E
Edwin Diaz


Muestra del comportamiento del monarca Tarchetti ante la República de Etria.


Historische Romane Nicht für Kinder unter 13 Jahren.

#cuento-corto #historico #acción #reinos
Kurzgeschichte
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Tres Horas

Sujeté los panfletos y en ellos reposaban el águila y la moneda azul resaltando en la telilla negra de fondo. No leí ni una sola frase de los anarquistas. Aventé la propaganda al suelo y la escupí una y otra vez. Asomé la cabeza hacia el exterior del palacio, observé los jardines y más allá de las fuentes de ángeles y querubines tallados, a los trescientos metros de distancia, se encontraba la muchedumbre acompañada de los símbolos anárquicos que meses antes proclamé como insurrectos. Empuñe el arma de protección, pensando en disparar, pero la distancia lo impedía. Los perros del fortín central de Gaia se encontraban entre los agitadores, renegados conjurados por una patria que nunca existió y que jamás existirá mientras mis pulmones tengan oxígeno y mi corazón bombee sangre real.


Retorné la mirada a la bandera de Etria, franjas negras diagonales que forman la V de Valerio Tarcheti y las tres coronas de oro sobre ellas, el blasón de la casa Tarcheti, soberano de la teocracia etriana desde el siglo XIX. Durante aquellos años la relación con occidente era buena, “socios”, decía la reina Victoria en sus encuentros con Valerio en este mismo palacio. La relación entonces se entretejió en los intereses monárquicos sobre el Canal Ruerte que conecta con las rutas marítimas de Asia. Después de décadas de progreso las nuevas rutas quebraron los acuerdos y los destructores británicos rondaron las costas de Etria hasta el mandato de la reina Isabela. Isabela fue más voraz y persuasiva que todos los monarcas juntos, mandó a su peón con un sobre estampado con lacre negro que anunció el desconocimiento de los Tarcheti.


Los perros se movilizaron hace cuatro meses, asaltaron las guarniciones y los aeropuertos, rayaban las casas señoriales con su maldita águila y su puta moneda azul que personifica la inexistente república, se multiplicaron como ratas hasta llegar a las puertas del palacio que me vio nacer.


Un militar se acercó a mí con su fusil y estando a unos metros azotó el pie derecho y asentó la mano en la frente.


“El almacén tiene el veinte porciento de capacidad, cuando mucho unas tres horas con los M-50 hasta que se agoten, su gracia”, dijo el soldado.


“Tres horas son suficientes. Serán seis descargas de los A-10, una cada treinta minutos”, expliqué.


“Cobertura de cuatro minutos durante la ofensiva aérea, cuatro minutos cada media hora ¿En cuál le gustaría evacuar?”


“En la última, hasta el último toque de gatillo, hasta escuchar el ultimo tronido de las torretas aliadas y los huesos enemigos.”


“Hasta la última su gracia, tres horas”, dijo el soldado y se retiró de la habitación.


Retrocedí de la ventana y me senté en el único sofá azul con tiras de plata en sus empuñaduras, los cuadros alegóricos como la tradicional mesa etriana de cristal y mantel azul oscuro que adornaba la habitación o el cuadro del espaldarazo de Edmund Blair Leighton que quedaba al frente del asiento en el que me reposé a meditar el futuro, engallaban la estancia. No encontré mucho porvenir, salvó el anonimato en el extranjero, un Rey exiliado. Un Rey sin trono. La pesadez de la muerte no fue mayor a la deliciosa ansiedad que reposaba en mi vista y en mi mente esperando la primera descarga de torretas.


Veinte minutos pasaron y ordene a René repartir el vino entre los oficiales y asegurar una porción de un galón para mi ingesta. Poco después la porcelana vibró y se escuchó al primer pájaro trinar sus treinta milímetros. Recogí la copa de vino y esprinté a la ventana, los perros de Gaia huyeron a las oficinas burocráticas que les servía de protección, se ausentaron cuatro minutos y regresaron a la ofensiva.


Retorné al sofá azul y carcajeé, luego bebí, fumé, observé de nuevo la obra de Edmund y finalmente ordené a René que rellenará la copa. La segunda descarga llegó a los veintitrés minutos, esta vez la porcelana se quebró, fue tan rápida que cuando miré por la ventana solo logré ver los motores Turbofán ascendiendo.


El militar entró de nuevo a la habitación y saludó.


“Su gracia, los A-10 solo harán cuatro vuelos, el problema es el combustible, entre el transporte y el peso relativo de sus majestades los cálculos no fueron los correctos. Las tres horas del almacén del palacio no varían, pero solo tendremos dos vuelos de los A-10, ¿Aún quiere esperar el último sobrevuelo?”


Caminé al soldado, sujeté el arma y le disparé en el corazón. Rene emitió un pequeño ruido, le miré suavemente y señalé, “más vino”, René se apresuró a recoger el cántaro, acercó la copa y dejando caer pequeñas gotas de líquido la llenó. El soldado yacía muerto, era un buen soldado, pero no lo suficiente para salvaguardar el legado Tarcheti, “se suicidó”, dije a Rene.


Antes del tercer sobrevuelo, los perros de Gaia traspasaron las tropas de los muros y entraron al recibidor, fueron recibidos por una fila de buenos hombres que los saludaban con plomo y cobre. Los perros, vertiginosos y hambrientos de matar, asesinaron a los hombres del vestíbulo, subieron las escaleras y masacraron a los huéspedes del palacio a pisotones. Del pasillo que conectaba a la habitación se escucharon los cráneos crujir y después el sonido de las botas se acercó hasta topar con René a quien no demoraron en asesinar .


Finalmente entraron, Cortez calmó a sus perros que ladraban sentencias contra su amo. Cortez, comandante de Gaia se acercó con su rifle.


“La monarquía termina aquí”, dijo Cortez


“¿Qué tiene de diferente una república?”


“Libertad”, respondió.


“Entonces que sean libres, porque las repúblicas nacen de la sangre, pero la monarquía de Dios”.

28. Juli 2020 20:19 0 Bericht Einbetten Follow einer Story
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Das Ende

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