Instrucciones para dejar de llorar Follow einer Story

Ahora que tu alma ha podido desprenderse de las toxinas del día a día, te invito a dejar de llorar; o mejor, te invito a sonreír. Así, con las gotas salinas aún bañándote las mejillas y los mocos tapando la nariz.

No es difícil. Lo prometo.

Pero vamos a ir por partes. Comenzemos por descubrir la sonrisa. ¿Cómo sabes sino que estás sonriendo? Resulta que usamos hasta diecisiete músculos para ejecutarla. ¡Wow! Parecen muchos, pero en realidad no nos supone casi esfuerzo utilizarlos. No más que llorar; ¿por qué entonces parece más sencillo lamentarse?

Lo habitual para sonreír es sacar a relucir los dientes. No importa si son amarillos, si te falta uno o varios, tampoco es relevante cual bonita sea tu sonrisa, pues en los ojos de la persona indicada será un oasis de paz donde refugiarse en un día gris. Además, tendemos a responder con una sonrisa si alguien nos sonríe, por nuestras amigas las neuronas espejo (gracias a ellas también sentimos empatía). ¿No te apetece regalarle ese placer a otro ser humano?; ¿aún no? Entiendo...

Permíteme entonces adentrar en un mundo algo más familiar (para mí, claro). Cuando sonreímos, incluso sin motivo, nuestro cerebro comienza a ponernos alegres, pues entiende que existe algún motivo para estarlo. ¿No es genial? Engañar a tu propia mente. No se tú, pero a mi me apetece probar.

Si aún así no te sientes suficientemente motivado para dejar de llorar, no te preocupes, no me rindo fácilmente. Las imágenes de los últimos meses no invitan a la felicidad. Pero no todo es blanco o negro, existen matices. Esforcémonos por descubrirlos. ¿Te parece bien?

Te invito a cerrar los ojos un instante. Voy a contarte varias historias, historias recientes de heroes anónimos. Creo que las oficiales, esas que protagonizan los llevan bata blanca y se desviven cada día por nosotros son conocidas de sobra.

Imagina a un hombre que entra en el hospital acompañando a una anciana. Al cruzar el umbral de la puerta, un montón de médicos comienzan a aplaudirle, entregándole un cheque. ¿Por qué hacen eso? Te preguntarás. Ese hombre, de mediana edad y complexión fuerte, decidió llevar a pacientes gratis en su taxi durante la cuarentena. Sin esperar nada a cambio. Solo por querer ayudar. Hermoso, ¿verdad?

Pero hay más.

En España, todos los días a las ocho de la tarde la gente sale al balcón de su casa para aplaudir a los heroes de la pandemia. En una de esas casas, vive un hombre mayor con alzheimer que toca una harmónica. Su mujer le ha hecho creer que los aplausos que se oyen de los vecinos son para él, para que siga tocando. Pero eso no es lo mejor de esta historia. Pues se hizo viral y gracias a ello, los vecinos comenzaron a aplaudir de verdad al señor, animándole así para continuar con su melodía, esta vez con un público real. Tan simple y a la vez tan bonito. ¿No es para sonreír?

¿No? Bueno, no hay problema.

Quizá lo que necesitas es hacer algo por los demás para sonreír. Tal vez, provocar la sonrisa en otro haga que las lágrimas desaparezcan, aunque sea durante unos breves minutos. ¿Y si comienzas a escribirle cartas a las personas que están ingresadas en los hospitales? ¿Y si sales a comprar para evitar que tu vecina, esa que ya lleva muchas primaveras a cuestas, no tenga que arriesgarse? Te invito a probar. Estoy segura de que si no sonríes por ti mismo, serán esas neuronas espejo, nuestras amigas, las que te hagan sonreír al ver, o imaginar, las sonrisas de aquellos a los que ayudes.