podía ser suficientemente tonta para fijarse en semejante idiota. En fin, que sobre gustos no hay nada escrito y, como él siempre pretendía tener más de lo que tenía, alguna incauta ha podido llegar a creérselo.

Quizás Najoua decidió que la única forma de acorralar al marido era quedándose embarazada nuevamente. No es de extrañarse, ya que muchas mujeres razonan de esa manera, no se dan cuenta que en realidad acaban acorralándose ellas mismas. En una visita al médico se hizo retirar el dispositivo intra-uterino para que su organismo descansara antes de colocarse uno nuevo. Fue posponiendo la cita para colocarse otro por innumerables razones, hasta que se quedó embarazada nuevamente. Ha debido ser inconscientemente a propósito. Una vez segura de estar embarazada, no le dijo nada al marido, temía que si él se enteraba antes de que pasaran tres meses, la obligaría a abortar. Ella estaba segura que él no quería más hijos.

Pasaron más de tres meses antes de que decidiera ir al médico. Entretanto estuvo bastante enferma con una gripe muy fuerte. Cuando finalmente vio al médico, ya era muy tarde para hacer ciertas pruebas que indica si hay algún riesgo de que el niño no sea normal. Fue un embarazo bastante accidentado. Cuando le quedaban un par de meses para dar a luz, empezó con problemas de híper-tensión.

Yo pasaba por su casa a menudo, le repetía incansablemente que no debía hacer esfuerzos, tampoco mucho ejercicio, ya que el médico le había dado reposo absoluto. Ahora que lo pienso, en ese entonces me extrañó que el marido siempre estuviera presente, pero aparte extrañarme no le di mayor importancia. A lo más pensaba « este no trabaja nunca ». « ¿Es así como va a sacar adelante a su familia? »

Se acercaba la fecha del parto. Una noche, como de costumbre, llamé para saber cómo se encontraba. Me contestó su hija y me dijo que su madre estaba en la clínica, que llevaba dos días ingresada. Yo no entendí nada. Quería saber por qué no nos había avisado. La niña me pasó al padre. Él me dijo, aparentemente muy acongojado, que había habido un problema, Najoua estaba bien, pero el bebé no había sobrevivido. Me dijo que el bebé se había « secado ». Yo seguía sin entender nada.

Llamé a mi amiga Seloua, que es una amiga común, y le conté lo sucedido. Ella decidió ir a visitarla inmediatamente, pensando que Najoua nos necesitaba. Llamó al marido y él le dijo que no quería que fuéramos a verla por el momento, pero Seloua hizo caso omiso. Ella llamó a un amigo libanés que era estudiante de medicina y le pidió que la acompañara. Al llegar a la clínica encontraron a las enfermeras cuchicheando que la niña no era normal, que tenía alguna malformación en la cara y había nacido muerta.

Najoua no pudo negarlo, aunque hubiese sido su intención, ya que Seloua estaba al corriente. Le pidió que por favor no le dijera a nadie que el bebé no había nacido bien, agregando que su marido no quería que nadie se enterara.

A esta altura la cosa se complica y se vuelve bastante torcida. Seloua me dijo que había habido un problema con el bebé, pero no me dijo que Najoua lo supiera. Yo creía, inocentemente, que el marido se lo estaba ocultando. En realidad, me habría gustado seguir creyéndolo, así Najoua no me habría decepcionado.

Aparentemente ella se marchó a la clínica cuando sintió los primeros dolores. El ginecólogo le pidió a la enfermera que le avisara cuando llegara el momento del parto. Según Najoua, no la conectaron a ningún tipo de máquina para saber cómo evolucionaba el bebé, la enfermera se limitaba a pasar cada tres horas para escuchar los latidos y luego se marchaba. Cuando ya no escuchó más latidos, llamó al médico. Él se presentó y dictaminó que el bebé estaba muerto. Dijo que iba a colocarle suero para inducirle el parto. Debe ser horrible para una madre saber que su bebé está muerto, aún más terrible pasar por todos los dolores del parto sabiendo que se dará a luz a un ser sin vida. El médico podría haberle evitado ese dolor haciéndole una cesárea. ¿Si ella llegó a la clínica con dolores, habiendo perdido el líquido amniótico, por qué él esperó tanto tiempo sin hacerle una cesárea? ¿Por qué estuvo tanto tiempo desatendida? La única respuesta posible es que todo fue premeditado.

Cuando la fui a ver el marido estaba presente, obviamente. Seguro que le habría ido mejor en la vida haciendo teatro, ya que para eso no se arrugaba. Hasta lloraba mientras me contaba que en el cementerio, cuando fue a enterrar al bebé había sentido un gran desamparo, algo indescriptible, primitivo, allí se trataba simplemente de un ser humano sufriendo, no existía el « doctor en economía ». Aún en esos momentos seguía siendo arribista y cursi. Ella parecía muy afectada, aunque me extrañó cuando me contó que sólo un par de días antes de dar a luz había comprado las cosas que le piden en la clínica para atender al bebé. Algo me quedó dando vueltas, me extrañaba de Najoua, ella no habría dejado esas compras para el último momento. Me dio mucha pena verla sufriendo. Para colmo de los males, me contó que su madre había tenido un accidente y no podría viajar a acompañarla. El marido, tan preocupado y cariñoso, el pobre, no había querido contarle antes para no preocuparla. Agregó que su hermana intentaría viajar para estar con ella en esos momentos tan difíciles.

Unos días después llegó la hermana y se mostró muy extrañada por la forma en que había sucedido todo. Insistía en que el médico tenía la culpa y que debían demandarlo. Najoua decía que no tenía sentido, ya que eso no les devolvería al niño.

Pasaron los días y en una ocasión, hablando con la hermana por teléfono, le sugerí que le dijeran a Najoua que su hija no había nacido bien, así quizás se consolaría pensando que todo en la vida tiene su razón de ser, aunque no lo comprendamos en el momento. No hice más que colgar y el marido me llamó para reclamarme. Gritaba de forma furibunda con qué derecho yo le había dicho a la hermana que el bebé no había nacido normal, que no era asunto mío, y una serie de cosas que ya ni recuerdo. En el fondo yo oía la voz e Najoua intentando calmarlo y finalmente le arrebató el teléfono y se disculpó por la actitud del marido. Me dijo que él no quería que nadie supiera que el bebé venía con problemas, que habían previsto que hubiera un cirujano en el momento de dar a luz para operar al bebé. Quizás él le hizo creer que harían todo lo posible por salvar al bebé, o al menos me gustaría creer que así fue. Me pidió disculpas por no habérmelo contado antes, y entonces recordé la cantidad de veces que la fui a visitar y el marido no nos dejó solas ni un minuto. Hasta había llegado a pensar que él había cambiado, que estaba muy preocupado por su mujer.

Hoy en día pienso que puedo perdonarle el no haberme contado nada, era su derecho y estaba bajo la presión del marido. Sin embargo, lo que no puedo perdonarle, es que ella y el marido lo hayan planificado todo con la complicidad del médico. Creo que si el bebé venía mal probablemente habría muerto al nacer, pero no era necesario intervenir para asegurarse de que no sobreviviría. No puedo aceptar la idea de que ella haya podido hacer eso fría y calculadoramente.

Unos días después el marido pasó por la oficina de mi esposo para disculparse, pero mi esposo no quiso recibirlo. Mi esposo es muy tranquilo, muy equilibrado, pero le pareció inadmisible que el marido de Najoua me haya gritado insultos por teléfono, ya que él nunca habría actuado así con ella. Mi esposo pensaba que yo no debería haberme metido donde no me llamaban, pero eso no justificaba en absoluto la actitud del marido. El marido de Najoua intentó un acercamiento un par de veces más, pero no hubo caso, mi marido no quería saber nada. Creo que él también se sentía engañado. Cuando se enteró que el niño había nacido muerto le ofreció toda la ayuda que necesitara para hacer los trámites y estar a su lado en el entierro. Le daba pena que fuera a estar solo en esos momentos, y no comprendió por qué el otro rechazó todo tipo de ayuda. La única verdad es que no quería que nadie se enterara que el bebé no era normal, ese era un golpe muy duro para su orgullo masculino.

Han pasado unos años y he sabido que ella sigue igual, él también, la relación entre ellos no ha variado, siguen teniendo los mismos problemas, y me pregunto si una prueba como la que atravesaron los unió más o acrecentó el rencor que ella siente hacia él. Yo sólo sé que perdí una amiga y que aunque me haya desilusionado, no olvido los buenos momentos que pasamos juntas.

18. August 2020 19:49 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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