Es difícil obtener el valor para hacerlo, mirar hacia el frente y saltar. Por delante sólo se ve el infinito azul del cielo, tan claro y tranquilo. Las nubes blancas parecidas a algodón de azúcar, danzando de a poco con el viento que las mece como a un bebé en su cuna y van tomando formas graciosas mientras avanzan.
Allá, en el horizonte, los tenues rayos de luz se asoman sobre la cordillera anunciando un nuevo día. Va llegando la hora y es tiempo de hacerlo, no es posible aplazarlo más, ha llegado el momento, después de todo hubo una ardua preparación, meses y meses de entrenamiento para llegar a este día.
Hace algún tiempo atrás, una chiquilla flacucha y desnutrida, peleando por un trozo de pan en las calles, urgando en la basura por algo que llevarse al estómago.
Vagando por Mármara, una pequeña ciudad escondida en el bosque Wanderlust, Lianys sólo se preocupaba por sobrevivir un día a la vez, sigilosa entró a ese cuartito de adobe que no combinaba en nada con la casa Galeón, una gran mansión rodeada por una reja baja, trabajada por un maestro herrero que gustaba de entrelazar dragones de distintas formas. Un camino de piedra atravesaba el gran jardín lleno de Lisianthus de todos colores hasta llegar al pórtico, compuesto por dos imponentes columnas blancas, vigilantes de la gran entrada de caoba enmarcada por el blanco marfil de dos dragones esculpidos a los costados, cada uno en dirección opuesta al otro, labrados desde la base para encontrarse de frente con una mirada retadora, justo por encima de la magnífica puerta. Los grandes ventanales dejaban ver al interior un gran comedor que se extendía hasta la estancia, en dónde a diario se servían grandes banquetes, dignos de reyes. Una familia adinerada y bien vestida se dejaba ver por las tardes en el precioso jardín que rodeaba la casa después de dejar el gran salón comedor, daban algunas vueltas ostentando su poderío.
En el patio trasero, en el rincón más lejano se encontraba ese pequeño cuarto, destinado a colocar todas las sobras del día, directo desde la cocina, después de haber sido carroñadas por la servidumbre. Un cuartucho de adobe con lamina, tenía una puerta de acero negro forjado a la entrada, siempre cerrada, para evitar tentar a los vagabundos. Una pequeña abertura de no más de 40 x 40 cm en la parte superior hacia las veces de ventilación para evitar la acumulación de malos olores desprendidos por la comida putrefacta, hecha como a la medida para que Lianys entrara a empujones cada noche, silenciosa, como un león en busca de su presa, hurgaba por aquí y allá las cajas con sobras llenas de moscas, a veces, se llevaba mordiscones de las ratas que defendían lo que por derecho les pertenecía, pero valía la pena y así por ese día detendría el dolor abdominal y los retortijones que le recordaban que ese día no hubo éxito en la gran plaza central, no había logrado impresionar a ningún incauto.
Una luna llena y brillante alumbraba todo el lugar, sólo acompañada por el manto obscuro del cielo y algunas estrellas tímidas que titilaban a su alrededor, Lianys salió del cuartito y camino colina abajo por una calle empedrada y vacía, a lo lejos un borracho chocaba contra las paredes, intentaba ocultar sus alas descuidadas bajo una gran capa negra, desgastada y sucia, pero ella era muy astuta, sabía identificarlos a lo lejos, podía verlos y sentir su presencia, no sabía la razón pero algo dentro de ella le decía que debía alejarse rápidamente. Cruzó la calle y encontró un camino secundario que avanzaba por detrás de las construcciones, un pasillo reducido y hediondo destinado para transportar los desechos de los urinales hasta el río. Entró en él, se tapo la nariz e intento caminar lo más rápido posible, giro para asegurarse que el individuo no la siguiera, pudo divisar una sombra que caminaba por el callejón que poco antes había cruzado, sus latidos comenzaron a aumentar, sus pupilas se dilataron, la sombra se acercaba, una capa volando a los pies tambaleantes, Lianys quería dar la vuelta y echar a correr, pero sus piernas no le respondían, parecían clavadas en ese reducido espacio, miró sus pies, intentando hacerlos reaccionar mientras la sombra se acercaba al inicio del corredor, su respiración se agitaba poco a poco. La sombra iba reduciendo su tamaño, delatando la proximidad al callejón. Un estruendo crujió en el cielo y una ráfaga de luz le hizo compañía a la luna brillante.
Lianys volteo al cielo buscando el origen sin tener éxito, cuando regresó la mirada la sombra se había ido, sus piernas eran libres, podía moverse de nuevo, sus latidos y respiración volvían a la normalidad, otra vez la voz, esa voz diciéndole que corriera, que se alejara, que no podía esperar más.
Giró sobre su eje y echó a correr directo hasta el final del camino, vuelta a la derecha, sobre la avenida Avery hasta el final y a la izquierda para llegar al puente de piedra, cruzando el río y adentrarse en el bosque por aquel camino que cambió el empedrado por tierra y hierba hasta las altas y frondosas zarzas que ocultaban la entrada a una pequeña cabaña abandonada.
Se coló por debajo de la zarza y cruzó rápidamente la hierba alta que cubría lo que alguna vez fue un andador, entró rápidamente por esa puerta vieja que rechinaba y la cerró con fuerza detrás de ella, no podía contener su respiración agitada, su corazón latía con tal fuerza que en su pecho quedaba marcado cada espasmo, bocanada tras bocanada de aire intentaba calmarse. Se asomó por una pequeña rendija que el tiempo le había hecho a la puerta, buscando en la negrura de la noche algún indicio, algún movimiento, no vio nada.
Se acercó a un trozo de tela sucio y rasgado en el suelo, colocado estratégicamente al lado de la ventana para observar el cielo, se acostó y miró la luna y las estrellas, el movimiento de las ramitas golpeando el cristal, respiro hondo, calmó su corazón desbocado, se preguntó entonces que había pasado, quién era ese en el callejón, qué fue esa luz en el cielo, intentaba entender de dónde venía esa voz liberadora, su cansancio la alcanzó antes de poder responder o hacer más preguntas, sus ojos se perdieron en el brillo lunar, en el tiempo y el espacio, en el ir y venir de la sombra de los árboles que rodeaban aquella choza.
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