—¿Cuántos dedos ve? —preguntó el doctor al maltrecho recién llegado a Urgencias. —Veo incluso el anillo en su meñique —tranquilizó el paciente, frunciendo levemente las cejas. —¿Recuerda su nombre? —No solo eso. También sé cómo se llama usted —el paciente se vino arriba. —Se supone que no nos conocíamos —corrigió el médico. —La placa cosida a su bata le ha delatado, “doctor”. Todos en el set de grabación rompieron a reír. La dramática escena de la película de acción había mutado en comedia.

Me sorprende como es que cuando piensas que ya no queda mas, la vida te enseña algo nuevo.

Nunca pienses que porque el payaso se ríe contigo es porque te estima. La confianza no es un lujo del que puedes andar por ahí obsequiándo sin medidas. Hay quienes juegan en tu contra y se necesita estar alerta para que no lamentes después no haber reacionado antes. No pienses que todos tienen el mismo corazón que tú y que por eso van a reacionar igual que tú. Vaya sorpresas y decepciones que da la vida pero sobre todo duras lecciones. No te dejes engañar y mucho menos usar.

—Buenos días, al aparato Carmen, operadora de Symphonic. ¿Con quién hablo? —¿Es una orquesta? Mire, le soy sincera, desconfío por sistema de estas cosas. —Es una empresa de telefonía. Disculpe. ¿Me permite una pregunta antes de colgar? —Diga. —¿Usted es Carmen, como yo? Una súbita inspiración afinó la memoria auditiva del corazón a ambas. —¡Tú debes ser Carmiña! —se lanzó al vacío. —¡Sí! Y tú eres Carmeta —completó la operadora. —En el cole nos rebautizaron para distinguirnos —dijeron a coro.

Al salir del supermercado Lucía reconoció su coche, pero no la plaza de aparcamiento. Su corazón bombeó horchata fría: se había dejado la puerta abierta y la llave de contacto puesta. Las explicaciones se daban codazos en su mente. «¿Estoy perdiendo el “oremus”?» La realidad llegó envuelta en una sonrisa: —Hola, creo que ambas nos hemos equivocado de coche. Soy Marta. He intentado abrir el tuyo sin éxito. Lucía cambió la horchata por rubor y sonrió a su vez con alivio. Se hicieron amigas.

—¡Taxi! El vehículo se detuvo ágil. El joven se sonrojó. Su maletín se desparramó sobre el pavimento. —Ánimo, enseguida lo recogemos todo —serenó el taxista. —Gracias, temo llegar tarde a mi vuelo. Las zapatillas de ambos “volaban” hacia la zona de embarque, pero fue en vano. Una joven azafata se les acercó, mirando a la vez sus rostros y el de la pequeña libreta. —¡Esto es suyo! —sonrió al joven con el pasaporte abierto. Perdió el vuelo, pero al tiempo emprendió con ella el viaje de la vida.

Un kilo de azúcar, tres kilos de manzanas, limón y gelatina de frambuesa, junté los ingredientes con esmero, miraba mi compra con orgullo; ya tenía las paletas de helado. Al día siguiente preparé las manzanas, seguidamente comencé a preparar el caramelo cuando me di cuenta que mi compañero de cuarto se había llevado mi gelatina. Lo encontré sentado en su cama comiendo y disfrutando su sabor y color. Entonces dije... —Sólo necesito colorante rojo —mientras sonreía al cuchillo.